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Nacional

21 de Octubre de 2016

The chilean way: Así son las políticas comunales que diferencian a ricos de pobres

"Las personas se pueden preguntar hoy en qué cree un partido que, por ejemplo, le habla a la elite de la urgencia de flexibilizar el trabajo, pero que en los distritos populares, donde viven las personas cuyo trabajo será flexibilizado, compite en función de otras temáticas y estrategias de campaña, sin hablar de la flexibilización laboral", sostiene el investigador Juan Pablo Luna.

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perros

Ciper publica una columna de opinión del cientista político uruguayo y profesor de la UC, Juan Pablo Luna, en donde se refiere a cómo los partidos políticos muchas veces hacen un doble juego, como ser “proveer bienes públicos en un distrito, deteriorarlos en el otro distrito y ser electoralmente competitivo en ambos”.

Para sostener su tesis, Luna habla del mal endémico de los perros vagos. Entonces recuerda que “a principios de los 2000, cuando investigaba el sistema político chileno, dos dirigentes de una importante colectividad que poseía varias alcaldías en la Región Metropolitana me relataron la solución que su partido implementó para este problema y que no implicaba ni esterilizar a los perros (muy costoso) ni sacrificarlos (habría generado alarma y críticas). Lo que el partido hizo fue atrapar a los perros que habitaban en comunas centrales (las llamadas “emblemáticas” y con alta visibilidad pública a nivel nacional) y trasladarlos a municipalidades pobres donde ellos también controlaban la alcaldía. Aplicada gradualmente esta estrategia no atrajo demasiada atención pública en el corto plazo, pero contribuyó a mejorar la calidad de vida en los sectores acomodados y más visibles de la ciudad”.

Respecto de quienes tuvieron que acoger a los animales, rememora que estuvieron dispuestos a cambio de una compensación económica. Esta, “podía utilizarse para financiar campañas electorales mediante la organización de “operativos sociales” por parte de comandos de campaña, y en ocasiones, para realizar transacciones abiertamente clientelares (por ej. el pago de cuentas de luz, agua, etc., a cambio de la promesa de adhesión electoral)”.

De esa manera, y ahí la estrategia doble de un mismo partido, “los alcaldes de municipalidades pobres dispuestos a recibir perros también recibieron el reconocimiento de los líderes del partido, a cargo de implementar la estrategia. Mientras tanto, el alcalde de la municipalidad emblemática pudo aumentar su popularidad a nivel nacional, y proyectarse como candidato presidencial, en función de la contribución de su gestión a mejorar la calidad de vida durante su mandato (sin necesariamente hacer referencia directa a la menor cantidad de perros en el espacio público)”.

El investigador aclara que más que denunciar o apuntar con un dedo a un partido en particular, “lo que interesa aquí es iluminar los mecanismos de fondo del sistema político, mostrándoles a los ciudadanos las debilidades de la democracia chilena, las cuales exceden el problema de la corrupción y el financiamiento ilegal”.

“En el ejemplo de los perros vagos está implícito un problema que se menciona poco en la discusión pública: cómo la marcada desigualdad social y territorial que hay en Chile se relaciona con los mecanismos de representación política. Dicha relación puede resumirse en siete puntos relacionados pero distintos (ver el detalle de éstos acá).

Como para redondear, Luna propone que si “bien la inversión privada estimuló durante varias décadas un pujante crecimiento económico que permitió la reducción masiva de la pobreza, lo hizo manteniendo y profundizando desigualdades sociales y territoriales”.

“Las personas se pueden preguntar hoy en qué cree un partido que, por ejemplo, le habla a la elite de la urgencia de flexibilizar el trabajo, pero que en los distritos populares, donde viven las personas cuyo trabajo será flexibilizado, compite en función de otras temáticas y estrategias de campaña, sin hablar de la flexibilización laboral”, ejemplifica.

Por eso es que para el académico, “el ejemplo de los perros vagos muestra que es relativamente falaz esperar que, en sociedades desiguales como la chilena, en que los partidos pueden segmentar sus estrategias de campaña, la democracia contribuya progresivamente a disminuir la desigualdad socioeconómica”.

“No se puede saber en qué cree el partido, porque su discurso varía según el escenario y porque los escenarios no se comunican. Cada uno vive en un universo paralelo y nadie está atento a lo que pasa en una comuna donde las personas tienen más o menos recursos que uno”.

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