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Opinión

25 de Mayo de 2019

Columna ilustrada de Maliki: Series, feminismo y karaoke

Esta semana terminé un proyecto artístico (*) en el que estuve trabajando durante dos años, los mismos en que en mi cuerpo y alma debutaron en la menopausia y la depresión, una mezcla que me provocó un estrés monumental. Sin duda muchas personas cercanas me apoyaron a seguir adelante, pero también reconozco que ver series, […]

Marcela Trujillo
Marcela Trujillo
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Esta semana terminé un proyecto artístico (*) en el que estuve trabajando durante dos años, los mismos en que en mi cuerpo y alma debutaron en la menopausia y la depresión, una mezcla que me provocó un estrés monumental. Sin duda muchas personas cercanas me apoyaron a seguir adelante, pero también reconozco que ver series, leer literatura feminista y cantar karaoke me ayudaron a des-estresarme.

Cuando veo una serie juego a ser otra persona. De niña frente a la tele yo sentía que era Heidi, Laura Ingals, Jaimie Sommers, Genie, Diana Prince, Samantha Stevens o Jessica Fletcher según lo que me tocara vivir. Los personajes con los que me identificaba me sirvieron para escapar de mi persona y ser protagonista imaginaria de otras, más grandes, nobles, fuertes, valientes, inteligentes o divertidas que yo, y quizás cuando regresara a la mía podría quedarme con algo de ellas. De adulta me he encarnado en Carrie Bradshow y Samantha Jones, Hannah Horvat, Lagherta, Claire Underwood, Dolores, Taylor Mason, Offred, Rebecca Bunch y últimamente Arya Stark, entre tantas que ya ni recuerdo. Las series me entretienen porque me desconectan de la realidad y reparan mi eterna insatisfacción conmigo misma, haciéndome desear vivir otras vidas, poniendo la mía en pausa, contrastándola para obligarme a valorar lo que soy o para mejorar y cambiar lo que no me gusta.

Otra gran aliada para sanar mi falta de amor propio ha sido la literatura feminista. Casi todos los libros que había leído fueron escritos por hombres. Deliberadamente evité leer mujeres porque representaban todo lo que yo no quería ser. Adoraba la voz masculina porque siempre deseé ser uno de ellos y leer sus libros era saborear sus privilegios. Cuando el dulce perdió su sabor me di cuenta que había negado mi propia naturaleza por pura envidia.

Así es que hace varios años mi biblioteca se ha ido llenando de autoras, como Simone de Beauvoir, Virginia Wolf, Siri Hustvedt, Silvia Federicci, Lina Meruane, Laura Kipnis, Emma Goldman, Judith Butler, Lucía Berlín, Natalia Ginzburg, Caitlin Moran, Roxane Gay, Ngozie Nadiche, Virginie Despentes, Rebecca Solnit, Gabriela Wienner, Diamela Eltit, Mithu M. Sanyal, Lux Moreno, Mariana Henríquez, Claudia Hernández, Casilda Bustos Radrigañez (aprovechen de anotarlas) y muchas más que seguro vendrán, porque me están enseñando a resetear mi cabeza, a reconocer y a sanar mis heridas, a aceptar mi cuerpo, mis deseos, a reflexionar la historia y a reconstruir la cultura desde la vulva, a abrazar mi instinto como una fortaleza y a educar para que las nuevas generaciones de mujeres crezcan sin miedo y con herramientas para poder ser libres, diversas, imperfectas, independientes y poderosas.

No sé cómo explicar lo mucho que amo cantar. Cantar me transporta al placer total. De muy chica les hacía shows a mis padres, tocaba la guitarra, fui parte del coro de la iglesia, de un grupo folklórico y canté en todos festivales de la voz en mis colegios. Canto en el taller mientras pinto y mientras entinto mis cómics, canto en el auto a todo pulmón y me aprendo las letras escuchando las canciones una y otra vez hasta cantarlas de memoria. Creo que el karaoke es uno de los mejores inventos de la vida. La primera vez fui a uno en NYC con mis compañeros koreanos de mi curso de inglés donde me lucí con “Crazy for you” de Madonna. Con mi familia cantamos para los cumpleaños a Raphael, Sandro y Leonardo Favio. Para el cumple de mis padres canté “El Hombre que yo amo” tan fuerte y fuera de tono que quedé afónica por tres días (no era mi tema). Anoche fuimos a un karaoke de la Plaza Ñuñoa con mis alumnas del taller, para celebrar mis 50 años atrasados. Abrí el show con “Vivir así es morir de amor” de Camilo Sesto y rematé con “Ese hombre” de Rocío Jurado. Gritar “Falso enano rencoroso que no tiene corazón” con amplificación, arriba de un escenario y frente a un público fue una experiencia épica.

Mi amiga Connie, que además es psicóloga, después de cantar “Piensa en mí” de Luz Casal, nos dijo que había leído que el chakra de la garganta estaba ligado fuertemente al chakra sexual. Yo sabía que cantar tenía algo que ver con eso. Lo intuía. Ahora es el broche de oro de mi pack infalible de relajación personal: Ver series, educarme en el feminismo y llegar al éxtasis cantando con micrófono.

(*) “Fábula Privada”, expo de pinturas, acuarelas y dibujos en Sala Gasco, 15 de Mayo al 5 de Julio. Me costó, pero la hice con amor.

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