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Opinión

1 de Agosto de 2017

Tomás Máscolo (30), activista argentino y candidato a diputado: “Los hombres trans también abortamos”

Tomás nació biológicamente como mujer, pero siempre sintió que era un hombre. En el tránsito de ser quien es hoy, cuando tenía 19 años, se embarazó y decidió abortar en una clínica clandestina en Argentina. No se veía como padre-madre ni amamantando. Hoy, lucha por visibilizar casos como el suyo para que la gente amplie su mirada en torno a las identidades de género y comprendan que un hombre trans, si tiene útero, también puede embarazarse o abortar. Como militante de la agrupación Pan y Rosas en Argentina y candidato a diputado en Buenos Aires por el Partido de los Trabajadores Socialistas en el Frente de Izquierda, exige que los transexuales sean respetados y que la iglesia católica no siga metiéndose en sus cuerpos.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
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¿Cómo fue tu infancia?
-De niño, ya pensaba que era un hombre. Uno de mis primeros recuerdos, a los cuatro años, fue decirle a mi abuela: “Peináme como un tanguero”. A mi abuelo le gustaba el tango y él me peinaba con la raya al costado. Pero cuando le decía a mi mamá “che, quiero ser hombre”, ella pensaba que era un juego y, por lo general, no me dejaba. Después, tuve una infancia bastante jodida, porque soy el hijo de la mucama de mi mamá adoptiva. Es como un culebrón mi vida. Una parte de mi infancia la viví con mi mamá biológica y, desde los doce, con una familia adoptiva. Cuando me voy a vivir con ellos, coincidió con mi despertar sexual, y yo quería ser hombre y no entendía por qué. Como mi familia adoptiva es muy católica, no les conté mucho lo que me pasaba, porque mi mamá pensaba que yo estaba loca. Durante mi adolescencia, estando en el colegio, no me hicieron bullying porque siempre fui muy grandote, practiqué boxeo y me defendía. Si me decían “lesbiana, gorda o marimacho”, me agarraba a las piñas.

Estando en el colegio, ¿ya te llamabas Tomás?
-No. En mi universo no estaba la posibilidad de que yo fuera hombre. Yo creía que estaba enfermo, errado, y que nunca podría ser hombre. Tampoco quiero decir que nací en el cuerpo equivocado. Porque no tenía que ver con mis genitales: no quería ser mujer.

¿Por qué no?
-Cuando fui experimentando con mi cuerpo, en el proceso hormonal, y también leyendo, me di cuenta de que más allá de aceptar que mi cuerpo se puede transformar, los prejuicios los tiene la sociedad que es muy transfóbica. Un hombre trans también puede ser una marica, una travesti puede no tener plumas y ser vedette, una persona también puede cambiar su género y tener un género fluído, etcétera.

O sea, el género no es una prisión.
-No, y el cuerpo tampoco. Deberíamos tener la posibilidad de experimentar y que la identidad y el cuerpo no estén regidos por las instituciones médicas o psiquiátricas y menos por la Iglesia.

¿Cuándo te asumiste como Tomás?
-Fue un proceso largo. Cuando tenía 19 años, no se discutía ni de matrimonio igualitario ni la ley de identidad de género en Argentina. A los 20 años, me pongo a investigar sobre el mundo LGTBI y llego a los textos de Mauro Cabral, un militante intersex argentino, que escribió el libro Intersexualidades. Ahí conozco lo que es un hombre trans y me dije: “Soy eso”. Primero, no me animaba mucho a hormonizarme o hacerme cirugías. Pensaba que sería muy invasivo. Tampoco estaba muy seguro.

¿Por qué no?
-Al principio mi lógica era “como no me siento mujer, soy lesbiana”, y me asumí como lesbiana. Pero estudiando, supe que la identidad no tiene que ver con la sexualidad. Una cosa es la orientación sexual, que es el deseo de uno, que va más allá de lo genital. Y otra es la identidad y cómo uno se autopercibe. Ahí empiezo a salir con un chico. Y digo: “entonces, soy bisexual y no lesbiana, pero qué pasa con mi identidad”. Y, a los 24 años, es cuando digo “bueno, yo me autopercibo como Tomás y saldré al mundo como Tomás”.

