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Opinión

20 de Febrero de 2019

Columna de Benito Baranda: Los silencios de la justicia social, niños y niñas que migran

Llevamos un largo tiempo discutiendo acerca de la migración en Chile, pero también en el resto del mundo. Pero, incluso en medio de la polémica acerca del Pacto Migratorio promovido por la ONU, hay quienes emigran y pasan casi inadvertidos frente a las vociferaciones, juicios y condenas de adultos con poder que buscan generar más […]

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Llevamos un largo tiempo discutiendo acerca de la migración en Chile, pero también en el resto del mundo. Pero, incluso en medio de la polémica acerca del Pacto Migratorio promovido por la ONU, hay quienes emigran y pasan casi inadvertidos frente a las vociferaciones, juicios y condenas de adultos con poder que buscan generar más barreras al tránsito de estas personas: los niños y niñas. Sin lugar a dudas son ellos los más invisibilizados e impactados por este fenómeno, sufriendo silenciosamente la explotación y la violencia, los abusos y maltratos, desapariciones y muertes.

Hay imágenes, por ejemplo, que no podemos olvidar. Como la del pequeño Alan, ciudadano sirio de sólo tres años, que
murió en las costas de Turquía luego de naufragar junto a su madre y hermano, también fallecidos. O la de Jakelin, niña guatemalteca de tan sólo siete años que murió en la frontera de EEUU. Ellos, y tantos otros que desconocemos, son una expresión muy dolorosa de un drama mayor que impacta a más de 30 millones de personas menores de 20 años, muchas de las cuales emigran sin la compañía de un adulto y donde se viven gruesas injusticias sociales que terminan por horadar y destruir la vida desde la infancia.

Luego de los traumas propios del proceso migratorio, que se transforman frecuentemente en un ‘vía crucis’, para los menores de edad surgen numerosas adversidades de origen psicológico y socio cultural, además de barreras económicas, religiosas, étnicas, en el lenguaje y las costumbres. Pero –tal como dice la campaña que lanzamos en América Solidaria- ¿qué traen en sus mochilas? Es decir ¿qué portan consigo de sus propias raíces identitarias? En nuestra experiencia, hemos visto como éstas vienen llenas de vidas y experiencias; de historias con personas, de olores, sonidos y colores; de imágenes, palabras y sensaciones. Están, sobre todo, repletas de expectativas, deseos y sueños acerca del lugar que definitivamente los acogerá.

Como lo demuestra la psicología del desarrollo infantil y las neurociencias, en este período de la vida ellas y ellos son como ‘esponjas que lo absorben todo’ y en todo momento: antes de emigrar, durante el trayecto migratorio y al llegar a su nuevo lugar de residencia. En las vidas de los migrantes no solo entran en juego sus necesidades y seguridad material (económica), sino también su salud mental. Cuando deben migrar enfrentan con frecuencia un estrés crónico y múltiple (síndrome de Ulises) que se expande profusamente en la vida familiar dejando huellas en los más pequeños. Cuidar su identidad, respetar el contenido de ‘la mochila’ dando seguridad y validez a su mundo de origen, salvaguardar en todo momento su dignidad, es una tarea urgente en los países de tránsito y recepción de niños y niñas migrantes. Es allí donde se estará jugado nuevamente el presente y futuro de sus vidas, sus posibilidades de realización y de construcción identitaria propia que conjugará ‘lo traído con lo nuevo’ con una riqueza esperada y necesaria para nuestras sociedades multiculturales. Dañan profundamente en este caminar las estigmatizaciones, los prejuicios, las aberrantes discriminaciones que nos hacen mirarnos entre nosotros como diferentes, ‘unos mejores que otros, unos más dignos y otros un poco menos’, o –lo que escucho cada día con mayor frecuencia- ‘unos merecedores de las políticas públicas y otros que no’.

Evitemos con nuestros actos acentuar los quiebres identitarios, familiares y culturales propios de la migración y que dejan un rastro duro en los más pequeños. Potenciemos la aceptación, acogida, curiosidad y admiración, y utilicemos para ello la proximidad y la empatía para hacer de esta relación un camino de dignidad humana.
Estamos convencidos de que estos niños y niñas ‘traen sus mochilas llenas de sueños’, y no debemos cargarlas con prejuicios. Comportémonos como nos gustaría que se comportaran con nosotros si estuviésemos en el lugar de ellos y ellas, o si en algún momento nos tocara emigrar, pensemos cómo desearíamos que trataran a nuestros hijos e hijas al llegar al nuevo territorio de residencia, y actuemos en consecuencia a ello. Es un acto de simple justicia.

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