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Opinión

7 de Marzo de 2017

Fuerzas emergentes y el fin de la transición: la necesaria superación de una lógica política

Mientras lo nuevo se encuentra en plena emergencia, lo viejo lucha por no morir, en una pugna que se da en dos frentes. Por un lado, en un modo que es tan grosero como literal, con la repetición misma de las figuras que encarnaron el orden que muere (Lagos, Insulza, etc.). Pero por otro –de modo más sutil y por tanto efectivo– mediante la penetración de las lógicas antiguas en las dinámicas de las fuerzas emergentes. El éxito de este último mecanismo se mide en la medida que logra reducir las fuerzas emergentes –fuerzas transformadoras– a un simple recambio de élites.

Luna Follegati y Simón Ramírez
Luna Follegati y Simón Ramírez
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Bastante tinta ha corrido sobre a los lindes de la transición. De sus implicancias y mecanismos de articulación, como también en cuanto a las formas en que la Concertación y Nueva Mayoría han reinventado códigos y lógicas que no han hecho sino reformular políticas de pactos y consensos distantes de una transformación real de la sociedad. Sin embargo, la inminente apertura de un nuevo ciclo político advierte nuevos desafíos: la necesidad de cuestionarnos cómo generar formas políticas que, desde las mismas plataformas colectivas, se distancien de la lógica política transicional, y con ello, se constituyan en una fuerza política de nuevo tipo.

Se ha dicho que las crisis se producen cuando lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morir y es ese sentido el que quisiéramos rescatar acá. Es claro que el momento actual de la política chilena da cuenta de la crisis de un determinado orden que hoy es cuestionado. Mientras lo nuevo se encuentra en plena emergencia, lo viejo lucha por no morir, en una pugna que se da en dos frentes. Por un lado, en un modo que es tan grosero como literal, con la repetición misma de las figuras que encarnaron el orden que muere (Lagos, Insulza, etc.). Pero por otro –de modo más sutil y por tanto efectivo– mediante la penetración de las lógicas antiguas en las dinámicas de las fuerzas emergentes. El éxito de este último mecanismo se mide en la medida que logra reducir las fuerzas emergentes –fuerzas transformadoras– a un simple recambio de élites.

El creciente fenómeno de la inscripción de nuevos partidos políticos, como la propia alternativa del Frente Amplio, nos posiciona en una disyuntiva, que es la necesidad de volver a legitimar a la política en su conjunto. Las propuestas emergentes, entonces, no sólo comprenden el desafío de constituirse como una alternativa, sino que también deben dar cuenta de esa diferencia que nos distancia de la vieja élite transicional. La política de la Transición operó bajo un reordenamiento que, al alero de la Dictadura, estableció una nueva forma de comprensión y articulación entre los partidos políticos y la sociedad.

Por tanto, identificamos acá dos ejes en los cuales la lógica política de la transición se ve reflejada: (i) La separación entre lo político y lo social; y (ii) la electoralización del sujeto de la política, lo que ha implicado un alejamiento de los sectores populares y la sobrevaloración de los sectores medios. Fortalecer la configuración política del Frente Amplio, entonces, implica reconocer estos elementos para frenarlos y superarlos, construyendo una fuerza política que sea en sí misma prefigurativa de la sociedad post-transicional que debe construirse en nuestro país.

La separación entre lo político y lo social

La política transicional operó en base a la separación entre la política y la sociedad, construyó un abismo entre ambas, despolitizando la sociedad y tecnocratizando la política. Esa separación que se justificó en el temor a la supuesta regresión autoritaria, terminó siendo constitutiva de la política y la cultura cívica del país. Puesto que los partidos se encuentran en el seno mismo de la sociedad y no por fuera de ella, terminaron siendo permeados por la misma lógica y el abismo que existía entre política y sociedad, se introduce como una distinción entre las direcciones y el resto de su militancia/adherentes/simpatizantes. De este modo, la conducción política partidaria se transformó en una élite que se perpetúa en el tiempo, preocupada de su constante reproducción y fortalecimiento, propiciando la despolitización y desafección, no sólo al interior de los partidos mismos, sino que de la sociedad en su conjunto. La crisis de la transición se corona con una abstención electoral en torno al 60% y con partidos políticos que no son capaces de reinscribir a 18.000 militantes, en un país de 17 millones de habitantes.

Acabar en este plano con la herencia de la transición, implica también superar las estructuras políticas heredadas de años de funcionamiento, que tendían hacia una concentración de la toma de decisión política. Por el contrario, consideramos que es fundamental reactivar y potenciar mecanismos de politización, a través de una acción descentralizada y transversal tanto de las orgánicas como de la sociedad. Por otra parte, la democratización de las estructuras y organizaciones deben ser el sello que den cuenta –efectivamente- de una nueva forma de hacer y pensar la política. Sin ello, el objetivo de transformar las bases neoliberales que hoy estructuran nuestro país, será utópico si no demostramos, desde los cimientos mismos, que somos parte de una comprensión que diverge de la política tradicional.

