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Opinión

2 de Agosto de 2018

Ranking de corbatas y pañuelos más influyentes en política

Metiéndome en el área de los sicólogos cognitivos y corporativos, en nuestra cultura occidental la corbata representa poder; es una prenda incómoda e inútil, pero es fálica. De ahí el juego erótico de George Sand, Marlene Dietrich, Madonna y Pamela Jiles de usar corbata cuando jóvenes, apropiándose del falo.

Juana Rivers
Juana Rivers
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Pocas veces hemos tenido una quincena política tan connotadamente fashion como la última. La política nacional se vio estremecida por el pedazo de tela que nos colgamos en el cuello. Corbatas, pañuelos, pañoletas
La corbata más importante de Chile, para mi gusto, sigue siendo la de Pinochet cuando quiso vender la pescada de que ya no iba a ser más dictador militar y Capitán General, sino que ahora iba a ser candidato civil en el plebiscito. Para dar ese salto se puso terno y corbata. Y en la corbata, una perla.
No usar corbata es un símbolo de rebeldía. La no-corbata más importante de mi ranking es la de Evo Morales cuando asumió el poder: “aquí viene un líder indígena y cocalero a cruzarse la banda presidencial, sin corbata”. En Chile, es la de Boric, el 2014, cuando quiso decir en silencio “yo no uso corbata, no soy como el resto de ustedes, pobres diputados”.
Entre las clases altas y líderes políticos la corbata es una ostentación del poder. Son muy pocos los Jefes de Estado, políticos o presidentes de empresas que no la usan. También tiene connotación republicana, de reconocimiento y valoración a las instituciones. Por eso se ponían corbata los estudiantes pobres y ricos cuando se titulaban en la universidad y lo mismo hacían los orgullosos padres. Por eso la usan siempre los jueces, los abogados y los empleados públicos. Usaba corbata Luis Emilio Recabarren y no era por respeto a los ricos. Era respeto republicano
En la clase trabajadora, la corbata da a entender que la persona es asalariada, está sometida a las reglas de su empleo y se apega a las órdenes. Suena rudo, pero díganle a un cesante camino a una entrevista de trabajo que se sienta loco y se sienta libre y vaya sin corbata porque usarla sería sometimiento.
Desde hace unos años, no usar corbata habla también de creatividad, sin nudos ni ataduras, a lo Steve Jobs. Y es signo de la deconstrucción de las instituciones, de que creemos que la república va por otro lado (¿en la asamblea constituyente, por ser?) y que el respeto se basa en la persona misma y no en su forma (gordo, negro, cojo o sin corbata).
El episodio corbatagate en el Congreso careció de todos estos matices y por eso fue picante. Se vio terrible que un par de diputados, que no son los más respetados de la historia legislativa, fueran así de ordinarios con un invitado. En vez de haber apelado a la formalidad republicana le dijeron “voh no podíh andar tan suelto’e cuerpo”. Mal. El académico Bassa, por su lado, en vez de plantear con altura que él pensaba que el respeto a las instituciones nacionales ya no se representa en una corbata, lanza todo el currículum sobre la mesa. Como (no) el CV no te llevaba Bolonia, La Sorbona, Yale y el MIT, hay que decirlo, se vio igual de mal.
Yo soy pro corbata. Pocas prendas reúnen en tan pocos centímetros de tela tanto simbolismo y por eso es fascinante. Metiéndome en el área de los sicólogos cognitivos y corporativos, en nuestra cultura occidental la corbata representa poder; es una prenda incómoda e inútil, pero es fálica. De ahí el juego erótico de George Sand, Marlene Dietrich, Madonna y Pamela Jiles de usar corbata cuando jóvenes, apropiándose del falo. Pam, no hace falta que me dé las gracias por ponerla, pese a todo, junto a la Dietrich y Madonna. De nada
De las corbatas, el debate político pasó a los pañuelos y pañoletas. Cuestión más política no hay. Daniel Jadue hace una declaración política pro Palestina libre sin necesidad de palabras cada vez que sale con su hatta al cuello en la tv. Quién no recuerda las pañoletas del FPMR y del MIR que servían para taparse la mitad de la cara.
En los 80, antes de los polerones Gap con capucha, un pañuelo al cuello no significaba solo ser artesa o que te gustara Kenny Roggers y el country. Significaba que en algún momento del día habría que protegerse de las lacrimógenas y evitar el reconocimiento de los pacos.
Esta semana, el ranking de pañoletas lo encabezan los pañuelos verdes y celestes. Las miles de mujeres que marcharon por el aborto libre en la Alameda, se amarraron pañuelos verdes al cuello. Curiosamente, según la prensa, fueron militantes católicas del grupo Católicas por el Derecho a Decidir las primeras en repartir pañuelos verdes en una marcha el 2003 en Rosario, Argentina. Como los, las y les chilenes nunca hemos sido muy creativos, copiamos el pañuelo verde altiro no más
Al menos en Chile, la cuestión del aborto libre está totalmentealineada en torno a izquierda y derecha (no sé qué pasa con los liberales de derecha, por ejemplo): la izquierda es pro choice, la derecha es pro-vida. Así las cosas, menos posibilidades aún de que los grupos antiaborto fueran creativos para buscar un distintivo propio, la creatividad no va muy de la mano con la mentalidad conservadora.
Las activistas chilenas antiaborto abandonaron -por sangriento o por marxista, lo ignoro- los globos y poleras rojas de hace unos años, y copiaron a su vez los pañuelos celestes, también idea de las trasandinas. Y así, tenemos las fotos de Manuel José Ossandón, feliz, enarbolando un pañuelo cuyo color fue elegido por las argentinas para homenajear su bandera albiceleste. Allá él, a lo mejor es pro Mercosur y bolivariano y no lo sabíamos.
¿Mis pañuelos? Hermès, por supuesto. De la ropa usada, pero Hermès

*Rivers Asesorías Fashion&Política.
Especialidad en imagen, poder y ridículo

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