¿Cómo viviste ese momento?
-Me sentí muy libre y tuve una sensación de tranquilidad conmigo mismo. Considero que la identidad es algo que va cambiando, es dinámica. Si bien yo soy Tomás, me permití muchos cambios.

¿Cómo cuáles?
-Cuando recién me asumí como Tomás, era más hombre. No me pintaba las uñas, tenía otra actitud: había decidido tomar hormonas para cambiar la voz. En esa transición conocí a mi compañero, con el que aún sigo saliendo, y me relajé bastante más y me di cuenta que las etiquetas que te ponen otros son para satisfacer sus necesidades y no las mías. Es el exterior el que te quiere definir todo el tiempo. Te dicen: “hola, ¿cómo te llamás?” Y cuando respondés “Soy Tomás y soy transexual”, te miran automáticamente los genitales. Y como chiste siempre respondo: “no tengo nada”. A veces me llaman por el artículo femenino, y me piden disculpas, pero ya no me molesta. Sé quien soy. En ocasiones me pinto las uñas, me maquillo, y no entienden bien qué soy. Antes me molestaba más, ahora es tu problema. Si para vos, un chico pintándose la boca es una mujer, no me voy a hacer cargo de tus prejuicios. Cuando leí a Néstor Perlongher, que funda el Frente de Liberación Homosexual en Argentina, y hace toda una teoría del devenir marica del hombre, adherí bastante. Él dice que la discriminación hacia la marica es una discriminación hacia la mujer, la homofobia en el fondo es misógina, porque asocian a la marica con lo femenino. Y hace toda una reivindicación de una identidad marica a la cual, cuando la leí, me voló la cabeza. Y bajé un poco la guardia.

¿En qué proceso estás ahora, sigues tomando hormonas?
-Hace tres meses dejé de inyectarme hormonas, porque ya llegué al cambio que quería. No me operé mis senos porque me gustan y no quiero perder la sensibilidad. Hoy me siento cómodo en lo que me construí. Y decidí dejar las hormonas porque te cambian mucho el carácter. Te hacen muy irascible y aumentan mucho la líbido. Me acuerdo que los primeros dos meses, estaba constantemente excitado. Fue como vivir una nueva pubertad, pero de forma consciente.

¿No quisiste operarte?
-No. Tengo muchos dildos que acá le decimos cinturonga ja, ja, ja. Además que la testosterona hace que se te agrande el clitorís y te vuelve multiorgásmico. En ese sentido, no… o sea, si quiero un pito, me pongo mi cinto y listo. Y con el tema de los senos, tenía muchos amigos trans que se operaron y quedaron con cicatrices gigantes. Los médicos a veces son muy hijos de puta, y las operaciones que les hicieron a ellos fueron terribles. Eso me asustó. Tampoco es que tenga unos senos exuberantes y también pasa que soy gordo, entonces soy un gordo tetón, ja, ja, ja.

ABORTO EN HOMBRES TRANS

Antes de salir al mundo como Tomás, a los 19 años, te embarazaste y decidiste abortar.
-A los 18 años, me pongo a salir con un chico y le cuento lo que sucede con mi identidad. Y él decide, mientras estábamos teniendo relaciones sexuales, sacarse el preservativo para demostrarme que yo era mujer y quedo embarazado.

Eso fue un abuso.
-Sí. Y cuando quedo embarazado, no sabía para dónde disparar, porque mi familia está contra el aborto, y yo me sentía horrible. Me vinieron cambios hormonales, me crecieron las tetas, tenía mucho sueño. No quería estar embarazado. Vivía como en una burbuja hasta ese momento. Conocía lo que era el aborto, pero tampoco lo tenía como horizonte, pero un amigo me habló de la posibilidad de abortar y yo le dije “no puedo, de dónde saco la plata”. Y él, con sus padres y otra gente, me ayudaron a juntar el dinero y me hice un aborto porque no veía como horizonte ser padre-madre. A esa edad no podía hacerme cargo de mí y menos de otra persona. Y esa decisión, mirada a la distancia, fue la correcta. Hoy no me imagino con un pibe de once años.

