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Opinión

15 de Marzo de 2017

Patricio Manns y la muerte de Ángel Parra: “Soy el sobreviviente de esa generación que echó a patadas la vieja canción”

La muerte de Ángel Parra pilló a Patricio Manns promocionando la reedición de su libro “Violeta Parra, la guitarra indócil”, en el que narra su amistad con la cantautora que este año cumpliría cien años. Con el hijo de la autora de “Volver a los 17”, los unió una profunda amistad, casi de hermanos, que comenzó cuando fundaron la Peña de los Parra en la década del '60 y que fue diluyéndose cuando partieron al exilio. Manns, que cumple este año 80, repasa su historia con Ángel y recuerda su relación con Violeta. Pero también habla de su visión de Chile, de política y de cómo lo hace para mantenerse sin achaques a su edad.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
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Eres uno de los fundadores de la Peña de los Parra. ¿Cómo se conocieron con Ángel?
-Nos conocimos poco antes de crear la Peña, en 1965. Él venía llegando de Europa con el pelo largo y pantalones de cuero negro, con cadenas raras, con la corbata tornasoleada, con una camisa negra y zapatos con unos tacos de este volado, ja, ja, ja. Luego llegó Víctor Jara seis meses después de haber inaugurado la Peña.

A la Peña le fue increíble.
-Sí. Se armaban inmensas colas que daban vuelta la manzana. A veces hacíamos cuatro o cinco funciones por noche que se alargaban hasta las cinco de la mañana. Teníamos que cerrar varias veces para limpiar las mesas y poner vino. A veces iba Salvador Allende y se sentaba en una esquina con una minoca. Y bien disimulado. Era senador, pero le decíamos presidente. Allende nos hacía clases de marxismo. Nos sentábamos a tomar vino con él y le preguntábamos por la Revolución de Octubre o la cubana, era muy pedagógico. Allende era un tipo muy leal en la amistad, y cuando andabas con tu mina, Allende le agarraba la mano y no se la soltaba más y la miraba a los ojos…ja, ja, ja. ¡Qué gallo más lacho! Uno tenía que aguantarse nomás, ja, ja, ja. De hecho, una vez a la Marta Orrego, la mujer de Ángel, le agarró la mano y no se la soltó más. Ángel tuvo que irse pa otro lado, ja, ja, ja.

¿Cómo fue tu relación con Ángel?
-Muy buena. Fuimos muy amigos en los sesenta, casi como hermanos, como una familia. Compartíamos y andábamos jodiendo siempre. Los domingos comíamos asados y chupábamos juntos. Él iba a mi casa y yo a la suya. Teníamos diferencias como todos. Pero nunca tuvimos una discusión seria. Nunca nos sacamos la madre ni mucho menos.

¿Por qué peleaban a veces?
-En la Peña, discutíamos mucho porque yo le decía “Ángel, la gente de Punta Arenas no puede vernos, vamos pa allá, porque ellos no pueden pagar para venir”. “No, la Peña es Carmen 340, aquí se canta”, alegaba. Era tozudo como bestia. Un día René Largo Farías, que hacía giras por Chile, nos invitó a Víctor Jara, a Rolando Alarcón y a mí a salir de gira. Rolando Alarcón, creo que fue él, pensó que Ángel se iba a emputecer porque antes había salido con que “el que se va de gira, no vuelve a la Peña”. Ángel estaba equivocado. La gente que llegaba a la Peña quería vernos. Y como no estábamos, se iban. Cuando se dio cuenta que no llenaba la Peña sin nosotros, volvieron Jara y Alarcón. Yo ya me hacía fuera de la Peña, cuando un día llega con una damajuana de vino a mi casa un domingo. Y me pidió que volviera. Y empecé a ir de nuevo, pero con la condición de salir cuando quisiera. Y así se armó la relación.

¿En el exilio siguieron viéndose?
-Durante un tiempo. Luego del golpe, nos distanciamos. Cada uno siguió por su lado. Pero nos veíamos en los conciertos que organizaban los latinos. Vivíamos relativamente cerca en París. Mientras él vivía en pleno centro, yo vivía en las afueras de la ciudad. A él le cargaba ir a mi casa porque tenía que tomar bus. Pero cuando yo iba al centro, siempre pasaba a tocarle el timbre para tomarnos algo o salir a comer por ahí. Manteníamos una relación en la medida de lo posible, porque cada uno tenía sus problemas. Pero el tiempo que estuvimos en la Peña, fue muy lindo. Un descubrimiento musical que sirvió para que yo me dedicara cien por ciento a la música. Fue en ese tiempo que grabé Arriba de la Cordillera, la primera canción de la Canción Chilena. Es la primera vez que se introduce en un tema la pérdida de la tierra, la imposibilidad del abigeato. Lo que se veía hasta ese entonces en música, era el huaso y el patrón con sus espuelas de plata, coqueteándose a las chinitas de trenza, con la pata afirmada en una tranquera. Esa era la imagen de la canción chilena. Y se escribía en tres acordes. Era aburridísima, desde el punto de vista, de la armonía. Y eso fue lo que hicimos con la Nueva Canción. Yo soy el sobreviviente de esa generación que echó a patadas la vieja canción, porque era pobre, rasca, repetitiva. Soy el sobreviviente de la generación de los que creamos canciones.

¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
-Hace tres años cuando sepultamos a Payo Grandona y le hicimos un homenaje para juntarle dinero. Esa vez con Ángel nos dimos un abrazo. Ahora sabía que estaba enfermo, pero no sabía en qué condiciones estaba. Ángel era un amigo entrañable. Su muerte fue un zapatazo. Es una sensación de que me estoy quedando solo. Ángel era el penúltimo que iba quedando vivo de la Peña. Jara murió, Rolando Alarcón murió, la Viola murió, el Chiruca que era un primo de Ángel murió, la Marta Orrego también, ahora murió Ángel…. se han muerto todos. Yo voy quedando. Miro hacia atrás por si aca y toco madera.

Hace cuatro años no estuviste muy bien. Te vino un cáncer también.
-Sí, me operaron de cáncer gástrico. Pero no me quedó ninguna secuela. A la Aleja (su mujer) también la operaron el mismo día de cáncer. Ninguno tuvo repercusiones. A la semana estábamos acá, con cuarenta personas, festejando el Año Nuevo con champaña y vino porque nos habían dado piedra libre. Pero es la única cosa que yo he tenido en mi vida. Ahora no sé cómo vino. En general, no tengo enfermedades de nada.

LA VIOLETA

En estos días, estás promocionando la reedición de “Violeta Parra, la guitarra indócil” (1977) donde narras tu amistad con ella. Fue en la Peña de los Parra que la conociste.
-Sí. Nosotros inauguramos la Peña de los Parra el 10 de abril de 1965 y, a la semana, llegó a Valparaíso la Viola desde Francia a bordo de un barco. Estábamos en función esa noche, y poco antes de comenzar, apareció ella. Ahí la vi por primera vez en mi vida. Yo no la conocía. Nunca había escuchado sus canciones.

¿Qué te pareció?
-Te cuento lo que pasó: yo me puse a cantar “En Lota, la noche es brava”, que trata sobre un accidente en las minas de carbón de Lota. Una canción media trágica. Termina la canción y ella dice: “¡este hueón canta boleros!” Lo dijo arbitrariamente, porque esa canción no tiene nada de bolero, es una canción rara y es una tragedia, además. Ese fue nuestro conocimiento. Después nos fuimos haciendo amigos.

¿Cómo era Violeta como amiga?
-La Viola era arbitraria, media tincada y recochina para hablar. Paraba a los tipos de una. Yo nunca tuve ningún problema con ella. Nunca peleamos. Violeta era esencialmente coqueta y un poco “rumbosa”, como las españolas que bailan flamenco y arrastran un aroma sexual por donde pasan. En ese sentido, también me llegaron las intimidaciones de su cola de fuego. Yo sentía una suerte de malestar ante esa eventualidad, precisamente porque con Ángel y Chabela éramos un poco como hermanos, aunque ella lo haya olvidado y se ha ido transformando en una especie de enemiga jurada sin mediar la menor provocación. Violeta no era bonita, pero tenía una sonrisa magnífica que lo iluminaba todo. Violeta coqueteaba con todos los hombres que se le acercaban. Yo era amigo de sus hijos, me llevaba un poco más de veinte años, y no ejercía en mi ningún atractivo físico. ¿Para qué meterme en aguas tormentosas, entonces? Opté por lo sano. Al principio de nuestra amistad, trató de crear alguna situación equívoca, pero tampoco le resultó.

Con Violeta viajaron mucho…

-Sí. Entre viaje y viaje, me enseñó a tocar en un charango que yo le había comprado. Fui testigo presencial de la composición de algunos de sus temas más famosos y de cuando los presentó en su carpa, de los cuales olvidaba el texto recién escrito, dejaba de cantar y se iba a buscarlos a su cuarto. El público celebraba el espectáculo a todo trapo.

