Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Mundo

31 de Mayo de 2016

Jean Wyllys, diputado de Brasil: “No reconocemos a Michel Temer como presidente”

Dos semanas en el cargo y la crisis, en vez de acabarse, se agravó. Temer no sólo ha tenido a la oposición desfilando todos los días en las calles desde que asumió el gobierno interino de Brasil, sino que además ha debido lidiar con las críticas a la conformación de su gabinete. Lo más grave ocurrió a comienzos de semana, cuando se dio a conocer una conversación entre Romero Jucá, el nuevo ministro de Planificación, y Sergio Machado, el expresidente de la filial de transportes de Petrobras, en la que ambos conspiraban para derrocar a Dilma. “Hay que cambiar al gobierno para estancar la sangría”, se le escucha decir al que entonces era senador del PMDB, justo en la semana en que se votaba el impeachment en la Cámara. En aquella sesión, realizada a mediados de abril pasado, Jean Wyllys fue uno de los 137 diputados que defendieron el mandato de la hoy suspendida Presidenta. Acá, su análisis de la crisis.

Por

temer

La escena ocurrió el 17 de abril pasado. Jean Wyllys -diputado del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), activista LGBT, y ganador de la quinta temporada del programa Gran Hermano- toma el micrófono, y lo primero que dice es que está fastidiado de participar en una farsa. En la Cámara de diputados se discute el impeachment contra Dilma Rousseff y Wyllys, a pesar de representar a la oposición de izquierda, tiene claro que no votará por destituir a la Presidenta. “Esta es una elección indirecta, conducida por un ladrón, urdida por un traidor, y apoyada por torturadores, cobardes, analfabetos políticos y vendidos a esta farsa sexista”, dice en medio de decenas de parlamentarios de derecha que lo abuchean con fuerza. Entre ellos está Jair Bolsonaro, diputado que minutos antes ha dicho que está a favor del derrocamiento de Dilma y que le dedica su voto al coronel Carlos Brilhante, reconocido torturador de la dictadura. Bolsonaro sigue a Wyllys insultándolo por su homosexualidad, y este último pierde la paciencia y lo escupe en la cara. Más tarde, sale a dar explicaciones: “Es lo mínimo que merece un diputado que dedica su voto a favor del golpe a un torturador. No voy a callarme ni voy a permitir que ese canalla fascista, machista, homofóbico y golpista me agreda y me amenace… Él escupe diariamente en la democracia”, escribió en su cuenta de Facebook. Aquella tarde, su voto en contra sería insuficiente para evitar el desastre institucional que ocurriría semanas después en el Senado: la suspensión de Dilma por 180 días y la designación de un nuevo Presidente, Michel Temer, el vicepresidente al que la oposición acusa de ser un traidor.

¿Quiénes están detrás de la caída de Dilma?
Desde el mismo día de la segunda vuelta de las últimas elecciones presidenciales, el candidato Aécio Neves, de la oposición de derecha, no aceptó el resultado y comenzó a trabajar para derrocar al gobierno. Diferentes sectores de las elites económicas y políticas de Brasil, y algunos medios de comunicación, acompañaron esa estrategia. Ese revanchismo antidemocrático y la coalición formada por el PSDB, el DEM (partido que, a pesar de su nombre “Democratas”, es heredero del viejo ARENA de la dictadura) y el PPS, comenzó a fortalecerse cuando Eduardo Cunha llegó a la presidencia de la Cámara de Diputados. Cunha, por entonces, era poco conocido, un operador subterráneo del poder y los negocios, lobbista de las corporaciones y de la bancada evangélica fundamentalista, y articulador del sistema de financiamiento empresarial de campañas, que permite la elección de diputados corruptos por la fuerza del dinero. La mayoría de la sociedad no conocía su nombre, pero algunos pocos advertimos que se trataba de una persona sumamente peligrosa. Desde entonces, Cunha usó el cargo para protegerse de las investigaciones sobre corrupción contra él, que ya había en la justicia, y para impulsar la agenda legislativa más reaccionaria y contraria a los derechos humanos en décadas. Cuando aparecieron las pruebas de sus cuentas en Suiza, con millones de dólares, y el riesgo de perder su mandato e ir preso era muy grande, Cunha empezó a utilizar la amenaza del impeachment de la Presidenta, como moneda de negociación con el gobierno y la oposición. Cuando Dilma decidió no acordar con él y los diputados del Partido de los Trabajadores (PT) anunciaron que votarían en su contra en el Consejo de Ética, Cunha aceptó iniciar la tramitación del impeachment. A partir de entonces, fue un circo de horrores, una farsa disfrazada de proceso legal, y el golpe comenzó a ser consumado. Fue vergonzoso.

¿Qué representa Michel Temer?
Temer es un traidor, pero no se puede culpar al escorpión por su picada: es su naturaleza. Él es un fiel representante de lo peor, lo nefasto de la vieja oligarquía política brasileña, que tiene en el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) su mejor expresión. Lamentablemente, tanto el Partido de la Social democracia Brasileño (PSDB), que comenzó siendo un partido socialdemócrata y terminó representando una derecha rancia y anacrónica, como el PT, que comenzó siendo el principal partido de masas de la izquierda latinoamericana y terminó acomodándose y pactando para mantenerse en el poder, siempre buscaron al PMDB como aliado. Michel Temer es una síntesis de todo eso, un fiel representante de ese viejo sistema político que tiene que morir para que un día tengamos una verdadera democracia.