¿Te veías amamantando o te chocaba la idea, por ejemplo?
-No me veo amamantando a alguien, porque no me veo criando a una persona. Y, después del aborto, empecé a investigar sobre embarazo en hombres trans. Y quedé bastante anonadado. Yo no lo elegiría. Pero lo que leí -que fueron principalmente cosas yankies, porque es gente que tiene acceso a un montón de cosas- es que ellos no tenían complejo de amamantar. Ahora, me parece que es un tabú. Si ya hay prejuicio con que las mujeres amamanten en público, imagináte lo que sucedería si quedo embarazado y me voy con un pibe a una plaza, pelo una teta y me lo pongo a amamantar. Aunque tengamos todas las leyes, a la gente le chocaría: es romper con la idea del binarismo de género que un hombre trans quede embarazado también. Es romper con ese horizonte de que solo las mujeres pueden ser madres. Los hombres trans podemos embarazarnos y también abortamos.

¿Qué pasa cuando cuentas que eres un hombre trans que abortó?
-Como que se quedan mirando y recalculándome. No entienden, me miran raro: “Pero, ¿cómo sos trans y qué?, ¿tenés vagina o qué?, ¿y cómo quedaste embarazado?, ¿y, bueno, no te hormonizaste?”. Tenés que explicar todo y lo hago abiertamente porque es parte de mi lucha. El aborto tiene que ser legal para las mujeres, hombres trans o cualquier persona gestante que decida hacerlo, porque el cuerpo es de uno. Y yo lo cuento, precisamente, para contrarrestar el sentido común y ver que hay otras personas, otros cuerpos, otras realidades. Se trata de ampliar la mirada.

La gente piensa que solo las mujeres pueden abortar. Y no un hombre trans con útero.
-Sí. Hay que separar la heterosexualidad de la heternorma. Hay veces que ambos términos se confunden. La heterosexualidad es cuando vos, como mujer, te gusta un hombre, o viceversa. Y la heteronorma es lo que se quiere imponer como obligatoria, que es lo que dice el Papa Bergoglio, cuando define que para hacer una familia tiene que ser entre un varón y una mujer, que esa mujer tenga útero y ese hombre un pitolín. Pero un hombre con útero también puede ser padre-madre.

Hace poco publicaste un reportaje sobre los hombres trans que se embarazan o abortan.
-Lo hice, más que nada, por la experiencia que viví. Cuando supe que estaba embarazado, la médica en todo momento me trató como mujer siendo que yo me identificaba con un hombre. Cuando le conté que era un chico trans, me dijo: “bueno, está bien, nena”. La clínica, a todo esto, donde ella atendía, era el garage de una casa. Tenía una camilla, que era una madera, donde te ataban, anestesiaban y hacían el raspaje.

Qué peligroso.
-Horrible. Porque me dormí y desperté con un pañal lleno de sangre. Y medio bobo porque me dieron rivotril. Y, luego de practicarme el aborto, la médica me dice: “tenés media hora para reponerte e irte”. Y me fui tambaleando. Mucho tiempo después entendí lo inconsciente que fue esa mujer conmigo y con otras mujeres. Y, cuando comencé a militar, empecé a ser más consciente sobre a lo que me había expuesto. Hay un tema de clase, obviamente. Yo me tuve que operar en esa clínica trucha, pero también hay un sector de jóvenes que pueden acceder a una clínica con más plata, después van a un psicólogo, y no pasa nada. Eso me generó más bronca. Y esa bronca, de alguna manera, la tenía que canalizar. En mi caso, fue militando e investigando para denunciarlo. Y si me interesa saber sobre el aborto en hombres trans, es porque hay un desconocimiento muy profundo. Acá hay una guía de salud trans, que lo que tiene de bueno es que concientiza, pero lo malo es que entrega un porcentaje hormonal que deben usar los hombres trans que es muy estandarizado. O sea, si vos te querés volver trans, tomás la misma cantidad de hormona que yo, que él, que el otro. Y eso está mal. Cada cuerpo necesita una dosis específica. Hace un tiempo fui a una charla y tuve a mi lado a un médico y comencé hacerle preguntas: ¿qué pasa si empezando el proceso hormonal quedo embarazado?, ¿vos sabés cómo administrarme la droga para hacerme un aborto? Y se puso pálido. Claramente, no saben cómo hacerlo.

Desde el punto de vista médico, ¿a qué se expone un hombre trans que quiere abortar? Te pregunto porque dices que los trans siguen siendo conejillo de Indias.
-Precisamente ese es el punto: no sabemos a qué nos exponemos, conozco dos casos que no se han animado a hacerse el aborto y siguieron adelante con el embarazo.

