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Nacional

3 de Mayo de 2017

El hilo más delgado del fraude a Carabineros: El estafeta del coronel Jaime Paz

El sargento en retiro Benjamín Valencia trabajó cuatro años como júnior de la Unidad de Finanzas de Carabineros hasta que una investigación interna comprobó que su jefe, el coronel Jaime Paz, le pasaba todos los meses dinero en efectivo para que éste se los depositara en su cuenta personal. Valencia, un simple estafeta de la entidad más cuestionada en el millonario desfalco a la institución, fue llamado a declarar y pese a que entregó todas sus cartolas bancarias, comprobando que no había recibido un solo peso irregular, fue despedido el pasado 14 de abril. Hoy, analiza acciones legales en contra de la institución y reclama por su honra mancillada después de 30 años de servicio en Carabineros.

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Antes de salir a los bancos, Benjamín Valencia pasaba por todas las oficinas preguntando si alguien tenía algún encargo para él. “Hay algo para hoy”, vociferaba antes de recibir alguna cuenta de luz impaga, una boleta de teléfono sin cancelar o algún depósito personal en un banco. Favores que como estafeta de la Unidad de Finanzas de Carabineros consideraba casi como una extensión natural de su oficio. “Una simple gauchada”, reconoce.

Si le tocaba ir hasta la Dirección General, Valencia aprovechaba de pagarle las cuentas de Claro o Movistar a sus colegas. Las oficinas de las empresas estaban en el camino y no tenía reparos en hacerlo, siempre y cuando la “paleteada” no impidiera hacer su trabajo habitual. Tampoco se hacía problemas cuando lo mandaban al hospital de Carabineros y algún colega le pedía que le sacara una hora a una consulta médica. “Prefería yo mismo hacer los trámites para que ellos no perdieran el tiempo en interminables filas y descuidaran sus labores”, explica hoy.

Fue así, en esas innumerables “paleteadas”, que el jefe del departamento donde trabajaba, el coronel Jaime Paz Meneses, encargado de los pagos y contratos de todas las unidades del país, comenzó a solicitarle a contar del año 2015 que le depositara dinero a su cuenta personal. Un favor más que Valencia cumplió sin mayores cuestionamientos.

Todos los meses desde entonces, el coronel Paz comenzó a entregarle sobres con dinero en efectivo para que el júnior le depositara en su cuenta. La mayoría de las veces se trataba de uno o dos millones de pesos. Dinero que Valencia, suponía, se trataba de un capital de ahorro que su jefe mantenía en el banco. “Pensaba que tenía una propiedad en arriendo o como su señora también trabajaba, que era parte de un ahorro conjunto. Nunca pensé que se estaba arreglando los bigotes. Si me hubiera mandado a depositar quince millones todos los meses, quizá, pero tampoco podía ir a preguntarle si estaba robando. Todavía sigo pensando por qué cresta lo hizo”, reflexiona.

Tampoco el coronel Paz hacía alardes materiales que llamaran la atención de Valencia. El oficial llevaba una vida pública austera y ocupaba el auto que le asignaba la institución. En un organismo tan jerarquizado como Carabineros, no era precisamente el estafeta el encargado de encender las luces de alarma. Aunque hubo una ocasión, recuerda el júnior, que el coronel Paz le pidió que le depositara cuatro millones de pesos. “Me comentó que su empleada se iba a comprar una casa y que él le iba a guardar la plata en el banco”.

Fue la única vez que el júnior recibió una explicación de su jefe.

UNA CARRERA SIN LUMAZOS

Benjamín Valencia llegó a ser carabinero por casualidad, casi por descarte. En diciembre de 1973 dio la prueba de bachillerato y quedó seleccionado en la Universidad de Concepción, pero desechó la idea por falta de recursos. Se dio un año sabático y allí conoció a su primera esposa, con quien tuvo un hijo. A mediados de ese año se le cruzó por la cabeza ser policía.

