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Opinión

20 de Agosto de 2015

Deslealtades culturales: El caso Bisama

Quienes estamos en la política de verdad, quienes sabemos que toda futura elección se empieza a ganar hoy, nos percatamos de lo que dicen en realidad las noticias. Cada mañana, junto al desayuno en la oficina, en permanente contacto con otras dependencias públicas, borrando los whatsapp minuto a minuto, distinguimos aquellos elementos que preparan el […]

Genaro Salinas, operador político
Genaro Salinas, operador político
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Quienes estamos en la política de verdad, quienes sabemos que toda futura elección se empieza a ganar hoy, nos percatamos de lo que dicen en realidad las noticias. Cada mañana, junto al desayuno en la oficina, en permanente contacto con otras dependencias públicas, borrando los whatsapp minuto a minuto, distinguimos aquellos elementos que preparan el clima de una próxima Adimark, que configuran la psique del votante del mañana. Sabemos que las páginas políticas son un campo minado de mensajes cifrados entre adversarios. Pero no nos basta con eso. Formados desde las bases, no tenemos la ingenuidad de un Navia, la miopía de un Peña, el ego de un Mayol.

Por lo mismo, también conocemos la importancia de la sección de Cultura. Allí están nuestros artistas, a quienes por décadas hemos financiado a cambio de crear patrimonio y de un moderado esfuerzo en época de elecciones: posar junto al candidato en una fingida reunión programática, hacer la comparsa en un puerta a puerta de fin de semana, colaborar con su carisma en la tan decisiva franja. A diferencia de la derecha, los dejamos crear en libertad, porque sabemos de su importancia en la construcción de la identidad nacional. Solo les pedimos conciencia cívica y un poco de coherencia, especialmente en momentos como este, en que las encuestas nos han dado la espalda.

Por eso es que he leído con estupor la entrevista al señor Álvaro Bisama en el último número de este semanario. Su biografía es igual a la de tantos artistas ejemplares: hijo de la educación pública, con publicaciones financiadas por gobiernos regionales, premios municipales y, a no negarlo, una labor académica impecable, de la que esperemos salgan estudiantes comprometidos con el ideal progresista. Y por eso es que, viniendo de él, más duele la crítica artera, calificando de “máquina de lobbies para financiar campañas” a quienes día a día le damos un rostro humano al Estado. Parafraseando a Patricia Politzer, una periodista con mayúsculas que supo publicar un libro de conversaciones con Lagos cuando acechaba Lavín, algo tuvimos que haber hecho muy mal para criar este cuervo. No lo cuestiono por dedicarse a ver tele e imaginar ovnis, porque fueron los propios avances en veinte años de Concertación los que le permitieron una vida dedicada a lo que ama. Lo inaceptable es que, mientras nuestra presidenta pierde apoyo y las reformas naufragan en el Congreso, se dé el lujo de ocupar su tribuna pública para denostar nuestra “burocracia funcionaria”. Burocracia funcionaria, señor Bisama, es lo invisible a los ojos pero esencial para que las ideas se transformen en proyectos, y estos, a su vez, en logros.

Por otra parte, qué fácil es recibir el puntual cheque del Fondart, pero qué difícil es imaginar la compleja trama administrativa que hace eso posible. Vistos buenos, timbres oficiales, firmas delegadas, decretos exentos, órdenes de servicio, resoluciones publicadas en el Diario Oficial, memos, formularios, la Contraloría respirándote en la nuca, la oposición afilando los cuchillos. Todo esto y más para que jóvenes como él puedan despertarse al mediodía esperando el arribo de sus musas. Ellos, los beneficiados, reclaman de nosotros “espesor ideológico”. ¡Qué fácil! ¿Quieres que lea a Zizek en la hora de colación? Para satisfacer tu prurito intelectual, ¿quieres que me pida un día administrativo para conseguirme los últimos informes de la CEPAL? Nosotros nos postergamos por ustedes. Dejamos de estudiar por mantener el aparato estatal a salvo de los fachos. Regalamos nuestros fines de semana a la actividad partidaria y a prever contingencias en terreno, en cada metro cuadrado de cada ciudad. Pero nada de eso es suficiente para Bisama. Para él, eso es “acomodarse en el poder hasta el límite de lo indecente”.

Qué fácil es dedicarse a la cultura. Qué difícil es ser un verdadero actor cultural. Hoy por hoy, nuestro país no necesita más gatos relamiéndose los bigotes. Lo que falta son Patricios Achurra, Robertos Poblete, Benjamines Vicuña, tipos que no nos van a torpedear cuando más frágiles estamos. Artistas que no nos piden narrativa ni relato, sino que son el relato en sí. Miembros de la gran familia progresista que no muerden la mano que les da de comer y saben callar una frase ocurrente porque conocen el valor de la lealtad. Rostros en los que nuestro elector se ve reflejado cuando, con un lápiz grafito y justificado optimismo, nos renueva la confianza en otra fiesta de la democracia.

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