Si ya se condena a una mujer que aborta, ¿a qué se expone un chico trans que lo hace? A que episodios de discriminación te viste enfrentado, por ejemplo?
-A que no respeten su identidad, no entiendan que tengo útero, pero soy varón. Una vez en un hospital público en Rosario no querían atenderme porque no entendían el cuerpo trans, ya estando sancionada la ley, un ginecólogo se abstuvo de atenderme porque se atenía a la libertad de conciencia.

Ahora que dejaste las hormonas, ¿podrías volver a embarazarte?
-Si quisiera quedar embarazado, podría. Aunque todavía no me ha vuelto la menstruación. Y cuando me vuelva, quedaré habilitado para volver a ser un cuerpo gestante.

¿Descartaste esa opción?
-No voy a ser padre. Pero sí peleo por otros hombres trans que quieran quedar embarazados y se cumplan sus derechos, que no haya discriminación. Pero, como decisión personal, no. Tengo una vida muy agitada. Mi vida es la militancia.

¿Y qué te parece la adopción homoparental?
-Estoy a favor. Pero es medio complicado, me hace ruido todo el negocio que se genera alrededor del alquiler de vientres. Si la ciencia ha avanzado tanto, por qué no utilizarla. El límite que yo le veo es el negocio que hay detrás. Lo ideal sería que la ciencia esté a disponibilidad de cualquier pareja. Porque, incluso, yo capaz que quiera tener un hijo, no con mi cuerpo, y por qué tengo que gastar cien mil dólares en un vientre de alquiler.

En Argentina existe el matrimonio igualitario, ¿has pensado casarte?
-Yo no me casaría, pero existe una Ley de Matrimonio, antes no existía ese horizonte, estaba prohibido.

¿Por qué no te casarías?
-No creo en la institución familiar. Hoy que puedo elegir, digo que no. Para mí, las relaciones exoafectivas se miden por otro lado: por la fraternidad, el cariño, la confianza. Un papel, y mucho menos una institución, no rigen mi sentir.

EL CONSERVADURISMO

Hace poco circuló en Chile el Bus de la Libertad con un discurso contra los niños trans.
-Ese bus estuvo por varios países, incluido Argentina, pero acá no tuvo mucha cabida. El mensaje me parece terrible e hipócrita. Yo no estoy en contra de la gente que cree en Dios, el problema es cuando esa injerencia decide por vos. Y, lamentablemente, como las personas trans son muy vapuleadas y discriminadas, ese tipo de mensaje alienta a que las sigan discriminando.

Hay algunos que piensan que los niños trans son invento de sus padres.
-Eso es una tontera porque son los padres los que más se oponen a que hayan niños trans. O sea, en mi casa cuando dije “soy hombre”, mi vieja me tiró un cachetazo en la boca y me dijo “no digas boludeces”. No es muy científico lo que plantean. Es bien medieval. Les recomendarían que leyeran, que busquen en Google, para que se informen mejor.

Allá en Argentina se aprobó la Ley de Identidad de Género. ¿Cómo funciona?
-Cuando se discutió la Ley de Identidad de Género hubo dos proyectos. Uno decía que una persona trans podía acceder al cambio de registral si iba dos años a un psiquiatra y este la autorizaba. Pero el otro, que finalmente se sancionó, establece que cualquier persona puede ir al registro civil y hacer el cambio registral sin ningún tipo de problema. En ese sentido, Argentina es un país de avanzada a nivel mundial. Es la ley menos patologizante. O sea, no te trata como un enfermo. El problema es que cuesta mucho encontrar médicos que te traten bien, que no sean transfóbicos, que te hagan las operaciones y no te dejen cicatrices monstruosas.

¿Y el sector más conservador es tan reaccionario como en Chile?
-Acá la presencia que tienen los conservadores es que el Papa es argentino. Y cuando él sale a decir que las personas trans somos bombas nucleares, tiene una repercusión. Y aunque constitucionalmente la educación es laica, no podemos negar que hay una injerencia religiosa. De hecho, hace once años está reglamentada la ley de educación sexual en Argentina y nosotros denunciamos que tiene un artículo que permite que las autoridades de la escuela decidan si dan o no educación sexual. Y ahí está la trampa. Porque, por lo general, las autoridades de la escuela tienen un cuadro gigante de Bergoglio atrás de ellos. Entonces, se niegan a hacerlo.

