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Cultura

1 de Septiembre de 2016

Milagros Abalo, poeta: “A veces escribir poesía es inventar un silencio”

A comienzos de agosto publicó “Esto es”, su segundo libro de poemas, con un repertorio de amplio espectro que aborda desde temas sociales y políticos hasta los derroteros mentales de la ansiedad y la memoria, para rematar con un extenso poema de amor o “un mar que no habíamos visto nunca antes”, de acuerdo a Raúl Zurita. Todo eso con un lenguaje nítido que amortigua con delicadeza las ráfagas de violencia, y que cada tanto logra someterlas al vaivén del viento o al silencio de una catedral. Aquí da algunas pistas, aunque al final son poemas, y la poesía, dice ella, es o no es.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

Milagros-Abalo-foto-alejandro-olivares

“Cuando alguien dice ‘esto es’, está definiendo algo que le es cercano, un todo personal, por así decirlo. ‘Esto es’. ‘Para mí, esto es’. En el fondo, es una forma de decir que esto es lo que yo puedo ofrecer”, dice Milagros Abalo (1982) sobre el origen del título de su libro. “Y por una cosa sonora, también. Son frases que son como cuñas, cuando la gente dice ‘¡esto es, po!’”.

De respuestas breves, sobre todo ante preguntas largas, acaba de publicar un libro de poemas que pretenden hablar por sí mismos y así lo hacen, nutriéndose de registros escritos y orales hasta el punto de conseguir que en un mismo poema convivan versos como “sóbame las nalgas suavemente, en pijama un doggystyle”, con las imágenes de alta confección: “Un Cristo junto a la ventana por donde entra el afuera como una cascada a punto de secarse”. Aunque estudió Literatura y trabaja como editora de textos, explica que su propio arribo a la poesía fue tardío: “El primer libro (‘La normalidad de una familia’) lo escribí hace cinco años. Probablemente las experiencias llegan muy temprano, pero la escritura llega después. Hay un largo tiempo de procesamiento de todas esas imágenes, pensamientos, sonidos, y que ocurre en el inconsciente. Porque creo que la escritura está muy vinculada al inconsciente. Es desde que ahí empiezan a asomarse esas cosas”.

En el poema “Pensamiento hablado”, una mujer que podrías ser tú está preocupada de que no le caiga una rama seca en la cabeza, porque parece que piensa demasiado. ¿Tu necesidad de hacer algo con las palabras viene de ahí, de darle vueltas a todo?
–Sí. De hecho, yo no sé qué es primero, si acuñar un pensamiento o acuñar una voz. Son movimientos profundamente ligados. A medida que se va generando un pensamiento respecto a las cosas, ahí también se va acuñando una voz. Y la poesía en mi caso tiene que ver con un estar siempre pendiente, siempre mirando, escuchando, atenta a lo que pasa. Si voy caminando por la calle y escucho algo, por alguna razón lo registro, y cuando escribo, voy construyendo con todo eso. En ese sentido, yo creo que pienso en la poesía 24 horas al día, entre muchos otros pensamientos, claro. Al leer “La normalidad de una familia” todos piensan que yo estoy haciendo una especie de confesión familiar, y no es tan así. Son voces que se reproducen, imágenes que uno ha visto y que, claro, las traspasa por su propia experiencia. En “Esto es”, por ejemplo, hay un poema que habla desde una depresión que impide levantarse. Esa fue una depresión de la que yo fui testigo, no mía. Y lo que ahí me impresionó fue ver como a esa persona le desaparecía la voz. La depresión en la que entró fue tal, que la voz se le esfumó.

Pero tú sí caminas pensando que te va a caer una rama encima, ¿o no?

–Sí, es que soy paranoica, ja, ja, ja. Y se han caído muchas ramas ahí, yo las he visto. Pero claro, a veces el pensamiento se excede.

¿Dónde caen esas ramas?
–En Providencia, en Lyon. Son los plátanos orientales. Como son muy viejos, cuando hay viento las ramas se quiebran. Y de repente vas caminando y ¡pa!, se caen. Y ese poema también tiene que ver con un sentido del azar. Con que hay una cuota de azar en todo –también en la escritura– que uno definitivamente no controla. Unos lo llamarán Dios, otros suerte.

“La vergüenza de la mala suerte”, dice ese poema.
–Sí, a la suerte le tengo su respeto. Soy supersticiosa. En Chile somos supersticiosos, en general, y yo me crié con todas esas historias. En mi casa habían muerto personas y penaban fantasmas. Toda una “otra realidad” que uno no veía, pero sí vivía.

La primera lectura de poesía que la marcó fue “La musiquilla de las pobres esferas”, de Enrique Lihn, que recibió de un profesor de castellano en su último año de colegio y a partir del cual siguió de largo hacia todos los demás. Sus referencias inmediatas son poetas que escribieron en nuestro idioma, pero una estación de paso importante fueron las norteamericanas. “Creo que algunas poetas gringas como la Sylvia Plath, la Anne Sexton, la Anne Carson, me dieron una cierta libertad, más oscuridad también, incluso más feminidad. Quizás, como son mujeres, encontré líneas muy cercanas, ciertas cosas que una como mujer identifica. Aunque al final, la poesía no tiene sexo. Al menos yo no la leo desde esa distinción, para nada.

