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Nacional

31 de Enero de 2017

Exalumnas descueran a escuela de azafatas Cenafom

Llevan funcionando hace 37 años como escuela de formación para Tripulantes de Cabina. Cada ocho meses, ingresan cerca de 200 estudiantes con la ilusión de poder volar en una aerolínea comercial, pero con el tiempo, esto cambia. Cursos irrelevantes, promesas inconclusas y una capacitación anticuada y fuera de los estándares de las grandes líneas aéreas del mundo, son algunas de las problemáticas que relatan exestudiantes de Cenafom.

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A los 19 años, un año después de haber salido del colegio, Javiera Lucero (22) buscó entrar a un instituto para formarse como azafata. Dentro de las tres escuelas que existían en ese momento, Precadet, Achac y Cenafom, se decidió por la última e ingresó el año 2015. Tuvo una conexión con el área de la aeronáutica desde siempre. Su papá había trabajado en la aerolínea United Airlines años atrás y desde chica la idea de viajar rondaba por su cabeza.

Cuando Javiera vio a la azafata de Latam en la sala de clases de Cenafom, meses después de haber empezado sus estudios, vestida con su elegante uniforme y su típico peinado hecho a punta de laca, pensó que los ocho meses y medio que tendría que estudiar ahí valdrían la pena. La azafata les explicaba a las futuras alumnas, que gracias a la escuela había podido entrar a una de las más grandes aerolíneas de Latinoamérica. Ella era el reflejo de lo que Javiera siempre quiso ser: una Tripulante Auxiliar de Cabina.

Durante los meses que fue alumna del instituto, sus días eran extenuantes. Partía a las siete de la mañana de su casa vestida con el uniforme de Cenafom. A las 8 en punto comenzaba su primera clase y la jornada se extendía hasta las 14:30. Luego, para ahorrar, volvía a su casa a almorzar. Estudiaba un poco y se arreglaba para su trabajo como anfitriona en el restorán “Tanta” en el Parque Arauco, que duraba hasta la dos de la mañana. Su rutina giraba en función de Cenafom: estudiar y trabajar para pagar el $1.800.000 que costaba la escuela, más la matrícula de $70.000.

Al finalizar ese año, Javiera tuvo la oportunidad que estaba esperando, Latam abría sus postulaciones para Tripulantes de Cabina. Ese día se arregló como le habían enseñado en el instituto: se compró un vestido formal negro con blanco, se hizo una cola en el pelo que fijó con harta laca y pintó sus labios rojos. Al comenzar la entrevista grupal, dijo que había estudiado en Cenafom. La respuesta que recibió la dejó perpleja. No era requisito ni tampoco necesario haber estudiado en alguna escuela de Aeronáutica Civil para postular, ya que la aerolínea hacía su propio curso, que era gratuito y que duraba aproximadamente dos meses. Además, la licencia habilitada por Cenafom y entregada por la Dirección General de Aeronáutica Civil al terminar sus estudios, no le servía porque podía ser usada exclusivamente para los modelos Boeing 737- 300 y 737-200, aviones que en Chile solo tienen en aerolíneas más pequeñas como DAP (que cuenta con dos aviones 737-200) o Chilejet (que tiene un avión 737- 300). Si quedaba seleccionada en Latam, tendría de todos modos que hacer el curso de nuevo y olvidarse de los casi $2.000.000 que gastó en Cenafom.

Luego de su primera entrevista, a Javiera no la llamaron de Latam. Postuló los siguientes dos años sin éxito. Este 2017 decidió entrar a un preuniversitario. Según ella, haber estado en Cenafom fue una pérdida de tiempo y dinero.

