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Opinión

4 de Agosto de 2016

Editorial: El extravío

Tengo la impresión de que esta vez “la crisis” está golpeando más a los ricos que a los pobres. Las elites están desesperadas no sólo por la ausencia de gobierno, sino también por su propia incapacidad para gobernar. Se les está yendo este país de las manos. Adivinan que muy pocos los quieren y respetan. Ser famoso y relevante ha dejado de ser un atributo admirable. Todos saben quién es Joaquín Lavín, pero sólo parecen dispuestos a votar por él sus vecinos de barrio, y a regañadientes. Tener historia política hoy equivale a tener prontuario.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-658
La elite está convulsionada. Todas las elites. Lo que ven es desorden y desprolijidad. El mundo político completo, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, está de acuerdo en que tenemos un mal gobierno. Ya no quedan ahí bacheletistas entusiastas. Sus partidarios apelan más bien a razones morales, de principios, de convicción. Suscriben sus deseos, pero les cuesta defender su gestión. Según Zurita: “Bachelet representa una cierta pureza, una cierta inocencia que los demás han perdido”. Debe estar más sola que nunca. Me cuentan que para las elecciones municipales ningún candidato quiere jugar de oficialista. Menos para las parlamentarias. Hasta Lagos tomó una distancia inaudita. Lily Pérez asegura que el ex mandatario “cruzó el Rubicón”. Ella misma no descarta que sea su candidato presidencial si las circunstancias lo ameritan. Los ministros sólo salen a escena para dar explicaciones: la ministra Blanco por los niños muertos y las pensiones de gendarmería, y la ministra Delpiano por los errores que se le cuelan incluso en universidades inexistentes. El resto no se sabe dónde están. “Pensando en sus candidaturas”, me dicen. El común de los mortales, en cambio, parece continuar su vida con bastante normalidad. Tengo la impresión de que esta vez “la crisis” está golpeando más a los ricos que a los pobres.
Las elites están desesperadas no sólo por la ausencia de gobierno, sino también por su propia incapacidad para gobernar. Se les está yendo este país de las manos. Adivinan que muy pocos los quieren y respetan. Ser famoso y relevante ha dejado de ser un atributo admirable. Todos saben quién es Joaquín Lavín, pero sólo parecen dispuestos a votar por él sus vecinos de barrio, y a regañadientes. Tener historia política hoy equivale a tener prontuario. La pureza es el atributo de los advenedizos. Aunque no lo digan en público, la última esperanza de esta elite política es que la juventud no participe en las elecciones. Esa juventud, en todo caso, no tiene candidatos. El nuevo mundo se mueve en contra, no a favor. Desprovista de proyectos, la izquierda invita a reclamar, no a construir, porque muerto el socialismo y la Revolución, sólo le queda la incomodidad. El proyecto neoliberal, mientras tanto, por donde se mire hace aguas: acaba de llegarle la hora a las AFP, su corazón, y pronto será el tiempo de las isapres. El problema de los ancianos no es tanto la plata como solventar su salud, y es de suponer que el reclamo por las bajas pensiones tarde o temprano decantará por ese lado. Aunque sus dueños no puedan entenderlo, para esta nueva ciudadanía chúcara no es banal que unos ganen fortunas manejando sus ahorros, y que al devolvérselos no les alcancen para vivir. Los vientos no corren a favor de la derecha, aunque una mala administración de izquierda les genere esa ilusión.
Los grandes empresarios saben que ésta sigue siendo la economía más confiable de América Latina, pero no soportan la pérdida de control que implica este desorden. Las cosas funcionan, pero ya nadie sabe cómo. Según un amigo español, ellos llevan un año sin gobierno y nada está peor. “¿Será que los gobiernos no sirven para nada?”, me preguntó. “En el corto plazo, es posible”, le contesté, “en el mediano ya no”. Las elites prefieren pensar que la comunidad ha enloquecido –días atrás se realizó una marcha con el eslogan “Locos por nuestros derechos”–, y la verdad es que son ellas las confundidas. Quieren que las entiendan, cuando en una sociedad democrática, su tarea es entender.

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