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Cultura

22 de Mayo de 2016

El Swing, el baile de los años 30 que se impone en Santiago

Para esta comunidad de bailarines atrapados por el baile conocido como lindy hop perderse en la improvisación melódica del jazz es parte de la gracia. Vibrar junto a veinte eufóricas parejas completa la experiencia.

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Tres chicas bajan de un taxi en el barrio Bellavista. Por debajo de los abrigos se escapan faldas a lo Doris Day. A pasitos rápidos se adentran en un destartalado bar y las engulle la negrura. Dentro se celebra una de las fiestas de ‘Swing’ que desde hace tiempo revolotean en las noches de Santiago.

Cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad cobran forma parejas de bailarines vestidos como en los años cuarenta. Ellos, con boinas y tirantes. Ellas, con impecables vestidos hasta la altura de las rodillas y labios color carmín.

En el aire empieza a flotar una rápida melodía de jazz y la mirada de los espectadores se enreda en un bosque de piernas de movimientos rítmicos y frenéticos.

Y, de repente, unos tambores anuncian que viene “Sing, sing, sing” de Benny Goodman y la multitud se enciende. La bailan como si el sonido estridente de la trompeta les insuflara vida y celebran cada uno de los casi ocho minutos de la canción con pasos imposibles y giros veloces que elevan las ingrávidas faldas de las mujeres.

Para esta comunidad de bailarines atrapados por el baile conocido como lindy hop perderse en la improvisación melódica del jazz es parte de la gracia. Vibrar junto a veinte eufóricas parejas completa la experiencia.

Dos chicos bailan y brincan juntos al ritmo de la melodía; unas chicas con un pañuelo en la cabeza practican pasos de charlestón; en una esquina un grupo sonríe y lleva el compás con las palmas; en medio, un corro aplaude a una mujer delicada que demuestra su habilidad con los pies; tras un salto vertiginoso alguien suelta un “¡Yeaaaaahhh!” de pura emoción. La fiesta está servida.

Ellos son los autodenominados ‘hoppers’, una comunidad conformada gracias al trabajo de la escuela Swingtiago que ha logrado que en menos de dos años el swing se abra paso en las salas de la capital chilena.

“Desde su rescate en los años 90, el lindy hop no ha parado de extenderse. La energía positiva que desprende y la familiaridad con la música swing han sido la clave para que haga furor en todo el mundo”, dijo a Efe Laura Bel, la catalana cofundadora de Swingtiago.

A su parecer, la profunda crisis económica que ha azotado Europa en los últimos años ha hecho que la sociedad actual haya empezado a preguntarse “¿qué falló en el camino?”, motivo por el cual muchos “han vuelto la mirada hacia el pasado y la moda retro”.

El lindy hop nació en Nueva York en los conocidos como “Felices Años 20”, en pleno periodo de entreguerras. Las encargadas de popularizarlo fueron las comunidades de afroamericanos que a principios de la década de 1930 cautivaron a los espectadores con sus brincos energéticos y buenas vibraciones.

Los lindy hoppers, como se autodenominaron los amantes de este frenético baile, desarrollaron un abanico tan variado de movimientos como diversa era la rápida música swing.

Con sus amplias sonrisas, sus acrobacias y sus movimientos complejos conquistaron a los espectadores que presenciaban sus desmelenados bailes en las pistas de baile de Harlem.

Desde hace casi dos años, el lindy hop también está calando hondo en Santiago donde ya es común ver gente bailando no sólo en casas, salas o escenarios, sino también invadiendo parques, plazas y calles del centro de la capital.

Gracias al baile, muchos de los alumnos “están redescubriendo unos espacios públicos que desde el golpe militar de 1973 tendían a estar en desuso”, explica a Efe el catalán Àlex Mollà, el otro fundador de la escuela.

Desde que abrió sus puertas, la escuela ha conquistado a 400 alumnos, ha impulsado medio centenar de eventos al aire libre y ha organizado dos festivales que han convertido la ciudad en uno de los epicentros de este baile social en Sudamérica.

Gracias a ello se ha conseguido aunar a gente de perfiles muy distintos, lo que, según Bel, es “muy positivo para Chile”, considerando que es “una sociedad que aún vive muy segregada”.

El último festival, que finaliza este domingo, ha reunido durante cuatro días a un centenar de fanáticos de este estilo provenientes de más de diez países. “Es una gran fiesta”, señala Mollà, quien recalca que el éxito de esta segunda convocatoria “demuestra que la familia ‘hopper’ en Chile crece sin parar y tiene muchas ganas de aprender”.

Lo que está claro es que el lindy engancha. Para sus amantes este baile social es mucho más que una oportunidad para mover el esqueleto; es un estilo de vida que permite conocer gente nueva, generar endorfinas con una actividad física y pasarlo muy bien. “Al fin y al cabo -dice Bel- de eso es de lo que se trata, ¿no?”

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