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Opinión

3 de Marzo de 2016

Gabriel Boric, diputado de la Izquierda Autónoma: “Me he ido convenciendo que la elite política sí es corrupta”

Es su tercer año como diputado y en la Cámara son varios los que se sienten incómodos con su presencia. No sólo por lo que representa, sino que también porque cada vez que puede evidencia las malas prácticas de sus colegas y lo mediocres que son al momento de debatir. Acá, Boric analiza los dos años del gobierno de Michelle Bachelet, el rol del Congreso y los desafíos de la izquierda: “El Partido Comunista muchas veces termina siendo más papista que el Papa en la defensa de la Nueva Mayoría”.

Jorge Rojas
Jorge Rojas
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¿Viste el humor en el Festival de Viña?
Vi un poco de las rutinas, pero estaba de vacaciones. No hay que ponerse graves, la democracia chilena está tan viciada, que una de las manera de reconfigurarla es rompiendo la forma tan pacata y pétrea que tiene, y el humor es sólo una muestra de esta crisis de representatividad. La crítica de los humoristas es profundamente política. Natalia Valdebenito, por ejemplo, tiene un discurso de reivindicación de la femineidad en el espacio público que no sólo es contracultural, sino que también propositiva. La pregunta que tenemos que hacernos ahora es: ¿qué hacemos nosotros al respecto?

¿En qué etapa está esta crisis?

La magnitud de la crisis de representatividad tiene múltiples dimensiones: el parlamento es de las instituciones más desprestigiadas del país, a los partidos políticos nadie les cree, y en las elecciones anteriores votó el 40% y quizás cuántos lo van a hacer ahora. No hay que minimizar la crisis, ni pasarse rollos que estamos en una suerte de situación prerrevolucionaria donde mañana se cae todo, porque no hay una crisis de las instituciones propiamente tal, sino de la credibilidad, de las actuales formas de representación de la sociedad.

¿Qué representa el parlamento?
El parlamento no representa la diversidad de la sociedad chilena, sino que a una elite machista, santiaguina y de clase alta, es un acto fallido de democracia. Ahora, creo que es un espacio que hay que rescatar y la mejor manera de hacerlo es criticándolo. En el Congreso hay de todo, son 120 diputados y no meto a todos en el mismo saco, pero en general son hijos, hermanos o parientes de.

¿Es mediocre el Congreso?
El Congreso es totalmente mediocre, sobre todo en el nivel de debate. La mayoría de los parlamentarios están dedicados al clientelismo más que a la política como transformadora de la realidad. Gustavo Hasbún, Ignacio Urrutia, y Felipe Kast son el paradigma de lo absurdo, pero también está el parlamentario que presenta un proyecto de ley cada vez que pasa algo y sólo para figurar en la tele. Esos proyectos no terminan en nada, porque no tienen respaldo ciudadano detrás. La cantidad de proyectos pelotudos que se presentan sólo para figurar es enorme.

¿Quiénes son tus aliados?

El parlamento es como un curso de colegio, hay gente buena onda, los que no hablan, los mateos, los chantas, y los buenos para la talla. Con la mayoría hay una sana distancia. Hay parlamentarios a los que respeto mucho, como Osvaldo Andrade y Pepe Auth, con quienes se puede tener debate ideológico. A pesar de que estoy en desacuerdo con sus ideas, a Jaime Bellolio también lo respeto harto, porque creo que es un tipo articulado. Lo mismo pasa con Víctor Torres y Karla Rubilar, a quienes les reconozco varias propuestas interesantes en materia de salud. Son gente que hace la pega silenciosamente y que no tratan de figurar.