“CENAFOM ES UNA FÁBRICA DE CESANTESs”

El suelo de madera cruje cada vez que uno camina en la casona remodelada, ubicada en Antonio Varas 421. Con tan solo dos pisos, cuenta con diez salas de clases, un mockup -modelo a escala- de un avión Boeing 737-200 en el patio y algunas áreas de descanso para sus alumnos. Cenafom es la segunda escuela de Aeronáutica Civil fundada en nuestro país. Hasta el 2016, solo impartían formación como Tripulante Auxiliar de Cabina, para este año sumaron dos cursos más: Agente de Servicios aerocomerciales y Encargado de Operación de carga.

José Antonio Canessa Meza, excatedrático de la Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad de Chile en el área de la Contabilidad, es el fundador de esta escuela. Cenafom lleva 37 años en el mercado, desde el seis de diciembre de 1977. Funciona con un directorio conformado por cinco personas, incluyendo a José Antonio Canessa Cáceres, actual rector e hijo del fundador. El centro de capacitación para futuras azafatas es un espacio que surgió debido al gran desarrollo de la aviación comercial. “Las compañías tenían la necesidad de contratar a mucho personal de atención para pasajeros en los vuelos, ya que el tráfico aéreo crecía a tasas de 10% anual, pero no tenían cursos de formación y mi padre decidió solucionar ese problema”, comenta el rector de la escuela.

Ocho meses y medio duran las clases en la escuela para futuras azafatas. Según el rector, el número de estudiantes que ingresa cada año varía, puede haber entre seis a siete cursos por cada generación y cada uno de ellos cuenta con 30 a 40 alumnos por sala. La mayoría de los que entran a Cenafom son mujeres entre 17 a 20 años, recién salidas del colegio, que buscan trabajo en alguna aerolínea comercial.

Las materias que imparten en la escuela se dividen en tres grupos: asignaturas de Formación general, asignaturas de Formación profesional y asignaturas de Formación final. En las primeras, se dan cursos como Servicio a bordo, Estética e imagen, Inglés básico y portugués. En las segundas, los ramos son Meteorología básica, Supervivencia, Medicina aeroespacial, Primeros auxilios, entre otros. Y finalmente, se realizan los ejercicios prácticos como Extinción de incendios y Evacuación, además de los exámenes que son rendidos frente a la Dirección de Aeronáutica Civil (DGAC) para poder recibir la habilitación y licencia para volar solo para Boeing 737-200 o 737-300. Estos modelos no son utilizados por Latam ni Sky, quienes tienen aproximadamente el 90% del mercado aéreo nacional. Iberia, Aerolíneas Argentinas, Air France, por nombrar algunas, tampoco cuentan con estos modelos en su flota actual, ya que usan aviones más actualizados como Airbus o Boeing 767.

Según la DGAC, las escuelas como Cenafom, Precades, Achac o Alas Elite no son necesarias para obtener una licencia, ya que cualquier persona natural puede hacerlo pasando las pruebas teóricas y prácticas. La única diferencia entre los institutos y una persona que no ha estudiado en una escuela de aeronáutica civil, es la opción de practicar los exámenes en un avión. La licencia entregada por la DGAC cuesta cerca de $75.000, y debe ser cancelada por cada estudiante.

Eduardo Cevallos, integrante del sindicato de Sky, dice que los únicos requisitos iniciales para entrar a la empresa, y a la mayoría de las aerolíneas nacionales, es ser mayor de edad, tener la enseñanza media rendida y manejar un cierto nivel de inglés. “Como empresa recibimos a cualquier persona que desee ser Tripulante de Cabina”, asegura.

La Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC), es quien fiscaliza y regulariza a todas las escuelas para Tripulantes de Cabina con relación a las materias impartidas, las condiciones del establecimiento, los profesores habilitados para dar los distintos cursos, etc. El ministerio de Educación no tiene ninguna atribución sobre estos institutos ni sobre Cenafom “Esta escuela no aparece en el listado de Instituciones de Educación superior. No es una institución reconocida por el Mineduc y por lo tanto, no tenemos injerencia respecto a acciones de regulación o fiscalización”, aseguran.

