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Opinión

13 de Enero de 2016

Alejandro Aravena, ganador del premio Pritzker: “La falacia del mercado es que una persona con un subsidio en la mano puede ir a escoger”

A los 48 años, el fundador de Elemental se acaba de convertir en uno de los arquitectos más jóvenes en ganar el más relevante de los premios para su disciplina. El reconocimiento destaca su trayectoria y su búsqueda constante por hacer de esta profesión un atajo para disminuir la inequidad. Conversamos con él sobre el boom de la arquitectura chilena y cómo ésta debe recuperar su rol social. “Nos tenemos que volver a educar”, dice.

Jorge Rojas
Jorge Rojas
Por

Aravena

¿Qué significa el Pritzker?
Es como el Nobel de la arquitectura, todavía no lo creemos, nos pilló totalmente de sorpresa, no lo esperábamos, porque este premio lo han ganado los grandes nombres de la historia de la arquitectura. Hay un jurado donde la mitad son arquitectos y los otros no. Este año estuvo Lord Palumbo, ex presidente del Consejo Británico de las Artes, Ratan Tata, y un juez de la corte suprema de EE.UU.

¿El premio vincula arquitectura y política?
Si uno piensa en quiénes los han ganado antes -Frank Ghery, Renzo Piano, Norman Foster, Zaha Hadid, Rem Koolhaas, Herzog & de Meuron- la tendencia es vincular arquitectura e impacto. Son arquitectos que van marcando hacia dónde moverse en torno a lo construido, o autores de edificios que han capturado un determinado momento de la historia.

¿La arquitectura chilena está en un buen momento?
En 2006, representantes del premio vinieron a ver varias cosas, porque en el mundo se reconoce que la arquitectura chilena está en un momento muy especial, y eso es llamativo. Para que una obra de arquitectura ocurra, hay instituciones, hay gobiernos, hay estados, poblaciones que tienen que apreciarla.

¿Qué es lo que llama la atención de la arquitectura chilena?
Creo que en Chile estamos a mitad de camino, somos lo suficientemente pobres para no poder hacer cualquier cosa que se nos ocurra, y eso funciona como un filtro contra la arbitrariedad, contra lo superfluo. La escasez de recursos te obliga a la abundancia de sentido, pero tampoco somos tan pobres como para no poder llevar un concepto a su mejor versión.

¿Ves una relación entre la arquitectura y la política?
Siempre la arquitectura está vinculada al poder. Es una disciplina que está sujeta a factores técnicos, sociales, ambientales y políticos. Durante los años sesenta o setenta ocurrió un fenómeno muy extraño. En distintas sociedades, la arquitectura comenzó a pedir libertad creativa, y se empezaron a hacer un montón de experimentos artísticos que quizás representaron un aporte al lenguaje formal, pero en esta búsqueda de autonomía artística, los arquitectos pagamos un precio muy grande, el de la irrelevancia. Cuando hubo que comenzar a discutir temas duros -desarrollo, pobreza, seguridad, cambio climático- a nadie se le ocurrió llamar a un arquitecto, porque éramos vistos como un costo extra, y no como un valor agregado. Hoy en día transitamos hacia un cambio de paradigma. No es posible que nos ocupemos de problemas que solo le importan a otros arquitectos. Esto es típico de las exposiciones de arquitectura, hablamos un lenguaje que solo entendemos nosotros.

¿Con quiénes debe dialogar la arquitectura?
Históricamente el poder político estuvo asociado a los Estados o a los gobiernos, y es evidente que ha aparecido otro tipo de poder, uno popular, hay una ciudadanía empoderada. Hoy en día se necesita la “licencia social” para operar, porque la comunidad es parte del motor de desarrollo. Cuando partimos con proyectos como la vivienda social, entendimos que esa era una fuerza potente que debía ser integrada en vez de resistida, por compleja que sea. Lo aplicamos en la reconstrucción tras el terremoto en Constitución, es lo que tratamos de hacer en Calama, y es lo que estamos haciendo en Choapa.

