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Nacional

6 de Junio de 2018

Cartas sobre feminismo II: El intercambio epistolar entre Javiera Arce y Rafael Gumucio

Por

Estimado Rafael,
He leído atentamente tu respuesta la cual obviamente está llena de provocaciones, no obstante, me tomaré de tu última reflexión para comenzar mi respuesta.

Al hacer referencia a los fanáticos y los heréticos me parece que das en el clavo de lo que podría ser la propia trampa del movimiento. Las fanáticas no son las que están armando estos petitorios, por el contrario como tú bien lo afirmas, son las y los heréticos, quienes están pidiendo cabezas, se aprovechan políticamente de una causa, que es justa, pero que entre la demanda punitivista por el protocolo y la guillotina acaban por banalizar un movimiento de una potencia política que aún no dimensionamos, que ha conseguido incluso que el Consejo de Rectores, institución que ha sido altamente cuestionada por su casi nula representación femenina, acabara por respaldar la demanda, y le exigió al gobierno un esfuerzo por profundizar sus cosméticas propuestas basadas en protocolos impuestos desde el propio ministerio de Educación, que por supuesto no considera a la universidad como un espacio político y conflictivo, y que estas nuevas reglas en particular, requieren contar con la aprobación de toda la comunidad universitaria. No ahondaré en esa “política pública” desinformada y carente de toda lógica, como la famosa “agenda mujer”, que fue reiterada por el presidente Piñera este 1 de junio.

Viéndolo desde esa perspectiva, en efecto, son los heréticos quiénes están aprovechándose del movimiento tratando de avanzar en demandas facilistas, tal como tú planteas, las de desvincular a ciertos académicos, algunos con justa razón y otras no tanto, y que intenta imponer una nueva moralina – fuiste demasiado generoso al atribuirles una nueva ética y moral-, y querer transformar en tribunales de justicia a las universidades, siendo que la demanda debería ir apuntada al gobierno y al Congreso Nacional, para avanzar en LEYES que ayuden a evitar conductas como el abuso de poder, acoso sexual y violencia de género en el espacio educativo. Si bien hay prácticas que son francamente aberrantes en la sala de clases, y como dijo Rita Segato “El aula universitaria es el lugar del gozo autoritario del profesor”, y es muy fuerte lo que allí ha pasado, se requiere distinguir muy bien hacia donde avanzamos, porque la nueva impronta “ética” a la que (se) nos está llevando la herética del movimiento, terminará por descalificar incluso a las históricas mujeres comprometidas con el movimiento feminista como sirvientas del patriarcado.

¿Por qué se dará esto? Y aquí retomo el punto de mi carta anterior, por la falta de claridad política sobre el establecimiento de demandas concretas, y la necesaria problematización del fenómeno. En fácil, el consumo y el neoliberalismo se instala en la agenda de esta lucha, y habrá que ver cómo retomamos la concepción anticapitalista y antineoliberal propias del feminismo, y avanzar hacia la politización del movimiento, y para ello, tal como lo advertía el error de Pilar Molina el domingo pasado que hablaba de “alerta marxista”, lo que nos ha dejado como reflexión la movilización también, es la pérdida de calidad de la educación, en que las propias estudiantes carecen de herramientas teórico-políticas para la comprensión del fenómeno y la verbalización del mismo, que se ha quedado en el concepto de “educación no sexista”, pero que insisto, hasta ahora, no hemos podido conceptualizar el término. Por otro lado, observamos también con preocupación, tal como tú lo deslizas en tu texto, las escasas instituciones privadas que han podido plegarse al movimiento, y es allí donde hasta ahora, el propio gobierno, ha invisibilizado a esas mujeres, que no tienen a quién reclamarle si sufren algún tipo de abuso de poder o abuso sexual, y me pregunto ¿tendrán que ir al Sernac para evacuar de alguna manera una problemática que le ocurre a todas las mujeres, sin importar su clase? Y es más, es allí donde estudian las personas de niveles socioeconómicos más bajos, incrementando la opresión de las mujeres más pobres, pensándolo bien, comunicado de otra manera, hasta el titular de tu entrevista en La Tercera era más menos razonable.

Para terminar, quisiera profundizar en la mala calidad de nuestra educación universitaria, esa educación despolitizada y desideologizada gracias a la dictadura, que se amplifica justamente en este movimiento. No obstante, hay que ser bastante iluso en exigirle a estas mujeres que verbalicen y racionalicen la demanda, aunque si me aprietas un poco te diría que hasta la performance de las compañeras a torso desnudo guarda rasgos propios de la performatividad del género y el feminismo, que sin siquiera necesitar un discurso que sustente la acción porque por sí misma se reapropia del espacio público. A pesar de ello, parte de este problema, es la pérdida del sentido político de una institución clave para la sociedad y el propio sistema político, como es la Universidad.