Tania Alfaro (19) es de La Serena y se instaló en Santiago en el año 2015 para convertirse en Tripulante de Cabina. Optó por Cenafom gracias a una de las charlas que daba la escuela en el proceso de admisión. Según relata, le dijeron que los 15 mejores promedios llegaban con trabajo asegurado a fin de año. Al llegar a la capital, una de las primeras cosas que hizo fue formar un grupo en Whatsapp con las estudiantes de su generación para poder comunicarse entre ellas. Cuando terminó el curso, supo que de las más de 100 estudiantes que cursaban en jornada diurna, solo ocho quedaron trabajando en alguna aerolínea, pero por su propia cuenta. “Si uno estudia o no en Cenafom a las aerolíneas les da lo mismo. Al fin y al cabo ellos tienen su propio curso. Existe mucha omisión en la información cuando entras. No te dicen que Cenafom es una fábrica de cesantes”, afirma Tania desilusionada.

Para el rector José Canessa, las quejas de las exalumnas no tienen asidero alguno. “Cada persona resuelve sus propias dificultades. A la gente le entregamos una licencia de vuelo, pero nosotros no le prometemos trabajos. Nadie le garantiza nada a nadie. Si estuviésemos engañando a la gente no seríamos un instituto tan prestigioso”.

“LA MITAD DE LOS CURSOS ERAN CHALLAS”

Servicio a bordo es uno de los ramos que imparte el instituto, una especie de “Manual de Carreño” para los futuros Tripulantes de Cabina donde los aspirantes aprenden el buen trato hacia los pasajeros. Según relata María José Pinto (21), exestudiante de la escuela, para el examen final, los alumnos debían inventar un menú, comprar los ingredientes con su dinero, cocinarlos y servirlos. La escuela solo aportaba con bebidas.

Los mismos compañeros hacían de pasajeros y en grupos de cuatro repartían el alimento. Te podía tocar servir el desayuno, almuerzo o cena. A María José le tocó hacer el almuerzo: carne con arroz y verduras salteadas. La prueba se hacía en el Mockup. Orgullo de la institución que en su página web se promociona como “los únicos en Chile” en tener uno de estos simuladores y que fue construido, unos años atrás, con las piezas sobrantes del avión que el futbolista Javier Margas compró para su cadena de moteles.

De acuerdo a Javier Brinzo (39), miembro del sindicato de Latam Express, la función principal de un Tripulante de Cabina es la seguridad dentro del vuelo. En ningún momento los tripulantes manipulan los alimentos y menos los cocinan. “Estos cursos son inútiles en función de lo que realmente hacemos en los aviones, lo más cerca que estamos de la comida es cuando la calentamos para vuelos internacionales”, afirma el tripulante.

Dos meses aproximadamente es la duración del curso Estética e Imagen que impartía, hasta el año pasado, Gema Canessa, profesora y sobrina del rector de la escuela. La materia consiste en aprender a maquillarse, paso a paso, retocando y acentuando las diferentes partes del rostro. Pese a ser parte de las asignaturas de Formación general, este es un ramo al que se le da mucha importancia. Según afirman varias ex alumnas, una de las exigencias del ramo era comprar una lista de maquillajes que costaba alrededor de $70.000: toallas desmaquilladoras, cremas, base, corrector, rubor, lápiz labial, rímel, delineador de ojo, eran algunos de los productos requeridos por la profesora, y que además debían ser de una marca específica. El concepto de “femineidad y buena presencia” en Cenafom eran claves. Para Javier Brinzo, hace años que esos estándares han cambiado en las aerolíneas comerciales. Según él, para las empresas hoy es más importante la fluidez del inglés y la calidad del trabajo que un rostro bien maquillado. De hecho, el único curso similar que se le hace a las mujeres en la capacitación para ser Tripulantes en Latam dura un día, donde se les enseña los colores y peinados que deberán usar. Nada más.

