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Mundo

27 de Noviembre de 2017

Mi vida como ciego en una prisión

Este texto se publicó originalmente en Vice en Español.

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No estaba ciego cuando ingresé en la prisión federal. De hecho, cuando me detuvieron, el 19 de abril de 2006, iba al volante de mi coche. Pero tengo glaucoma y empecé a perder la vista una vez en la cárcel.

Los colores perdieron intensidad y la imagen de la televisión ya era tan nítida; así es como empezó. Compré lupas y dije a los médicos de prisión que cada vez veía menos. No ha sido fácil conseguir el tratamiento y la ayuda que necesito, y a día de hoy todavía me duelen mucho.

Cuando empecé a perder la vista, todavía estaba tratando de recurrir mi caso, y recuerdo estar en la biblioteca, rodeado de libros de derecho, esforzándome para leer. Pero después de perder por completo la visión en 2012, mis intentos de apelar cayeron rápidamente en el olvido.

Ahora paso los días sentado en mi celda y me limito a mi entorno directo. Es más fácil de esta manera, aunque parezca que yo mismo me haya impuesto una especie de confinamiento. Solía participar en los programas de la prisión y trabajar en la cocina. También me gustaba salir al patio todo el tiempo. Pero ya no puedo.

Incluso pregunté a los funcionarios si había alguien que pudiera enseñarme Braille para intentar volver a abrir mis horizontes. Dijeron educadamente que no era posible. Ahora salgo de mi habitación quizás durante una hora al día para tomar un poco el aire y darme una ducha. Si tengo suerte, llego hasta el microondas. Eso es todo, básicamente.

Todo el día pienso en cuántos pasos doy, qué tengo que hacer a continuación, y me preparo. Son 21 pasos hasta el teléfono. Luego son 15 pasos hasta la barandilla, me agarro, giro a la izquierda, y tras otros 17 pasos, llego a la cocina. Se necesitan 120 pasos para llegar al detector de metales. Son 38 para llegar al microondas. Eso es todo lo que mi mente puede manejar en este momento: contar pasos.

Me he puesto la alarma para que suene a las cinco de la mañana. Solía ponerla a las seis, pero ahora tardo mucho más en salir. Mi reloj tiene un botón para aplazar la alarma, por lo que siempre suena cada diez minutos, de forma que sé cuándo son las 5:10, las 5:20, etc. De lo contrario, no tendría ni idea de qué hora es.

Cada noche pongo el cepillo de dientes, la pasta y otros artículos de higiene encima de mi taquilla, para saber dónde están. No puedo cómo está de sucia mi celda, pero todos los días me dicen, tienes que limpiarla, y yo trato de limpiar cada rincón.

Cuando voy a comer algo, llego hasta la puerta y llamo a mi amigo. Estamos juntos desde el pasado octubre. Le digo: “Oye, Antwane”. “¿Qué pasa?”, responde. “Hombre, ya sabes lo que pasa. ¡Llévame hasta allí!”.

‘Twane no tiene formación ni nada, pero me agarro a su hombro y caminamos. Me lleva desde la puerta de mi celda hasta el comedor, se asegura de que me den la bandeja, me lleva hasta la mesa y luego recoge mis cosas. Prácticamente me lleva a todas partes. Hay momentos en que ‘Twane no está cerca, sin embargo, y tengo que arreglármelas solo. En esos casos, por lo general regreso a mi celda.

Durante un tiempo se metían conmigo porque caminaba apoyado sobre el hombro de alguien, lo que hacía que ‘Twane pareciera mi novio en lugar de un buen tipo que me ayuda a ir del punto A al B. Siempre le cojo la mano o me apoyo en su brazo o en el hombro mientras caminamos por las instalaciones.

Esto me ha causado bastantes problemas. Incluso me han enviado a confinamiento para protegerme. allí me siento más seguro, porque no tengo que preocuparme de que ningún tipo se acerque. Pero me estoy perdiendo muchas cosas. En aislamiento solo puedes hacer una llamada al mes. En algunos casos no recibes visitas. Y en mi caso, no tengo a nadie que lea mi correspondencia. Mis cartas se van apilando.

Ahora tengo un bastón blanco, proporcionado por la prisión. Y cuando la gente me mira, piensan Ah, es ciego, no es que fuera novio de aquel otro. Lo cierto es que ha habido diferencia. Mi vida es muy distinta. No me gustan las multitudes. No como con el resto de reclusos. No suelo salir al patio. No me siento seguro ahí. Me quedo lejos de todo el mundo.

Burl Washington está encarcelado en la Institución Correccional Federal de Estill, una prisión federal en Carolina del Sur. En 2008 fue condenado a 30 años por distribución de drogas (entre ellas el fentanil) que resultó en la muerte de una persona.

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