Nadie relaciona a un poeta con otro porque los dos sean hombres, pero eso sí pasa con las mujeres. ¿Te acomoda el lugar “poesía escrita por mujeres”?
–Me es indiferente, en realidad. Entiendo que se usen esas categorías, pero al final no dicen mucho. La poesía es o no es, nomás.

Pero hay poetas que sí plantean su obra y su poética desde esa pertenencia.
–Claro, pero es como decir que ser escrita por mujeres la pone en una condición especial de apreciación. Y no, ¿por qué? Debería tener las mismas condiciones de juego. Si uno lee un poema, ahí está sucediendo algo. Y a eso, si quieres, después le incorporas biografía, de mujer o de hombre. Pero decir “poesía de hombres” suena ridículo, ¿o no?

O puede implicar una reivindicación, como cuando piden que el Premio Nacional lo gane una poeta mujer porque hace mucho que lo ganan hombres.
–Sí, pero yo no creo en eso. En este caso, creo que sí había una poeta que lo merecía, la Elvira Hernández. Pero si no la hubiera, no creo que porque “le toca a una mujer” tengan que dárselo a alguien cuya poesía, la calidad de su poesía, no hable por sí sola.

Los poetas, sean mujeres u hombres, son muy dados a no dejar descendencia. Muchos han muerto sin hijos.
–Sí. ¡Y yo ya tuve tres!

Un caso particular.
–Quizás muchos poetas no armaron familia porque es un oficio muy demandante. Te empieza como a sacar, a llevarte a otro lado. Pero yo creo que en la vida uno va haciendo las cosas así pa adelante, nomás. Y se pueden hacer con hijos. Incluso, la maternidad te da una experiencia que tiene algo muy semejante a la escritura.

¿En qué sentido?
–En que ambas experiencias se van descubriendo a sí mismas durante el mismo proceso. Uno sólo descubre sus capacidades de madre, así como de poeta, a medida que va haciendo esa búsqueda. Son procesos de búsqueda, siempre sujetos a revisión, uno nunca termina de hacerse madre o poeta, como que nunca llega a su 100%.

Y así como no se puede escribir el mismo libro, los hijos nunca tienen la misma edad.
–Claro, van surgiendo siempre nuevas necesidades. Y es curioso, pero yo publiqué el primer libro cuando nació mi hija, y el segundo ahora con los mellizos. Fue en todo ese proceso de maternidad, que fue muy intenso, donde escribí muchísimo. No te digo que haya escrito los poemas mientras daba pecho, pero mi cabeza estaba en una sintonía de escritura, digamos. Captando sensaciones, imágenes, sonidos, silencios, todo eso. La falta de silencio, también. Quizás fue, en parte, una necesidad de salir, de darle aire a ese estado como animal que tiene la maternidad.

De hecho, nadie pensaría que “Esto es” fue escrito desde ese estado. El poema alusivo a la maternidad, “Madres a la fuerza”, tiene que ver con el derecho al aborto, y muchos otros tocan temas contingentes: la tele farandulera, la depredación del mar, los refugiados de guerra, un suicidio en el Costanera Center…
–Sí. Para mí la poesía también tiene sentido por ahí. A veces es un modo de protesta, pero sobre todo me interesa el poeta que está mirando lo que sucede. Desde un adentro, desde un pensamiento, pero también con los ojos puestos afuera para tratar de mostrar qué pasó, qué se sintió, sin necesidad de establecer un discurso al respecto. Todo discurso alberga una cierta aspiración a ser la verdad, la única perspectiva para ver algo, y ahí empiezo a tomar distancia.

Matías Celedón escribió que tu libro ecualiza con la sensación térmica que hay en Chile. ¿Cuál podría ser esa sensación térmica?
–Bueno, desde el primer poema, donde está la rabia, hasta otros que son más deprimentes, creo que hay elementos de lo que está pasando.

¿Estamos entre la rabia y depresión?
–Creo que, de alguna manera, todo fluctúa cada vez más en esa bipolaridad. Entre el irse para adentro y después ¡paaa!, el estallido para afuera, y queda la cagá, y después volver a deprimirse. Y no me refiero solamente a la rabia social, a esa sensación generalizada de abuso que tiene buenas razones para existir, sino también al mismo individuo. Ponte tú, he recibido muchos comentarios de mujeres que en el poema de la rabia se vieron muy reconocidas. Reconocieron un sentimiento muy cotidiano en ese texto.

SEÑALES DE VIDA

Hay una intención muy clara en tu poesía de dejar que hablen los silencios, los rincones, las paredes. Que hasta la luz de un semáforo reflejada en una pared diga algo.
–Sí. Quizás se trata de proyectar imágenes de las que puedan surgir espacios de silencio. Visualizar el reflejo de ese semáforo que cambia de luz, en ese poema, crea un reposo, una luz de tranquilidad que interrumpe todo eso que estaba pasando. Es como buscar señales de vida en el silencio.

