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Opinión

26 de Noviembre de 2015

La Argentina que viene con Macri: Un cambio de época

* El domingo los votos cayeron del lado de Macri y se inicia una historia en la que al país lo conducirá por primera vez un presidente electo que no proviene de las arcas del peronismo ni del radicalismo. También es la primera vez que la derecha llega al poder sin camuflarse en esos partidos […]

Federico Galende
Federico Galende
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El domingo los votos cayeron del lado de Macri y se inicia una historia en la que al país lo conducirá por primera vez un presidente electo que no proviene de las arcas del peronismo ni del radicalismo. También es la primera vez que la derecha llega al poder sin camuflarse en esos partidos o apelar a uno de sus habituales golpes de Estado. Son motivos suficientes como para que nadie sepa mucho lo que va a pasar y para que una parte del país, la que perdió por monedas y me es más afín, solo atine desde el lunes a tomarse la cabeza o a colmar las redes sociales con lamentos y gemidos extenuados.

No es posible saber cuánta razón tienen, pero habría que reconocer que esta derecha no ganó con medias tintas o hilvanando discursos solapados. Macri hizo una campaña nítida, sin disimular en lo más mínimo el modelo que defiende, con contradicciones bien servidas que él usó con pericia para mostrarle a la gente que él era más un ciudadano habitado por legítimas conjeturas que un fanático que iría hacia el fuego a título de algún dogma. Con esto le decía al vecino que él lo estaba escuchando, que no tiene todas las llaves, que espera que al proyecto que encabeza lo rellene el ciudadano de a pie.

Nadie podría decir a la vez que durante su campaña, cuando el horizonte era todavía incierto, no se jugó varias fichas difíciles o arriesgadas: sembró a María Eugenia Vidal en Buenos Aires contra todos los números, le torció la mano a Aníbal Fernández, le dijo que no a Sergio Massa y manejó al dedillo la interna con los radicales. Como si fuera poco, triunfó en una jornada que transcurrió en absoluta calma y que contó con una enorme cantidad de votantes. Todo el mundo salió a votar, y algunos lo hicieron por Scioli con tibieza o malhumor, atesorando dudas que no tuvieron quienes le pusieron la papeleta a la derecha.

Hasta aquí los elogios, puesto que recién ahora, después del cotillón y los globos del domingo, sobreviene para muchos la pregunta dolorosa que Macri ya empezó a responder, disimulando, tras consignas inobjetables de la politología más convencional –como la de la alternancia en el poder–, lo que será en realidad un cambio radical de época, en versión democrática quizá uno de los más abruptos y traumáticos de la historia reciente de la Argentina.

Los que vivimos en Chile les llevamos a los argentinos la ventaja de conocer de primera mano lo que significa gobernar para las grandes empresas o confiar el desarrollo de un país a la alta concentración del poder económico. Cualquiera que haya escuchado el discurso del futuro presidente este domingo, o si se tomó el trabajo de seguirlo en su campaña, sabrá desde ya qué es lo que se viene, por muy temprano que sea para pesar su desenlace o dar con el espesor exacto de las consecuencias. Macri no partió hablándole al pueblo, un concepto inespecífico que espera pronto disgregar, sino al “ciudadano” o al “vecino”, a quienes promete una paz atomizada, consistente en que quien tenga un hogar o una familia pueda regresar a ellos con la garantía de que vivirá seguro.

Mientras esos ciudadanos regresan a encerrarse una vez más a sus casas, a la vuelta de una década excepcional en la que el país tuvo a la gente en las calles, dedicada a izquierda y a derecha a discutir animadamente todos sus temas, los guiños ideológicos cambian de agua y de océano y las sonrisas se dirigen a la Alianza del Pacífico, semblante de una mutación feroz tras la que empiezan a asomar las primeras medidas que en un mes más se pelearán desde arriba: el recorte del Estado, la reducción del gasto público, la supresión de los subsidios, el endeudamiento progresivo para que ingresen divisas o el acuerdo inmediato con los fondos buitres. Todo el mundo sabe lo que quiere decir esto, no hay que explicarlo.

Es una pena por donde se lo mire, cuya causa no se le puede atribuir a una clase o un sector porque el aglomerado de los votos fue bien heterogéneo. Tampoco a los medios de oposición, y no porque no se la hayan pasado mintiendo sino porque el kirchnerismo construyó una cancha que tornó imposible o anticuado pensar en conciencias modeladas por la prensa. Es cierto que esta prensa titulará de otro modo las noticias a partir de diciembre, pero la pista que sigue está tendida y a la vista, y a lo que queda de este país que se marcha le corresponderá rearmarse si quiere regresar a una época de la vida política que ha tenido notas formidables y muy altas.
Estas notas altas pueden no ser compartidas, y en el cotejo con lo que sigue la imaginación retrospectiva sabrá si las suscribe o no, pero lo que sí es seguro es que el país que nos dejan estos doce años de gobierno no tiene nada que ver con el desastre que heredamos en el 2002. Esto nadie puede discutirlo, y ojalá que no se olvide.

En lo personal, no lo haré. Si es que no porque jamás imaginé que un día vería a las Madres de Plaza de Mayo abrazándose con sus mandatarios y vitoreadas por el pueblo sobre un escenario mientras el retrato de un general genocida era colocado en el suelo; si es que no por la construcción de un relato que volvió a instalar los derechos humanos, la militancia de los sesenta, la nacionalización de nuestras empresas, la distribución de la riqueza, la hermandad latinoamericana o el tema de la justicia, entonces al menos por el pudor que me causa el imprevisto de haberme visto un día siendo un oficialista. Fueron años muy felices, que no estaban en mis planes; sobra decir que lo que sigue, tampoco.

*Filósofo argentino.

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