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Mundo

19 de Junio de 2018

Caimanera, la “trinchera antiimperialista” a metros de la base de Guantánamo

En las contadas ocasiones en que llegan extranjeros al remoto pueblo cubano de Caimanera, los niños salen curiosos a recibirlos pero los adultos mantienen cierta distancia: aquí están habituados a observar desde lejos, porque su vecina es la base naval estadounidense de Guantánamo. “Caimanera, primera trinchera antiimperialista”, reza el cartel que recibe a quienes arriban […]

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En las contadas ocasiones en que llegan extranjeros al remoto pueblo cubano de Caimanera, los niños salen curiosos a recibirlos pero los adultos mantienen cierta distancia: aquí están habituados a observar desde lejos, porque su vecina es la base naval estadounidense de Guantánamo.

“Caimanera, primera trinchera antiimperialista”, reza el cartel que recibe a quienes arriban a este enclave, un inédito vestigio de la guerra fría donde viven 11.173 personas y a cuyos 362 kilómetros cuadrados solo acceden los lugareños o quienes portan un permiso especial.

Este mes se cumplen 120 años del asentamiento de las primeras tropas de EE.UU. en Guantánamo, en 1898; un lustro después se formalizó el contrato indefinido de arrendamiento, aún vigente pese a que Cuba lleva décadas reivindicando la devolución de un territorio que considera ocupado ilegalmente.

Enclavado en la tercera mayor bahía de bolsa del mundo, a primera vista Caimanera se parece a cualquier pueblo costero cubano, con una animada plaza, casas que agradecerían una restauración y hombres que hilvanan con parsimonia una partida de dominó a las puertas de la bodega.

Unas boyas amarillas, sin embargo, marcan la inviolable frontera marítima, un límite que los niños del lugar recitan de carrerilla: “no hay que pescar y nadar más allá porque te puede pasar como a Rodolfo y (que) te asesinen”.

Rodolfo Rosell, un pescador y activista de la revolución, es uno de los seis guantanameros de cuya muerte (1962) responsabiliza la isla a los soldados de la base, a quienes también acusan de torturas, lanzamiento de materiales inflamables a territorio cubano y provocaciones.

Pero hace ya décadas que la calma reina en la árida e inhóspita zona fronteriza, que llegó a estar cuajada de minas plantadas por ambas partes.

Desde el pueblo, el mejor lugar para atisbar la base es el único hotel, sobre una colina desde la que son necesarios prismáticos para distinguir algunas construcciones, un parque de molinos eólicos y poco más.

Los caimanerenses, sin embargo, no bajan la guardia y consideran que tienen al enemigo a las puertas.

“Pero los mantenemos a raya”, espeta Yania Aguilar, una dirigente local del Partido Comunista, quien esgrime que su pueblo resiste, “y vamos a vencer”, proclama.

“Para nada tenemos miedo de tenerlos tan cerca, todo lo contrario, somos un pueblo valiente al tener a un imperio tan agresor y que ha hecho tanto daño en todo el mundo. Dormimos noche a noche y vivimos día a día con ellos ahí”, comenta.

Como las autoridades, Aguilar lamenta que la presencia de la base limite el desarrollo económico de la zona, en especial la pesca.

Para salir al Caribe hay que atravesar territorio de EEUU, por lo que la testimonial flota local solo explota una parte de la bahía y no tiene acceso a las zonas abiertas donde nadan las especies más grandes, como el pargo o la aguja.

Los pescadores profesionales son doce, el sector emplea a apenas 60 personas y cada vez hay menos peces, porque la resabiada fauna marina ha “aprendido” con los años a quedarse del lado estadounidense, donde no entran barcos pesqueros, asegura el pescador Osvaldo Rojo.

El Gobierno compensa a Caimanera por estas limitaciones con un trato especial que no tiene ningún otro habitante del país caribeño y que incluye un plus salarial del 30 % y una libreta de abastecimiento más opípara que la del resto de los cubanos, con carne de res -para los demás solo hay pollo-, leche y una cuota arrocera superior.

Más allá de las repercusiones económicas, Olga Pérez lamenta que vivir en una zona acotada militarmente impide a los jóvenes como ella relacionarse con normalidad con otros jóvenes forasteros porque “hay que pedir documentos”, y también tienen vetadas las “playas bellas del lado de allá”.

“Nos afecta psicológica y socialmente porque tener al enemigo ahí al lado nos impide el desarrollo normal”, afirma.

En la base, donde llegaron a trabajar 5.000 cubanos -reducidos a 700 tras triunfar la Revolución-, ya no queda ninguno; los empleados locales, la mayoría operarios de mantenimiento, no se reponían a medida que otros se jubilaban y en 2013 se retiraron los dos últimos.

Unos 40 extrabajadores o sus familiares directos cobran aún pensiones del gobierno de EEUU.

También viven dentro del perímetro estadounidense veintitrés cubanos, hoy ancianos, que decidieron quedarse. Por “razones humanitarias”, Cuba les ha permitido en alguna ocasión entrar a territorio nacional para visitar a sus familiares enfermos, o a enterrarlos.

Desde el ascenso al poder de Fidel Castro la isla rehúsa cobrar el cheque anual de 4.000 dólares que Washington envía para pagar el alquiler.

¿Y qué haría Cuba si le devuelven Guantánamo? A las autoridades de la provincia, la pregunta parece tomarlos desprevenidos, pero tras una reflexión, ninguno menciona memoriales o parques temáticos: la usarían “igual que el resto del territorio, para ampliar el desarrollo y aprovechar el transporte marítimo”.

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