Me contabas que Violeta, pocos días antes de suicidarse, se despidió de ti.
-Sí, fue la última vez que nos vimos. Estábamos reunidos en la casa de René Largo Farías, quien organizaba una gira por el sur de Chile. Recuerdo a Quilapayún, al dúo Rey-Silva, a Cuncumén, tres hermanos cantores de Arica, el cura Fernando Ugarte y alguien más que se me queda. De repente se abrió la puerta y apareció Violeta, con el pelo revuelto y los ojos llenos de lágrimas. Tenía un charango colgando del cuello. Nos callamos y dijo: “René, tengo algo que decir. Anoche se me cayó la carpa con el temporal y necesito mucho dinero para volver a echarla a andar. Por lo mismo, quiero ir a esta gira y que se me pague el doble de lo que cobro habitualmente porque no tengo otra forma de juntar dinero”. Comenzó una discusión de la cual Eduardo Carrasco guarda un recuerdo muy presente, según me dijo hace unos años. Comenzaron a cruzarse las opiniones y las propuestas. Yo me limité a decir: “No necesito todo el dinero que me han ofrecido. Propongo que la mitad de mi salario se lo entreguen a Violeta”. “No es justo”, dijo alguien. Hasta que, al fin, viendo que no obtendría lo que quería, Violeta se puso de pie y dijo, con voz fulminante: “¡Renuncio a la gira!”

¿Qué pasó después?
-Se dirigió a la puerta. Yo estaba sentado de espaldas a esta, en el camino. Violeta, cuando pasó a mi lado, se detuvo, como si una idea sorpresiva la asaltara, cogió mi cabeza con ambas manos y me besó profundamente en la boca. Luego se irguió y gritó con voz tonante: “¡En este me despido de todos ustedes!” Y desapareció. El episodio pareció olvidarse entre los preparativos del viaje y la partida, en tren, hasta Puerto Montt. Algunos días después nos encontrábamos preparándonos para iniciar un concierto en Coyhaique. Estaba bebiendo mi copa cuando veo que se me acerca René Largo. Tenía la cara color ceniza y me dijo: “Manns, se mató la Violeta Parra”. Mi impresión fue tal, que sentí como si una ballena me golpeara la cabeza con la cola. Y el resto del día no volví a hablar, salvo en el concierto donde dimos la noticia al público y le rendimos un pequeño homenaje.

Este año, se cumplen 50 años del suicidio y 100 del nacimiento de Violeta. Y ya empezaron los homenajes, hasta el Festival de Viña le hizo uno.
-Lo encontré grotesco. Nadie cantó. Todos hicieron playback. Un fraude. Es que aquí también ha habido un afán de comercialización enorme en torno a la figura de la Violeta. Está muy mezclada la cosa comercial con un verdadero homenaje a ella. Yo creo que la figura de Violeta creció con su suicidio, porque en vida nunca se le homenajeó. Es cosa de haber visto su funeral. Yo estaba en Coyhaique, pero por lo que vi fue una cosa multitudinaria. De ahí, se le empezó a escuchar, pero antes no pasaba nada.

LOS 80

Pasando a otro tema, ¿cómo ves Chile?
-No miro con desesperanza el país. No creo que en Chile esté todo mal. No creo que Chile sea una mierda y que no vamos a ninguna parte. No. El país va creciendo, a lo mejor muy lentamente, pero se están arreglando muchas cosas.
Está bonito Chile.

¿Te interesa lo que está pasando en política?
-Claro, soy un animal político. Políticamente, estoy molesto con todo lo que está pasando. Ahora Michelle es la culpable de todos los males y estoy harto de tanta exageración. Ha cometido errores -y eso todo el mundo lo sabe- pero también ha tratado de llevar adelante algunos de sus programas más emblemáticos, y nadie o casi nadie la ha apoyado. Debería haberse quedado tranquila en Estados Unidos, trabajando en la ONU en donde tenía un puestazo y sería mucho más feliz que atacada por todos los costados. Este país es famoso por la envidia y el pago de Chile.

¿Has pensado en quién votar?
-No me gustan los candidatos a presidentes que por el momento se perfilan en el horizonte, pero creo que hay que votar, no es sano restarse a ese deber cívico. En el último minuto decidiré a quién le tiro el trazo.

¿Qué te parece Guillier?
-Parece que voy a tener que votar por Guillier, porque está todo tan revuelto. Pero es un gallo que tiene llegadas medias estrechas con compañías mineras del norte, fue rostro de las AFP… no sé. No es llegar y decir quiero ser presidente.

