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Opinión

28 de Marzo de 2019

Pablo Valderrama, director ejecutivo de Idea País: “Veo con malos ojos a la derecha que se centra en los problemas boutique”

El abogado de 27 años, casado y de tendencia social cristiana, recibe a The Clinic en las oficinas de Idea País, el centro de estudios académicos que busca un espacio dentro de la política nacional a punta de liderazgos jóvenes apegados a los valores “tradicionales”  de la centro derecha. Aquí, Pablo Valderrama expone sus críticas hacia el “mainstream liberal”, la agenda valórica y el proyecto de Ley de Identidad de Género impulsado “sin aviso” por el gobierno de Piñera.

Benjamín Miranda
Benjamín Miranda
Por

¿Podrías presentarte a nuestros lectores?

-Uno se identifica, generalmente, por lo que estudió, y yo soy abogado, tengo 27 años y estudié en la Católica, donde fui parte de Solidaridad, un movimiento de centro derecha que nació como una vía para enfrentar a la izquierda, aparte del gremialismo. Egresé hace tres años, y trabajo en Idea País hace dos.

¿Te ubicarías en algún sector predeterminado de la derecha?

-Idea País es un centro de estudio, por lo tanto está entremedio de lo político y la academia. En ese sentido, no entramos en el juego de la política electoral, pero defendemos ciertas ideas que uno ubica en una centro derecha con énfasis social, es decir, creemos que hoy día, más importante que la llamada “agenda valórica”, es la gente que se muere en listas de espera en hospitales, esperando trasplante de órganos, o la gente que no tiene acceso al agua potable. Veo con malos ojos a la derecha que se centra en los problemas boutique y no en problemáticas diarias y que están en nuestro rededor. O sea, hoy estamos en Apoquindo, pero el año pasado durante seis meses, la señora Ruth, que estaba embarazada y descubrió que tenía sida mientras estaba embarazada, se sentaba afuera y no tenía lo mínimo para comer ni alimentar a su hijo.

¿Podrías ahondar en el concepto de “problemas boutique?

-Es una caricatura a propósito. En el fondo, es decir que nosotros podemos vivir como si estuviéramos en Chile o como si nuestros problemas fueran los de la costa oeste de Estados Unidos. Son dos situaciones muy distintas: nuestro país que sigue con una deuda pendiente en materia social, y una costa de Estados Unidos, como California, que obviamente tiene problemas sociales, pero cuyo estándar de vida es mucho más alto y tiene la posibilidad de preocuparse de otros temas. A eso me refiero con boutique.

Dentro de esa definición, ¿qué rol cumple el cristianismo, concepto desde donde se funda Idea País?

-Ser social cristiano significa anclarse a una tradición de pensamiento filosófica, en la cual no hay que ser católico o cristiano para creer en ella. De hecho, la Rerum novarum, como obra encíclica, fue uno de los primeros documentos en el mundo que se hizo cargo de la realidad de los trabajadores, sin necesariamente decir que porque se es católico hay que defender a los trabajadores. Entonces, ser social cristiano hoy en día significa creer que existen ciertos valores importantes en la sociedad que hay que cuidar, como la familia, y defender el interés constante de levantar problemáticas sociales que son invisibilizadas, como la de la señora Ruth.

¿Tienes alguna aspiración política a corto plazo?

-Primero, hay que preguntarle a la jefa, porque me casé hace poco y estas son decisiones familiares, pero para no tirar la pelota al córner, no te miento que la política es algo que veo de cerca, en el sentido que creo que es un lugar para aportar, pero no está en mi horizonte.

 

BOLSONARO Y TINDER

En tus columnas acuñas un término que me llamó la atención: “mainstream liberal”. ¿Qué significa?

-Lo entiendo como una suerte de cultura, que a mi juicio comete dos errores. Por una parte, como decía antes, pensar en los problemas boutique, que es pensar que en Chile vivimos como en Ámsterdam, donde el problema es si la bicicleta tiene cadena o no; y por otra parte, que tiene muchos problemas para entender los fenómenos populistas que están en el mundo: Bolsonaro, Orban, Trump, que vienen a cuestionar ese orden liberal. Este mainstream liberal ha caído en el error de pensar que puede restringir libertades, y eso genera malestar y da el paso a que nazcan los Bolsonaros y los Trump.

De Bolsonaro, justamente, hablas mucho en tus intervenciones. ¿Cuál es tu opinión sobre él?

