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Nacional

22 de Agosto de 2018

Daniela Jara sobre los perpetradores de DD.HH.: “Hay una profunda ambivalencia en torno a este tema”

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La académica Daniela Jara tiene un Fondecyt sobre la memoria cultural y las representaciones de los perpetradores de violaciones de DD.HH. durante post-dictadura. Además, es investigadora del  Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y académica de la Universidad de Valparaíso. Es socióloga, PhD en Sociología de Goldsmiths College, University of London y egresada de Magíster en Filosofía de la Universidad de Chile. Aquí se refiere a la polémica salida del ex Ministro de Cultura Mauricio Rojas tras sus polémicas declaraciones sobre el Museo de la Memoria.

¿Cuál es tu opinión sobre los dichos del ministro que gatillaron su salida?, ¿el Museo de la Memoria necesita de un contexto para presentar lo que presenta?
-El problema del contexto tiene una tradición anclada en el pensamiento de más progresista en Chile, pero a mi juicio se trata de una falsa dicotomía en la que no debemos entramparnos. Una de las razones de la antipatía hacia la idea de contexto es porque surgió como parte de las prácticas y tácticas de la transición, en donde primaba el empate como modelo de resolución de conflictos. Cuando se elaboró el Informe Rettig por ejemplo, y luego la Mesa de Diálogo, hay registros que cuentan que lo más difícil de esas comisiones fue consensuar que había una dictadura que ejerció violencia sistemática hacia el pueblo. Los representantes del ala más negacionista o de la derecha siempre exigieron “contextualizar”. Pero el significado que en verdad le daban a esta palabra era justificar. Para ellos el contexto se construía en base a la teoría de los dos demonios: es decir, que la represión se debía a eso que llamaban como “grupos extremistas”. Sin embargo, esas discusiones se dieron hace 30 años en Chile. Otro factor que influyó en los grupos de DDHH fue que durante los 80 y 90 fue necesario lograr que el caso chileno resonara con otras matrices culturales, para ser pensadas en torno a la ética global del Holocausto que lograba universalizarse entonces.

Pero considero que ha pasado suficiente tiempo como para que desde el pensamiento más crítico y progresista perdamos el miedo al contexto, y que tengamos la capacidad de disputar una nueva noción de qué significa contextualizar los procesos y fenómenos históricos en la posdictadura. Considero que acá los cientistas sociales tenemos un deber, un llamado. Contextualizar no tiene que ver con justificar; esto significa alimentar una dicotomía iluminista versus irracionalista. Así como es necesario historizar la memoria, es importante recordar que hay muchas maneras de contextualizar, lo que importa es el marco en torno al cual se contextualiza. Para mí por ejemplo una de las preguntas importantes es cómo en Chile se llegó a incubar un proceso de deshumanización tan profundo a nivel de imaginarios políticos, esa necesidad de prescindir del otro tanto en el lenguaje como en la misma forma de pensar y disponer la vida social. Un segundo elemento que para mí es ineludible al pensar el contexto es el de la desigualdad estructural de América Latina y la implementación a medias del proceso de Reforma Agraria. Creo que esas son las historias de fondo silenciadas tras el golpe.

—¿Cómo presenta o debería presentar un museo de estas características el rol de los perpetradores?
-En Chile estamos recién haciéndonos esas preguntas, y creo que son muy importantes pero también difíciles. El boom confesional desde el 2000 ha llevado a centrarnos y reconocer a las víctimas, pero nunca ha estado muy claro cuál es el lugar que como sociedad queremos para los perpetradores. Hay una profunda ambivalencia en torno a este tema. Son preguntas que circularon a principios de los 90 ¿Cómo será el encuentro entre victimas y victimarios? Pero fueron tan difíciles que se suprimieron o no se perseveró en esa reflexión en torno a los limites de la comunidad.

La reciente polémica en torno al Museo Histórico mostró la enorme relevancia de este debate ¿Cómo vamos a representar a los perpetradores? Las estrategias museológicas de museos y casas de la memoria han utilizado varias estrategias: todas tienen como fin educar. Hay un elemento que me gustaría resaltar; filósofas de la atrocidad como María Pía Lara han planteado que es muy importante evitar construir representaciones mitológicas, es decir, chivos expiatorios que son depositarios del mal y que nos impiden reflexionar sobre las estructuras sociales, las agencias y participaciones que implican procesos de violencia política y de estado.

—Dichos de esta naturaleza, ¿deberían afectar a tu juicio la posición del actual ministro de Relaciones Exteriores?
Uno de los aspectos más interesantes y también diría que me producen optimismo es que la seguidilla de hechos que han acontecido nos muestran un cambio en lo que fueron hasta hace poco los activismos de memoria y derechos humanos. Al intervenir un poeta como Zurita y una serie de actores del mundo de la cultura, se logró ampliar la convocatoria de esta problemática social y sacarla del guetto y el asilamiento que siempre ha tenido. Porque no es verdad que esto es un problema sólo de agrupaciones de familiares. En ese sentido, la sociedad entera ha dado una señal de que pareciera ser que hay indicios que la lógica de la transición ya llego a su fin. La conformidad era la base social de la transición, y con la concentración masiva fuera del Museo de la Memoria podemos pensar que la sociedad chilena ha logrado elaborar el pasado y ha hecho suya la reflexión del Nunca Más. Pero para eso falta que lo que hizo Zurita se replique en todos los espacios. Me parece que puede ser el fin del espacio moral ambivalente que se inauguró con el Informe Rettig. En ese sentido, los representantes de la República adentro y afuera debieran representar los valores de la democracia, y no me parece que el negacionismo se condiga con una sociedad que mira al futuro al mismo tiempo que conoce y elabora su pasado.

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