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26 de Septiembre de 2016

Luis Maira, representante de Chile en proceso de paz en Colombia: “la violencia no es algo que nació con las FARC”

"Este proceso ha tenido muchísimas particularidades y lo que yo quiero contarles es por qué hay aprendizajes, singularidades, experiencias de la negociación colombiana que van a ser útiles y permanentes en los futuros procesos de paz que tendrán lugar en África, en el Medio Oriente y en Asia del Sur. Porque, por fortuna, este es el último caso en América Latina de un conflicto armado interno en un país. Yo diría que esto ocurre por cinco razones. Es más, ahora mismo estamos trabajando en el Consejo de Relaciones Internacionales de América Latina (RIAL) y vamos formar un grupo de expertos para estudiar con la mejor gente que tengamos en la región estos aprendizajes. Queremos preparar un Informe y también un libro más reflexivo sobre los aportes de este Proceso de Paz", expuso recientemente el militante del PS en un foro abierto realizado en la Universidad de Chile.

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El pasado lunes 12 de septiembre, Luis Maira, militante del PS y exministro de la Concertación, realizó una conferencia de prensa en la Facultad de Derecho de la Chile, a propósito de su rol como representante de Chile en el Proceso de Paz de Colombia. En el foro, organizado por el Partido Revolución Democrática y el Movimiento Autonomista, dijo lo siguiente:

“En primer lugar quiero agradecer la invitación de los dos partidos–Revolución Democrática y Movimiento Autonomista–que han preparado esta conversación. Creo que el tema de la Paz en Colombia debiera interesarle a todos los chilenos porque es un asunto de primera magnitud para América Latina y para los tiempos y proyectos que vienen en nuestra región.

Quiero hacer una presentación en torno a tres series de reflexiones. La primera es la violencia en la historia colombiana. Me interesa demostrar que la violencia no es algo que nació con las FARC y el ELN sino que es parte del proceso histórico mismo de la sociedad y el Estado colombiano. En segundo lugar, quiero referirme a los Diálogos de Paz en La Habana, de los que he sido testigo y participante y por tanto he vivido muy de adentro todo lo que ha sido la construcción de estos acuerdos y algunos de los aprendizajes que hemos hecho en torno al trabajo de las dos partes, el gobierno de Colombia y las FARC. Y tercero, quiero hablar de lo que viene, qué puede pasar de aquí en adelante y qué podremos hacer que ayude al mejor avance de este proceso de paz cuyos acuerdos finales hemos firmado hace unos 15 días y que serán solemnemente ratificados en una ceremonia que se hará el 26 de septiembre en Cartagena. Luego, el 2 de octubre, una semana después de esa ratificación, en la que esperamos que estén la mayoría de los jefes de estado de América Latina y otras autoridades de la cultura y el pensamiento de alcance mundial, va a venir el plebiscito en el que el pueblo colombiano va a decir sí o no a esta propuesta.

Lo primero que a mí me interesa comentar, es la relación entre la violencia y la historia de Colombia. He tenido la suerte desde mi exilio en México de trabajar mucho sobre América Latina, mucho más de lo que he podido hacer acá en Chile en actividades académicas pues, prácticamente, no he tenido ninguna regular desde que el 7 de septiembre de 1973, cuando di mi última clase antes del golpe de Estado en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional de la Universidad Católica que fue clausurado pocos días después. Desde entonces no he tenido, por mi agenda, oportunidad de hacer un curso o actividades académicas más largas en mi país y vengo ocasionalmente a este tipo de invitaciones. Pero he trabajado mucho en América Latina, he recorrido bastante los 20 países que la forman y he vivido largamente en algunos de ellos como Argentina, Brasil y México. He tratado de entender su historia, porque cuando uno se aproxima a estas veinte verdades históricas de América Latina, que son sus países, no encuentra esa identidad tan fácil que el discurso político afirma. América Latina tiene raíces y pueblos originarios que marcaron profundamente lo que sería el futuro de nuestros países cuando se independizaron. Son Estados que tuvieron una identidad colonial común. Fueron parte, dieciocho de ellos, del imperio español; el más grande, Brasil, del imperio portugués; y el más pobre Haití, del imperio francés.

Pero más allá de lo que son estas identidades de etapas, periodos y características relativamente compartidas, la historia nacional de ellos es siempre distinta y hay que acercarse a la racionalidad de lo que es propio de cada país para empezar a entenderlo de verdad, alejándose de ese marco más genérico. Ese es el ejercicio que yo tuve que hacer para avanzar mi trabajo académico y quiero compartirles mis principales percepciones.

Colombia es un país fuertemente asociado a la violencia desde su origen. Colombia fue primero, ustedes saben, una creación nacional más extensa que nunca se llamó así pero que siempre se la conoció como la Gran Colombia. La Gran Colombia fue establecida por Simón Bolívar en 1819, y en términos de la realidad de hoy, abarcó cuatro países: Venezuela, Colombia, Panamá (que en esa época era una provincia colombiana) y Ecuador. Eso duró hasta comienzos de 1830. La triste y solitaria muerte de Bolívar a fines de ese mismo año estuvo asociada mucho a la pena que le causó el final tan abrupto y trágico de su proyecto de la Gran Colombia. Esta nació porque había en el gobierno de la Gran Colombia un general fuertemente identificado con el propio Bolívar, Rafael Urdaneta, venezolano, y contra este general que venía de la otra “provincia” vecina se alzó la oligarquía de Cundinamarca y de Antioquia (Bogotá y Medellín actuales), y provocaron la fractura de este estado mayor. Bolívar creía en los países grandes, poderosos, y en la Carta de Jamaica de 1814 había insinuado seis formaciones nacionales, de las cuales la única pequeña era Chile, del cual dijo cosas maravillosas que debieran enseñarse aquí y no se enseñan.

