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LA CARNE

29 de Septiembre de 2015

Columna: Garganta Profunda

Algunos dicen que chupar y tragar tanto puede ser riesgoso. A mí, vivir sin riesgos me parece iluso y fome. Que me follen la garganta ha sido un descubrimiento fascinante.

Por
supergay


Cuando empecé a prostituirme el sexo oral fue el más barato de mis servicios sexuales, pero también el más efectivo: no se necesita tanto tiempo ni tanto espacio. Un baño, una cabina de cíber, un parque, algún callejón o vehículo son suficientes. Cuidarse de no raspar con los dientes el pene del cliente y dedicar la lengua, los labios, la mandíbula completa, fue algo fundamental que debí aprender bien, a pesar de lo exprés y fácil que podía parecer. Una buena mamada puede enamorar y la suma de varias durante una tarde puede lograr una buena cantidad de dinero.

La pornografía de Internet me ha enseñado bastante. Los videos de la categoría “deepthroat” me han ayudado a descubrir ese valor agregado que adquiere una mamada cuando hay mucha saliva, arcadas y asfixia de por medio. Ir más allá de los labios y la lengua, para que las amígdalas, la laringe y toda esa viscosidad comience a tomar protagonismo, puede hacer que el sexo oral deje de ser tan barato, tan subestimado en el servicio sexual. No es fácil aguantar un trozo de carne duro que entra, golpea y sale sin vomitar ni ahogarte en el intento.

Hace muy poco tuve mi primer cliente en mucho tiempo que solo quiso pagar por sexo oral, pero del más profundo. El servicio fue en su auto y el precio no tenía nada que ver con mis primeras mamadas. “Quiero que te la tragues entera, Camilito”. Echó nuestros asientos hacia atrás y yo bajé el volumen de la radio. Me gusta que se escuche toda esa mezcolanza gutural. Andaba con buzo, así que fue muy fácil y cómodo instalarme entre sus piernas y el volante.

Después de una delicada succión, y de estimular su glande con la concavidad de mi laringe, el cliente comenzó a gemir y a tomarme del mentón para mirarme los ojos. A partir de cierto las arcadas ya eran una tras otra. Mis lágrimas se mezclaban con la saliva. “Trágueselo, mi ternerito”. Me agarró con sus manos del pelo y comenzó a penetrarme la boca sin pausas.

Fueron martillazos en mi garganta. Tenía que tragarme el vómito entre cada embestida, pero en un momento me dijo que quería sentir cómo lo expulsaba. Metió su pene un poco más, de la laringe a la faringe, y en un segundo bañé su entrepierna. No era devolución de comida, sino la respuesta lógica del cuerpo cuando siente una asfixia: expulsas un cúmulo de flema, una especie de baba densa. En la pornografía ese vómito de baba es un valor agregado. Como un cumshot pero oral, profundamente oral. No sé cómo explicar la sensación. Era una especie de orgasmo gutural. Yo quedé como drogado. Él acabó en mi garganta y su semen pasó a segundo plano, directo a mi estómago. Me pasó papel para secarme los ojos y quitarme toda la mucosidad de la cara, de la boca, del cuello. Luego me pagó un poco más de lo acordado y quedamos en juntarnos muy pronto, nuevamente en su auto.

Algunos dicen que chupar y tragar tanto puede ser riesgoso. A mí, vivir sin riesgos me parece iluso y fome. Que me follen la garganta ha sido un descubrimiento fascinante. Siento que recién estoy aprendiendo a pensar toda esta concavidad gutural como un órgano sexual, y ya no el más barato de los servicios sexuales.

*Prostituto, escritor y activista de CUDS.

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