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Opinión

9 de Octubre de 2015

Columna: Divagaciones por un mar para Chile

* “De todas maneras, cuando algún boliviano llega al mar, aunque éste sea ajeno, siempre se trata de un blanco, nunca de un indio. Hubo un indio, sin embargo, nacido junto a las minas de Oruro, que por un extraño azar pudo alcanzar el mar prohibido”. Este párrafo, del conocido texto de Mario Benedetti “Un […]

Alex Aillón Valverde
Alex Aillón Valverde
Por

Evo Morales La Haya EFE

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“De todas maneras, cuando algún boliviano llega al mar, aunque éste sea ajeno, siempre se trata de un blanco, nunca de un indio. Hubo un indio, sin embargo, nacido junto a las minas de Oruro, que por un extraño azar pudo alcanzar el mar prohibido”.

Este párrafo, del conocido texto de Mario Benedetti “Un boliviano con salida al mar”, suena en estos días de euforia nacional, a propósito de la decisión de La Haya, como una premonición, como la voz de un oráculo por fin cierto, o como el presagio aquel que nos lanzó un Tupak Katari descuartizado: “Volveré y seré millones”.

¡Ganamos!, dicen que fue la primera palabra que pronunció el presidente Evo Morales ante el fallo favorable de la Corte.

¿Será posible?, nos preguntamos los bolivianos en este tiempo de Pachakuti y de renovadas mitologías. ¿Será acaso Evo la encarnación de ese niño que cuidaba llamas y caminaba kilómetros de kilómetros sobre un mar seco, todos los días, para sobrevivir? ¿Será este niño nacido a más de 4000 metros sobre el nivel del hambre, precisamente orureño, precisamente pobre, precisamente indio, el que venga a abrirnos las puertas del mar cautivo —como en el cuento del uruguayo— cerradas hace tanto tiempo?

Claro que nos gusta creer. Nuestra imaginación es generosa y desbordada. Claro que nos gusta pensar que fue un presidente indígena, de cuna humilde, alguien muy de abajo —y no todos los presidentes blancoides e inútiles que tuvo Bolivia—, el que le plantó cara a esa clase propietaria y política chilena, blanca y tantas veces descaradamente racista.

Evo Morales, de alguna manera (y sólo de alguna manera) encarna ese rostro del llok’alla al que nuestro querido Pedro Lemebel regaló su metro de mar, si es que acaso ese metro, efectivamente, le pertenecía. “Incluso, te regalo el metro marino que quizá me pertenece de esta larga culebra oceánica. Tanta costa para que unos pocos y ociosos ricos se abaniquen con la propiedad de las aguas. Por eso, al escuchar el verso neopatriótico de algunos chilenos me da vergüenza, sobre todo cuando hablan del mar ganado por las armas”.

Pero ese Evo Morales no es ya el llok’alla triste e inofensivo del que hablaba Benedetti, ni es el niño del Titicaca que conoció Lemebel. Tampoco los bolivianos lo somos. Quizás nunca lo fuimos. Ya no estamos para lamentarnos, como en aquel poema de Oscar Cerruto, otro poeta boliviano al que tal vez nunca hayan oído siquiera mencionar:

“Mi patria tiene montañas, no mar / Olas de trigo y trigales, no mar / Espuma azul los pinares, no mar / Cielos de esmalte fundido, no mar. / Y el coro del ronco viento sin mar”.
No más.

Sabemos cómo se reparten las cartas. Sabemos cómo va el juego entre los Estados, los políticos y el capital. Sabemos que pedimos lo justo, lo mínimo, lo fraterno: un acceso soberano al Pacífico. Sabemos que hay solidaridad —por supuesto no es una solidaridad del Estado, de la casta militar o de los empresarios, a quienes no les importa una salida latinoamericanista franca y abierta—, pero sabemos que es cuestión de tiempo para que esto se repare. La rueda del mundo tira para ese lado.
Mientras tanto los hermanos chilenos no tienen por qué preocuparse. Los bolivianos no estamos preparando nuestras planchas de surf, ni nuestros trajes de baño, ni todo nuestro alud cultural y mitológico para desembarcar en su largo litoral. Aunque hay que decirlo, en el mar del delirio provocado por el fallo de La Haya, el barco político de Evo navega viento en coca.

Quizás los chilenos deberían preocuparse más por su situación. Nosotros lo estamos. Nos dicen que su mar en realidad no les pertenece. Que qué nos van a devolver si no lo tienen, si está privatizado.

No tengan duda, nosotros seríamos los primeros en gritar: ¡Devuélvanle el mar a los chilenos! ¡Un mar para Chile! Hasta estaríamos de acuerdo con que se lo devuelvan a ustedes primero, ya que están más cerca. Nosotros podemos esperar. Estamos acostumbrados a esperar. Los bolivianos esperamos siglos y siglos para que las cosas cambien. En cambio ustedes. Quién sabe. En todo caso, suerte. Mucha suerte.

*Escritor y poeta boliviano

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