Bueno, Colombia nace de esta guerra civil, la pierden los bolivarianos, prevalece la identidad nacional más inmediata y de ahí en adelante Colombia inicia su trayectoria como un Estado Nacional de un tamaño más que mediano. Estamos hablando de un país de 1.120.000 kilómetros cuadrados, 50% más grande que Chile, que hoy tiene 48 millones de habitantes, es decir, mucho más poblado pero también un país abruptamente fragmentado por su geografía. Uno lo ve y a veces para recorrer distancias relativamente pequeñas usa tiempos inverosímiles: para ir desde Bogotá a Cartagena en el Caribe, el avión demora menos de una hora y un auto demora 27. Esto da una idea de las dificultades que tiene la infraestructura colombiana, y si piensan un minuto, un país que ha vivido en guerra civil no hace caminos porque eso puede facilitar la tarea al enemigo o al que quiera apoderarse del poder político. Entonces, hay una especie de correlación histórica entre el atraso en la infraestructura y el desorden y la violencia en la política.

Lo concreto es que la violencia nace en Colombia junto con el país y lo acompaña largamente. El primer mito que hay que levantar es que la violencia es el fruto de la Revolución Cubana y el guevarismo que surgen como concepción a partir de 1959. En estas reuniones que hemos tenido todos los meses, en un ciclo de 11 días en La Habana, hubo una sesión dedicada a un estudio colateral para el Proceso de Paz sobre la violencia y la historia colombiana. Las partes invitaron a doce historiadores de un arco muy amplio en cuanto a sus posiciones a escribir doce ensayos sobre este tema. Ellos fueron, entonces, a una sesión de trabajo en La Habana y discutimos un día entero sus conclusiones. Nos contaron lo que habían hecho, y ahora está en prensa el libro que es el resultado de esos trabajos. Pero, lo que quiero contar es que la parte más fascinante y más profunda de la discusión no tuvo que ver ni con las FARC ni con el ELN, tuvo que ver con la violencia del siglo XIX. Daniel Pécaut, un gran historiador francés que hace 40 años vino a Colombia y se hizo colombiano, y Eduardo Pizarro León Gómez, otro de los historiadores principales del país, discutieron en sus trabajos y en esa sesión cuántas guerras civiles había habido entre el fin de la Gran Colombia y el comienzo de la Colombia actual, 1830, y 1886 que es el año en que se aprueba la Constitución emblemática de la Colombia tradicional. El equivalente de lo que fue la Constitución de 1833 en Chile, pues igual que en el caso chileno, la de 1886 tuvo muchos cambios pero fue el texto animador del desarrollo institucional del país hasta que se aprobó la Constitución de 1991, que se hizo en una Asamblea Constituyente con otros caracteres y que es una Constitución moderna, probablemente la más moderna que exista en algún país de nuestra región.

En el diálogo de los historiadores se discutía lo siguiente: unos decían que había habido 38 guerras civiles desde 1830 a 1886 y otros afirmaban que 52. Hablaban de guerras civiles, no nacionales solamente, también guerras en regiones o lugares más acotados pero siempre enfrentamientos con muertos y bajas. Entonces nosotros, los que estábamos ahí, venezolanos, cubanos, noruegos y chilenos (que éramos los cuatro países que participábamos en este proceso) nos mirábamos y decíamos: no importa mucho si sean 38 o 52. Lo asombroso es que un país tenga tantos conflictos civiles en 60 años. Y esa es la marca de Colombia. Para mayor precisión el siglo XIX se cierra y el siglo XX se abre con lo que ellos llaman “la Guerra de los Mil Días” que empieza en 1899 y termina en 1902. Al historiador argentino Tulio Halperin Donghi, que ha hecho probablemente la historia más conocida de América Latina, la que más fácilmente uno encuentra y lee para iniciarse en el tema, alguna vez le oí decir que él creía que no había en el mundo un país que tuviera una tal complicación para resolver fuera de la violencia sus diferencias fundamentales. Todas las guerras civiles colombianas hasta 1965 fueron guerras entre conservadores y liberales y la vida de Colombia hasta 2002, año en el que en el gobierno de Uribe desaparece el Partido Liberal porque le cambian el nombre (el partido conservador todavía existe), liberales y conservadores dominaron la historia del país y animaron todas estos conflictos internos. 70.000 muertos tuvo la Guerra de los Mil Días y lo que dice Halperin Donghi es que no conoce otra guerra más devastadora, que haya aniquilado todo el capital social y el activo que un país podía construir. No quedó camino, no quedó puerto, no quedó embalse en pie porque esa guerra civil acabó todo. Fueron tan devastadores sus efectos que Colombia no tuvo energías para impedir en Panamá, la secesión que lo convirtió en un Estado nacional que hizo posible el Canal de Panamá y su control por parte de los Estados Unidos.

Después hubo otras guerras, como una por un pequeño cambio agrario que se intentó en 1936. Y luego vino la peor de todas las guerras civiles que se origina tras el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948. Esa es una de las pocas fechas que uno tiene que aprender de la historia colombiana porque es un parteaguas en su existencia. Ahí termina un tiempo y empieza otro. Gaitán era un líder popular del Partido Liberal y este era el único que producía gente más cercana al movimiento campesino y a las demandas sociales de base en Colombia. Gaitán era un hombre con carisma, con convocatoria y era evidente que iba a ganar la elección presidencial que se hacía en 1949. Cuando se funda la OEA, el mismo día que empieza su convención constitutiva, el 9 de abril de 1948, Gaitán es asesinado a tiros en pleno centro de Bogotá. Esto provoca una reacción tal en el país que por 7 años se origina el peor enfrentamiento y mueren 260.000 personas. Esto es el punto de partida de la Colombia contemporánea que nos interesa. Ellos llaman a este periodo “La Violencia”, con mayúscula, su trama ocurre de 1948 a 1955; y para terminar con esto convocaron a un militar, el General Alfredo Rojas Pinilla, para que fuera Presidente de la República, ya que los civiles se habían declarado incapaces de resolver este asunto. Y segundo, inventaron un acuerdo político que llamaron el Frente Nacional, en que conservadores y liberales formaron una coalición y se repartieron alternadamente el poder; un presidente liberal y otro conservador, pero manteniendo el que no tenía el gobierno el tercio del Parlamento, el tercio del gabinete y un tercio de los gobiernos regionales del interior. Fue un desastre, pero fue la forma de terminar esta carnicería. Ahí emerge Manuel Marulanda Vélez “Tirofijo” que sería el fundador de las FARC.