Así lo reafirma una exestudiante de Cenafom y actual azafata de Latam: “Todo lo que nos pedían en la escuela era un gasto innecesario de dinero. Cuando entré aquí e hice la instrucción de dos meses de Latam me di cuenta que la mitad de los cursos eran challa, los usaban para alargar y cobrarte $1.800.000. Todas caemos en una trampa”, enfatiza la azafata.

LAS EXIGENCIAS DE CENAFOM

Dos horas entre micro y metro es lo que se demoraba Javier Cruzat (21) para llegar desde Talagante hasta la escuela. Todo el recorrido tenía que hacerlo de punta en blanco con el traje de Cenafom, que tiene que ser comprado exclusivamente en el instituto y cuesta entre $65.000 y $70.000, incluido los zapatos. Para los hombres, el uniforme consiste en un traje negro o azul marino, camisa blanca y corbata roja. Para las mujeres, una blusa blanca, pañuelo rojo, chaqueta azul marino, jumper y un pantalón del mismo color. Su uso diario es obligatorio. Por reglamento interno, los alumnos tampoco no pueden cambiarse dentro de la escuela, deben llegar con los uniformes puestos. “Tenemos un estándar. Si quieren estar en una aerolínea van a tener que peinarse de cierta forma, usar un tipo de aro y cierto tipo de zapato. ¿Quieren estudiar con nosotros? Ese es uno de nuestros requisitos”, recalca José Canessa, rector de Cenafom.

Valeria Quinan (24) estaba en medio de su clase cuando escuchó su nombre. Además de ella, diez compañeras más que eran llamadas por la secretaria y retiradas de la sala. No les decían el porqué, pero todas intuían la razón. Valeria no había pagado la mensualidad los últimos dos meses, otras compañeras se habían atrasado solo en un día, pero todas estaban en el pasillo, esperando entrar a la oficina de la Directora Académica, Verónica Brito, a quien debían darle explicaciones por el atraso de la mensualidad.

“Si reaccionabas enojada y a ella le molestaba, te negaba la entrada a clases hasta que pagaras la deuda. Podías deber un solo día, pero si le caíste mal, no volvías a tu sala hasta que pagaras. Ella me conocía, sabía que tenía buenas notas y creo que por eso me dio más plazo para pagar. Pero todo dependía de su voluntad”, relata Valeria. Otra exalumna, que no quiere ser identificada, cuenta que una vez la hicieron llamar a su padre para que hiciera la transferencia de la mensualidad atrasada durante el día y que no fue integrada a las clases hasta que comprobaron el pago.

Para José Canessa, rector e hijo del fundador de la escuela, los comentarios de las exestudiantes tienen un origen claro: hacer daño a la institución. En relación a los reclamos y omisión de información con respecto a las licencias y cursos de aerolíneas comerciales, Canessa Jr. es enfático. “Acá todos los alumnos saben todo. No andamos con cosas escondidas. Ahora está de moda que la gente joven, este muy informada sobre sus derechos, pero no de sus obligaciones. Cuando vienen a estudiar a este lugar, tienen ciertos derechos, pero tienen la obligación de autoinformarse y estudiar. Hay una gran cantidad de gente que queda en el camino y que no quiere estar informada, pero no es un tema nuestro, es un tema de su familia, fuera de acá”.

Javiera, Tania, María José y Javier no lograron volar en ninguna aerolínea. Todos han vuelto a estudiar algo completamente diferente, guardando las ganas de poder volar, junto con sus licencias y uniformes de Cenafom. Para Tania, recordar su paso por Cenafom le produce rabia e impotencia: “Te prometen que puedes trabajar en cualquier aerolínea, pero es mentira. Cuando sales, te das cuenta que todo lo que estudiaste no sirvió de nada. Te sacas la cresta por pagar mensualmente, soñando que volarás algún día, todo eso ¿para qué?”.

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