¿Y con Macri, cómo es la cosa?
-Al asumir su gobierno, recortó todos los subsidios para el área de sexualidad. Ya no se reparten preservativos ni se dan hormonas gratuitas como antes. Venimos de doce años de kirchnerismo que sancionaron las leyes de identidad y de matrimonio igualitario, pero lo que yo hago hincapié ahí es en una frase que dice: la igualdad ante la ley no es la igualdad ante la vida. Esas leyes las pueden disfrutar un determinado sector de Argentina, la gente que vive en Capital Federal. Porque, en algunas provincias de Argentina, siguen habiendo códigos de moralidad muy reaccionarios, que sancionan desde la prostitución hasta andar con alguien de la mano de tu mismo sexo. En algunas provincias logramos derogarlos, pero en otros siguen estando.

Hay matrimonio igualitario, pero en algunas provincias se prohíbe que anden de las mano dos personas del mismo sexo. ¿Cómo así?
-Sí, es increíble. En Argentina hay un travesticidio cada 24 horas, siguen existiendo las razzias policiales, y los trans tenemos una expectativa de vida de no más de 35 años. Vivo a seis cuadras del barrio de Once, que es una zona roja, y el fin de semana pasado detuvieron a 44 travestis. Hay una persecución terrible. Y al ser un gobierno de derecha, las banditas más fachistoisdes se sienten con todo el derecho de atacar a los trans y piensan que las avala el gobierno. Entonces, hay más casos de homofobia, de transfobia, de pibes golpeados en la noche. Y la policía tiene mucha impunidad. Y si bien la ley de identidad nos trajo mayor visibilidad, y que más de diez mil personas pueden ir y cambiar su DNI, esa visibilidad no vino aparejada de cambios materiales: inserción laboral, en salud, sobre todo en educación, que da el pie a las otras dos.

En Chile se está discutiendo la despenalización del aborto en tres causales, que allá fue aprobado en el 2012.
-Acá, con el aborto en tres causales, el médico se puede escudar en su libertad de conciencia. Eso hace que muchos no practiquen abortos o denuncien. Belén, una joven tucumana, estuvo presa dos años y medio porque tuvo un aborto espontáneo en casa, fue al hospital, no le creyeron, la denunciaron y la metieron presa. Durante dos años y medio peleamos porque la liberen y se consiguió, a principio de este año, su absolución. Ni Cristina ni Macri están a favor del aborto libre. Y durante los 12 años de gobierno de Cristina, la cifra de muertes por abortos clandestinos se mantuvo entre 300 a 400 por año.

Acá los más conservadores dicen que si se aprueba el aborto en caso de violación, muchas mujeres inventarán que las violaron para poder abortar.
-En Uruguay desde que se legalizó el aborto, el índice de abortos disminuyó. El problema del aborto, más allá del aborto en sí mismo, es la clandestinidad que es un negocio. Y, por otro lado, nadie quiere inventarse una violación. Pensar eso, me parece nefasto.

Eres candidato a diputado representando a la comunidad LGBTI y al partido de los trabajadores socialistas.
-Sí. Si salgo electo, seré el primer hombre trans que ocupa ese puesto en la historia de Argentina. Dudé en aceptar por el nivel de exposición y porque mi vocación va por la escritura. Pero me convencieron. Estos dos meses han sido una buena experiencia. La primera aparición que tuve fue en la segunda marcha contra los travesticidios en Argentina exigiendo justicia por Diana Sacayán. Y la anécdota es que no querían que hablara, porque soy un hombre trans y solo hablaban travestis. Les pedí que dejemos el corporativismo de lado y unamos las fuerzas, porque en última instancia somos todos oprimidos. Y pude dar un discurso donde apelé a que el aborto sea legal. Denuncié al gobierno para que no siga financiando a la iglesia y que esa plata se destine a más educación, salud y vivienda para gente trans. También hablé para mostrar que la vida de la gente trans no solamente es miseria, muerte y violación, sino que tenemos proyectos y sueños, podemos salir adelante y toda esta vida de mierda la transformamos en fuerza.

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