El vivía en un pequeño pueblo. Las guerras civiles transcurrían en todos los pueblos, y bando que perdía o lo mataban o se iba. Y ahí perdieron los liberales. Marulanda reunió a 38 familiares y amigos más cercanos y se fueron a la montaña a sostener la resistencia armada. Y resultó ser un genio militar tan formidable y un caudillo político tan convocante, que en un año tenía más de 2.000 combatientes y armó un ejército. Y el Partido Liberal, cuando arregló sus cosas, lo desconoció. Entonces, Marulanda se radicalizó y se vinculó al Partido Comunista. El Partido Comunista colombiano era un partido muy pequeño, un partido de poca influencia pero, durante la Guerra Fría, el comunismo significaba la Unión Soviética, y proporcionaba recursos y un apoyo internacional para sobrevivir. Y sin entrar a militar, asociándose al partido comunista, Marulanda pudo darle continuidad a su movimiento guerrillero. Luego, cuando viene la Revolución Cubana lo siente como aquello que siempre había soñado, se asocia con el proceso cubano y funda las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, como un movimiento cercano a la revolución y a Fidel en 1965.

El otro grupo guerrillero es un grupo distinto. A mí me resulta más fácil de comprenderlo, son la gente del Ejército de Liberación Nacional, ELN. El ELN se declara una coalición de organizaciones sociales, no son solo una organización guerrillera. Las FARC se definen como un ejército campesino, vienen del mundo rural. El ELN se define como una coalición social de organizaciones que quiere el cambio en Colombia y declara que, como el cambio social es imposible en las condiciones institucionales y políticas de Colombia, donde la izquierda además ha sido muy pequeña siempre, optan por el camino armado como la forma de hacer viable su propia plataforma. En su formación y en su liderazgo más público ha jugado un papel fundamental los cristianos de izquierda y a esa familia yo la conozco bien. Los cristianos de izquierda tienen una condición peculiar: son gente que antepone la pureza al compromiso y al poder. Entonces para ellos no importa tanto ganar como dar testimonio y mantenerse puros. Y ese testimonio se puede dar muy bien en un enfrentamiento con el poder del estado, en una guerrilla. Por eso el primer líder que hace famoso mundialmente el ELN es Camilo Torres. Camilo Torres es el primero de los muchos dirigentes del ELN que vienen de la teología, de la pertenencia a una estructura religiosa que origina un compromiso de alma y de quehacer con los pobres pero están lejos de lo que es la política como actividad, que tiene al poder como su centro y al estado como un eje referencial fundamental. Y esto se nota. Es más difícil negociar con ellos, conceden menos, son menos pragmáticos y son más tenaces -si ustedes quieren poner una expresión- en la forma en que definen sus plataformas y que las mantienen, a pesar de que, a veces, el tiempo indica que ha llegado la hora de hacer ajustes y modificar puntos de vista.

Bueno, esos dos son los actores y esa es la guerra. La guerra de estos 51 últimos años es una guerra de inspiración marxista fundamentada en el pensamiento de Ernesto Guevara y en su forma de entenderlo que se resumen en su consigna: un, dos, tres Vietnams. Y esta fue la propuesta de los años 60 y de los 70 en el pensamiento que acompaña al desarrollo internacional de la Revolución Cubana.

Bien, la gente de estos dos grupos – las FARC y el ELN – no tienen grandes concertaciones, a veces están en un mismo territorio pero actúan separadamente. Tampoco han tenido enfrentamientos trágicos de eliminarse mutuamente, viven vidas independientes, autónomas como organizaciones armadas. Y también ha sido así la negociación actual. Ha sido por separado; con las FARC, más pragmáticas ya cerramos y con el ELN hicimos el fin de las conversaciones preliminares el 30 de marzo en Caracas pero no podemos realizar todavía la primera sesión pública porque hay otros asuntos pendientes que tienen que ver con condiciones para el inicio de esas conversaciones.

Lo concreto, es que este proceso había tenido muchos capítulos fallidos en la historia previa, y ahora caminó hasta llegar a un cierre positivo. ¿Por qué pasó esto? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué hace posible este proceso más exitoso y más ordenado de negociación? Han ocurrido varias cosas, aunque voy a tocar solo algunas. La primera, es que el fin de la Guerra Fría agotó un contexto favorable a los movimientos guerrilleros en América Latina, pues desaparece el socio natural de una contienda bipolar con Estados Unidos, que era la Unión Soviética y el campo comunista. Eso se desvanece de una manera asombrosa para los que tuvimos que vivirla. En semanas se desploma en Europa Oriental en 1989 el grupo de países comunistas del Pacto de Varsovia y el CAME y, finalmente, en los dos años siguientes se acaba la Unión Soviética que parecía una potencia invulnerable. Entonces los movimientos que vivían en el marco del internacionalismo provocado por la Guerra Fría, quedan sin apoyo y sin recursos y terminan en todo el continente estas experiencias. Algunas terminan debido a la decisión de sus dirigentes que hacen el cambio de organización y de método, otras terminan simplemente porque se van haciendo pequeños, tienen deserciones y son derrotados militarmente por los gobiernos nacionales.