Después de fracasar al primer intento, en 1975 Valencia entró a Carabineros. Para hacerlo se tuvo que casar con su pareja, ya que en el cuerpo no aceptaban hombres solteros con hijos. En ese tiempo, no había una única escuela formal donde aprender. “Uno se iba a las comisarias, te contrataban, y te mantenían allí mientras se abrían los cursos de las diferentes unidades”, recuerda. Estuvo ocho meses en la Octava Comisaria de Santiago y luego lo derivaron a la calle Aysén, donde se construían los almacenes generales. “Éramos casi empleados. Fue poco lo que nos enseñaron. Nos hacían clases los mismo oficiales, pero hacíamos de todo, menos estudiar”, agrega.
Benjamín Valencia se convirtió en un policía atípico, al punto que nunca, admite, pegó un lumazo en toda su carrera y renegaba del patrullaje. Cuando en 1976 lo destinaron a la escuela de formación ubicada en Antonio Varas, sintió alivio. Llegó al grupo de equitación, a cargo del cuidado de los caballos. El trabajo era de lunes a viernes y consistía en darle comida y agua a las bestias. También los preparaba para los ejercicios acrobáticos que realizaba el grupo de jinetes que representaba a la institución en campeonatos de la especialidad.

Allí estaba cuando en diciembre de 1978 lo enviaron a Tierra del Fuego a vigilar la frontera con Argentina. Se lo llevaron en avión hasta Porvenir, donde se pasó un mes atrincherado en la pampa. “Hicimos un hoyo y nos pasaron un poncho. El trabajo era mirar hacia el frente, nos habían dicho que por ahí vendrían los argentinos”, agrega. Valencia pasó Navidad y Año Nuevo metido en un agujero hasta que la guerra se descartó. Después de eso, regresó a su antiguo puesto y dos años más tarde lo invitaron a Brasil, a un campeonato sudamericano de equitación. Esos fueron sus dos grandes hitos como policía.

Cuando volvió a Chile, lo cambiaron de trabajo. Pasó al grupo logístico, que tenía a cargo la mantención de la escuela. Allí estaban los guardias, cocineros, peluqueros y jardineros que hacían que el recinto de formación funcionara. El puesto le acomodó. El cargo no estaba exento de dificultades. Como guardia del perímetro, recibió las dos amonestaciones que tiene su hoja de vida. En una ocasión lo pillaron durmiendo y en otra se le escapó un tiro de la metralleta con la que vigilaba el entorno. El capitán que lo sancionó fue Gustavo González Jure, que décadas más tarde llegaría a ser General Director. “El balazo pegó en la manilla del portón, pero nunca supimos para dónde salió. González Jure me dio cuatro días de arresto”, recuerda. Ambos incidentes retrasaron su ascenso. Estuvo ocho años como cabo segundo.

Pero fue el fútbol el que sacó a Valencia de la vigilancia diaria. Entre los jefes de la oficina de finanzas de la escuela, que en ese tiempo se llamaba administración de caja, comenzó a rumorearse su destreza con la pelota. Un día, un oficial le preguntó si quería irse a trabajar con ellos. Él aceptó. Su nueva labor sería la de estafeta. “Necesitaban un 9”, explica entre risas. El asunto no era broma. Valencia partió jugando campeonatos internos y luego integró la selección de Carabineros. Trabajaba cinco días a la semana y entrenaba martes y viernes. A cargo del equipo estaba José Santos Arias, exvolante de Colo Colo y Universidad de Chile, hermano de un general. “Teníamos buen equipo”, agrega.

Como estafeta, Valencia salía todos los días a realizar trámites. Entregaba documentaciones en diferentes unidades, depositaba cheques, y hacía diferentes tipos de mandados institucionales y privados. “El compadre que trabaja haciendo trámites siempre termina haciendo cosas personales”, detalla. Allí conoció a Jaime Paz, entonces subteniente de intendencia que tenía a cargo labores de finanzas en la escuela. En esa unidad, Valencia se pasó 15 de los 27 años que duró su carrera. Jubiló el 1 de abril del 2002 con el grado de sargento primero.

Fuera de la institución se tomó varios años de descanso, trabajó como guardia privado, y luego de diez años regresó a Carabineros. En noviembre de 2012, coincidió en un funeral de un colega con Jaime Paz, que entonces ya era coronel. El oficial le preguntó qué estaba haciendo y él respondió que nada. “Este hueón se murió por eso. Por hacer nada se puso a chupar. ¿Quieres volver?”, recuerda el exsargento que le dijo su jefe. Quedaron en volver a conversar en enero, después que Paz asumiera en la unidad de finanzas. Si había un cupo como personal contratado por resolución (CPR) lo llamaría. Semanas después, Valencia se convirtió en su estafeta.

