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Opinión

8 de Abril de 2016

Columna: El país que soñamos

* Así, como un Santo Tomás que introduce los dedos de la desconfianza en la herida de Cristo para devolverse la fe, de ese modo desearía tocar la cabeza de la presidenta Bachelet. Mejor aún, querría tocar su corazón. Desearía entender si es ella, la misma persona, quien patrocinó durante su primer mandato una entidad […]

Vicente Ruiz
Vicente Ruiz
Por

COLUMNA DETENCIÓN

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Así, como un Santo Tomás que introduce los dedos de la desconfianza en la herida de Cristo para devolverse la fe, de ese modo desearía tocar la cabeza de la presidenta Bachelet. Mejor aún, querría tocar su corazón.

Desearía entender si es ella, la misma persona, quien patrocinó durante su primer mandato una entidad tan simbólica como el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos; y si es ella, a la vez, quien patrocina ahora una ley que, de promulgarse, expropiaría dos derechos fundamentales, como lo son el resguardo del espacio privado íntimo –coartado a través de la facultad de allanamiento de morada– y el libre tránsito en el país que has nacido.

¿Cómo se entiende ahora que el año 1998, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se haya modificado la ley 19.567, estableciendo el fin a la “detención por sospecha” y a los efectos colaterales a la misma? Aquella modificación expresa, sin equívoco, que “dicta normas de protección a los derechos del ciudadano”. Y cito la idea que ha expresado recientemente Harald Beyer acerca de los llamados “controles preventivos”: “No hay posibilidades de hacer descansar este control en juicios objetivos”. ¿Desde este momento, entonces, se entraría a un estado de excepción, preexistente en la sociedad chilena, implicando la suspensión de garantías constitucionales para cada uno de los ciudadanos? Si la respuesta a esta interrogante es sí, tendríamos que considerar indisoluble la cadena que ata el acto de ejercer violencia (estatal) y vivir en derechos.

La presidenta, como sabemos, es un ícono internacional de la privación de libertad en dictadura. Ella y su familia. Quisiera sentir lo que siente y poder justificarla. No entiendo que en su paso por la máxima investidura que un ciudadano tenga el honor de alcanzar en el campo de la administración de la democracia, deje entre sus obras, como herencia para nuestro futuro y para nuestras vidas, la coerción al interior de las fronteras soberanas.

No tengo más opción que hablar desde mi corazón a su corazón, ya que son infructuosas las razones de la razón, expresadas por órganos del Estado como la Defensoría Pública Penal, la Corte Suprema, el Instituto Nacional de Derechos Humanos, Unicef. Además, desde la sociedad civil lo han hecho la Defensoría Ciudadana y la comisión de Observadores de DD.HH. de Casa Memoria. Y se han escrito textos tan destacados como “La sospecha de una traición” de Óscar Contardo y “Control de Identidad: Iniciativa inconveniente”, de Harald Beyer; sumemos, también, la declaración pública que hizo el diputado Giorgio Jackson y su movimiento Revolución Democrática.

Si pudiera llorar con las palabras, lo haría, no me da vergüenza decirlo. Si el don de escribir la rabia y la desazón me fuera revelado, lo haría. Porque tocar la cabeza no ha servido. Sólo me queda introducir los dedos en el dolor de la herida abierta de una cultura de la reducción, no veo otra forma de retornarme a la fe de saber si vivo en el país correcto.

La presidenta y su gobierno, probablemente, sean recordados por la cifra más exorbitante de delincuentes en la historia democrática de Chile, dado que habrá sumado, a la cifra de infractores potenciales y reales, al resto de los chilenos. Desde hoy en adelante cada uno de nosotros será un delincuente más. En vez de encabezar el gobierno que realizó un reajuste ético allí donde la ética era una omisión, a vista y paciencia de los involucrados y de los observadores.

¿Que hay un 76% de aprobación a la medida? Estoy seguro de que no todas esas opiniones entienden qué documento están auspiciando, lo mismo que no entienden el contrato que firman en la multitienda o en los bancos y que los convierte en deudores.

Todos hemos visto en televisión el rostro afligido del presidente Lula da Silva, mientras era allanada su casa. No me gustaría ver ese rostro en ninguno de nuestros presidentes. Ni se lo deseo a la mandataria cuando deje su cargo y se una a los 17 millones de chilenos sospechosos de impunidad, gracias a ella misma.

Sin embargo, a partir del día en que se promulgue esta ley, veremos su rostro de aflicción, humillado, como el de todo chileno, gracias a la cadena de su propia ineficiencia.

*Artista. Master en fenómenos migratorios y transformación social.

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