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Cultura

6 de Diciembre de 2017

Fragmento de un ensayo de Zweig sobre Dostoievski

"Los europeos vivimos en nuestra vieja tradición como en una casa cálida y acogedora. El ruso del siglo XIX, el de la época de Dostoievski, ha quemado tras de sí la cabaña de madera de la prehistoria bárbara sin haber construido todavía su nueva casa. Todos son desarraigados, sin dirección fija".

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“No es por casualidad que reúno en un solo libro estos tres ensayos sobre Balzac, Dickens y Dostoievski. Con un propósito común trato de mostrar a los tres grandes novelistas y en mi opinión los únicos’del siglo XIX como prototipos que precisamente por el contraste de sus personalidades se complementan y quizás elevan a forma clara y distinta el concepto de novelista, es decir, de forjador de mundos épicos”, escribe Stefan Zweig cuando en 1920 publica el ensayo Tres maestros (Drei Meister). Sobre el autor ruso, Zweig dice en un fragmento recogido (traducción de Joan Fontcuberta) :

“El hombre ruso tiende al todo. Quiere sentirse a sí mismo y sentir la vida, pero no su sombra ni su reflejo, no la realidad exterior, sino lo grande y místicamente elemental, el poder cósmico, el sentimiento de existir. Dondequiera que ahondemos en la obra de Dostoievski, oímos murmurar como un manantial subterráneo este afán de vida totalmente primitivo, fanático y casi vegetativo, este sentimiento vital, este anhelo ancestral, que no quiere dicha ni dolor, que ya son formas particulares de la vida, valoraciones, distinciones, sino el goce total y completo como el que se experimenta al respirar. Quieren beber de la fuente primera, no de los pozos de calles y ciudades, quieren sentir la eternidad, lo infinito y desprenderse de la temporalidad. (…)
Ajenos al mundo por amor al mundo, irreales por su pasión por la realidad, los personajes de Dostoievski parecen al principio algo ingenuos. (…) son rusos, hijos de un pueblo que, viniendo de una inconsciencia bárbara milenaria, cayó en medio de nuestra cultura europea. Arrancados de la vieja patriarcal, no familiarizados todavía con la nueva, están en medio, en una encrucijada, y la inseguridad del individuo es la de todo un pueblo. Los europeos vivimos en nuestra vieja tradición como en una casa cálida y acogedora. El ruso del siglo XIX, el de la época de Dostoievski, ha quemado tras de sí la cabaña de madera de la prehistoria bárbara sin haber construido todavía su nueva casa. Todos son desarraigados, sin dirección fija”.

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