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Opinión

18 de Septiembre de 2015

La astucia política de un Papa peronista

El papa Francisco llegará este sábado a Cuba. Pasará cuatro días en la isla y luego otros cinco en Estados Unidos. En este artículo para The Clinic, el reconocido periodista John Dinges explica por qué Jorge Bergoglio tiene en su cabeza hace mucho tiempo a estos dos países, y cuáles son los temas con los que podría generar polémica en Estados Unidos.

John Dinges
John Dinges
Por

Papa Francisco EFE

No es casualidad que el papa Francisco haga coincidir sus viajes a Cuba y Estados Unidos. Él mismo tuvo un rol determinante el año pasado en facilitar el acuerdo entre los dos países que ha llevado no solo al izamiento de banderas en La Habana y Washington, sino a una explosión de contactos humanos entre cubanos y norteamericanos. Y ahora, que el primer papa latinoamericano cruce la frontera de Estados Unidos directamente desde Cuba, será sin duda un poderoso símbolo.

Pero además, Francisco se había preocupado desde hace ya muchos años de los modelos tan opuestos que Cuba y Estados Unidos representan para los pueblos de América Latina y del mundo. En 1998, siendo arzobispo de Buenos Aires, escribió sus reflexiones al respecto en un libro para la ocasión de la visita de otro papa, Juan Pablo II, a Cuba.

Para el Mons. Jorge Bergoglio, Cuba –socialista, represiva– y Estados Unidos –neoliberal, globalizante– eran los ejemplares más claros de sistemas que, llevados a sus extremos, entrañan el peligro de la deshumanización de los hombres. En su pequeño libro es categórico: “Nadie puede aceptar el neoliberalismo y seguir considerándose cristiano”. A su vez, afirma que “el socialismo ha cometido un error antropológico” al reducir al hombre a su función económica. El rol de la figura del papa, dice Bergoglio en el texto, es impulsar el diálogo (el libro se titula “Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro”) y alzar el valor del cristianismo, la solidaridad, como correctivo a los extremos de ambos sistemas.

Esta vez, el papa Francisco llega con un mensaje religioso capaz de provocar, con toda seguridad, un fuerte impacto político. Lo que trae a los dos países no es política, pero todos los que conocen bien su trayectoria dicen que es un astuto político. Algunos remontan esa astucia a sus antecedentes peronistas, donde se familiarizó con un populismo no-ideológico equidistante del capitalismo y del marxismo. Lo cierto es que en Argentina el padre Bergoglio fue crítico del ala progresista de la Iglesia y de la Teología de la Liberación.

A mí me convence la explicación de que su actual mensaje al mundo nace en la teología de la “Iglesia del pueblo”, en la línea del Concilio Vaticano Segundo y de los congresos episcopales de Medellín y Puebla en los años 60 y 70.

“No se debe llamarlo ni conservador ni progresista”, dice el jesuita argentino Gustavo Morello, hoy profesor de la Boston College. “No habla de la clase media, por ejemplo. La tensión que él identifica está entre las élites –blanco constante de sus críticas– y el pueblo, en su gran mayoría conformado por los pobres”.

La idea de Perón de un pueblo protagonista se conjuga fácilmente con la teología del pueblo de Dios, que debiera conformar el corazón dinámico de una Iglesia cuya religiosidad no requiere de las lecciones de las élites del clero, dice Morello. De allí que Francisco ha promovido con entusiasmo las prácticas más variadas de religiosidad popular; desde las misas carismáticas que incluyen el hablar en lenguas hasta su devoción personal favorita, la María Desatanudos, la virgen que desenreda los problemas cotidianos de la gente.

LOS TEMAS POLÉMICOS QUE TOCARÁ EL PAPA EN EE.UU.

El papa que llega a Washington el martes 22 va a ser lejos la figura pública más popular en Estados Unidos. Las encuestas muestran niveles de aprobación que van desde dos tercios hasta más de 80 por ciento. Deja atrás a todos los políticos norteamericanos, incluyendo al presidente Obama, a Hilary Clinton –que quiere seguirlo en la Casa Blanca–, a Donald Trump y a los otros tantos candidatos del Partido Republicano. Más importante que cualquier político, más famoso que cualquier estrella de rock, el Papa tendrá libertad –tanto en Cuba como en Estados Unidos– para hacer llegar su mensaje directamente a millones y millones, sin temor de censura ni de réplicas fuertes por parte los líderes políticos que seguramente se sentirán aludidos por sus críticas. Todos sus discursos y eventos serán difundidos en vivo, y la empresa de cable Time Warner le dedicará un canal –el número 199 en las ciudades grandes– las 24 horas del día, desde su primera misa en La Habana hasta su despegue desde el aeropuerto de Philadelphia.