¿Y Lagos?
-Como persona no me gusta. Es un tipo, como decirte, que traspasa cierta agresividad. Un día estábamos en un cóctel y me acerqué, y antes que todo me dijo: “Ya te saludé ya”. Se dio vuelta y siguió de largo. Es un gallo que supone que uno va a ir a pedirle plata o algo así. El que me gusta mucho es Heraldo Muñoz. Tiene un 70% de aprobación en las encuestas. Pero parece que él no quiere o tiene otros proyectos. Heraldo, tienes mi voto. Ya es uno. Y ese 70% de aprobación constante tiene que traducirse en muchos más.

¿Qué te parecen figuras como Giorgio Jackson o Boric?
-Tengo grandes esperanzas en los jóvenes. Por ahí va la cosa. Hay una inusitada carencia de líderes en Chile y hay que trabajar sobre eso. La Camila de repente se arranca con los tarros. Una vez dijo que con Bachelet ni a misa. Y después parece que le dieron instrucciones y tuvo que cambiar de posición. Y ahora están muy amigas. La que es pesada es la Karol Cariola.

¿Por qué?
-Un día estábamos cantando en un acto del PC. Ella estaba ahí entre el público en primera fila. Y no dejó de hablar durante todo el concierto con un hueón que estaba al lado de ella. Ni siquiera miró quien estaba en el escenario. Después se paró y se fue a la mitad del concierto. Eso no lo perdono nunca. Me parece una rotería. Uno no merece esas cosas, porque además uno va a tocar gratis. Ni se despidió.

¿Qué te parece que Piñera quiera ser presidente nuevamente?
-No sé por qué quiere más si ya tiene todo. Yo que él me compro un yate, me voy a una isla y me quedo ahí. Me la paso nadando y pescando todo el día en pelota con dos docenas de negras y mulatas, ja, ja. Mire, que meterse de nuevo. Yo creo que Piñera tiene algo de falacia. Es un gallo retorcido y no un empresario como dice todo el mundo. Es un especulador, nomás. O sea, trabaja con papeles, cheques y acciones. No produce nada. Y gana con eso. Un tipo muy falaz. Toda esa cosa que está al servicio del pueblo, es puro discurso pa fuera. Piñera ve solamente los billetes. Es gente que no debiera estar en política.

Este año cumplirás 80. ¿ Cómo llegas a esa edad?
-No sé si los tenga, la edad no me asusta. Siento que tengo 40. Aún no me llega el peso. Ahora, por ejemplo, fuimos a Europa. Estuvimos quince días en Suecia, Bélgica y Francia. Y andábamos en el metro con las maletas al hombro, un atril y cosas así. Pesadísimos. Y tenía que subir y bajar escalas. Pero me siento como siempre. Juego a la pelota con los chicos acá afuera. Soy el único futbolista de 80 años. Ando a pata pelá todo el día. Cuando llueve también. Duermo pilucho todo el año. Yo no uso piyama, como Alain Delon, ja, ja, ja. Mi longevidad se debe al vino. Estoy seguro de eso.

¿Y el sexo a los 80?
-Hay mucho, mira como tengo a la Aleja, ja, ja, ja. Ahora hay tantos medios tecnológicos para tener sexo que antes no habían. Yo utilizo toda la tecnología a mi favor. Estoy muy alerta. No soy tonto.

Cuando Bob Dylan ganó el Nobel, dijiste que él era el Patricio Manns de Estados Unidos.
-¡Ja, ja, ja! Fue una pachotada. Yo encuentro fantástico que le hayan dado el Nobel, porque se me abren muchas posibilidades, ja, ja. Porque ya empezaron a premiar a los cantores.

¿Te gusta Bob Dylan?
-Nunca lo había oído hasta lo del Nobel. Yo no cacho nada de inglés, no es lo mío, no entiendo nada. Ahora estoy leyendo su biografía. Es un tipo bien especial. Parece que es muy jodido. Y tiene actitudes raras. Un día le exigió a su banda grabar un disco todos curados. Y todos cumplieron. Puso al pianista tocando el trombón, al trombonista tocando la batería… Y grabaron un tema así. Lo escuché y es un despelote increíble.

¿Has tocado curado?
-No, trato de no tocar curado y nunca me he drogado para componer ni para cantar. El compromiso es no tomar antes de los conciertos. En los ensayos no hay vino. Estamos tratando de arreglar las canciones y no de echarlas a perder. Curado no puedo tocar la guitarra ni me sale la voz. Aunque antes no era así. A los veinte, andábamos cucarros todo el tiempo. Las giras eran enormes. Nos dolían los huesos, el alma, el corazón. Andábamos en buses y la mayor parte de los caminos eran de tierra. Llegábamos todos empolvados. No había más que mandarse una piscola pa dentro y aguantar como podíamos.

*Fotos: Lorena Palavecino de Random House

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