El caudillismo político, como también el mesianismo y las prácticas antidemocráticas deben extirparse de nuestros espacios, ayudando a conformar nuevos escenarios de elaboración, construcción y práctica política. Nuestra tarea hoy es la radicalización democrática, lo que implica necesariamente la democratización de las propias estructuras políticas. La prefiguración no es sólo un elemento “ético” o “poético”, mucho menos un certificado de pureza política, sino que tiene un componente eminentemente práctico: una democracia radical requiere de personas habituadas a ella, y con eso, se produce una concatenación y ampliación de participación que demande una nueva política.

El resguardo contra la separación entre lo político y lo social también opera en el plano electoral. Considerando la apuesta electoral como un mecanismo clave para alcanzar los desafíos propuestos, la pregunta central es cómo construir una apuesta de representación político formal que no hipoteque lo social. El distanciamiento de las luchas y organizaciones sociales fueron las herramientas principales de una política que propugnaba la administración de un orden transicional: operó distanciando a las organizaciones y movimientos sociales de los confines del poder político. Una política transformadora es aquella que reúne lo político y lo social en este sentido, contra una concepción que plantea a uno de estos espacios por encima de otro, reduciendo a los movimientos sociales a un mero rol reivindicativo.

La electoralización del sujeto: alejamiento de los sectores populares

Junto con la separación entre política y sociedad, la política de la transición implicó un alejamiento de los sectores populares, a lo menos en tres aspectos: abandono de estos a la lógica neoliberal de la integración social vía consumo (y deuda), arrebato de los derechos sociales y reducción de su cualidad política únicamente a votos que eran requeridos cada 4 años. Hoy, en medio de la emergencia política y atravesados por una coyuntura electoral es fácil caer en la tentación de entender como sujeto de la política del Frente Amplio, únicamente a los sectores sociales donde la actividad política propia puede ser respondida con apoyo electoral, principalmente porque se trata de sectores más activos políticamente y menos desafectados: los sectores medios. Caer en esta tentación, no sólo sería darle cabida a la lógica transicional, sino que implicaría, de nuevo, hipotecar el potencial de transformación social del Frente Amplio, y, nuevamente, reducirlo a un mero recambio de élite política.

En un país tan increíblemente desigual como el nuestro, la realidad social efectivamente se puede representar como dividida entre una oligarquía y un “todo lo demás”. Este “todo lo demás” en Latinoamérica se le ha dado el nombre de “subalternidad”. Esta última es interiormente diversa, posee estratos, dentro de los cuales están los sectores medios, pero también los sectores populares, la parte de los sin parte, al decir del filósofo francés Jacques Rancière. Un proyecto transformador en el Chile de hoy debe incorporarlos a todos, particularmente a los sectores populares que hasta ahora han sido desplazados: convocar a los sin parte a tomar parte, es una tarea ineludible y fundamental. Y lo es, nuevamente, no sólo porque es lo políticamente correcto desde la izquierda, sino que además por razones prácticas: las transformaciones que Chile necesita, asociadas a la democratización y redistribución de la riqueza, requerirán de una combinación de trabajo parlamentario y movilización social y popular.

Debemos aprovechar la diversidad política al interior del Frente Amplio para ser capaces de abarcar los diferentes estratos de los subalternos de nuestro país. La sinergia política, en este sentido no estará dada porque el conjunto de los partidos que lo componen se aboquen a disputar el mismo “sujeto”, sino que, por el hecho de aprovechar las ventajas comparativas de cada partido, que, en base a sus líneas políticas y trayectorias históricas propias, puedan ser capaces de abarcar la diversidad social que compone a los sectores subalternos. Más que una particularización de temáticas y luchas, buscamos una transversalización de estas estableciendo la condición común que nos atraviesa: el despojo de nuestros derechos, injusticias, discriminación y explotación.

Hoy, es fundamental comprender que, en el camino de la coordinación y confluencia política, debemos apostar por un entramado político-social que no olvide –en su intención de mayoría– el contenido político por lo cual se disputa. Este debe presentar un proyecto país a través de un programa que se establezca como alternativa, pero también, una alternativa que en su capacidad destituyente pueda revertir los mecanismos transicionales impregnados en la institucionalidad democrática y en las mismas lógicas de la disputa política. En el abandono y superación de la lógica política de la Transición se juega en parte importante la potencia transformadora de las fuerzas emergentes.

*Luna Follegati es Dra(c) en Filosofía Política y Simón Ramírez es sociólogo.

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