Esta historia es publicada en el sitio El barrio antiguo y es narrado por Juan Pablo Proal.
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Travestis heterosexuales
Su hija lo sorprende frente al espejo, maquillándose. Irrumpe en el cuarto con la intención de persuadir a su padre de que le de 25 mil pesos. Ha concluido los estudios de abogacía y quiere viajar a Inglaterra para terminar su preparación con unos meses de prácticas profesionales.
Por vez primera descubre a Gina, el alter ego de su padre: Manuel Furlong.
Manuel tiene un cargo de subdirección en una empresa telefónica; antes ha egresado como ingeniero mecánico, se casó y engendró a su única hija. Tiene una vida casi normal.
El terapeuta Víctor Velasco, especializado en atender casos de travestis heterosexuales, ha encontrado un patrón común: se casan convencidos de que ese impulso fue sepultado y por algunos años dejan de usar ropa de mujeres, pero después de cierto tiempo regresan a esa práctica Creen que el matrimonio les quita esa rara costumbre, pero no es así, sólo la mantiene escondida por un tiempo, mientras dura la etapa patológica de enamoramiento.
Ahí está Manuel, pintarrajeado de mujer frente a su única hija; después de 29 años de matrimonio y habiendo fracasado en su intento de suicidar a esa entrometida de Gina. Su hija, entre azorada y desencajada, aprovecha el momento para chantajearlo. Lo amenaza con rebelar el secreto a su abuela, madre, vecinos, amigos…
La esposa de Manuel ya lo sabe; lo ha sobrellevado por casi tres décadas, hasta que se entera su hija y entra en catarsis. Es entonces cuando se desmorona la familia.
De repente, la esposa de Manuel comienza a desconfiar de cada uno de sus pasos. “Decía que lo peor que le podría suceder es que yo tuviera una relación sexual con un hombre; yo puedo competir con una mujer, pero cómo voy a competir con un hombre. Le atormentaba mucho la idea”.
Un día a la mujer de Manuel se le extravía el maquillaje y no tarda en culpar a Gina. En otra ocasión ve unas medias rotas y también señala a su esposo. Cuando llega tarde por juntas en la oficina, la esposa no duda en imaginar que la dupla Manuel-Gina anda gozando en la cama con algún gay.
Manuel, un flacucho desgarbado y altísimo, le promete fidelidad eterna a su mujer. Y, según sus palabras, siempre se la cumplió. Sólo le pide que comprenda algo muy simple: le gusta usar ropa de dama de vez en cuando. Así como hay esposos que ven los partidos de futbol frente a la televisión, a él le relaja ponerse algo de maquillaje y un sostén. Comprensión, clamaba:
“Intentaba decirle olvídate de que si te engaño con un hombre o con una mujer, que no lo voy a hacer. Olvídate si yo soy gay, si soy bisexual o soy heterosexual. Yo te quiero asegurar a ti y quiero que comprendas que no me voy a meter con nadie más que contigo”.
Manuel nunca se ha sentido atraído por un hombre. Se percibe completamente heterosexual. Incluso en su juventud sentía aversión por los homosexuales. Sólo que, desde que era niño, tenía un severo impulso por vestirse de mujer. No entendía cómo ni de dónde nacía esa obsesión, pero hasta la fecha, con un enfisema pulmonar que lo acorrala a la muerte –por meter a sus pulmones hectáreas enteras de tabaco– no ha dejado de usar ropa de dama de vez en cuando. Cada fin de semana si es que puede. Y no lo hace solo.
La esposa de Manuel no soporta el bochorno de que toda su familia sepa del travestismo de su marido. Pone fin al matrimonio. La hija de Manuel le retira el habla indefinidamente. Él acude con un psiquiatra que mantuvo adormilada a Gina hasta que escucha en la radio a Víctor Velasco, fundador de la agrupación Crisálida, grupo de ayuda para travestis heterosexuales. Sólo entonces Gina y Manuel hacen las paces.
