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Opinión

22 de Mayo de 2019

Columna de José Antonio Viera-Gallo: Las conversaciones de Altamirano

Recuerdo que una vez comentando el libro de N. Bobbio sobre el esquema derecha-izquierda en política, Altamirano me dijo que además de la búsqueda de la igualdad, el progresismo se caracterizaba por tener las antenas puestas para captar los desafíos nuevos, percibir el rumor de la historia que transcurre bajo nuestros pies y nunca quedar preso de lo establecido. A lo cual añadiría, a modo de corolario, sacarse las anteojeras y mirar la realidad de frente, por compleja que sea, para diseñar con responsabilidad los caminos de la acción política. Siempre hay que escuchar la voz del jardinero.

José Antonio Viera-Gallo
José Antonio Viera-Gallo
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Tal vez lo más conmovedor del funeral de Carlos Altamirano fue el testimonio del jardinero que lo acompañó en los últimos años: un campesino que – según sus palabras – no lo dejaba ni a sol ni a sombra, y que logró su confianza y entabló con él una profunda amistad. Podemos imaginar los diálogos entre el experimentado y culto dirigente socialista con su fiel acompañante: sobre el mundo y sus posibilidades de progreso y transformación, Altamirano llevaba la batuta, sobre la vida cotidiana, el trabajo físico, con sus penas y alegrías, seguramente el jardinero tenía algo más que decir. Escuchándolo parecía un Sancho chileno, un representante de ese pueblo que con dificultad sigue las lucubraciones ideológicas sobre como debiera estar conformada la sociedad, pero que admira en el hombre público su bonhomía y su talento intelectual.

Todos los que conocimos a Altamirano reconocemos que era un gran conversador: ameno, inteligente, sarcástico a veces, siempre con humor, llevando a su interlocutor al ámbito de sus grandes interrogantes.

Altamirano – como Alonso Quijano – abandonó la previsibilidad de un futuro asegurado para luchar por la justicia y terminar con los entuertos. Desde muy joven – lo recordaba su hermana – ensayaba con tesón salto alto hasta llegar a ser campeón sudamericano. Desafiaba los límites. Según ella, fue la forma en que Altamirano entendió que podía hacer avanzar la sociedad, aunque fuera a un ritmo más pausado. Efectivamente, desde joven le gustó desafiar el ámbito de lo posible. Su talento fue rápidamente reconocido. Junto a otros dirigentes socialistas como Felipe Herrera y Clodomiro Almeida, fue nombrado Subsecretario de Justicia en el segundo Gobierno de Ibáñez, mientras Salvador Allende levantaba su primera candidatura a la presidencia. Pocos han recordado este episodio de quiebre político, que le permitió adquirir una pronta experiencia del manejo de los asuntos públicos.

Sin duda la figura de Altamirano está asociada al impacto que tuvieron en su comportamiento los vientos de cambio revolucionario que soplaron en el mundo en la década de los 60, cuando todo se puso en tela de juicio y el fin del capitalismo – por agotamiento se decía – aparecía cercano, casi inevitable. Fue en ese contexto que se formó la UP y Altamirano asumió en el Congreso de La Serena la conducción del socialismo chileno, donde la mayoría se inclinaba mucho más a la izquierda que el Presidente. Su papel en la UP estuvo sometido a una tensión permanente entre la lealtad al Gobierno y ese impulso izquierdista del partido, que había tenido su expresión en el Congreso de Chillán. Se esforzó por mantener la conexión entre esos dos mundos: una visión socialista libertaria radical y un impulso revolucionario que se sentía interpretado en las consignas de “avanzar sin transar” y “crear, crear poder popular”.

Es conocido el trágico resultado de un proceso político transformador con una dirección fracturada, incapaz de darle una adecuada conducción. Esa derrota la llevó sobre sus hombros Altamirano el resto de su vida. No sólo por haber simbolizado para sus enemigos el extremismo, sino sobre todo por un noble sentimiento de responsabilidad con lo ocurrido.

