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Cultura

15 de Julio de 2016

Columna de Juan José Santos: Sabremos cumplir

Érase una vez una princesa libanesa, Laetitia Marie Madelaine Susanne Valentine de Belsunce d’Arenberg, que desde niña tuvo que vivir lejos de Europa, en Uruguay. La princesa se hizo empresaria y amante de las artes. Y a la princesa se le antojó una gran fiesta con artistas de todo el mundo, y encargó a un […]

Juan José Santos
Juan José Santos
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alfons

Érase una vez una princesa libanesa, Laetitia Marie Madelaine Susanne Valentine de Belsunce d’Arenberg, que desde niña tuvo que vivir lejos de Europa, en Uruguay. La princesa se hizo empresaria y amante de las artes. Y a la princesa se le antojó una gran fiesta con artistas de todo el mundo, y encargó a un condotiero alemán, mercenario experimentado en Latinoamérica, la organización de los festejos en palacio. Después se lo encargó de nuevo, y luego por tercera vez consecutiva.

Y esto no pasó en el siglo XIX, sino en 2016. Porque sí, hay una princesa en Uruguay, y sí, ha delegado ya tres veces la curaduría de la Bienal de Montevideo a Alfons Hug, y sí, este año se celebrará en el Palacio Legislativo. La princesa debe estar contenta, pero no así los uruguayos, quienes llaman al curador “Adolf Hug” por su amabilidad, su capacidad de diálogo y sus modos democráticos. Ya hablé aquí de sus andanzas por el Pabellón Latinoamericano en la Bienal de Venecia, del que parece es el curador vitalicio, y en el que exige a cada artista 6.000 dólares para estar en su exposición. También comenté la forma poco ética en que utilizó la cultura indígena latinoamericana como concepto curatorial en la última edición, y que me hace compararlo, más que con el mercenario Werner von Ürslingen, con Philipp von Hutten, conquistador de extrovertido desenvaine.

Los artistas que estarán en esta Bienal de Montevideo no van a protestar públicamente. El modus operandi de Hug es incontestable: se ha ganado el favor de la princesa (el favor de los artistas poco importa) y viene con el pack presupuestario incluido, usualmente del dinero que destina Alemania –vía Goethe Institut– a eventos culturales en Latinoamérica, y del que se lleva una buena tajada. Para rentabilizar al máximo, cuando son muestras, las mueve por Latinoamérica como franquicias, y si son bienales, se inventa capítulos previos en otros países. La cosa es explotar la mina hasta el agote. Que hasta la fecha, las exposiciones de Hug hayan sido de una calidad deficiente, sin propuestas reflexivas ni conceptos curatoriales coherentes, o actividades paralelas como seminarios o conferencias, es lo de menos. Desde luego, hablar de lo que se le ofrece al espectador, sobra.

Alfons es de ambiciosos programas. La anterior de Montevideo tuvo el espeluznante título de “500 años de futuro”. Ya ni se sabe cuántas bienales lleva. Cuando los artistas, patrocinadores o curadores se hartan, se va a otro país, donde vuelve a montar sus rentables operaciones. En Brasil lo conocen bien. El también curador Ivo Mesquita lo retrata como un oportunista, “suavemente tutelar y colonizador”, con algo de perverso y que obtiene financiación gracias a proyectos “no ideológicos”.

Pues bien, toda esta puesta en antecedentes del personaje no viene sin motivo. Alfons Hug quiere hacer una Bienal en… Santiago de Chile. Lleva tiempo tras la idea, sondeando a coleccionistas y artistas. Así que preparen sus billeteras, patrocinadores, artistas y presuntas princesas chilenas. Porque este sabe manejar la espada. Aquí lo tendrá sencillo: tenemos experiencia en armar grandes eventos e infraestructuras culturales sin pensar mucho para qué o para quién. No le faltarán apoyos privados ni públicos, como ocurrió en anteriores capítulos patrios: Proyecto Trapananda en Aysén, o la Bienal del Fin del Mundo. Mientras tanto Hug seguirá escribiendo su “Zeitung aus India” en Uruguay, que para él sigue siendo la Suiza de América. Los artistas uruguayos entonan el himno nacional con lágrimas en los ojos: “Sabremos cumplir, sabremos cumplir”.

*Curador y crítico de arte.

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