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Cultura

28 de Julio de 2015

Andrés Calamaro, músico: “Vivimos una contrarrevolución reaccionaria y puritana”

Paracaídas & Vueltas se llama el primer libro de Andrés Calamaro (53), un compilado de textos memoriosos y poéticos que alternan diarios de giras, aguafuertes mundanas y crónicas de bandidaje. Y donde vuelve a descargar artillería contra sus enemigos públicos del último tiempo: los activistas antitaurinos y los inquisidores biempensantes que predican la vieja moral o la nueva paranoia en Silicon Saudita, como llama a la red. Aquí explica por qué renunció a ser “progre” y advierte a los pobres de espíritu: “Los que no tienen nada creen que no tienen nada que perder, y se equivocan”.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

ANDRÉS CALAMARO

Algo tiene Calamaro que consigue irritar fácilmente a sus potenciales adversarios. Si los rockeros de línea dura se escandalizan por sus “canciones lindas”, los animalistas le desean a diario las penas del infierno –a punta de trolleo virtual y hasta una protesta a las puertas de un concierto– por defender públicamente las corridas de toros. En su país le han abierto tres causas penales por “apología de la droga” –la última este año– a raíz de declaraciones de lo más inocentes (“qué linda noche para fumarse un porrito”), y el epígrafe de Paracaídas & Vueltas recoge la siguiente amenaza del “Tigre” Acosta, uno de los represores más brutales de la dictadura argentina: “El golpe de 1976 no fue una represión ilegal sino una guerra, una guerra que aún continúa y en la que uno de los enemigos a vencer es el cantante Andrés Calamaro”.

Y aunque el libro en cuestión no le baja el tono a estas disputas por “la verdadera libertad”, de sus páginas se desprende que Calamaro vive mucho más preocupado del frente interno de esa batalla: cómo conjugar la desmesura y el equilibrio cuando siempre se puede elegir. La crónica de un tortuoso vuelo Madrid-Buenos Aires con la nariz hecha polvo en más de un sentido, las turbulencias existenciales de un espectral alter ego llamado Johannus (“todo debe nivelarse generando un fantasma”), son algunas de las pistas diseminadas entre gozosos apuntes musicales y los entrañables retratos hablados que el autor de “Para no olvidar” les dedica a quienes van partiendo.

Vía email desde España, donde acaba de telonear a Bob Dylan, habló con The Clinic sobre los tiempos que corren.

–Hay en su libro preocupadas reflexiones sobre la cultura de redes digitales. ¿Qué pasa? ¿A mayor libertad para expresarnos, más reaccionarios nos ponemos?
–No sé en qué medida –la red de redes– es culpable de este puritanismo milenarista que soportamos y que fuera anunciado por intelectuales y novelistas, como Philip Roth que describe la edad puritana de finales de siglo (discriminación positiva radical, amorcillamiento de la libertad, persecución inquisitorial) en su novela “La mancha humana”. Juan José Millás, el intelectual español, definía el “fundamentalismo de la moderación” hace veinte años en su columna del periódico El País. Y ahora Internet se convierte en una herramienta masiva con la explosión telefónica y de otros soportes que ampliaron su red de influencias. Silicon Saudita es un área de influencia cultural y comercial demasiado poderosa, en cuanto involucra un volumen de negocio descomunal. Vivimos una contrarrevolución reaccionaria y puritana, incluso en el fervor antisistemas de la generación millenium, que se debate entre el posmodernismo bajo en calorías y la nada.

–“Promotores de la cultura de la ignorancia alegre y la paranoia triste”, les llama a los agitadores de la red. ¿Echa de menos el tiempo en que las opiniones estaban más jerarquizadas según la autoridad de quien las emitía?
–No sé. Porque volveríamos a la jerarquía periodística rabiosa y su influencia crítica. Pero la pérdida de la capacidad de admirar es patente y se impone un régimen de desprecio –o fetichismo– como método para reconfirmar la personalidad propia. Ajena, en este caso. Echo de menos cuando comprábamos discos masivamente y no rendíamos pleitesía y diezmos al Silicon Saudita.