Víctor es un hombre con actitud desenfadada, habla con desparpajo, como un veinteañero al que no le importara mucho la vida. Estudió sociología rural en la Universidad Autónoma de Chapingo; después se formó como sexólogo en el Instituto Mexicano de Sexología, más tarde egresó del Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt y finalmente fundó el Centro de Capacitación y apoyo Sexológico Humanista.
Cuando Manuel escucha a Víctor hablar en el radio pide una cita con él. Coincide que otro paciente con idéntica problemática visita al terapeuta y a los tres se les ocurre la idea de iniciar una sesión grupal. Han pasado 15 años desde entonces y unos cuatro pacientes al año acuden con Víctor Velasco por la misma problemática. Calcula que ha atendido unos 80 casos. Algunos encuentran en Crisálida su salvación, a otros les queda corta y avanzan en la escala hasta cambiar de identidad genérica.
En Crisálida nadie es gay. Son un montón de machos con voz grave, rostros duros y conversaciones de ingenieros. La única diferencia entre ellos y otro grupo de hombres que se reúne los sábados para alguna actividad de ocio es quizá el maquillaje, las medias, las pelucas, los tacones, etcétera.
“La mayor parte somos ingenieros, él es ingeniero mecánico, él es ingeniero químico, el es transportista…”, señala Gina con áspera voz antes de ser interrumpida por Paty, quien aclara: “No, no no, pérame, yo soy ingeniero en navegación terrestre”. Se sueltan las carcajadas en el grupo. Paty se refiere a que anteriormente era camionero.
El nombre original de Paty es Enrique, ya es abuelo, pero en casa nadie sabe de su travestismo. Así como hay camioneros que se atascan de cocaína, pastillas y Coca Cola para soportar los extenuantes viajes nocturnos, a Enrique le mantiene despierto Paty.
“Cuando iba en la carretera empezaba a sentir sueño y me empezaba a travestir y has de cuenta que me tomaba diez, quince pastillas para no dormir, era la emoción de en la noche venir manejando, ¡sientes que todo mundo te ve!”, cuenta Paty con ojos saltones de emoción.
Enrique, el que todos conocen, está lesionado de un brazo y desde hace tiempo no puede rodar más por la carretera. Aún trabaja en la empresa de transportación, pero ahora tiene un puesto administrativo. La testaruda Paty quería seguir con vida y logró sobrevivir gracias a Crisálida.
“Somos más o menos parecidos a Alcohólicos Anónimos, solamente que en lugar de ser borrachos somos travestis”, intenta explicar Gina-Manuel.
Corre febrero de 1996 y a Víctor Manuel Velasco se le ocurre fortalecer la asistencia del grupo mediante un anuncio clasificado. No tuvo eco. En diciembre repite la estrategia, con la esperanza de esta vez sí obtener resultados satisfactorios. Manda a publicar en el Universal un texto que pregunta a manera de invitación:
“¿Eres hombre y te gusta usar lencería? Comunícate con nosotros”.
Y a Gina se suma Myrna, luego Lizbeth. “Tenían la idea querer desaparecer su travestismo”, recuerda Víctor. Sólo que este terapeuta no ve a la negación como una opción real, sino todo lo contrario, su solución al problema es precisamente aceptar la condición.
Además de tener que persuadir a los pacientes de aceptar su travestismo, el terapeuta debe lidiar con las esposas, que en algunos casos exigen el divorcio inmediato.
Le tocan mujeres furibundas. Se sienten traicionadas por sus esposos, creen que ellos les han ocultado toda una vida que son homosexuales, pero no es así. Son travestis que cuando se enamoraron dejaron de vestirse como mujer, se casaron con ese alivio y más tarde la condición reapareció como uno de esos herpes invisibles.
Otras esposas se cuestionan su papel en la cama, si no son lo suficientemente bellas como para satisfacer a su marido.