En Colombia no los derrotan. Siguen existiendo con fuerza hasta ahora porque encuentran un elemento de sustentación que es la droga. Ellos dicen, y lo dicen con convicción: “nosotros no somos narcotraficantes, somos revolucionarios”. Controlamos territorios en los cuales tenemos que buscar financiamiento para nuestra actividad. Así, nuestro germinal sistema tributario le impone un gravamen al cultivo de la hoja de coca, los campesinos les pagan 10% de su cosecha y, sobre todo, los que organizan la producción de la cocaína, que tienen laboratorios e instalaciones, pagan en función de lo que generan para sacar finalmente su producción y comercializarla en el mundo, sobre todo en los Estados Unidos. Ellos son muy tajantes en marcar ese matiz, pero obviamente han estado asociados a esta actividad sin la cual habrían corrido la misma suerte que otras organizaciones que tuvieron corta vida desde el final de la Guerra Fría.

El segundo elemento decisivo para que ellos existan, pero también para se hayan decidido a negociar, es que en América Latina surgieron políticos desde las organizaciones guerrilleras que tuvieron éxito. Y otros vinieron no de organizaciones guerrilleras pero también tuvieron una actividad militar buscando la captura del Estado, como Hugo Chávez. Entonces esos líderes, Hugo Chávez en Venezuela y Pepe Mujica en Uruguay, tienen enorme influencia moral y política en convencerlos de que “el camino no son los fierros”, como dice él, sino que es la política. El presidente Salvador Sánchez Cerén, el actual Jefe de Estado de El Salvador que fue el segundo en la jerarquía militar de las cuatro organizaciones armadas del FMLN y también influyó con sus puntos de vista y ayudó a persuadirlos. Hubo muchos momentos decisivos de pre negociaciones, de conversaciones, de dirigentes creíbles para ellos que dialogaron con las estructuras del ELN y, sobretodo, de las FARC. Entonces esta pedagogía, que dice que no es tiempo de las armas, que es tiempo de la política y que le puede ir bien a alguien de izquierda que esté en la política, fue muy importante en la toma de decisiones para negociar. Además, porque estaban afectados por un plan norteamericano muy eficaz, el Plan Colombia, que era un apoyo de alta tecnología que transfirió a las Fuerzas Armadas y a la Policía colombiana elementos tecnológicos avanzados que Estados Unidos habitualmente no transfiere.

Los planes militares norteamericanos entregan siempre elementos de la anterior generación de armamento. Aquí transfirieron, igual que a Israel, lo mejor de su producción para que pudieran enfrentar a estas guerrillas y derrotarlas. Y el resultado fue que las FARC tuvieron por 55 años un sistema defensivo de tres círculos, de un kilómetro, quinientos metros y doscientos metros, colocando al centro como invulnerable a su organización militar superior, su Comando Superior Militar. Y en poco más de un año les eliminaron a dos Comandantes de sus fuerzas por la vía de proyectiles teledirigidos de cinco o seis kilómetros, con apoyo satelital, con drones y con la inserción de un chip en la bota de uno de los dos comandantes eliminados. Los eliminaron, y el cerco de protección no sirvió de nada. Ellos entendieron su vulnerabilidad en ese episodio. Pocos años atrás murió Tirofijo, su comandante histórico con 80 años, ya muy viejo en la montaña y también eso fue una experiencia significativa, una lección, un antecedente para un balance.

Lo concreto es que las FARC estuvieron dispuestos a negociar para llegar a un acuerdo y eso se produce en 2012. La primera reunión se hace en Oslo y ahí eligen cuatro países para que los acompañen, dos garantes (Noruega y Cuba) y dos acompañantes (Venezuela y Chile). Los garantes están siempre en la logística del apoyo de las conversaciones pero no intervienen en la discusión, no hablan, solo oyen. Y los acompañantes hablan pero no ven, pues llegan al final del ciclo, y reciben lo que en términos jurídicos -ya que estamos en la Facultad de Derecho- sería “el alegato de la causa” de las dos partes. Hablamos por separado con las partes, nunca los vemos juntos, y nos cuentan sus motivos por qué no tienen un arreglo y, también, por qué creen tener la razón. Y nosotros, al escuchar los dos relatos (esto lo hacemos en un mismo acto venezolanos y chilenos, nunca vamos separados, vamos juntos a oír estos relatos) las más de las veces nos damos cuenta cuando no están tan lejos de un acuerdo y se pueden aproximar las propuestas. Tenemos, con discreción, la capacidad de hacerlo en esos tres días finales de un Ciclo, y podemos hablar si es necesario con las dos partes. Si ellos se ponen de acuerdo más tarde, miel sobre hojuelas, pero al juntarse ahí ya no participamos los acompañantes. Nuestra tarea es escuchar, proponer individualmente a las partes y que éstas decidan sin interferencia.

Así avanzamos en los cinco puntos. El acuerdo de Oslo tiene cinco temas de la Agenda. Uno, cambios agrarios. Colombia es un país que no ha hecho ni siquiera una reforma agraria de macetero, como la llamamos en esta misma Aula Magna de la Facultad de Derecho que entonces tenía dos pisos, con un escenario imponente. En los años 60 cuando yo estudié aquí, nosotros hacíamos discusiones. Estaba el gobierno del presidente Jorge Alessandri, que hizo “una Reforma Agraria porque el gobierno americano pidió en la Alianza para el Progreso que se hiciera una”. Nosotros la llamábamos “Reforma Agraria de macetero” porque no tenía ninguna significación para cambiar la tenencia de las tierras ni nada. Los colombianos, para decirlo en chileno, nunca hicieron siquiera “una Reforma Agraria de macetero”, están con una estructura rural intacta. Y cada vez que hubo el intento de hacer algo hubo conflicto civil. Entonces el primer punto es cambiar y modernizar la estructura productiva del sector rural. Y esa es la propuesta número uno y eso se acordó.

El punto dos es la participación política. Es obvio. Si estás en la guerra, tienes una organización armada y si quieres dejar las armas, es para ingresar a la política, no vas a ir a un convento. Y tienes que tener ventajas y oportunidades para organizarte políticamente y eso fue el punto dos.

