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Opinión

30 de Abril de 2019

Columna: Patrimonio y material

"Hoy un inmueble declarado Monumento Histórico, por ejemplo el Teatro Huemul en el Barrio Franklin, sólo puede ser reparado si se cumple con los altos estándares materiales y arquitectónicos que fija el Consejo de Monumentos. Si bien esto asegura que, después de cada restauración, el inmueble se mantendrá lo más fiel posible a aquel teatro entregado a la comunidad de la Población Huemul en 1918, no asegura que dicha restauración llegue a ocurrir alguna vez".

Luis Chavez
Luis Chavez
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Hace unos 20 años atrás, impresionados por Teotihuacán y ansiosos por conocer algo de su historia, mis amigos y yo decidimos contratar uno de los guías turísticos que se ofrecían en la entrada de la Zona Arqueológica. Poco acostumbrado tal vez a personas tan desconfiadas de todo aquello que terminara en “turístico” como nosotros, el guía hacía su mejor intento por sortear nuestros interrogatorios y a la vez mantenerse fiel a un guión que suponíamos gastado de tanto repetirse. Nos obsesionaba, particularmente, saber que tanto había sido reconstruida la Pirámide del Sol luego de haber sido descubierta la Zona Arqueológica. Finalmente, envalentonados por una suerte de indignación frente a lo que empezaba a parecernos una estafa, lo encaramos directamente.

– Pero entonces díganos, qué altura tenía realmente esta pirámide cuando la encontraron?
– Menos de un metro, nos respondió, desconcertado por nuestra poco turística insistencia.

Recordaba esto mientras veía Notre Dame arder por televisión y luego las posteriores manifestaciones de luto planetario. Ni los casi mil millones de dólares en donaciones -comprometidas en cosa de horas por algunas de las familias más ricas de Francia- iban a lograr reconstruir jamás la catedral original, la que desde ese punto de vista se había perdido para siempre. Pero ¿de qué originalidad estaban hablando realmente esos dolientes? Si bien Notre Dame fue oficialmente terminada en el siglo XIII, lo que hasta hace algunas semanas impresionaba a sus visitantes no era si no la enésima reencarnación de un edificio construido y reconstruido a lo largo de siglos. Desde su saqueo y destrucción en el siglo XVIII durante la revolución y la fundición de sus campanas para elaborar cañones, hasta la aparición de las gárgolas recién en el siglo XIX, podría argumentarse que buena parte de la catedral que consumieron las llamas no tenía, materialmente, nada de original. Es cierto, se perdieron para siempre vigas de madera que habían estado ahí desde el siglo XIII, pero es inevitable preguntarse hasta donde el patrimonio reside en la conservación de la materia que lo constituye.

La legislación chilena actual es, apropiadamente, muy celosa al momento de proteger el patrimonio material. Hasta 1970, año en que se promulgó la actual Ley de Monumentos Nacionales, el ámbito de acción del Consejo de Monumentos era muy restringido y su funcionamiento bastante irregular. Y antes de la creación del Consejo en 1925, para el Estado de Chile simplemente no existía el patrimonio. Era, con suerte, un asunto privado.

Hoy un inmueble declarado Monumento Histórico, por ejemplo el Teatro Huemul en el Barrio Franklin, sólo puede ser reparado si se cumple con los altos estándares materiales y arquitectónicos que fija el Consejo de Monumentos. Si bien esto asegura que, después de cada restauración, el inmueble se mantendrá lo más fiel posible a aquel teatro entregado a la comunidad de la Población Huemul en 1918, no asegura que dicha restauración llegue a ocurrir alguna vez. La Ley de Monumentos Nacionales sólo indica cómo deben hacerse las restauraciones, pero no se hace responsable de pagar por ellas. Eso, lamentablemente, sigue siendo un asunto privado.

En la práctica, esto significa que serán mantenidos con altos estándares aquellos Monumentos Históricos cuyos dueños tengan la capacidad y voluntad necesarias para desarrollar a lo menos un proyecto auto-sustentable, como por ejemplo ocurre con el Teatro Cariola, pero en caso contrario el inmueble se deteriorará lenta y progresivamente hasta perder su naturaleza. Es decir, justamente lo contrario de lo que pretende la Ley de Monumentos.

