Jean-Louis Maurette ya no se avergüenza cuando la gente sonríe al conocer que organiza expediciones para buscar al yeti, convencido de que esta criatura desconocida existe en las montañas del Cáucaso, donde se acumulan los testimonios de haber visto un ser bípedo peludo de gran tamaño. Tampoco le desaniman los recientes estudios científicos que aseguran […]
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Jean-Louis Maurette ya no se avergüenza cuando la gente sonríe al conocer que organiza expediciones para buscar al yeti, convencido de que esta criatura desconocida existe en las montañas del Cáucaso, donde se acumulan los testimonios de haber visto un ser bípedo peludo de gran tamaño.
Tampoco le desaniman los recientes estudios científicos que aseguran que ese extraño espécimen, popularizado en cómics o por el cine, en realidad es un oso mitificado por las creencias populares.
“Quien piense que un habitante del cáucaso no sabe identificar un oso es que nunca ha estado allí”, afirma a EFE este escritor, extécnico de defensa, que prepara su cuarta expedición en busca de la legendaria criatura.
Maurette busca en concreto el almasty, el yeti del Cáucaso, que se cuida mucho de diferenciar de otros, el “bigfoot” estadounidense o el yeti del Himalaya, quizá el más popular por las aventuras de Tintin.
“Hay miles de testimonios de gente que lo ha visto. En época de Stalin no se bromeaba con esto, si mentías te arriesgabas a la muerte”, asegura.
El contacto con los locales le llevó a convencerse de que el almasty era más que una figura mitológica, que es un animal real que ha dejado su huella en los habitantes de la región.
Fue en 2013 cuando este aventurero, residente en Finisterre (oeste) y especializado hasta entonces en encontrar pecios submarinos, comenzó a recolectar testimonios de la presencia del animal en una expedición que hizo a la república rusa de Altái, en el sur del país.
“Allí la gente no hablaba mucho del tema, pero me lograron convencer de que en el Cáucaso la cosa era diferente”, sostiene.
Al año siguiente fue a esa región y dirigió sus pasos a las orillas del río Pchekha, en la localidad de Gouamka, donde “la gente era más abierta y hablaba sin vergüenza del almasty”.
“No son muchos los que lo han visto, pero todos aseguran que sus antepasados los veían de forma habitual. Es un tema normal de conversación entre ellos”, señala.
Maurette no descarta que el yeti del Cáucaso pueda haberse extinguido, pero refuerza su convencimiento de la existencia del animal.
“Estoy convencido de que, al menos, existió y no descarto encontrar algún resto de su cadáver”, apunta.
Maurette muestra con orgullo una fotografía de una huella encontrada en el Cáucaso en 2014 de un pie desnudo de entre 45 y 47 centímetros.
“Es algo excepcional, tanto por el tamaño como por el hecho de que los habitantes de esta región no se pasean descalzos. Tiene que pertenecer a otra especie bípeda”, afirma.
Su cuarta expedición, que como las anteriores pretende hacer en solitario para hacer el mínimo ruido posible, se dirigirá a Kazajistán, donde espera seguir encontrando evidencias del almasty y, por qué no, fotografiarlo.
“Eso sería lo ideal, pero para eso haría falta una expedición más importante, que cuesta mucho dinero y, hoy por hoy, no dispongo del capital”, señala.
Lo mejor sería, asegura, poder tener una oficina en el Cáucaso para recoger los testimonios y montar expediciones bien equipadas de equipos fotográficos para obtener la preciada imagen.
“Desde hace 60 años los rusos no han vuelto a buscar al almasty y hoy existen tecnologías mucho más avanzadas que entonces que pueden ayudar a encontrarlo, como cámaras infrarrojas o térmicas”, señala.
Además, apunta, en tiempos de la URSS era muy difícil obtener permisos para trabajar en esa región, algo que ahora ha cambiado, una oportunidad que él espera seguir aprovechando a partir del próximo verano.