El punto tres fue la droga ilícita y su relación con el conflicto. Las FARC aceptaron poner fin a todo tipo de relación o vínculo con el negocio de la droga ilícita. Lo dijeron de una manera que fue tan rápido que el acuerdo más fácil de los cinco fue ese. Dijeron: nosotros no somos narcotraficantes, somos revolucionarios. Los revolucionarios realizan acciones ilegales, y para hacer acciones ilegales no puede haber financiamiento legal. Hay que buscar financiamientos ilegales y nosotros que somos el germen de un Estado recaudamos recursos donde podemos para financiar la guerra. Y una de las actividades que se realiza en el mundo actual es el comercio de la droga ilícita. Por tanto nosotros le imponemos tributo a esa actividad y eso nos ayuda a mantener la lucha armada. Ahora queremos ser una organización política, por tanto queremos funcionar legalmente. Cuando seamos una organización legal, vamos a tener un financiamiento legal. Y parte de lo que queremos negociar es que el estado ayuda a financiar la política, y que se prohíba el uso de otros fondos que vengan a ensuciarla. Y eso permitió firmar en dos sesiones, el tema que parecía el más complejo de los cinco.

El cuarto tema fue el de las víctimas y sobre todo, la reparación del daño causado a las víctimas. Colombia tiene siete millones de víctimas: seis millones son desplazados, gente que por la guerra fueron echados de sus campos y de todo el sector rural porque ese fue el teatro de la guerra. Yo he visitado lugares cercanos a Cali, donde la semana anterior (y estamos a hablando de una distancia de 45 kilómetros de la tercera ciudad más importante de Colombia) había habido un enfrentamiento en el pueblo que visitamos, entre las FARC y las Fuerzas Armadas. Y eso – nos dijeron – pasaba todo el tiempo y la gente nos contó que habían tenido que excavar una especie de subterráneos muy rústicos para refugiarse mientras las balas cruzaban sus casas precarias. Como esa realidad era imposible para la mayoría de la gente, se fueron a otra parte, dejando atrás sus casas, sus suelos, su memoria familiar; a veces se fueron o a otros países o a otras regiones de Colombia. Vean ustedes: la guerra civil siria en sus cinco años, con todo lo sangrienta y brutal, todavía no llega a esa cifra, va en cinco millones y algo. Los seis millones de colombianos desplazados es una cifra asombrosa y eso va a implicar reparaciones enormes y es parte de la complejidad del tiempo posterior a la firma de los acuerdos.

El quinto punto de esta agenda fue la justicia transicional. Los que estudian derecho, si hay aquí algunos, lo van a entender más fácil, pues el Derecho Internacional Público ha cambiado más que ninguna otra disciplina jurídica en los últimos veinte años. Y en materia de Procesos de Paz más todavía porque se ha afianzado la idea de que hay crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y violaciones sistemáticas de derechos humanos, que son inamnistiables e imprescriptibles. Por tanto, ahora no se puede hacer ninguna negociación en que a un violador de derechos humanos o al autor de un crimen de guerra se le aplique una ley de amnistía, porque en La Haya hay una Corte Penal Internacional con competencia para anular esa negociación y abrir un proceso. Entonces, ahora las negociaciones, después del Estatuto de Roma que preparó este cambio en 1998, son negociaciones sujetas a requisitos y exigencias desconocidas previamente. El acuerdo de Chapultepec de 1992 que cerró la guerra civil de El Salvador, acordó una amnistía general, las partes firmaron y se fueron cada uno para su santo, cada uno para su lugar, los guerrilleros a sus anillos de seguridad pero ninguno fue procesado y nadie ha ido preso. Se acabó la guerra civil y se organizaron políticamente y los ex guerrilleros ahora el gobierno lo tiene el FMLN, primero con el presidente Funes y ahora con el presidente Sánchez Cerén.

Esto ya no puede pasar ahora y esta “dificultad” obliga a hacer un proceso de negociación mucho más complejo. Entonces lo que yo quiero comentar en el último apartado de mi exposición sobre este punto, es cómo el Proceso de Paz de Colombia ha acabado siendo, por estas exigencias objetivas externas, el proceso de paz más importante en lo que va corrido del siglo XXI. Es primer gran conflicto armado que se resuelve aplicando las normas del Estatuto de Roma, buscando las soluciones sin pasar a llevar el Derecho Internacional Humanitario. Y eso es mucho más difícil que antes cuando se lograba un acuerdo y se podía aprobar y firmar una ley de amnistía y se acababa el problema.

Entonces, este Proceso ha tenido muchísimas particularidades y lo que yo quiero contarles es por qué hay aprendizajes, singularidades, experiencias de la negociación colombiana que van a ser útiles y permanentes en los futuros procesos de paz que tendrán lugar en África, en el Medio Oriente y en Asia del Sur. Porque, por fortuna, este es el último caso en América Latina de un conflicto armado interno en un país. Yo diría que esto ocurre por cinco razones. Es más, ahora mismo estamos trabajando en el Consejo de Relaciones Internacionales de América Latina (RIAL) y vamos formar un grupo de expertos para estudiar con la mejor gente que tengamos en la región estos aprendizajes. Queremos preparar un Informe y también un libro más reflexivo sobre los aportes de este Proceso de Paz.

