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Opinión

9 de Agosto de 2015

Columna: Déjàvu, otra vez

A las ya conocidas ‘’irrupciones de memoria” Chile hoy agrega “irrupciones de justicia”. Son las acciones de los tribunales, que nos recuerdan de cosas que todos, se supone, ya sabíamos. ¿A quién le sorprende, a estas alturas, la ‘noticia’ de que haya sido una patrulla militar quien quemó vivosa Carmen Gloria Quintana y a Rodrigo […]

Cath Collins
Cath Collins
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Carmen Gloria Quintana

A las ya conocidas ‘’irrupciones de memoria” Chile hoy agrega “irrupciones de justicia”. Son las acciones de los tribunales, que nos recuerdan de cosas que todos, se supone, ya sabíamos. ¿A quién le sorprende, a estas alturas, la ‘noticia’ de que haya sido una patrulla militar quien quemó vivosa Carmen Gloria Quintana y a Rodrigo Rojas? Ciertamente no a Carmen Gloria, cuyo testimonio al respecto siempre ha sido claro. Tampoco a quienes optaron en el momento por atenderla, escucharla, creerle y movilizarse en función al testimonio de ella, y de muchas y muchos otros sobrevivientes del horror. Con razón el ya icónico abogado de derechos humanos Roberto Garretón ha dicho ‘aquí, siempre, todos supimos todo’.

Tres décadas más tarde, todo vuelve a la palestra, pese a que uno que otro opinólogo de poca monta trate de convencernos de que ya estamos ‘en otra’. Un hurra entonces por los tribunales: hoy por hoy es el lento, tardío pero ya insistente accionar de la justicia el que vuelve a enfrentarnos, cada cierto tiempo, con el desafío no solamente de reconocer la verdad, sino de definir sus consecuencias. La vieja, si es que pasó, se devuelve, o al menos se detiene. El tema ya no es la dictadura, sino sus legados. Valga repetirlo: el tema ya no es solamente la verdad, sino sus consecuencias.

Eso es así porque si de verdades se trata, verdades tenemos, y muchas. Algunas ya sabidas y consagradas; otras bajo llave, aun sin saber; otras más, rebatidas o ignoradas por quienes no quieren asumirlas ni enfrentar sus consecuencias. Existen, incluso, verdades escondidas y llevadas a la tumba por quienes tienenrazones de sobra para avergonzarse. Hay verdades marcadas en fuego, y Carmen Gloria Quintana no es la única persona que las ve cada vez que se mira en el espejo.

Pero no se trata simplemente de versiones y versiones: aquí hay cosas que pasaron, y otras que no. Entre los encargados de discernirlo figuran, precisamente, los tribunales. Esta cosa sucedió, de tal manera, y aquel, y ese otro, son los responsables de ella. La labor de los tribunales no es simplemente contar verdades, sino hacer justicia en función de ellas. La noticia no es que a dos jóvenes alguna vez los hayan quemado militares: semejante barbaridad, tristemente, es un hecho de larga data. La noticia es que, por fin, más de los responsables ya deberán responder.

En fin: esta irrupción es de justicia, no de verdad. Si los tribunales estudiasen los antecedentes Valech, no será para constatar – una vez más – que en Chile se torturó. Su deber es más bien hacer la justicia que aún falta. Sin embargo,ya se escuchan voces pidiendo ‘incentivos’ – entiéndase, según su predilección, concesiones, consideración especial, premios, protección, inmunidad limitada, o impunidad con todas o algunas de sus letras – para quienes algo saben sobre los crímenes de antaño.

Ante ello, cabe recordar que, we’ve been here before. Comisiones, acuerdos a puerta cerrada, leyes de secreto, mesas de diálogo, ‘reserva’, prudencia, verdad sin consecuencias: todo se intentó, y quizás todo tuvo su aporte. Pero hoy ya es la justicia la que encuentra a los desaparecidos, y le pone nombre y apellido al torturador. Ojala hubiese sucedido antes, pero aquello no es razón para que ahora no suceda. Razones de sobra tienen los ex conscriptos para saber que el ‘pacto de silencio’ ya no les conviene, pero que tampoco los tribunales les apuntan. En buena parte de las causas que conozco, han existido ostensibles esfuerzos para distinguir entre quien cavó la fosa, o incluso apuntó el rifle, y quien dio las órdenes o, desde aún más arriba, gestionó el plan.

La justicia ya contempla formas de reconocerle a uno su condición de obligado, miedoso, niño asustado y sometido; y a otro, su condición de victimario consciente, autónomo, e impenitente. Ya tiene formas de reconocer al que, aunque sigue siendo culpable, colaboró; y de tratar con mayor severidad a quien atesora verdades creyendo, erróneamente, que así retiene poder.Quien quiso, en esas circunstancias, seguir insistiendo desde su celda con la amenaza, la ‘oferta’ velada, el chantaje y la auto justificación escogió su propio destino. Privilegio arrebatado a algunos ex conscriptos, pero también, e irrevocablemente, a quienes fueron sus víctimas.

*Cath Collins, directora Observatorio de Justicia Transicional, Centro de Derechos Humanos UDP

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