Ahora que conocemos los aportes ilegales que algunos recibían, uno supone que habían parlamentarios que se representaban a sí mismos o a los empresarios que los financiaban.
En el Congreso hay muchos parlamentarios que son funcionarios de empresas. El otro día leía a Hernán Larraín y su opinión da cuenta de que esto se va a seguir repitiendo, porque decía que al final todos lo hacían. Algunos no son capaces de ver el rapto de la democracia que implica que los empresarios financien una campaña. Ellos no hacen filantropía, invierten, y hubo muchos grupos empresariales que sacaron electos varios parlamentarios. Para mí, Fulvio Rossi es un funcionario de SQM, Jorge Insunza de las mineras y, bueno, todos los funcionarios de Penta que conocemos.

¿Pablo Longueira también es funcionario de Patricio Contesse?
La naturalización que hace Longueira, y que después fue aplaudido por Juan Pablo Letelier y por José Miguel Insulza, es una cuestión que da cuenta que por mucho que hayan hecho autocríticas, al final siguen pensando lo mismo. El único sector con conciencia de clase hoy es el empresariado, que a su vez utiliza a vastos sectores políticos para asegurar su condición de privilegios. Yo me he ido convenciendo que la elite política sí es corrupta.

Uno de los argumentos con los que Insulza defendía a Longueira era diciendo que él era un ‘hombre de Estado’. ¿Qué es ser un hombre de Estado?
Un ‘hombre de Estado’ es una persona que piensa en el futuro, pero desde la perspectiva de clase, tratando de mantener todo más o menos igual sin que haya mucha revuelta, como si entregaran migajas. La gracia de estos hombres es que generan consensos en las clases subalternas, que creen que sus propios intereses están representados. Con ese tipo de cosas nosotros tenemos que mantener un límite radical, romper con ellos. Decir derechamente que no estamos de su lado.

¿Ganar elecciones con aportes ilegales te convierte en una persona que se enriquece ilícitamente?

Yo creo que sí. Se han esforzado en decir que esa plata no fue para enriquecimiento personal, pero si los empresarios te financian la campaña es enriquecimiento, porque se gastaron esa plata en obtener un cargo que te da privilegios de aquí en adelante.

Parece que la Fiscalía no piensa lo mismo.
Es que hay que probar jurídicamente eso y puede ser difícil. Más que juzgar a la Fiscalía, el problema más grave es que quienes lo hicieron siguen creyendo que esto no era grave. Ojalá que la ciudadanía no lo asuma como un escándalo más, no hay que hacer de lo inaceptable una normalidad.

LA IZQUIERDA CHILENA
La semana pasada estuviste es España con Pablo Iglesias, el líder del Podemos. ¿De qué conversaron?
Muchas veces se dice que por el éxito electoral que ha tenido el Podemos en España deberíamos replicarlo acá, pero yo creo que eso no solo no es posible, sino que es indeseable. No hay que caer en la tentación de ir para allá sólo por un éxito electoral, pero hay mucho que aprender de esa experiencia. Ellos tienen una vocación por una reflexión mucho más profunda de lo que la izquierda ha estado acostumbrada en los últimos años.

¿Qué es ser de izquierda hoy?
La dicotomía izquierda y derecha aún tiene sentido, pero no necesariamente es la única. Si uno quiere hacer un proyecto mayoritario en el mediano plazo hay que convocar a la gente que no está convencida de eso. Ser de izquierda hoy es tener una convicción y una acción que vaya no sólo al discurso de la desigualdad y la redistribución de la riqueza, sino que también hacernos cargo de la regionalización, la discriminación de género, el feminismo, y la distribución del poder. Por ejemplo, después de todo el escándalo de los supermercados coludidos, hace algunos días salió una publicación que decía que en el último mes rentaron el 13% en sus ventas. Es decir, a pesar de los escándalos, no pasa nada, porque el modelo de acumulación y el poder de los empresarios siguen funcionando. El desafío que tiene la izquierda en este sentido es saber cómo generamos otra forma de creación de riqueza que no dependa del dueño del capital. Si creemos que la disputa electoral es lo único que podemos hacer estamos perdidos.