Hay una política habitacional que no consulta a la gente dónde quiere vivir. La vivienda social manda a las personas a la periferia.
Cuando hay recursos insuficientes, el mercado hace dos cosas: Reduce y desplaza, lo que se traduce en casas chicas y lejos, donde el suelo cuesta poco. Son los cinturones de pobreza, con poblaciones marginales, sin servicios. No tenemos que sorprendernos después del nivel de violencia, resentimiento y rabia que hay en el aire. La falacia del mercado es que una persona con un subsidio en la mano puede ir a escoger, porque con 300 UF no hay nada que elegir. El mercado en la ciudad es muy imperfecto, es irreversible, no hay segundas oportunidades, el subsidio te lo ganas una vez en la vida. La suma de acciones individuales no garantiza el bien común, por lo tanto, la ciudad está obligada a una cierta regulación, a una anticipación.

¿Cómo hacer que la vivienda social sea una herramienta de movilidad social?
En el tema de la vivienda social pasaba una cuestión bien concreta: con el dinero público se podía entregar apenas una parte de la casa. Después la gente amplía esas construcciones que reciben hasta estándares de clase media. Nosotros lo que hicimos fue que ese potencial de clase media que la gente trata de alcanzar, fuera hecho gracias al diseño y no a pesar del diseño. El objetivo final era que la familia obtuviera el subsidio de una vivienda que no fuera un techo para protegerse de la intemperie, sino una herramienta para superar la pobreza. Finalmente, el subsidio de vivienda es el traspaso de fondos públicos a fondos familiares más grande que una familia recibe en toda su vida. Es una política orientada a la propiedad y todos nosotros esperamos que nuestra vivienda aumente de valor en el tiempo. Lamentablemente, acceder a la vivienda social se parece más a comprarse un auto que una casa.

Eso que suena tan simple de hacer no es lo que ha inspirado a la política habitacional durante el último tiempo. Consecuencia de eso es la ciudad segregada que tenemos.
El sentido común es lo menos común que hay, al final lo que opera es el lugar común. Si uno no tiene una idea suficientemente simple, uno no llega. Quedé bien impactado una vez que fui a dar una charla a la London School of Economics. Yo presenté lo que hacíamos: cuando no alcanza la plata, en vez de hacer una casa chica, es mejor hacer la mitad de una casa buena, para que la gente la termine. La evidencia muestra que una familia puede vivir razonablemente bien en 80 m2, pero la plata alcanza para construir 40. Nosotros planteamos construir esos 40 metros como la mitad de una casa buena, no como una casa chica. Esa vez, la directora de la escuela, Sarah Worthington, me dijo que ideas como esa en economía me podrían hacer ganar el premio Nobel. Supongo que las ideas que importan son simples, pero no obvias. Son evidentes después de que alguien las dice.

¿Cuál es el mayor problema de nuestras ciudades?
Está clarísimo que nuestro problema no es tanto la pobreza, es la inequidad, y ésta tiene muchas más dimensiones que la económica. Es cultural, es racial, y desde el punto de la implementación, tienen que pasar un par de generaciones hasta que te eduques mejor, tengas una mejor profesión, un mejor salario, puedas elegir tu vivienda. La ciudad puede funcionar como un atajo hacia la equidad, porque si identificas con precisión proyectos estratégicos, mejoras la calidad de vida sin tener que tocar la distribución. Ejemplo: el transporte público. Viviendo en la misma casa de subsidio que te tocó a dos horas de acá, con el mismo trabajo y el mismo sueldo, si el bus al que te subes te permite ir sentado dos horas al día, es un cambio brutal. La calidad de vida en las ciudades se mide por lo que uno pueda hacer gratis en ellas. El espacio público, es por naturaleza redistributivo. Si mi familia no puede salir de vacaciones, ¿dónde pasó mi tiempo libre después de haberme partido el lomo? En un parque, pero acá esos lugares son una mugre. El lugar bueno es el club de golf. El estándar de áreas verdes en Vitacura es de 18 m2, en Providencia 9, en La Pintana 2, y en Londres 44. Si tuviéramos esas extensiones de parques, de esa calidad, imagínate el cambio brutal. Esos espacios probablemente no deberían estar cerca del Mapocho, deberían estar cerca del Maipo, de Bajos de Mena, Puente Alto, porque es allá donde produjiste esa sociedad que no tiene oportunidades. Esos son atajos hacia la inequidad.