Pero sobre esto al menos uno podría decir lo siguiente:

Primero, esta es la primera vez en la historia de un proceso de paz en que hay un protagonismo de las víctimas. Las víctimas, que son todos estos millones de personas, tienen muchas organizaciones nacionales, regionales y locales, y en un momento en La Habana hubo la decisión de que ellos se organizaran e hicieran un planteamiento, contaran sus experiencias y pusieran sus exigencias al Proceso de Paz. Así primero, hubo tres encuentros en lugares de mucho enfrentamiento, que fueron Villavicencio, Barrancabermeja (en el corazón del Magdalena Medio en lo que es el gran corazón petrolero colombiano, que es grande) y otro en Barranquilla, en la zona del Caribe. Después, como había muchos grupos que no estuvieron ahí, se hizo un Encuentro Nacional de Víctimas en Cali con dos mil doscientos representantes de víctimas y se acordó pedirles a las dos partes que recibieran a las víctimas en La Habana. Entonces, representantes genuinos de todas las víctimas pudieran elegir ampliamente a quienes enviaban a La Habana para que plantearan su situación. Por cinco meses la negociación se suspendió en los demás temas para concentrarse en cinco sesiones de trabajo con grupos de 12 víctimas. Eso incluso fue absolutamente decisivo: que las dos partes tuvieran que oír, a cinco metros de distancia, las historias sobrecogedoras que narraban las víctimas, de una brutalidad indescriptible. Esto los quebró y los convenció de que estaban moralmente obligados a hacer la paz. Porque esta gente era la que más había sufrido, y yo me acuerdo de eso ahora, cuando veo los discursos de los opositores al acuerdo. Nunca dejaron las víctimas de todos los orígenes decir – por lo menos el 90% de ellos – después de haber contado cosas que uno no podía creerlas, “no dejen de arreglar sus diferencias, no se paren de esta mesa sin haber cerrado un Acuerdo de Paz”. Estos testimonios fueron de una enorme fuerza, de un poderío indescriptible, conmovieron a las dos partes. En una palabra, fue el momento en el que yo creo que se afianzó la obtención de los acuerdos.

Por eso, este proceso tiene un primer aprendizaje, que es el protagonismo de las víctimas, porque las víctimas no se fueron nunca, se quedaron a través de sus representantes, tuvieron palabra y opinión en los acuerdos mismos y van a ser actores decisivos en la ejecución de los acuerdos. Ahora sabemos que eso es una cosa clave, indispensable para un proceso de paz efectivo y limpio y lo será de ahora en adelante.

Segundo, hubo un acuerdo de género. Nunca un Proceso de Paz había tenido una Comisión de Género. Y lo que las mujeres dijeron en sus declaraciones fue: “nosotras hemos padecido de una manera especial los daños provocados por la guerra y queremos reparaciones especiales para las mujeres y para nuestras familias, para nuestras madres y nuestras hijas por todos estos problemas. No se trata solo de violencia sexual: también exigen reparación por el trato, padecimientos y el papel que tuvieron que padecer en la guerra.

Tercero, hubo en La Habana un protagonismo de los altos mandos militares. Los políticos hay cosas que no arreglan, que se enredan. Pero esas cosas que ellos no arreglan, los militares las conocen al revés y al derecho. Son su sabiduría profesional. Y hubo un grupo de Comandantes guerrilleros a este lado y un grupo de altos oficiales de las Fuerzas Armadas y la Policía de Colombia al otro, que arreglaron en un mes todos los problemas de armamento, la dejación de armas, el acantonamiento de los guerrilleros, tareas de resocialización de los contingentes de la guerrilla. Todo eso que los políticos habían discutido dando vueltas a la noria, los encargados militares los resolvieron, porque su profesión les permite entender mejor la parte concreta de esas demandas y resolverlas. Otro aprendizaje fundamental.

En cuarto lugar y en la misma línea, para marcar sólo las cosas principales, está el tema de la justicia transicional. Para poder resolver algo que fuera concordante con el Estatuto de Roma hubo que crear una Jurisdicción Especial de Paz, que es la parte más innovadora y creativa de los Acuerdos y la que menos voy a explicar porque es muy técnica. Pero un Grupo de tres juristas, de alta calificación designados por cada una de las partes, produjo en un mes – después de seis meses de desacuerdo – un documento de noventa puntos sobre esta Jurisdicción Especial para la Paz que indica cómo se van a juzgar, condenar y sancionar los crímenes contra la humanidad y los delitos contra los derechos humanos. Para hacer eso tuvieron que realizar una construcción jurídica nueva. Lo hicieron estos seis expertos. De nuevo, hay cosas que los negociadores políticos no captan, no tienen la sofisticación específica ni el conocimiento concreto para resolver esos problemas. Entonces los convierten en consignas y no hay acuerdos. El Presidente Santos tuvo la idea de buscar tres expertos en Derecho Internacional Público del gobierno y pedirle a las FARC, que de sus muchos asesores, que son muy notables muchos de ellos, pusieran tres que les dieran confianza. Entonces esos juristas en un plazo corto organizaron este texto. Y es muy interesante el subtítulo de este documento titulado “Jurisdicción Especial para la Paz.” El subtítulo es el siguiente: “Principios básicos del componente de justicia del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición”. O sea, es un enfoque muchísimo más amplio, para darle un alcance más profundo y poder asumir una realidad tan complicada y brutal como la de Colombia. Por eso, cuando aprobamos ese punto, el día 23 de septiembre – ustedes se acordarán, lo vio el mundo entero – se reunieron el Presidente Santos con Timochencko, que nunca había ido a La Habana, siempre iba el segundo, Iván Márquez, el Jefe de Estado de Cuba, Raúl Castro, los acogió y les tomó las manos. Esa imagen, a mi juicio, es la imagen central del Proceso de Paz. Porque ese día, resuelto el problema más complejo, que era definir qué justicia y qué penas iban a haber para los que habían cometido delitos contra la humanidad, ese día dimos el salto hacia la etapa final de este proceso.