En contraste con una…
–¡Con una matraca mental que no para! El silencio es como fuuu… un reposo.

Entre poemas que hablan de ansiedad, rabia y otros ruidos muy molestos.
–Claro, son distintos estados mentales que se van reproduciendo a lo largo del libro, y entre esos estados mentales, la única tregua es el silencio. Son experiencias que van como buscándose: el que llega a sentir verdadera rabia, después lo único que quiere es el reposo, porque la rabia extrema te deja liquidado, físicamente. El problema es que a la mente cuesta silenciarla. Entonces, a veces, escribir poesía es inventar un silencio. El poema “Ir a la Catedral” es ir a buscar un silencio.

Hay que ir más seguido, parece.
–Yo voy de repente a la Catedral, a encontrar cierto alineamiento. De los ejes, eso sí, no de los chakras, ja, ja, ja.

Otra fuente de alineamiento que buscan mucho tus poemas es el viento.
–Claro, porque eso también tiene que ver con el ritmo interno de los poemas. Con tratar de reproducir el vaivén de una especie de liviandad sonora, como de oleaje. Encontrar el propio ritmo, digamos, la propia respiración. El viento en eso es un maestro.

“Ir flotando suspendida / en el centro de todo aquello”, dices.
–Ese es un poema sobre la muerte (“Un viaje adelantado”), que surgió de un sueño en el que yo me moría. Estaba muerta. Y era bastante ameno, la verdad. Un viaje tranquilo. Creo que no hay que temerle.

Te cité esos versos porque creo que resumen tu intento de conjugar esa liviandad para flotar, no estar tan pesado, pero a la vez “estar en el centro de todo aquello”, no quedar a la deriva.
–Sí, yo creo que de eso se trata. Ese es el movimiento exacto. Porque para lograr esa aparente liviandad, ese ir flotando, tienes que tener todo más o menos claro.

Ni tan dormido ni tan desvelado.
–Sí, la idea es encontrar una especie de limbo entre esas dos fuerzas, entre el alivio que tiende al sueño y la cosa nerviosa que puede tender a la desesperación. Hay que buscar un punto de encuentro donde sea posible combinarlas. Porque mucho sueño, nos quedamos dormidos, la Bella Durmiente forever. Y mucha realidad, nos agotamos.

Tus incursiones por esos oscilantes limbos recuerdan un poco a la Emily Dickinson.
–Ah, ese sería un elogio maravilloso. Pero la Emily Dickinson ya llegó a hablar otro lenguaje. La otra vez me puse a leerlas a ella y a la Mistral y encontré que, en ciertos poemas, estaban hablando el mismo lenguaje. Si en algo me puedo vincular con la Emily Dickinson, quizás sea en su relación con la naturaleza, de reproducir los modos vitales de la naturaleza en el lenguaje, en las imágenes. Yo creo que hay mucho que aprender de la naturaleza. No me refiero a describir un paisaje, sino al lenguaje de los movimientos que hay ahí. Por eso el viento.

Las frecuencias…
–Claro, las aguas también. Hay un movimiento ahí, que en mi escritura me gusta tratar de tenerlo siempre presente. Esos movimientos son por algo. En todo caso, la naturaleza en estos poemas es más bien adversa. En general es el hombre frente a una naturaleza que en cualquier momento se pega la virá. Bueno, en Chile lo sabemos bien: en cualquier momento pasa un 27-F. Es esa conciencia como la del documental de Herzog, “Grizzly man”, el de los osos: por más que quieras entenderte con ella, la naturaleza tiene un instinto. Y no es de maldad, es así nomás. No podemos tratar de manejar eso.

Escribes con un lenguaje nítido, poco especulativo. ¿Te ves lejos de la poesía más experimental que se hace cargo de una “crisis del lenguaje”?
–Sí, yo no escribo desde “las crisis de la palabra y del lenguaje”. Esas visiones apocalípticas, como que no. Creo que los poetas, cuando están trabajando en serio, pueden establecer relaciones que están más allá de todo eso. Siempre puede decirse algo nuevo, desde otro lugar, desde otra mirada. Mientras haya seres humanos, no hay manera de que eso se acabe.

¿Qué te pareció el Premio Nacional a Manuel Silva Acevedo?
–Creo que la Elvira Hernández tiene una obra mucho más conduntente. Para mí, deberían haberlo ganado ella o Bertoni. Y también creo que el premio debería ser anual.

¿Un poeta debería esperar que la sociedad le financie la vida por escribir poesía?
–No, no tiene por qué. A un carpintero también tendrían que financiársela, entonces. A mí me encantaría ganarme las lucas con la poesía, pero sé que no se puede. Hay que arreglárselas nomás, y seguir escribiendo.

Milagros-Abalo-portada-libro

(lectura portada libro)
ESTO ES
Milagros Abalo
Hueders, 2016, 103 páginas

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