En el debate sobre la inmigración, por ejemplo, su impacto promete ser estremecedor. La inmensa mayoría de los 11 millones de inmigrantes no-documentados en Estados Unidos son mexicanos o centroamericanos. Donald Trump los ha atacado como “ilegales” que cometen violaciones y otros crímenes, y tanto él como otros republicanos han hablado de la necesidad de expulsarlos en masa. Mientras que el Papa, por su lado, ha tenido un mensaje inequívoco de apoyo y acogida a los extranjeros –como desafío del mismo Jesucristo– desde sus primeros días en el Vaticano, cuando eligió como primer viaje la visita a Lampedusa, el puerto siciliano que recibe a decenas de miles de refugiados musulmanes que huyen de los conflictos en Medio Oriente. Francisco ha condenado lo que llama “la globalización de la indiferencia” ante los flujos masivos de personas desplazadas de sus hogares.

Pero en Estados Unidos hay otra dimensión que puede volver esta visita aún más provocativa. El papa Francisco llega como latino al país con mayor población latina en el mundo después de México, con más de 50 millones de personas que hablan español como lengua materna o de segunda generación. Es una población que recién está encontrando su poderío político, constituyendo el segundo grupo étnico más numeroso de votantes, sólo superado por los blancos de origen europeo. Semanas después de que Trump fustigó a Jeb Bush por hablar en español en una actividad de campaña, el Papa llega a Washington DC, donde celebrará la misa en su idioma nativo frente a los miles de presentes y a los millones de televidentes.

Líderes latinos calculan que alrededor de 50 mil latinos se concentrarán en las calles de Washington para dar la bienvenida a Francisco mientras recorre en el papamóvil el Mall Nacional, el primer día, después de su entrevista con el presidente Obama.

Más allá de las palabras, en todo caso, se vislumbra que el máximo impacto de la visita del Papa vendrá de sus gestos simbólicos. La mañana del jueves 24, pronunciará un discurso en el Congreso norteamericano. Después, en vez de quedarse a almorzar con los poderosos, irá directamente a saludar a centenares de personas sin casa, inmigrantes no-documentados y personas con enfermedades mentales, quienes lo esperarán en las carpas cercanas a las oficinas de Caritas de la ciudad. Luego, en Philadelphia, se reunirá con prisioneros hombres y mujeres en una cárcel estatal.
Otro tema potencialmente polémico podría ser su crítica al sistema económico neoliberal, que además de provocar niveles históricos de desigualdad social está produciendo el desastre del cambio climático. También es posible que se refiera a la pena de muerte –todavía utilizada en la justicia federal y en muchos estados–, insistiendo en que la considera “inadmisible sin importar la gravedad del crimen” en las sociedades contemporáneas. Son temas que ponen incómodos tanto a demócratas como republicanos.

Por otro lado, el Papa dejará decepcionados a muchos si esquiva el tema de los abusos sexuales a menores por miembros del clero católico, y si no reitera su compromiso de llevar a la justicia no solo a los autores de tales crímenes, sino a los encubridores en la jerarquía de la Iglesia.
Para la Iglesia católica de Estados Unidos –país donde más del 25 por ciento de la población profesa esta religión– Francisco representa un inquietante viento de cambio ante un cuerpo de obispos que, durante el período post Vaticano Segundo, ha virado fuertemente hacia las posturas conservadoras y a una alianza política de facto con la derecha norteamericana y las sectas fundamentalistas del protestantismo. Algunas peleas han brotado púbicamente, como su decisión de remover al conservador cardenal Raymond Burke de su puesto de poder en el Vaticano, y la dura declaración del cardenal de que se vería en la obligación de “resistir” si concluye que la máxima autoridad –en clara alusión al Papa– actúa en contrario a la verdad de la Iglesia. Mientras que el senador Ted Cruz (cubano y católico) se enfureció a tal punto por los pronunciamientos del papa Francisco sobre el cambio climático (cuyos orígenes en la actividad humana Cruz se niega a reconocer) que recomendó al Vaticano que “despida” al Papa.

A juzgar por tales reacciones, es evidente que son los conservadores quienes sienten tener más que perder frente al inminente Tsunami Francisco que está por inundar la costa norteamericana.

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