Hasta cierto punto eso está ocurriendo con el Teatro Huemul. Si bien el inmueble ha sobrevivido el paso de los años gracias a la voluntad de sus dueños, de sus administradores, de sus gestores culturales, de la propia comunidad y ocasionalmente del Estado, nunca ha logrado recuperar su naturaleza original. Esto es, ser un espacio para la comunidad de Huemul y para todos los santiaguinos en vez de ser, apenas, un inmueble.

¿Sería distinto si el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes contará con leyes, tan celosas como aquellas con las que cuenta el Consejo de Monumentos, para supervisar la conservación del patrimonio cultural inmaterial? ¿Deberíamos dejar que las costumbres, usos y expresiones lleguen naturalmente a su desaparición, o deberíamos mantenerlas respirando artificialmente con financiamiento estatal? ¿Hasta dónde es patrimonial la cultura, y hasta dónde debería ser, simplemente, un asunto entre privados?

Es cierto que con el valor del cobre y la madera que ofrecimos donar para la restauración de Notre Dame se podría arreglar varias veces el techo del Teatro Huemul -y evitaríamos así que el interior continúe deteriorándose con agua y caca de paloma- pero también es cierto que conservar inmuebles que sólo sirvan para decorar la ciudad no es una meta lo suficientemente ambiciosa.

Cuando en 1804 Napoleón ordenó restaurar la deteriorada Notre Dame, porque a su majestad se le había ocurrido que quería ser coronado emperador en la catedral, el inmueble no había sido reparado desde la revolución y se había transformado en una inmensa bodega de vinos en riesgo de derrumbe. Aún así, los arreglos sólo pretendían que su majestad saliera bien en los cuadros y los problemas estructurales del edificio fueron reparados recién en 1831, gracias al masivo interés generado por la novela de Victor Hugo “Notre-Dame de Paris” (“El jorobado de Notre Dame”). Y es probablemente esta versión, de tiempos relativamente modernos, la que este año se haya perdido irreparablemente entre las llamas.

El valor simbólico no sólo es capaz de trascender la materia de inmuebles como Notre Dame o el Teatro Huemul. Hasta cierto punto ambos monumentos históricos son exclusivamente ese valor simbólico, y el día que se conviertan en bodega, multitienda o franquicia de café se habrá perdido completamente su naturaleza. Por supuesto, frente a la posibilidad de que los inmuebles sean demolidos para convertirse en moles de cemento o vidrio, prefiero verlos convertidos en multitiendas; al menos así podremos seguir apreciando sus fachadas, como si fueran animitas gigantescas de los teatros y hoteles que alguna vez existieron en esos lugares. Pero en un país que sigue al debe no sólo con la preservación de su patrimonio si no también con el mantenimiento de una identidad cultural, no me parece que sea una meta suficientemente ambiciosa.

Muchos años después de visitar Teotihuacán, supe que lo que es hoy la Zona Arqueológica no sólo estaba ya en ruinas cuando llegaron al lugar los mexicas (aztecas), y que su existencia ni siquiera había sido advertida por Hernán Cortés, si no que además había sido descubierta por nuestro tiempo recién a finales del siglo XIX, cuando surgieron especulaciones de que debajo de esos terrenos rocosos podía haber estructuras creadas por humanos.

Y a pesar de lo que veinte años atrás había asegurado el guía mientras trataba de volver a su guión, ahí estaba: una pirámide casi completa, con sus materiales intactos pero cubierta de tanta tierra, rocas y vegetación que se había convertido en cerro.

Cuándo dentro de nuestra indignación, sólo explicable ahora por una suerte de soberbia post-adolescente, le preguntamos si es que entonces había o no algo realmente original en todo ese inmenso complejo arqueológico, el guía nos miró confundido y respondió:

– Por supuesto que sí, la arquitectura.

Y tenía toda la razón, a pesar de no tenerla en lo absoluto.

*

Luis Chávez es uno de los responsables de Volantín Tours, proyecto que invita a conocer el Barrio Huemul el primer domingo de cada mes, combinando patrimonio, historia, cuecas en vivo, empanada y degustación de vinos. Más información sobre su tour del domingo 5 de mayo en [email protected] o en su instagram @volantintours.

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