LA ARENGA DE PAZ

Cada vez que Benjamín Valencia salía de vacaciones o se encontraba con algún colega en algún recóndito retén del país, se acordaba de la arenga que el coronel Paz les transmitía a sus subalternos casi como un leitmotiv de la unidad. “Cuando salgan de Santiago y vean a un carabinero bajo la lluvia o en alguna marcha, en cualquier comisaría o retén, pregúntenle qué les hace falta, qué es lo que necesitan, porque los fondos que nosotros manejamos son para que ellos trabajen en buenas condiciones”, les decía.

Valencia estaba de vacaciones en el sur de Chile, en Punucapa, un pueblo ubicado en la orilla oeste del río Cruces, cuando recordó las palabras del coronel Paz. Cuenta que se acercó al jefe del retén, le comentó que trabajaba en el departamento de finanzas, y luego le preguntó qué cosas le hacían falta en la unidad. El funcionario le respondió que tenían una lancha mala hacía cuatro meses y que no podían realizar patrullajes. Después de sus vacaciones Valencia le comentó el episodio al coronel Paz y éste se encargó de tramitar la solicitud. “Siempre recibíamos este tipo de proyectos, mejorar dormitorios de solteros o gimnasios. Generalmente mandaban fotos, en la unidad se analizaban y luego se les enviaba el dinero a cada prefectura”, recuerda.
Precisamente estas asignaciones, en algunos casos pequeñas, como un motor fuera de borda, en el caso del retén de Punucapa, y otras bastante más elevadas como la ampliación de un casino por 300 o 400 millones de pesos, eran parte de los dineros que Valencia depositaba mensualmente a las distintas prefecturas del país.

La documentación recibida en el departamento de finanzas era luego ordenada por el estafeta, en un archivo que el mismo coronel Paz le encomendó que supervisara cuando ingresó a trabajar a la unidad. “Me dijo que hacía tiempo que el archivo no se actualizaba, que necesitaba que fuera ordenado, con toda la documentación de la oficina de partes, los oficios, las providencias y todos los papeles originales que nos mandaban”, explica.

El estafeta llegó al departamento de finanzas de la mano del coronel Paz a principios del año 2013. Paz venía del hospital de Carabineros y Valencia llevaba 10 años fuera de la institución. Su nuevo trabajo, sumado a su jubilación, empinaban sus recursos mensuales en cerca de un millón de pesos. “Era como un sueldo extra”, dice.

El departamento que administraba Paz dependía de la Dirección de Finanzas, a cargo del general Flavio Echeverría, que a su vez también supervisaba los departamentos de presupuesto, tesorería y remuneraciones. Cuatro unidades claves en la administración y distribución de dineros que manejaba la institución, provenientes del erario público.

La imagen del coronel Paz, hasta entonces, parecía inmaculada. Al menos para su estafeta. “Era un excelente oficial, muy cercano, a diferencia de otros con los que he trabajado. Muy trabajador y muy estricto en su comportamiento. Muchas veces le encargaron resolver problemas de tipo administrativo cuando algo estaba funcionando mal”.

Valencia asegura que si había una cualidad en la que destacaba su jefe era la honestidad. Para entonces no estaba al tanto de lo que sucedía en los altos mandos de la institución y si alguien le hubiera pedido meter las manos al fuego por el coronel, probablemente lo hubiera hecho.
Lo que no sabía entonces el júnior es que su superior jerárquico estaba siendo investigado desde hacía varios meses por la misma institución, al igual que el mandamás de la Dirección de Finanzas, el general Flavio Echeverría y otros tres oficiales de intendencia: los excomandantes Emilio Nail Bravo, Pedro Valenzuela San Martín y Róbinson Carvajal Leiva. Grupo que posteriormente sería sindicado por el fiscal Eugenio Campos como los cabecillas del mayor desfalco en la historia de Carabineros.

Al ser requerido en la investigación, el coronel Jaime Paz aseguró que nunca estuvo relacionado con la estafa. “Yo no sé de dónde salió mi nombre, no tengo nada que ver con el departamento de tesorería, otro departamento que no tiene que ver conmigo…yo no puedo mandar platas para pagar sueldos, no se hace así”, explicó en una escueta entrevista en TVN.