¿Qué están haciendo para eso?
Dos cosas. Primero, estamos empezando a entender que las pequeñeces que nos han dividido por tanto tiempo tienen que terminar. Es necesario sentarse a conversar si queremos ser incidentes. Y segundo, hay un desarrollo teórico cada vez más interesante, desde lugares como las fundaciones Nodo XXI, Emerge, y Crea, que nos hacen pensar que es posible un programa social demócrata radical por fuera de los márgenes del neoliberalismo. Hay que vincular políticamente a los distintos movimientos sociales, que no queden sólo en la protesta, pero hay que tomárselo en serio, no a la chacota como ocurrió con Marcel Claude, que era una sumatoria de demandas en una bolsa de gatos. Marcel decía que se demoraba cinco minutos en hacer una Asamblea Constituyente, eso es poco serio.

¿Cómo hacer para que todos esos movimientos sociales se vinculen entre ellos?
Esto es difícil tratarlo en las entrevistas… la política chilena está enferma de corto plazo y electoralismo. Nosotros tenemos que mirar la foto grande y pensar que hasta hace cinco años hablar de Asamblea Constituyente era una idea absolutamente marginal, pero hoy no. Lo mismo ha ocurrido con otros temas. Estos son procesos que no cambian de la noche a la mañana, pero si no somos capaces de construir fuerzas sociales para sustentar las transformaciones, al final vamos a terminar siendo puro voluntarismo que choca contra un muro.

¿Cómo puede dialogar la izquierda extraparlamentaria con el Partido Comunista?
Es bien difícil, el Partido Comunista muchas veces termina siendo más papista que el Papa en la defensa de la Nueva Mayoría, pero estoy plenamente consciente que el proyecto de la izquierda del futuro necesariamente debe contar con el PC.

¿Qué tan real es ese proyecto?

Hemos avanzado en las propuestas, pero estamos atrasados. Hay que pensar por fuera de los paradigmas de la izquierda del siglo XX. Acá no se trata de volver al Estado que controla todo, hay que creer en la autonomía de las comunidades. Hay que democratizar el poder y en eso las experiencias de las últimas movilizaciones han sido aleccionadoras. Tenemos que dialogar y buscar soluciones en conjunto con los compañeros de la Izquierda Libertaria, de la Unión Nacional Estudiantil, con Cristián Cuevas, y en alguna medida con Revolución Democrática (RD).

¿En qué están las conversaciones con RD?

Ha habido conversaciones, pero no anteponiendo un objetivo electoral. Tenemos mucho que aportarnos el uno al otro. No se trata de construir alianzas, ni programas para las elecciones. Esto tiene que estar dado por un trabajo concreto en luchas sociales reales. Hay que dejarse de pequeñeces inexplicables y encontrarnos en el trabajo concreto.

Igual esto se juega con un pie en el largo plazo, pero con el otro en el corto. Vienen elecciones municipales, y después las parlamentarias y las presidenciales.
Estamos en proceso definición. Ahora en marzo vamos a enfrentar nuestra primera elección interna que tiene que dar paso a abrir nuestra organización. No queremos sólo juntar firmas, sino que convocar a la gente en torno a un trabajo político. Ese es nuestro principal desafío. Sobre las elecciones, en Magallanes vamos seguros y estamos viendo otras comunas, pero no estamos mirando las municipales con tanta ansiedad.

El PPD quiere llevar a DJ Méndez de candidato a alcalde en Valparaíso, ¿de qué habla eso?

De nada, creen que a través de la performance pueden solucionar el déficit político.

¿Un político pop?
Claro, eso es pan para hoy y hambre para mañana. La Nueva Mayoría es un ejemplo de eso, el gran problema que ha demostrado tener el gobierno de Michelle Bachelet es que no tiene ninguna inserción real en las luchas sociales y creen que los cambios se hacen sólo desde la burocracia del Estado.

