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Opinión

9 de Septiembre de 2016

Columna: Preguntas al Lagos del presente

El escenario que nos plantea la irrupción de Ricardo Lagos a las fuerzas de cambio es sumamente complejo. Enfrentarlo de manera airosa requerirá de mucha creatividad y audacia, pero por sobre todo, de unidad, autonomía a toda prueba y una vocación irreductible porque nuestra política sea la proyección política de las luchas que la propia sociedad ha venido pariendo en estos últimos años.

Andrés Fielbaum
Andrés Fielbaum
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El anuncio de Ricardo Lagos de ser nuevamente el candidato presidencial de la Concertación ha detonado una serie de críticas desde las fuerzas sociales que han encabezado el malestar en los últimos años. Los cuestionamientos se han concentrado en sus “cuentas pendientes”, es decir, en las reformas y transformaciones impulsadas en su gobierno anterior que fortalecieron la ganancia de grupos empresariales en desmedro del bienestar de la mayoría del país en educación, transporte, salud y construcción de infraestructura pública, como ocurrió con el CAE, el Transantiago, el plan AUGE y el apogeo de la política de concesiones.

Si bien todas estas críticas son justas, es relevante enfatizar aquellos elementos más recientes que permiten avizorar que un nuevo gobierno laguista sería también de profundización neoliberal. Esto toma particular relevancia al observar que Ricardo Lagos ha asumido su candidatura con un discurso que asume la necesidad de hacer reformas, que incorporó una autocrítica por el CAE y que mostró iniciativa desde hace varios meses respecto a la nueva Constitución. Dicho de otra manera, discutir principalmente sobre el legado de su anterior gobierno dibuja una cancha que el ex Presidente está dispuesto a enfrentar. Sin embargo, existen diversos elementos propios del presente que visibilizan los conflictos que Ricardo Lagos tiene hoy:

¿Cuál será el carácter de las reformas?

Un ciclo de reformas puede profundizar la mercantilización de los derechos básicos (como el CAE) y el subsidio directo del Estado a la ganancia empresarial (como el AUGE) o bien, revertir estas situaciones (como las reformas que el movimiento estudiantil o el previsional demandan). Un mínimo de transparencia exige que el candidato asuma posición respecto a la dicotomía más relevante que se ha instalado los últimos años en el país: ¿Subsidiar el negocio con los derechos básicos o garantizarlos universalmente? ¿Más mercado o más democracia?

¿Con quién se implementarán las reformas?

Para contestar a la pregunta anterior, podemos encontrar pistas en las élites partidarias que deberán sostener e impulsar un eventual gobierno suyo. La DC y su participación en directorios de Universidades privadas y AFP, el PS y sus vínculos con el grupo Luksic, y por sobre todo, el partido que ya lo proclama y que hemos enfrentado directamente desde Izquierda Autónoma los últimos meses: el PPD, con su participación en Laureate International Universities (trasnacional del lucro en la educación), en las AFP Provida y CUPRUM, y su relación tan intensa con Ponce-Lerou que significó incluso que SQM militara formalmente en el partido. ¿Es posible impulsar una agenda que quite el mercado de la educación si las conducciones de su partido siguen construyendo ese mercado y enriqueciéndose con él?

¿Son las reformas o son las concesiones?

Quizá la frase más reveladora de la visión país actual de Ricardo Lagos la encontramos en la frase que le dijo hace pocos meses a los empresarios: “hay que concesionar todo lo que sea concesionable”. Dicho de otro modo, con la discutible excusa del crecimiento, propone dinamizar una agenda de construcción de infraestructura vía la política de concesiones. Esta política es un pilar relevante del modelo de Estado subsidiario, pues traspasa ingentes cantidades de dinero al mundo privado (16 mil millones de dólares durante toda la transición), despoja al mundo público de su capacidad de construir y pone así como prioridad los ingresos de las concesionarias por sobre la construcción de infraestructura útil y bien hecha. La “compulsión concesionista” es la otra cara de la moneda de una política que mercantiliza los derechos básicos.

El problema es la Concertación

Las preguntas anteriores reflejan un elemento que no puede ser matizado: el problema principal de la candidatura de Ricardo Lagos no es el candidato, sino el la búsqueda por proyectar el proyecto político y social forjado en la transición. El proyecto de Ricardo Lagos es, en definitiva, una ofensiva política para reconstruir niveles de legitimidad social razonables para un modelo de desarrollo que ha consolidado la desigualdad y la mercantilización, entregando hasta los elementos más básicos de nuestras vidas al rentismo de las élites y reorientando el papel estatal a la formación de nichos de acumulación regulados y subsidiados. La búsqueda de mayor legitimidad podría significar ciertas concesiones sociales (como aumentar la cobertura y el monto de bonos y becas) o políticas (respecto a la nueva Constitución), sin modificar los elementos principales de la manera en que se organiza la vida en sociedad. Considerando aquello, dos conclusiones principales emergen:

Es a la Concertación como fuerza colectiva a la que debemos superar. Lo relevante aquí no es si son los denominados sectores progresistas y si es el viejo partido del orden. Lo central no será el papel de la Democracia Cristiana. Hoy las cúpulas de los partidos concertacionistas, todas ellas, son funcionales a los intereses de los grandes grupos empresariales criollos, con quienes han construido una verdadera alianza histórica, que se ha expresado estos últimos meses en el financiamiento de la política, pero que es de mucha mayor profundidad y complejidad.

La efectividad de una arremetida laguista debe ser una señal de alerta para las fuerzas emergentes, sobre lo difícil que será constituir una alternativa política que se proyecte históricamente en la sociedad al punto de enterrar la eterna transición chilena. En particular, al mismo tiempo que participamos en procesos electorales, debemos ser capaces de enfrentar y doblarle la mano a la Concertación en las luchas concretas que los movimientos sociales han venido levantando. Nuestra propia existencia se justifica sólo si somos capaces de transformar concretamente, tanto en este gobierno como en el próximo, las principales reformas en disputa, de modo de conseguir por primera vez en décadas que los intereses de la mayoría de la sociedad se vean representados al tomar las decisiones más relevantes. Esto es especial relevante en la reforma a la educación superior, tan anhelada por la sociedad chilena y que hoy se encuentra en franco riesgo de naufragio.

El escenario que nos plantea la irrupción de Ricardo Lagos a las fuerzas de cambio es sumamente complejo. Enfrentarlo de manera airosa requerirá de mucha creatividad y audacia, pero por sobre todo, de unidad, autonomía a toda prueba y una vocación irreductible porque nuestra política sea la proyección política de las luchas que la propia sociedad ha venido pariendo en estos últimos años.

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