“Yo les decía que el travestismo no tiene nada que ver con ellas porque algunas han llegado con la idea de que pensé que se travestía porque yo no era suficientemente mujer. Estas mujeres tienen mucha dificultad para asumir qué pasa con ellas, no con su relación en general, sino en general en sus vidas, me dicen es que yo había hecho mi proyecto de que él me resolvía la vida y ahora que me encuentro con esta faceta pues ya no tengo de dónde agarrarme”.
Algo común es que los esposos, de forma inconsciente, comiencen a dejar huellas. Una pantaleta tirada, unas medias fuera de lugar…
Lorena (Arturo), por ejemplo, lleva a su esposa a cualquier película que sugiera contenidos homosexuales. Al final debaten y ambos acuerdan aceptar la diversidad sexual como un valor propio de su matrimonio.
Por fortuna para Arturo-Lorena, su mujer estudió sexología en el Imesex. Se trata de una mujer con alto grado de comprensión de los fenómenos sexuales.
Un día, la esposa de Arturo le confiesa: “Me gustan tus piernas”. Y el la reta con una doble intención: “¿A ver, cómo se me verían tus medias?”.
Después, Arturo se transforma en Lorena y se la presenta a su mujer.
— ¿Cómo lo tomó?
— No me lo tomó a mal.
— ¿Tienes hijos?
— Sí.
— ¿Lo saben?
— Bueno mi hijo trata de no tocar el tema, mi hija pues a veces comentamos algunas cosas nada más.
— ¿Son cerrados al respecto?
—No, no cerrados, lo que ocurre es que aun que me asumo como travesti ya en la vida cotidiana pues soy un hombre común y corriente y puedo decir que siento un poco de vergüenza al estar así frente a mis hijos.
— ¿Qué sientes?
— Es algo interno, de mi formación. En la actualidad, Víctor Velasco desplazó la terapia Gestalt para tratar a los travestis heterosexuales y ahora ocupa las constelaciones familiares, un sistema que ha tenido mucho eco en los ambientes de la metafísica y el New Age.
Víctor coloca a unos muñequitos de la marca alemana Play Móvil y los pone sobre una mesita frente a su paciente. A unos juguetes los hace interpretar el rol del padre, a otros de abuelo, a otros de bisabuelo… En varios casos el terapeuta ha encontrado que los travestis se identifican generalmente con la abuela, que, curiosamente, había sido vista como la loca de la familia.
La dinámica funciona así. Víctor pone a un muñequito junto con otro que representa a una mujer; detrás a otra pareja, y así consecutivamente, hasta que le pregunta a su paciente con cuál se identifica. La respuesta de la mayoría de los travestis ha sido la abuela.
En las constelaciones familiares cuando el paciente reconoce que está repitiendo la conducta o el rol de algún antepasado se logra una tranquilidad única, pilar para aceptar el travestismo.
En una sesión general, Víctor analiza a su paciente, para posteriormente resolver el problema en seis o siete sesiones más.
Amén de la terapia de constelaciones familiares, Víctor aún ve a Crisálida como una salida efectiva para los travestis heterosexuales. Es un modelo que replicó de Estados Unidos, particularmente de la organización Society for the Second Sex, que anualmente reúne a travestis heterosexuales de todas partes del mundo.
Las reglas son claves. No se aceptan personas que no sean travestis, tampoco se ingiere alcohol ni es un lugar de ligue. Se trata de un grupo de apoyo, donde los asistentes comparten sus confesiones. A Manuel, el líder de esta organización, le queda un tiempo corto de vida, no quiere pensar cuándo será el día final pero sabe que sus pulmones están dando las últimas exhalaciones.
Confía en que el grupo siga con el resto de los integrantes, que no quieren hablar mucho de la sucesión, se han limitado a dejar de fumar en las reuniones para evitar afectar a Gina.
Algunos temen por la desaparición de Crisálida, debido a que el resto de los grupos son para transexuales, transgénero o se trata de antros de ligue. Crisálida es única, es para travestis que no quieren saber nada de homosexualismo ni gays ni ligar ni nada por el estilo. Sólo quieren seguir teniendo un espacio donde ponerse una peluca una vez por semana, quitársela y regresar a casa como nuevos.