-A mí no me gusta para nada, porque más allá de las posiciones que él tenga, lo esencial de una democracia es decirlas con el mayor respeto posible. Entonces, cuando él denosta al mundo homosexual, a las mujeres, o cuando dice que en Chile faltó matar gente de parte de la dictadura de Pinochet, guardo distancia inmediatamente; es alguien con quien no me puedo sentir parte del mismo buque. A pesar de eso, critico con mucha fuerza lo que hicieron Jaime Quintana e Iván Flores, quienes se restaron de participar de un almuerzo con él. Por más que Bolsonaro no nos guste, todos los que creemos que la democracia es el mejor sistema hoy día, tenemos que ser capaces de sentarnos a la mesa con él. Acciones como la de ellos minan una cierta convivencia y armonía que se generó en la transición, la van poniendo en entredicho.

“Si pudiera aconsejar a las coordinadoras (del movimiento feminista), yo las invitaría a que hubiese una cierta escala de valores, porque de lo contrario se confunden las cosas”.

El diagnóstico de la “armonía” y “convivencia” es bien disonante con lo que ha ocurrido en el último período, donde se ha tendido a polarizar la representación política.

-Claro, el mundo se fue moviendo para un cierto sector, pero me rehúso a pensar que la única alternativa que va a tener la ciudadanía en las próximas presidenciales, va a ser votar por José Antonio Kast o Beatriz Sánchez. Yo creo que la minoría de gente se siente representada por ellos, y que existe un grupo de personas que estamos entremedio, algunos más cercanos para un lado y otros para otro, pero que entendemos que estos polos son pocos representativos del día a día, y que por lo tanto, opciones más moderadas, con este clima democrático, tienen posibilidades de éxito.

Luis Robert, también de Idea País, escribió en The Clinic que “la derecha no tiene, ni parece que tendrá en el corto plazo, una visión propia, reflexiva y abierta a la realidad sobre lo que significa” la dictadura para la historia de Chile. ¿Cuál es tu visión respecto a este período?

-Creo que Luis está diciendo es que la derecha no puede decir simplemente: “ok, condenamos la violación a los derechos humanos” y se zanjó la historia, porque eso es un mínimo. Lo relevante es preguntarnos qué pasó en ese período que se produjeron dos cosas: un régimen que duró tres años, en el cual las relaciones se polarizaron, y otro de 17 años, en el que se violaron sistemáticamente los derechos humanos, y donde a través del Estado, se introdujo en Chile una liberalización de la economía. Todo eso proceso no podemos obviarlo, y mi generación no ha tenido problemas para decirle dictadura a lo que fue dictadura.

Personalmente, ¿cómo entiendes ese proceso histórico?

-Parto por la premisa que todos somos generales después de la batalla. Dicho eso, tengo una muy mala percepción de los dos gobiernos. Creo que el gobierno de Salvador Allende, como pocas veces en la historia de Chile, fue capaz de enfrentar a los chilenos de una manera nunca antes vista. Es decir, proponer una vía armada, a veces más explícita y a veces menos, me parece que fue un error. Y por otra parte, los 17 años de Augusto Pinochet también fueron un retroceso para Chile pero en un sentido distinto, principalmente por los atropellos a los derechos humanos. No puedo entender que un régimen que se declare de raíces cristianas, como uno puede ver las actas que genera la nueva Constitución, al mismo tiempo permita realizar la tortura y desaparición de personas. Eso es algo que en mi generación está bastante zanjado.

Desde la centro derecha, ¿cuáles son tus principales diferencias con el gobierno de Piñera?

-Lo que me molestó mucho, fue que sin ningún tipo de aviso durante la campaña, el gobierno impulsara el proyecto de identidad de género.

¿Por qué?

-Mi principal problema fue que mucha gente del oficialismo quería incorporar a menores de 14 años en el proyecto. Mi problema con eso, es entender que a esa edad, en pleno desarrollo, que no sabemos las causas por las cuales presenta disforia de género o una disconformidad de su identidad con su cuerpo, tomarlo a ligera o abrirle las puertas, es una irresponsabilidad. Hay que ser consecuente con el slogan “los niños primero”, y una manera de preocuparnos de los niños trans o en proceso de transición, es decirles: “ok, vivamos este proceso con calma y vamos madurando para que tu identidad se pueda conformar de la mejor manera posible”.

El término “disforia de género” es bien irrisorio, patologiza la situación.

-Sí, es más bien un término sicológico, que se refiere a la sensación negativa o ciertas depresiones que puede causar esta disconformidad.

¿Te sientes representado por alguien en particular, tomando en cuenta todas estas consideraciones?

-No tengo partido ni político que me identifique plenamente. Pero sí creo que Diego Schalper (RN) está haciendo una buena pega, Guillermo Ramírez en la UDI o Miguel Ángel Calisto en la DC. Pero no me sumaría a ninguno de esos partidos, sino al que se forme más adelante y sea coherente con sus principios.

Es una respuesta bien amplia.

-Ja ja, entiendo que hay tres opciones, pero la mía sería la cuarta: “ninguna de las anteriores”.