Todavía quedaron cosas muy importantes—como el cese definitivo y bilateral de las hostilidades y la dejación de armas—que las cerramos; las acordaron ambas partes con el apoyo y la participación en lo que podíamos aportar de los 4 países Garantes y Acompañantes. Este Acuerdo se firmó el 23 de junio de 2016. Y esta vez se produjo un fenómeno inédito: (quinto punto) nunca en la historia de las Naciones Unidas desde su fundación en San Francisco en 1945, habían concurrido a un Proceso de Paz, el Secretario General de Naciones Unidas, el Presidente del Consejo de Seguridad y el Presidente de la Asamblea General. Y ellos estuvieron ahí avalando el Proceso de Paz. Por eso les va tan mal a los opositores de este proceso cuando tratan de descalificarlo, porque también la Corte Penal Internacional de La Haya hizo una Declaración de su Fiscal General, la jurista de Gambia, Fatou Bensouda, señalando que eran satisfactorios y suficientes los acuerdos para el procedimiento penal del Acuerdo de Paz con lo cual el riesgo de que esto sea derribado por acciones internacionales en la justicia recién creada ya no existe. Y, por lo mismo, se han hecho todos los resguardos ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos que sería el organismo regional competente para ver también una demanda de esta clase. Sobre esta base y estas garantías, el 2 de octubre van a decidir los colombianos en un Plebiscito sobre el respaldo de los Acuerdos de Paz.

Termino diciendo que este proceso ha sido muy notable. Ahora ha sido un enorme privilegio haber participado – representando a Chile – en sus avances. Todos estos aportes hay que recogerlos y transmitirlos porque es una experiencia que otros debieran aprovechar para que en el futuro las cosas sean mejores cuando tengamos este tipo de retos.

Pero yo no podría dejar de decir para concluir que hay muchos asuntos difíciles que surgirán en la etapa que se llama “el post conflicto”. Yo creo que se va aprobar el acuerdo de paz, hay información confiable para mí, que me dice que la aprobación incluso tiene márgenes de respaldo de una clara mayoría en los grandes centros de votación ciudadana en Colombia. Si esto se aprueba vamos a una Colombia nueva, distinta, pero también encontraremos problemas y riesgos que hay que tener en cuenta y tratar de ayudar a resolver.

Primero tenemos que ver cómo el ELN entra en este proceso, porque el ELN es una segunda organización armada con estructura nacional, con un poder de fuego, con una capacidad militar que le dan numerosos hombres adiestrados. Se habla en los Institutos de Estudios Internacionales Estratégicos de Estocolmo y Londres, los más famosos, de cifras que llegan, en el caso de las FARC, alrededor de los ocho mil combatientes. Hay muchos más, milicianos y otras fuerzas civiles de apoyo que acompañan a ese núcleo duro. También calculan en más o menos la mitad de esa fuerza la que tiene el ELN. Ambos están muy bien dislocados, en lugares difíciles de acceder en Colombia. Por algo han vivido 51 años tirando tiros y haciendo acciones armadas. Entonces hay que avanzar en la Negociación de Paz con el ELN. Hicimos con ellos durante dos años y medio de conversaciones preliminares que concluyeron el 30 de marzo pasado. Esta misma noche yo me voy a una nueva conversación porque estamos tratando de hacer la primera reunión pública del proceso de paz, y ha habido dificultades. Y es muy importante que ellos digan algo positivo pronto porque va a ayudar mucho eso a que la gente vea la paz completa y no solo la paz con la mayor organización armada.

Va a haber, además, muchos problemas en torno a la reparación de las víctimas, o a la nueva organización productiva en el sector rural. Imagínense ustedes lo que es un país que ha vivido durante más de cinco décadas con manchones de territorios liberados por todas partes. Es muy impresionante ver el mapa de Colombia y apreciar tantos pequeños espacios que tienen bajo su control las FARC y el ELN – e históricamente también el M19 antes de hacer el acuerdo que lo llevó a la participación política a finales de los años ochenta. Colombia va a ser ahora un país de verdad integrado en todo su territorio y muchos estiman en cifras, que discuten, de un aumento de hasta un 1.5% del PIB, para ponerlo en el tamaño de la torta que es la economía de un país y cuánto va a significar tener estas nuevas oportunidades. El tipo de desarrollo del sector rural que va a poder existir y si todo se hace en términos de justicia y paz. En fin, puede haber un cambio histórico.

Pero también hay enormes problemas políticos, hay impugnaciones. Las FARC recibieron una representación simbólica en el próximo parlamento y en el siguiente de 2018 a 2026. Va a haber cinco representantes de las FARC en la Cámara de Diputados y cinco en el Senado si no obtienen el 3% de votación mínima para su representación. Y eso es una cosa que se agita muy fácilmente cuando algunos dicen por qué no van todos a la cárcel. El discurso de quienes se oponen al Acuerdo puede ser muy eficaz porque toca temas sensibles para la gente, especialmente para aquellos que perdieron a sus familiares o que ellos mismos fueron objetos de tortura, de reclutamiento forzoso o experimentaron agravios al interior de sus familias. También, está el riesgo que este proceso puede tener algún rebrote porque también están los paramilitares, no he hablado hasta ahora de ellos. En Colombia hay una organización armada guerrillera hasta más grande, en fuerza y en número en muchos momentos, que las dos organizaciones ligadas al pensamiento del Che que son las FARC y el ELN, que hicieron acciones francamente brutales. Si yo no supiera nada de los paramilitares y no hubiese estado en estas cinco sesiones con las víctimas a las que me referí, no sabía que casi la mitad de las víctimas lo eran de la brutalidad de los paramilitares. Los paramilitares negociaron hace diez años con el gobierno y están saliendo libres ahora sus principales comandantes. Esto puede ser una complicación para este proceso. El ex Presidente Uribe resolvió parte de las complicaciones porque envió a una parte de sus líderes extraditados a Estados Unidos. Esos no van a volver pero los que sí fueron juzgados en Colombia tienen condenas con un tope de ocho años, igual que en la propuesta de Jurisdicción de Paz actual, y están saliendo libres habiendo cumplido su condena por lo que van a participar en la política colombiana.