–En el libro vuelve a defender las corridas de toros, perseguidas en España por movimientos cada vez más influyentes. ¿Por qué la tauromaquia sería un arte y no un ejercicio de maltrato animal?
–La gastronomía es arte, nadie la considera maltrato animal. Tampoco ayuda a revertir el hambre masiva, ni los muertos de hambruna por minuto. La industria cosmética es una demanda permanente de potenciales cadáveres de mamíferos. Las ciudades son un hábitat aceptado incluso sabiendo que desplazan animales hacia la muerte. ¿Qué diferencia hacen seis toros? La diferencia está en el arte mismo. La tauromaquia es artística, la expresión más completa, estética, litúrgica, popular, heroica, universal y folclórica. Y nadie puede elegirse a sí mismo como juez supremo del arte, como curador celestial. Mucho menos repitiendo falacias y mentiras en encuentro con la demagogia total. La relación tauromaquia-tortura parece redactada por Goebbels, es un escándalo.

–¿Qué piensa de los animalistas antitaurinos?
–Son ingenuos pero hijos de puta. Se proponen destruir todo lo bello y dejarnos un mundo sin sustancia, desabrido. Y lo hacen para pertenecer a una corriente que no lleva a ninguna parte; están rabiosamente equivocados en sus planteos y en su discurso. Se comportan como fascistas ignorando la sustancia humana, todo lo litúrgico y sagrado del arte.

–También en su libro figura un manifiesto –que leyó por televisión– donde renuncia al estatus de “progre”. ¿Es sólo por los toros o por algo más?
–Fui educado en un hogar socialista, feminista, ateo y antifascista. Mis radares están atentos, pero intento conjugar las incorrecciones. El problema con el progresismo es que es tardío, que llega tarde. No son progresistas, más bien son potenciales pacientes de terapia psicoanalítica. Ahora mismo estamos entre dos corrientes, los neoliberales que se ríen del postureo anticuado de los progresistas retardados, y una corriente de justicia poética aparente que celebra el antisistema porque no tienen nada que perder. Viven con los padres pero pretenden enseñar al mundo cómo viven los vagabundos. El asunto tauromáquico y una ingenuidad insultante influyen en mis opiniones; no soy del todo objetivo, tampoco hay necesidad de serlo. Pero los que no tienen nada creen que no tienen nada que perder, y se equivocan.

¿Cómo se toma que el “Tigre” Acosta lo declare un enemigo de guerra?
–Las transnacionales, el partido periodístico y la independencia troll colaboran para hacer de nosotros artistas medianos y poder aplastar nuestras opiniones con tácticas de crítica, de indiferencia general, de usurpación y rapiña, de puritanismo y posmodernismo… En este contexto apocalíptico “blando”, haber llamado la atención del criminal de guerra es una curiosidad, y un curioso honor.

MILITANCIAS CULTURALES

–Hace unos días volvió a telonear a Bob Dylan en España, después de haberlo hecho varias veces en 1999. ¿Qué puede contar de la experiencia?
–Fue una gran experiencia, ensayamos bien con un trío de piano, guitarra y armónica cromática. El respetable nos recibió estupendamente, nos saludaron de pie, interrumpían las canciones con aplauso. Incluso saludé dos veces “desde los medios”, como los toreros. Y Dylan está donde tiene que estar, es una cátedra. Nada superficial y todo profundidad.

–Los referentes musicales, y especialmente del rock, se han convertido en trincheras de militancia cultural, con sus respectivos debates más identitarios que musicales. ¿Qué gana y qué pierde la música con eso?
–Con el debate de la pertenencia hemos perdido. Y en la medida que perdemos la capacidad de admirar, también perdemos. Otras militancias culturales nos honran, aunque no estoy completamente seguro de que la cualidad del rock sea embarrarse (embanderarse) en militancias culturales y hacer una trinchera del género. Yo sí soy militante, pero por necesidad. Nos hemos desintegrado en varios aspectos. En este momento creo que ganamos cuando somos barricada de opinión cultural alternativa.