LA VIEJA NUEVA MAYORÍA

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¿Si Michelle Bachelet hubiese tenido más sintonía con las luchas sociales le habría costado menos implementar las reformas?
Hay una contradicción en la Nueva Mayoría que la hace inviable desde un comienzo. De partida, el programa de Michelle Bachelet es de reformas moderadas, están peleando por cuestiones que son relativamente básicas en cualquier país desarrollado.

¿Quieres decir que están nuevamente administrando el sistema en vez de cambiarlo?
La Nueva Mayoría es un proyecto de administración que hizo todo un discurso para tomar las banderas de las movilizaciones del 2011 en torno al liderazgo de Michelle Bachelet, pero que cuando esto se cayó, aparecieron todas las inconsistencias del proyecto. Por eso esta alianza se ha hecho insostenible en el largo plazo. Es decir, las reformas de la Nueva Mayoría no son lo que dicen ser. Cuando partió la reforma laboral, por ejemplo, Javiera Blanco decía que iban a terminar con el régimen laboral de la dictadura, pero en la práctica no están cambiando la negociación por rama, el reemplazo en huelga lo están relativizando, y todo al final termina negociado con el empresariado. Hay un discurso muy rimbombante contra los poderosos de siempre, pero en la práctica no hay cambios radicales.

¿Nos están vendiendo la ‘pescá’?
En la Nueva Mayoría no hay un conflicto entre buenos y malos o jóvenes y viejos, la Nueva Mayoría es en esencia un proyecto de regulación y humanización de los excesos del neoliberalismo y que se viste de otro discurso para empatizar con la gente.

¿Y eso es por la composición de la Nueva Mayoría?
No, la idea de que la DC es el demonio dentro del gobierno no es cierta. Si bien la DC es más conservadora, la Nueva Mayoría es la misma Concertación más el Partido Comunista. Como que se violentaron tanto con lo que habían construido que quisieron humanizarlo: el sistema de pensiones, la educación, los derechos sociales. Acá no hay un cambio de paradigma, sino que esto tiene que ver más con el ánimo de retornar al poder. En el proceso de cambio de Concertación a Nueva Mayoría no hubo una elaboración teórica y política que le diera sustento. Agarraron las banderas del 2011 estéticamente, pero no tenían convicción real.

¿Bachelet se ha tenido que adaptar a este escenario?
Me cuesta mucho leer lo que quiere Michelle Bachelet, pero creo que da lo mismo. La política se basa en procesos colectivos y el liderazgo de Bachelet es medio virginal, como que hay que interpretarlo a través de exégetas, guiado por intuiciones, y eso es muy nocivo porque no construye colectivamente. Eso también es una suerte de individualismo radical y eso se dio porque ella era la única que podía ganar, pero no veo una transformación desde la Michelle de 2006 hasta la de ahora.

Igual incluyó matices. Intentó meter a una generación nueva, un ministro del Interior que provenía de la educación pública.
Estos hitos personales, así como Golborne que venía de Maipú, no representan un cambio de paradigma. Rodrigo Peñailillo fue el que quebró la Confech en 1997 para bajar las movilizaciones. Que sea unos años más joven no significa que tenga convicciones diferentes. Ese es un error que comete mi generación también, que creemos que hay virtud por el solo hecho de ser joven. Acá lo importante son las ideas y el proyecto país, y Peñailillo y la G90 son una continuación de la Concertación.

Existe la posibilidad de que Lagos y Piñera se enfrenten en las próximas elecciones presidenciales, ¿qué te parece eso?
Si llegamos a eso es porque los partidos políticos tradicionales no entienden qué cresta pasa en Chile. Me quedo con lo que dijo Natalia Valdebenito: “no los queremos de vuelta, ya no queda nada más para vender”. Ahora llegó el tiempo de recuperar lo que ellos vendieron, pero el problema es que aún nos falta para esa articulación. La idea es que no nos transformemos en opinólogos de este “clásico”, sino que podamos ser alternativa, independiente de que en esta vuelta no sea nuestra pasada. Espero que sea el último suspiro de la política de los acuerdos.

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