Fue perseguido como nadie. Su cabeza se puso a precio. Salió clandestinamente del país y por seguridad se radicó en la RDA con la dirección del PS. En varias ocasiones la DINA intentó asesinarlo, como lo narran los agentes del FBI que investigaron el atentado a Orlando Letelier en su libro “Laberinto”. La fortuna estuvo de su lado y escapó a todas las conjuras. Pero la permanencia en Berlín oriental chocaba con su espíritu crítico, inquieto y libertario: ese régimen que se hacía llamar socialista no era aquel que había encendido su pasión política juvenil y lo había hecho abandonar la seguridad para lanzarse a la aventura de buscar un mundo mejor. En realidad, era peor que el capitalismo. Entonces, junto a Ricardo Núñez y Jorge Arrate, rompe el PS y trasladan a occidente la dirección de su grupo, convocando a la renovación de la izquierda a todos los sectores no comunistas. Lo acompañan los ex secretarios Raúl Ampuero y Aniceto Rodríguez. Es el tiempo de auge del eurocomunismo y del socialismo en España tras la muerte de Franco, Portugal luego de concluida la dictadura de Oliveira Salazar, Grecia una vez terminado el régimen de los coroneles, y en Francia con los triunfos de Mitterrand, para no hablar del laborismo, la SPD y la exitosa experiencia social demócrata en Escandinavia.

Altamirano reconduce al socialismo chileno a su original vertiente democrática, la de Eugenio González, sin bajar la guardia en su crítica al capitalismo, especialmente el existente en la países de la periferia del mundo como Chile y, muy en particular, al neoliberalismo. Ese paso supuso una ruptura intelectual y política con el pasado reciente. Al darlo demostró su temple y coraje. Así se abrió una posibilidad real de ampliar el frente social y político contra la dictadura de Pinochet, en especial hacia sectores que entonces se sentían representados por la DC. Eduardo Frei pudo hablar en el Caupolicán el 80 a nombre de toda la oposición y luego vino el reagrupamiento de los demócratas que permitió el triunfo del No en 1988.

Luego del triunfo de Patricio Aylwin, Altamirano seguía en Francia sin poder volver por un juicio que tenía la Armada en su contra. En mi primer encuentro con el Almirante Martínez Bush le pedí que, dadas las nuevas circunstancias políticas, se desistiera del juicio. Recibí un rotundo rechazo. En la primera gira de diputados de todos los sectores a varios países de la UE que me tocó presidir como Presidente de la Cámara, organicé un almuerzo de Altamirano con toda esa delegación en Estrasburgo para sensibilizar a la derecha de la necesidad de poner término a su ostracismo. Al comienzo no fue fácil el encuentro. Sin embargo, a poco andar el líder socialista cautivó a los jóvenes diputados con sus reflexiones sobre el curso de los acontecimientos mundiales y su dignidad para no tocar su situación personal.

Una vez en Chile Altamirano confirmó su voluntad de no participar directamente en política. Su decisión favorecía el curso de la compleja transición a la democracia que vivía el país. Sin embargo, mantuvo sus encuentros políticos alentando el camino que emprendía el país y, a la vez, advirtiendo de los límites e insuficiencias que se advertían en el proceso de cambio y en el propio socialismo. Nunca perdió su voluntad de sobrepasar los límites. Daba entrevistas, escribía e intercambiaba sus puntos de vista en diversos libros.

Con el transcurso del tiempo, cuando el peso de los años van limitando el actuar de las personas, entonces su vida se fue nutriendo cada vez más de las conversaciones con su fiel escudero, consciente que lo fundamental de su obra ya había sido cumplida: Chile había vuelto a la democracia. Era ahora tarea de las generaciones jóvenes ampliar sus horizontes y buscar nuevos derroteros.

Recuerdo que una vez comentando el libro de N. Bobbio sobre el esquema derecha-izquierda en política, Altamirano me dijo que además de la búsqueda de la igualdad, el progresismo se caracterizaba por tener las antenas puestas para captar los desafíos nuevos, percibir el rumor de la historia que transcurre bajo nuestros pies y nunca quedar preso de lo establecido. A lo cual añadiría, a modo de corolario, sacarse las anteojeras y mirar la realidad de frente, por compleja que sea, para diseñar con responsabilidad los caminos de la acción política. Siempre hay que escuchar la voz del jardinero.

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