Y en vista de las próximas presidenciales, ¿te sientes cómodo con algún potencial candidato?

-Bueno, hoy leí en el diario que en la derecha ya hay tres precandidatos, además de José Antonio Kast. Yo no me siento representado por ninguno por distintas razones: la opción de Andrés Allamand se acerca más al polo liberal, aunque quizás cambie ahora; tampoco me siento representado la forma de hacer política de Kast; y el polo social cristiano, representado por Manuel José Ossandón o Chahuán, tampoco tiene las herramientas para gobernar Chile. Por eso, no veo en la derecha a mi candidato. Y bueno, en la izquierda, intuirás que no lo tengo.

¿El alcalde de esta comuna, Joaquín Lavín?

-No  me gusta Lavín como político pero sí como gestor. Es un hombre de gestión que hace cosas muy buenas, pero políticamente me siento lejano a él porque me parece que tuvo una suerte de revés ideológico en el último tiempo, fue abrazando con más fuerza este mainstream liberal, porque tiene ciertos problemas para hacer política.

Cuando hablas de hacer política pensando en la señora Ruth, me acuerdo de Ossandón, quien ha sido el que ha llevado la bandera de la “derecha social”. ¿Por qué crees que le faltan herramientas?

-Tiene una muy buena aproximación a los problemas políticos y sociales, lo que les falta a muchos otros políticos, es decir, pies en la calle. Lo que le falta, a todas luces, es lo que se vio en las primarias del 2017: manejo político.

 

FEMINISTA

¿Qué es lo que te incomoda de la llamada “agenda valórica”?

-No me gusta, porque para mí la pobreza es un problema valórico -si entendemos eso como algo que juega íntimamente con las convicciones de alguien-, que haya gente que no tiene acceso a agua potable yo creo que es algo que tiene que despertar la misma efervescencia. Cuando uno dice “valórico”, pareciera que son problemas que están en otro lado, cuando también son problemas políticos. Hoy día, la mujer que aborta en una población no lo hace por frivolidad, sino porque existe un contexto social que hace que la única salida que ella vea sea abortar. Si entendemos eso desde un prisma político, vamos a traer esos problemas a la discusión pública con una mayor altura de miras, y no como un problema al que un grupo de gente se opone porque sí. Yo no me opongo al aborto porque quiero ser un mero defensor de lo que algunos creen que no es vida y de lo que yo creo que sí lo es, sino porque quiero salvar a ese niño y a esa mujer.

¿Y qué pasa con la equidad de género? Los cinco directores de Idea País son hombres.

-¿Con equidad de género te refieres a igualdad de condiciones?

En este caso, que las mujeres tengan acceso a cargos de poder y dirección, tal como históricamente lo han tenido  los hombres.

-En el fondo, la agenda feminista, o una de sus banderas. Bueno, nosotros somos conscientes que tenemos una deuda pendiente en el directorio. Anteriormente han existido mujeres que han sido miembros del directorio, y espero que la composición del mismo cambie con dos mujeres que debiesen incorporarse pronto. Te preguntaba a qué te referías con equidad de género porque, si uno toma esto como una bandera del movimiento feminista, me parece que hay situaciones que son prioritarias frente a eso, lo que no quiere decir que no sea importante revitalizar el rol de la mujer en los distintos espacios públicos. Pero yo creo que hoy día el feminismo tiene la oportunidad de que esa equidad de género se manifieste en otras áreas que me parecen más importantes, por ejemplo, preguntando sobre la señora Ester, una señora de 75 años que pide plata en la salida Nueva York del metro Universidad de Chile y que vende parche curitas.

¿Te consideras un hombre feminista?

-Sí, me declaro feminista porque entiendo que la mujer debe tener las mismas oportunidades y derechos que los hombres. Me incomodan algunas agendas que no comparto, como el aborto libre, o la agenda minoritaria que ve al hombre como “el macho opresor”, para usar su jerga, cuando creo que esto se soluciona con la colaboración y no con la confrontación.

Pero planteas aspectos de la agenda valórica y feminista como si fueran dicotómicos, y no es así.

-Estoy de acuerdo en que se puede caminar y mascar chicle al mismo tiempo, el problema es que gobernar es priorizar, y por otra parte, es que es muy complejo cuando el problema en particular no está 100% definido. Entonces, uno revisa la convocatoria de la marcha feminista y me parece que hay muchas banderas que son correctas, pero cuando se le agregan muchas otras, como terminar con el sistema educativo colonial, la liberación de presos mapuches, me parece que se ponen a una misma escala cuando son cosas distintas. Si pudiera aconsejar a las coordinadoras, yo la invitaría a que hubiese una cierta escala de valores, porque de lo contrario se confunden las cosas.

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