–Como Dylan, usted se queja de que el público y la crítica comparen cada disco que publica con los anteriores. Ahora que edita un libro, ¿cómo lo compara con sacar un disco?
–En cuanto a los discos, creo que han aislado algunas de mis cualidades para presentarlas –amplificadas– al público como defectos: las rimas, mi cualidad de explorador de los límites del rock, la aparente sencillez armónica de mi repertorio. Círculos evangelistas de rock impenetrable me han expulsado del género y mis textos fueron ridiculizados fuera de contexto. Es imperdonable. El libro me reivindica fuera de la rima, ese arte extraordinario. Tampoco se puede comparar con libros anteriores, no hasta que termine el próximo.

–Unos versos del libro: “¿Qué tiene la rima que no tiene la prosa? / Que se riman las verdades y se prosa cualquier cosa”. Se le da con facilidad la rima, aunque lo han criticado por lo mismo. ¿Por qué estará desprestigiada la rima?
–Alguien se ocupó de aislar esta capacidad para amplificarla y presentarla como un defecto idiota, pero la rima es una virtud. Riman los tangos, rima el verso poético, rima Bob Dylan… Homero Manzi, el gran poeta del tango, rima consonante hasta tres veces en un mismo verso, todo el Martín Fierro es una rima permanente, rimaba Shakespeare y rima Sabina. La rima, entonces, está desprestigiada en los círculos donde no entienden una palabra de inglés, ni escucharon tango, ni poesía popular. La canción argentina se construye sobre la rima espontánea de los payadores, que improvisaron rimas toda su vida… Es como desacreditar a Rembrandt o Caravaggio por no pintar impresionismos o abstracciones.

–¿Cuánto le debe su música a sus letras?
–En Argentina, como en España, la música grabada en inglés tiene un gran prestigio, y es curioso porque casi nadie entiende el contenido de las letras, solo conocemos el sonido de las canciones. Mick Jagger es como un saxofón, aprendimos a escucharlo sin entenderle una palabra. Sin embargo mis textos son apreciados por un público suficiente para… celebrarme y permitirme vivir de las canciones y el ejercicio musical. La cárcel del canto. Es perturbador suponer que parte del público que viene a nuestros conciertos no escucha Led Zeppelin, pero al mismo tiempo tendría que ser agradecido por el valor de las palabras, de las palabras con música. A pesar del malentendido “de la rima” soy apreciado por mis textos.

–En Paracaídas & Vueltas se presenta con un estilo literario por lo menos original. ¿De dónde lo sacó? ¿Declara “influencias literarias”?
–Supongo que pueden encontrarse escrituras paralelas, pero no tengo “conducta” para poner a trabajar mis influencias. He leído con placer a autores originales y traducidos, pero no tengo memoria académica (o fotográfica) como para imprimir un estilo destilado de mis lecturas, al menos no como método. Así que de momento dudo que haya conseguido formar un estilo propio con denominación de origen… Tampoco me haga demasiado caso.

–¿La vida de un rockstar se parece más a la de un escritor o a la de un futbolista?
–Caramba. Un escritor puede ser joven con setenta años y un futbolista es veterano con treinta.

–A su lista de “amigos ausentes” se había sumado Luis Alberto Spinetta y ahora Gustavo Cerati. ¿Cómo ha llevado esas pérdidas?
–Luis era un héroe y un entrañable compañero. En Argentina somos músicos porque Spinetta grabó primero aquellas cosas. La pérdida humana fue trágica. La perspectiva fatal me sacudió y me perdí un año en los laberintos de la cordura. Gustavo se fue después de un calvario silencioso, bíblico. Estaba en un limbo, soportó demasiado tiempo en una oscura sala de espera, en esos términos es posible pensar que la muerte haya sido una liberación para él.

–“Cuidar el cuerpo está mal redactado”, dice por ahí en el libro. ¿De qué se cuida usted?
–Es una frase muy buena, no debe ser mía. Yo me cuido con una mano y me descuido con la otra, como la mayoría. Debería cuidarme de mis siempre cambiantes estados de ánimo.

–¿Y cuál es el secreto para que el paracaídas siempre se abra a tiempo?
–No lo sé… Pero en algún momento hay que saltar, casi siempre de un tren en movimiento. El volar es para los pájaros.

PARACAÍDAS & VUELTAS (Diarios íntimos)
Andrés Calamaro
Planeta, 2015, 285 páginas

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