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Opinión

19 de Noviembre de 2015

Editorial: La fe y sus monstruos

Según el Génesis, “Dios quería saber si Abraham era obediente, y para probarlo, le dijo que sacrificara a Isaac en la montaña… Abraham y su hijo Isaac cabalgaron en un burro durante tres días… Abraham llevaba un cuchillo e Isaac llevaba la leña… Abraham ató a Isaac, lo acomodó sobre el altar y levantó el […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

París velas EFE
Según el Génesis, “Dios quería saber si Abraham era obediente, y para probarlo, le dijo que sacrificara a Isaac en la montaña… Abraham y su hijo Isaac cabalgaron en un burro durante tres días… Abraham llevaba un cuchillo e Isaac llevaba la leña… Abraham ató a Isaac, lo acomodó sobre el altar y levantó el cuchillo para sacrificarlo. Entonces un ángel le habló y le dijo que no matara a Isaac. Abraham había sido obediente, y por eso Dios lo amaba”. Abraham, que significa “padre de muchos pueblos”, viajó entonces (2000 AC) de Ur a Hebrón. Bordeando el río Eufrates, caminó por el mismo desierto en que más tarde sería levantada la ciudad de Raqqa –hoy capital del Estado Islámico bombardeada por los franceses–, comió unos dátiles a los pies del zigurat de Mary y descansó sobre una roca en una colina de Aleppo, donde miles de años más tarde fue construida una mezquita llamada “De Abraham”. Judíos, cristianos y musulmanes lo reconocen como el primero de los patriarcas post diluvianos. Es el padre del monoteísmo occidental. Su mensaje: si Dios lo dice, no preguntes, y obedece. Cientos de años más tarde, Moises sintetizó sus enseñanzas en la primera frase que talló en la piedra de los mandamientos: “Amar a Dios por sobre todas las cosas”. Es cierto que en el Nuevo Testamento Dios se hace hombre e invita a amar al prójimo como a sí mismo (Mc 12, 29-31), pero Jesús no se confunde y al mismo tiempo dictamina: “El que no está conmigo, está contra mí” (Mt 12:30). Alrededor del 700 DC, Mahoma precisó el mensaje: “El Profeta dijo: Ninguno de vosotros tendrá fe hasta que me ame más que a su padre, a sus hijos y a toda la humanidad”.
Para los grandes pensadores de la fe, de los cuales Benedicto XVI debe ser el último, en todas estas declaraciones bíblicas hay mil cruces y sutilezas por entender antes de concluir atarantadamente que esconden una violencia peligrosa. Los teólogos llevan más de mil años construyendo el sustento teórico de una certeza irracional. Para ello fundaron la teología, que durante la Edad Media tuvo por esclava a la filosofía, según algunos la más indiscutible de las ciencias, y para otros, como Borges, sencillamente una rama de la literatura fantástica. Recuerdo un libro del obispo neoplatónico Sinesio de Cirene –Elogio de la Calvicie- en que defendía que mientras más peludo, más lejos estaba el hombre de Dios, y más cerca del mono. Por eso, aseguraba, los grandes pensadores (Platón, Aristóteles…) eran todos calvos.
La fe se vuelve maravillosa cuando lleva a un hombre a dar la vida por otro hombre, y espantosa si la da por Dios. Ningún dios aceptable le pide a un padre la sangre de su hijo. Entendimos que la democracia solo es cultivable si le da la espalda a cualquier dios verdadero y renuncia en el gobierno a esa fe sin la cual la humanidad se seca. En eso consistió el aporte de la Ilustración francesa a la cultura en que vivimos, la misma que hoy es atacada por los monstruos de la fe: esos que no pueden amar lo visible, sino solo lo que no se ve, que prefieren la muerte a la vida, y lo que no existe a lo que es.

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