Se dice que este es un golpe de Estado sin armas. ¿Cómo se lucha contra este tipo de golpes?
Cuando hablamos de “golpe de Estado”, estamos acostumbrados a pensar en militares, tanques de guerra, represión violenta, cierre del Congreso, censura de la prensa, persecución política, asesinatos, torturas, todo lo que ocurrió durante buena parte del siglo XX. Claro que esos procesos fueron mucho peores, porque costaron muchas vidas y causaron sufrimientos y daños incalculables en el tejido social. Por eso hay que ser claros: no es lo mismo. Pero lo que sucede hoy en Brasil, como lo que sucedió antes en Paraguay cuando derrocaron a Fernando Lugo, también es un golpe de Estado. Uno diferente, sin violencia, sin militares, sin las tragedias que sucedieron en aquellos años, pero un golpe al fin, porque un gobierno electo por el voto popular fue sacado del poder por una conspiración palaciega y parlamentaria, mediante un proceso golpista disfrazado con una falsa cobertura de legalidad. Sacaron a una presidenta electa con 54 millones de votos para poner a una persona que no podría jamás ganar una elección, y ahora están imponiendo un programa y un plan de gobierno que es absolutamente diferente del que fue votado por el pueblo.

¿Cómo han reaccionado los brasileños?
Desde el primer día de gobierno golpista hubo movilizaciones en todo el país y las seguirá habiendo. El domingo antepasado, Temer dio una entrevista al programa de mayor audiencia de la TV abierta y hubo un cacerolazo en todo el país. Hubo marcha de mujeres en San Pablo, los artistas tomaron la sede del Ministerio de Cultura en Río de Janeiro (ministerio que Temer quiere eliminar), hay manifestaciones de todo tipo, tanto en las calles como en las redes sociales. La lucha tiene que ser pacífica, pero sin tregua: desobediencia civil ciudadana. Tenemos que denunciar a los golpistas todos los días, dentro y fuera del país, y estar movilizados en las calles, en las redes, con los movimientos sociales, los artistas, los trabajadores, los estudiantes. Tenemos que mostrarle al mundo que no reconocemos a Michel Temer como presidente.

¿Qué debería hacer el resto de los presidentes de América Latina frente a la situación que vive Brasil?
No deberían reconocer al gobierno de Temer. Tienen que pronunciarse en defensa de la democracia y actuar en el campo de la diplomacia, por medio de los diferentes organismos internacionales como las Naciones Unidas, el Mercosur, la UNASUR, la OEA y otras entidades, repudiando el golpe y pidiendo el reestablecimiento de las reglas democráticas en Brasil.

Brasil pasó de tener un Gobierno de una mujer, a uno conformado sólo por hombres blancos. ¿De qué habla eso?
Es una imagen perfecta de la oligarquía brasileña, de esos señores que se creen dueños del país. En el gabinete no hay negros, mujeres, ni trabajadores. No representan la composición diversa y plural de nuestro pueblo, sino apenas la composición de las elites más tradicionales y predemocráticas. Son todos señores mayores, ricos, blancos, heterosexuales, cristianos y de derecha. Y muchos de ellos procesados o investigados por la justicia por casos de corrupción.

El principal argumento de los diputados que aprobaron el impeachment fue decir: por mi familia y Dios. ¿Qué tan conservador es el Parlamento brasileño?
Es el más conservador desde 1964. No representa la diversidad del pueblo brasileño, porque fue electo por la fuerza del dinero y por políticas de alianzas espurias y un sistema electoral que favorece esas distorsiones. Es un Congreso lleno de pastores evangélicos, exmilitares, expolicías, empresarios, señores feudales y sus familiares, y terratenientes. Necesitamos una profunda reforma política.

¿Cómo se ve el futuro para la izquierda en Brasil?
Uno de los motivos por los que el proyecto encarnado por el PT se agotó fue, justamente, por dejar de representar a la izquierda. Por creer que para llegar y mantenerse en el poder había que ceder más y más, pactar con las viejas oligarquías políticas y empresariales y dejar de lado a los sectores sociales que siempre había representado. Ese fracaso del PT provocó, por otro lado, el surgimiento de una izquierda antipetista, que actúa con resentimiento por lo que ve como una traición, y parte de esa izquierda terminó acompañando de forma más o menos directa el golpe liderado por la derecha. Tanto esa visión resentida, como el petismo acrítico que no reconoce sus errores, son una gran equivocación. Por suerte, hay muchas izquierdas en Brasil. Yo pertenezco a una izquierda de “cuarta generación”, que no deja de lado el concepto de “lucha de clases”, pero no basta con eso. La izquierda, hoy, tiene que ser también feminista, tiene que defender los derechos LGBT, tiene que luchar contra el racismo, el sexismo, la xenofobia, reivindicar los derechos ambientales, denunciar y combatir las causas del cambio climático, participar de las luchas por el derecho a la vivienda digna, por el derecho a la tierra, por los derechos de los pueblos originarios, entre otras. Y debe ser una izquierda profunda e intransigentemente democrática que se libere totalmente de los fantasmas del viejo estalinismo y de los populismos mesiánicos y autoritarios que vemos hoy en algunos países de la región.

Notas relacionadas