Al momento de declarar, el coronel Paz no estaba al tanto de un informe policial, fechado el 11 de marzo, donde se registra un intercambio de WhatsApp entre él y el capitán Juan Pablo Muñoz, donde le solicita a este último coordinarse en las declaraciones sobre unas transferencias realizadas en el año 2015: “Hay que cambiar el discurso, tendrás que decir que esa plata apareció en tu cuenta, que la guardaste un tiempo y después de a poco te la gastaste. Trataremos de pasarte plata para que la devuelvas y decir que tienes la intención de devolverla. Y ahí hay que mantenerse”.
El lunes siguiente el coronel Jaime Paz no llegó a trabajar.

DESPEDIDO
Benjamín Valencia reaccionó con incredulidad a los comentarios que circulaban sobre su jefe. A todos les decía que el coronel había salido por su responsabilidad en el mando, tal como también presumía que había ocurrido con el general Flavio Echeverría, el superior de Paz. No se le pasaba por la cabeza que él, un funcionario al que admiraba, pudiese estar metido en el mayor fraude en la historia institucional. Cuando la prensa comenzó a publicar los montos del desfalco y los mensajes entre su jefe y el capitán Muñoz, Valencia comenzó a sospechar. “Todos empezamos a mirarnos con cierta desconfianza. Llamaban a declarar a alguien y todos pensaban al tiro que estaba metido”, explica.

Así ocurrió cuando el chofer de Paz, y luego él mismo, fueron llamados a declarar a la Inspectoría, departamento que tenía a cargo la investigación interna. Valencia preguntó si podía negarse, pero le recomendaron que hablara. “Yo estaba con mi conciencia tranquila”, recuerda. El 27 de marzo se presentó en la Dirección General de Carabineros y el general Fernando Riveros, director nacional de logística, lo interrogó. Para entonces, el fraude bordeaba los $10 mil millones y el general director Bruno Villalobos le había quitado el piso a la versión que decía que Echeverría sólo tenía una responsabilidad de mando.

Benjamín Valencia contó cómo todos los meses le depositaba una plata en efectivo al coronel Paz, pero que nunca sospechó, ni se cuestionó el origen de esos dineros. Sus superiores le enrostraban su ingenuidad. “No era una cifra tan alta como para sospechar. Nunca cuestioné esos depósitos. Soy muy pajarón”, agrega. En la misma citación, Valencia autorizó a que revisaran sus cuentas. Días más tarde les hizo llegar una copia de todas las cartolas de los últimos tres años. En ninguna había depósitos extraños o millonarios.

El regreso al trabajo después de la declaración no fue el mismo. El viernes 14 de abril, el coronel Jaime Contreras, que se había convertido en su jefe tras la baja de Paz, le comunicó que habían decidido finalizar su contrato. Le explicó que aunque no tenían pruebas contra él, había cometido negligencia al no denunciar a su superior. Valencia les dijo que estaba atado de manos. “¿Cómo le iba a preguntar de dónde venía el dinero? Eso habría sido tomado como deslealtad”, replica.

Valencia cuenta que cuando lo echaron de inmediato comenzaron los rumores sobre su participación en el caso. “La familia y los amigos cercanos saben que no tengo nada que ver, pero el resto igual sospecha. ‘A este lo echaron por algo’, deben decir”. El exsargento cree que esto ha afectado su honra y que su salida es injusta, al punto que está estudiando presentar una querella laboral y penal en contra de la institución: “No he hecho nada, no recibí plata, no escondí nada”, se defiende. Si hubiese estado involucrado, argumenta, no se habría demorado diez años en pagar un préstamo de 12 millones que pidió en el 2002 para comprarse su casa en Estación Central. “He sido transparente y consecuente en mi vida”, agrega.

El exestafeta no entiende cómo su jefe llegó a formar parte de la ‘Mafia de la Intendencia’. “Me da lata porque siempre lo consideré inteligente, un gallo trabajador”, cuenta. La última vez que lo vio fue la semana siguiente a la que lo dieron de baja. Su chofer le pidió a Valencia que le ayudara a bajar una caja con cosas que el coronel aún mantenía en la oficina. Paz aguardaba en el estacionamiento. “Lo saludé y no me dijo nada. En ese tiempo aún confiaba en él”.
Un mes después sería despedido.

* The Clinic se comunicó con carabineros y la institución expresó que no renovaron el contrato de Benjamín Valencia por no ser requeridos sus servicios.

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