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Opinión

11 de Mayo de 2019

Columna de Gabriel Boric: El Movimiento Autonomista, origen, sentido y transformación.

Ante este escenario de alta capacidad de movilización social, pero baja capacidad de procesamiento institucional de las demandas de la ciudadanía, las opciones son dos. Quedarnos en la comodidad del malestar inorgánico que critica todo pero no propone nada, o bien desde los movimientos sociales que provenimos apostar por la política. Nuestra opción es la segunda.

Gabriel Boric
Gabriel Boric
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La organización política de la que soy parte y que hoy cuenta con 3 diputados, un alcalde, cores, concejales, decenas de dirigentes y dirigentas sociales y cientos de militantes a lo largo y ancho de Chile, esta semana vive sus últimos días de una breve pero intensa existencia. Pero a diferencia de otros movimientos y partidos efímeros en la historia de la política chilena, no desaparece en las redes del olvido ni en la frustración de sus militantes, sino que se funde en una nuevo cuerpo, en conjunto con otras tres orgánicas (Izquierda Libertaria, SOL y Nueva Democracia, todas partes del Frente Amplio) con quienes pasaremos a conformar el nuevo partido político Convergencia Social.

La decisión de crear un nuevo partido político pareciera a contrapelo de los tiempos que corren. ¿Por qué insistir en la política cuando ésta se encuentra en sus momentos de mayor desprestigio? La respuesta no es sencilla y requiere observar la historia reciente chilena. La emergencia de los movimientos sociales con la revolución pingüina del 2006, el movimiento de los subcontratistas del cobre del 2007, las diferentes movilizaciones regionales desde Magallanes, hasta Freirina, pasando por Chiloé, Calama y Aysén entre otras, la organización de diferentes movimientos socio ambientales como la defensa del Valle de Huasco, Patagonia sin Represas, la lucha contra la salmonicultura en el sur, o la resistencia contra Celco en Valdivia por poner solo algunos ejemplos, la resistencia (histórica) de los pueblos originarios a la asimilación cultural y su batalla por el territorio y autonomía, la gigantesca movilización estudiantil del 2011 para que la educación sea un derecho y no un negocio, la gestación del movimiento NO+AFP por pensiones dignas, y la ola feminista del 2018 que remeció al país entero y con ello nuestras relaciones personales, dan cuenta que Chile ha cambiado. Nos encontramos ante una ciudadanía mucho más crítica, dispuesta a organizarse para pelear por sus derechos, pero a la vez criada al alero del individualismo y competencia que son parte de la esencia del modelo neoliberal. Al mismo tiempo esta ciudadanía ya no ve en los canales tradicionales de representación la única alternativa para hacer valer sus aspiraciones. La situación es desafiante porque a medida que se agudiza la desconfianza con las instituciones, se horadan las bases mismas del sistema democrático de baja intensidad que ha imperado en Chile desde 1990 hasta la fecha.

Ante este escenario de alta capacidad de movilización social, pero baja capacidad de procesamiento institucional de las demandas de la ciudadanía, las opciones son dos. Quedarnos en la comodidad del malestar inorgánico que critica todo pero no propone nada, o bien desde los movimientos sociales que provenimos apostar por la política. Nuestra opción es la segunda.

Pero no basta con crear un nuevo partido. Este debe ser de nuevo tipo, que dialogue en su diversidad interna pero siempre con fraternidad antes que entramparse en el internismo y la pelea chica, feminista en sus principios pero sobre todo en sus prácticas, y que así mire a la cara los desafíos que deparan los tiempos que corren. Las nuevas caras de la pobreza (en su expresión multidimensional), la vulnerabilidad permanente de las clases medias, la salud mental y la calidad de vida, la inaceptable postergación de la infancia en las políticas públicas, el temor a la vejez por la ausencia de un real sistema de seguridad social, los fenómenos migratorios globales, el necesario encuentro de culturas y los miedos que ello genera en sectores de la población, la arrogancia de la riqueza y sus custodios, la democratización de instituciones vetustas que se acostumbraron a desenvolverse en la opacidad (las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial y el Parlamento entre otras), la innovación en las formas de organización y participación, la insistencia en la multilateralidad e integración latinoamericana en materia de relaciones exteriores (a diferencia de lo que ha estado haciendo este gobierno), son solo algunos de los desafíos que debemos enfrentar.

Esta enumeración pudiera parecer una lista infinita de problemas sectoriales, pero no lo es. El sentido de la política es justamente encontrar los hilos que entretejen los conflictos que cruzan la sociedad, y darles un relato común y propuestas de solución coherentes con el tipo de país que queremos construir. En el fondo, a problemas estructurales, soluciones estructurales. En nuestro caso, la sociedad por la que apostamos es una donde prime la colaboración por sobre la competencia, en la que el Estado asegure derechos sociales universales a todos sus habitantes por el solo hecho de ser personas sin distinguir clase, género, ideología ni nacionalidad, que respete la multiculturalidad de los pueblos que la componen y acoja en su seno las diversidades que la enriquecen. Una sociedad en que los trabajadores y trabajadoras sean dueños no solo de su trabajo sino también del valor del mismo, y que por tanto el capital se reparta equitativamente entre sus miembros evitando su concentración en pocas manos para que podamos trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Donde además de redistribuir la riqueza desconcentremos territorialmente el poder desde el centro hacia las regiones.

¿Son los partidos herramientas eficaces para este tipo de transformaciones sociales? Creemos que sí, pero solo en la medida en que sean capaces de dudar, y en diálogo permanente con la sociedad llevado adelante sobre todo con honestidad. Yo al menos, desconfío profundamente en quienes en estos días se sienten demasiado seguros de si mismos y tienen viejas respuestas dogmáticas a nuevas preguntas. Por ello hoy creamos esta Convergencia Social, un partido de izquierdas, con residencia en el Frente Amplio, con energía joven para hacer de Chile un país más justo.

El Movimiento Autonomista nació en Mayo del 2016 producto de un triste quiebre de la entonces Izquierda Autónoma. Hoy, 3 años después, termina su ciclo de una manera completamente diferente a las condiciones en las que lo inició, sumando y no restando, que debiera ser uno de los aprendizajes básicos que debemos asumir como izquierda en Chile.

Seguimos caminando, con la esperanza intacta!

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