Entonces hay mucho elemento complejo y nosotros pensamos que América Latina tiene que estar detrás de este esfuerzo. Les quiero contar que en este grupo de cuatro países Garantes y Acompañantes había tres que tenían un aporte claro. Colombia le pidió a Cuba y a Venezuela que estuvieran en la mesa porque tenían una cercanía con las organizaciones armadas. El error de los procesos previos fue el no tener a nadie en la mesa que tuviera la confianza y fuera un aval de condiciones equitativas en la negociación para los grupos armados. Y Cuba en el caso de las FARC ha cumplido un papel admirable en el apoyo y cooperación con el proceso que agradecen antes que nadie los propios representantes del gobierno colombiano. Y en el caso del ELN, el papel de Venezuela es primordial. De modo que han sido actores esenciales en la mesa y eso es indispensable para tener negociaciones que funcionen. Y Noruega, representa una especie de gran espacio de decencia y expertise en el mundo. Todos los procesos de paz han pasado por Noruega. Ellos tienen un Oslo Forum que cada mes de junio, analiza todos los procesos de paz que hay en el mundo, fija líneas y orientaciones, pone dinero y financia los procesos de paz. En Centroamérica así lo hizo en los años 80 y 90 del siglo pasado y los fondos noruegos han sido decisivos para realizar los programas de cooperación al desarrollo.

Noruega es uno de los cuatro países que ha cumplido el compromiso de decenio del desarrollo, adoptado en 1968 por los países desarrollados, de dedicar a cooperación el 0.70 de su PIB. Estados Unidos dedica ahora solo el 0.12, España que era un país que, antes de su actual crisis hacía alguna colaboración, destinaba a esto el 0.26 de su PIB. En cambio, los cuatro estados nórdicos tienen todos programas por sobre el 0.70 del PIB. Parte de esos recursos lo dedican al progreso de los países en desarrollo y Noruega es en este grupo el que más aporta.

¿Y qué aportaba Chile? Nosotros entramos a este proceso durante el gobierno del presidente Sebastián Piñera en 2012 y contribuimos a una imagen de “equilibrio”, porque había dos países de izquierda en el grupo y Chile aparecía como un país más ordenado y más tranquilo. También con una significativa tradición en el campo del Derecho que venía de los aportes de Andrés Bello y su Código Civil del siglo XIX. Esa era la contribución de Chile, pero todavía era poco. Entonces, cuando empezamos a trabajar en La Habana con Raúl Vergara, ex Subsecretario de la Fuerza Aérea en el Ministerio de Defensa en el primer gobierno de la Presidenta Bachelet, también antiguo oficial de la FACH, que ha aportado un conocimiento técnico militar extraordinario—juntos hemos sido un equipo que se ha esforzado por ampliar lo que Chile podía hacer en las conversaciones—nos dimos cuenta que América Latina estaba a favor de la Paz pero no estaba organizada para apoyarla. Entonces, organizamos ocho Comités Nacionales, primero en Chile y después en Brasil, México, Argentina, El Salvador, Costa Rica, Paraguay y Uruguay.

Todos estos Comités – llamados Grupos de Amigos de la Paz en Colombia – son tan amplios que representan la totalidad del espectro político-cultural de cada país. Por ejemplo, en el Comité de Uruguay, están el presidente Julio María Sanguinetti, la figura más importante de la derecha uruguaya, desde el término del régimen militar y José Mujica que es un símbolo, un político con un pasado revolucionario, que hace declaraciones que otros no realizan, legaliza la droga, apoya la ampliación de las organizaciones sociales en la toma de decisiones de políticas pública, en fin todas las cosas que hace Mujica.

En El Salvador el Grupo es aún más amplio porque está el ex presidente Alfredo Cristiani y su Ministro de Relaciones Exteriores, Óscar Santa María, y ellos eran en 1992 el gobierno del Partido ARENA considerado como una política ultraconservadora. Pero ellos fueron a las negociaciones, firmaron la paz en el Castillo de Chapultepec y ahora son parte del Comité Salvadoreño de Apoyo a la Paz en Colombia. Y allí hay también cinco ex comandantes guerrilleros (que ahora no todos son de izquierda, otra cosa interesante de ver en las biografías de las personas). Pero una de ellas, Ana Guadalupe Martínez fue la figura más emblemática porque era la única Comandante mujer durante la larga guerra civil de 12 años entre 1980 y 1992. Así son los grupos que Chile ha organizado y que apoyan en su conjunto el proceso de La Habana.

Nosotros nos esforzamos para que haya gente que refleje todo el abanico de posiciones de cada país para así tener a los sectores más amplios de América Latina para trabajar juntos hacia adelante. Esta gente está dispuesta a seguir como una Red Latinoamericana de Cooperación, apoyando proyectos productivos y sociales replicables. A aportar lo mejor de las experiencias que todos los países tenemos. Porque en todos hay algunas cosas que hemos hecho bien y eso se puede transmitir por la vía de la cooperación técnica. Hay también algunos fondos de cooperación financiera en el Banco de Desarrollo de América Latina/CAF, que es una institución muy eficiente que tiene planes para otorgar en los años venideros una cooperación de 1.500 millones de dólares para estos proyectos y concretarlos.

De este modo, los Grupos de Amigos de la Paz ya hicieron la parte del apoyo al avance hacia la paz. Ahora tenemos que acompañar la ejecución de los Acuerdos de Paz en los cinco puntos que yo he reseñado. Todo esto es muy importante que Chile lo haga, y que lo hagamos todos. Hay cosas en las cuales no hay derecho a la dispersión de las energías y donde asuntos que son comunes hay que encararlos entre todos. Tener algunas tareas comunes nos hace bien, sobre todo si son nobles. Incluso nos deja más energías para pelear en aquellas otras en que no vamos a tener acuerdos. El respaldo a la ejecución de los Acuerdos de Paz hay que hacerlo pronto, hay que hacerlo en toda América Latina y eso es lo que se viene luego que se firme el 26 de septiembre el documento final de los Acuerdos de Paz, algo que, a su vez, los colombianos tienen que validar en el plebiscito del 2 de octubre.

Y como yo tengo la esperanza que ambas cosas van a salir bien, tenemos que dedicar nuestras energías a pensar en cómo seguimos hacia adelante en el camino de la Paz en América Latina”.

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