¿Se siguen cometiendo esas aberraciones? ¿Cómo es esa lucha constante entre la arquitectura y el mercado del suelo?
Al mundo inmobiliario no le pongo ninguna ficha, por naturaleza es bastante mediocre y mezquino. Claramente lo que los mueve no es generar un mejor entorno, sino hacer plata. Si esa es la forma que impera, la ciudad no logrará ser un mecanismo de corrección de inequidades. Incluso si estuviera bien intencionado, desde el punto de vista de la operación de mercado, no hay esperanzas en que las mejoras vengan desde el mundo inmobiliario. El recurso más escaso no es la plata, es la coordinación. La arquitectura que tenemos nosotros es sectorial, y el sectorialismo es fantástico para reducir déficit. Chile en los años sesenta, cuando no habían casas o caminos y había que hacerlas, la respuesta, siempre era Ministerio de Vivienda. Pero a 50 años de eso, los desafíos que tenemos son de segunda generación. Cualquier proyecto requiere coordinar 4 ó 5 ministerios, tenemos un problema de transversalidad para la cual la arquitectura institucional no nos sirve, está pasada de moda. Necesitamos que nuestro sistema de inversión pública responda a preguntas más sofisticadas.

Existe la idea de repoblar el centro, pero se han construido edificios de 20 o 30 pisos, con departamentos de 40 o 28 metros cuadrados que corren el riesgo de convertirse guetos verticales.
Es de libro lo que sucede en estos edificios de la supuesta renovación urbana. Con 300 propietarios, si la mitad del edificio son pagadores irregulares, ¿cuál es la lógica? Hay que pagar el mantenimiento del ascensor, el corredor, la luz, y el tipo que es más responsable, se aburre y se va, y es reemplazado por uno que es peor pagador. Entras en un espiral de deterioro que te lleva a un conflicto interno en el edificio. No es casual que en las periferias europeas, que tuvieron esta manera de enfrentar la reconstrucción de posguerra, todos sus conflictos sociales, raciales, religiosos, étnicos, culturales, están concentrados en ese tipo de lugares, donde la unidad social no fue entendida.

¿Hay un retorno mal entendido al centro?
El mercado inmobiliario entiende solo una dimensión: rentabilizar una inversión. El resentimiento, los deseos, la aspiración, el escepticismo, estas fuerzas en juego, son totalmente invisibles para el mundo inmobiliario, y son las más potentes en la ciudad. Las ciudades chilenas reflejan fielmente el nivel de inequidad. Hay ciudades en que está más repartido, de una favela pasas a una parte rica y de nuevo a una favela. Aquí tú te desplazas en el territorio y es una curva decreciente constante, sabes exactamente el ingreso per cápita, dependiendo del lugar donde estás, nadie se cruza con nadie. Este nivel de separación es de las cuestiones que debemos corregir con urgencia.

¿La arquitectura se ha puesto a merced de los ricos?
Fuimos formados en un sistema bastante protegido, autónomo y endogámico de reglas del arte. Nos tenemos que volver a educar como arquitectos. Tenemos que entender que las fuerzas en juego son distintas y no son solamente artísticas. De hecho, eso puede aparecer al final. Si con un proyecto puedo ayudar a resolver conflictos, fricciones políticas, sociales o ambientales, pero no me queda tan bonito, estoy dispuesto a vivir con eso. La arquitectura es un acto cultural y está obligada a contribuir al desarrollo de la civilización, pero si me pones una pistola al cuello, tengo que poner lo artístico más abajo en el listado de prioridades. Hay que entender el lenguaje de la economía, de la política, de lo social y de lo ambiental, aún cuando yo no soy economista, ni político. Pero tengo que poder hablar ese lenguaje para poder traducirlo. Esa de alguna manera es la importancia del Pritzker, son mensajes que se mandan en esa dirección. Hay un conjunto de actores que podemos tener una responsabilidad haciendo proyectos de una manera distinta.

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