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Opinión

21 de Enero de 2019

COLUMNA | La magia del fútbol

"El viejo cantó emocionado. Pidió su bandera para alentar a la selección y su alegría era indescriptible cuando terminó Chile ganando a Argentina, un sueño futbolero que sucedió el 4 de julio de 2015", dice Elena Pantoja en esta columna.

Elena Pantoja
Elena Pantoja
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Cuando mi papá estaba en la etapa mala del Alzheimer –Esa en que no lo puedes controlar, desordena la casa entera buscando algo imaginario que cree que le robaron, se quiere escapar, se pierde, te golpea o insulta sin que le hicieras nada y solo quieres escapar de esa realidad infame- mi hermano dijo las palabras indicadas: “Papá, está jugando la selección la final de la Copa América. ¿Quieres verla?“

Mi papá emocionado, se acostó y dispuso frente a la TV, olvidándose de las paranoias y  fantasmas que gobernaban su enfermedad.

Chile jugaba con Argentina la final de la Copa América. Los once jugadores cantaban con mano en el pecho un emocionante himno nacional que coreó todo un país. Arturo Vidal, Alexis Sánchez,  Beausejour, el Mago Valdivia y tantos otros que no conozco porque soy una ignorante del fútbol, estaban en fila concentrados cantando como si su vida dependiera de ello.

El viejo cantó emocionado. Pidió su bandera para alentar a la selección y su alegría era indescriptible cuando terminó Chile ganando a Argentina, un sueño futbolero que sucedió el 4 de julio de 2015.

Pero esta anécdota no sucedió ese día.

Ocurrió meses después, un 21 de diciembre de 2015, cuando la mente brillante  y maligna de mi hermano, cual Lex Luthor, encontró la solución para sobrevivir ese día. Conectó su computador a la TV y san Youtube arregló todo. Me mandaba fotos y videos y no podíamos parar de reírnos.

Ese día Chile ganó tres veces seguidas a Argentina en partidos consecutivos.

¡Y a penales! Cuando encontraba extraño que volviera a jugar Chile nuevamente, mi hermano le contestaba sin inmutarse “en la mañana jugaba la sub 20” dejándolo tranquilo y por casi 6 horas atento a la TV y celebrando 3 veces la gran victoria nacional.  El truco funcionó por varios meses, pero el Alzheimer siempre gana la partida y después no había caso.

Aparte de reírnos y de pensar que hay un infierno especial para el que le mienta a un viejito enfermo de esa manera, da cierta envidia saber que en algún momento, si tienes suerte, puedes quedar atrapado en un buen recuerdo permanentemente, un loop sin fin. Uno de los pocos beneficios de esa enfermedad de mierda. Una película favorita, el mejor concierto de tu vida, las páginas del libro que no quieres terminar. Las mejores vacaciones, un abrazo, una siesta, un hecho histórico emocionante como la caída del muro de Berlín o el triunfo del NO. Tener alguien que te mienta de que todo está como querías al estilo de Good bye, Lenin!. En una de esas, si le hubiera mostrado la transmisión del hombre llegando a la Luna, también hubiera agarrado papa.

Ese es uno de los pocos recuerdos alegres que tengo de mi viejo enfermo. Aplaudiendo, gritándole al televisor, eufórico y feliz. El mejor partido de su vida, disfrutado decenas de veces como si fuera la primera vez.

A veces quisiera dejar una lista de cosas con la que me puedan mentir si me da Alzheimer. Que me conviertan en una postal de un momento hermoso y me encierren en un álbum de fotos y recortes de textos y poemas queridos y que nunca lo vuelvan a abrir.

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