Espero expectante tu respuesta
Afectuosos saludos,
Javiera Arce Riffo

*Cientista Política. Editora del libro El Estado y las Mujeres, el complejo camino hacia una necesaria transformación de las instituciones (RIL, 2018).

—-
Querida Javiera,
Unos de los logros más visible del desarrollo chileno es haber logrado estrenar en Santiago casi al mismo tiempo, las mismas películas que en Denver o Chicago. Eso no quita que esta película, la de las “cuerpas” que confunden el diccionario con el palacio de invierno, yo ya la vi. Cometeré el pecado de hacer spoiler y contarte al final: Donald Trump es presidente de Estados Unidos. Le ganó a una mujer que había cometido el pecado de estar mucho más preparada que él.

Hay en EEUU, por cierto, mucho más mujeres en cargos directivos en las universidades y empresas que en Chile. En Manhattan o en San Francisco es casi imposible que nadie te piropee, y mucho menos te acosen. Ahí los hombres cambian pañales y son del sexo que sienten es el suyo. En los suburbios de los suburbios de las ciudades industriales, en los ghettos negros alrededor de Washington, sigue campeando la violación, y el femicidio con una violencia que no hace otra cosa que aumentar la cantidad de ellos que van a parar a las cárceles donde son violados hombres, mujeres y niños por igual.

Estamos en Chile, me dirás tú. En Chile, te respondo, el país que incorporó la palabra “copia” a su himno nacional. No tenemos en Chile a Trump, pero tenemos a José Antonio Kast. Todas las encuestas nos dicen que el único ganador político de esta batalla es el rubio. Los petitorios de las tomas suelen copiar tan al pie de la letra petitorios similares de Estados Unidos, que piden que las universidades vigilen sus fiestas privadas, sin reparar que en Chile los universitarios no residen como en Estados Unidos en el campus de la universidad. Sólo he visto nombrar a Julieta Kirkwood a escritoras de mi edad no precisamente en la vanguardia del movimiento. No veo en ninguna parte una reflexión sobre cómo es ser mujer en una sociedad en que, como decía el sociólogo Alain Touraine (casado con chilena), los hombres no se atreven a hablar si se los entrevista juntos a sus mujeres o donde esos mismos hombres hablan con sus madres todos los días sin que eso los haga menos machistas. Nadie se pregunta si los rectores del CRUCH hablan contigo desde el “respeto” o desde “el miedo” a las mujeres, tan terriblemente chileno. El respeto implica discutir, rebatir, como lo hacemos tú y yo, el miedo conceder hasta que pase la ola que creo que es lo que están haciendo la mayor parte de las autoridades súbitamente convertidos al feminismo más militante.

Eso no quita que muchas mujeres profesionales, muchas académicas meritorias, muchas ejecutivas injustamente olvidadas de los directorios, se verán beneficiadas por esta nueva conciencia que por suerte despertó. No minimizo esa revolución, sólo sé (porque ya vi la película) que la “teoría del chorreo” se aplica a las costumbres con la misma lentitud y asimetría con que se aplica a la economía. Que la mujer tenga el lugar que merece en la élite profesional e intelectual del país es un bien en sí mismo, pero es engañoso relacionar esa lucha justa con la violencia de género que sufren y seguirán sufriendo las mujeres en el mundo popular. Que sufren y siguen sufriendo porque la sufren también los hombres, porque la lucha de sexo o de género no cancela la lucha de clase.

El tema para mí es ¿dónde queda en medio de esta revolución la lucha de clase? A las feministas de izquierda, como tú, y a los que nos sentimos todavía de izquierda a pesar de ser hombres, nos cabe el papel de preguntarnos ¿por qué una sociedad cada vez menos patriarcal sigue siendo de muchas maneras nuevas profundamente, socialmente injusta? ¿No será que el capitalismo, que todo lo sobrevive, ha conseguido separarse del patriarcado que como una carcasa vieja, ya no necesita? ¿No es hacerle el juego combatir el capitalismo patriarcal, conservador y católico, sin ver el rostro verdadero del nuevo enemigo, sin estructuras ni jerarquías, la explotación pura y dura del sujeto atomizado que ya no vende su fuerza de trabajo sino su tiempo, su lenguaje, su cultura, su sexo?

Me alargué un poco, te pido disculpas y mando un abrazo y espero respuesta,
Rafael Gumucio

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