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Entrevistas

22 de Agosto de 2019

Andrés Wood: “Me encantaría que nuestras películas fueran un objeto de deseo en el cine”

El pasado 15 de agosto llegó a la pantalla grande la séptima película del cineasta Andrés Wood. Se trata de “Araña”, la cinta que se cuestiona los peligros del resurgimiento del nacionalismo de extrema derecha en Chile. El director de “Machuca” habla con The Clinic sobre su nuevo desafío que aborda, en una narrativa que deambula entre el presente y el pasado, un triángulo amoroso en los tiempos del grupo Patria y Libertad. Además, con incredulidad y una mirada crítica sobre la sociedad actual, cuestiona la decisión ideológica de que el BancoEstado quite recursos para el fortalecimiento de la industria cinematográfica local.

Por

En varias entrevistas has dicho que más allá de ser un registro histórico sobre un hecho, “Araña” es una producción muy actual, ¿qué fue lo que te impulsó a hacer esta película?

-Durante los últimos cuatro o cinco años han pasado cosas que te dejan alerta. Paralelamente estaba metido en otro proyecto, pero recuerdo una marcha de camioneros donde aparecieron símbolos de Patria y Libertad. Todo esto me llevó a un documental alemán, que no es muy bueno, pero donde ellos mismos exponen sus ideas. Además en este documental aparece la supuesta desaparición de Roberto Thieme y sobre todo el funeral, donde uno puede ver un discurso de Pablo Rodríguez muy potente. Él es un actor impresionante, con una verborrea nacionalista muy fuerte, con un sentido muy histriónico. Todo eso unido a situaciones donde uno ve conflictos donde el metro cuadrado se puede ver un poco arriesgado y, por alguna razón, surge una cosa muy patriotera.

Entonces hay una distorsión ideológica. Siento que hay un espacio fértil para que cualquier idea mal interpretada surja. No quiero ofender o menospreciar a la gente, sé que hay gente muy capaz y reflexiva, pero sí y quizás por la cantidad de información que tenemos, por distintos nichos que hay en las redes sociales, cuando cuatro personas opinan y las ideas se mueven, se vuelven realidad. Entonces toda esa batidora es la que ha hecho que surja esta película.

En un diálogo con Tomás Mosciatti decías que Patria y Libertad era una invención de una clase para resguardar su propia clase.

-Sí, lo que pasa es que hay gente romántica, gente que cree en una ideología. Separo a los que se reinventan todas las veces necesarias, pero igual tengo la sensación de que si uno mira para atrás, incluso la vida política en democracia, -ya ni siquiera mencionando la dictadura-, ves a algunos que se opusieron a todos los temas que ahora resultan haberse transformado, esos mismos temas, en sus banderas de lucha… Y da un poquito de pudor, ¿te fijas? Mujeres que se oponían a la creación del ministerio de la Mujer. Entonces, ese movimiento es de alguna manera el reflejo de este país. Está bien, es legítimo cambiar de parecer, pero dudo de ese cambio de parecer cuando hay un objetivo mayor, que es mantener el poder.

¿Qué fue lo que te convenció de contar esta historia?

-Lo que me engatusó fue una tontera; me pasó que empecé a cachar que unas personas, cuyos nombres no mencionaré porque si no, se reduce todo, dicen: “Es que a mí me torturaron en la época de la UP”. Finalmente, tiene que ver con quien te cuenta la historia. Y mi motivación no era hacer una película contando esa historia, sino mostrar el hecho de que hay gente que era nacionalista, que tenían libros nacionalistas y diez años después, esa misma gente está pensando cómo privatizar el cobre. Son los mismos tipos. Además, era un movimiento apoyado por extranjeros donde, finalmente, querían evitar una dictadura y se compraron una dictadura de 17 años. Todo profundamente incoherente. Entonces da lo mismo, acá la cosa se trata de mantenerse arriba. Y eso también se puede leer desde la izquierda, evidentemente.

¿Qué recepción ha tenido la película en tus círculos de izquierda?

-Me ha pasado un par de veces que personas se han molestado con la película. En Concepción una persona, muy molesta, me decía que no podía aceptar que se humanizaran estos personajes. Y esa sensación yo creo que se ha repetido con gente que no me lo ha dicho tan directamente.

Aparte es una juventud muy atractiva la que muestras, digamos. Que tiene esta impronta de sentir que están cambiando el mundo, un lugar que siempre le ha pertenecido a la izquierda.

-Claro, de alguna forma se siente que hay un robo de identidad.

¿Era un juego que te interesaba hacer?

-Sí, y no solo eso. Lo que más me complicaba de la realización de la película es que yo no me interesara por los personajes, y dentro de eso, es realista lo que estamos haciendo, en algún sentido. No todas las mujeres de derecha de 20 años en esa época andaban con bucles o se vestían mal.

Es interesante lo que pasa con Inés (María Valverde y Mercedes Morán en su versión mayor). Ese personaje es mucho más poderoso que los dos hombres que tiene al lado.

-Sí, siento que es una figura interesante porque es, justamente, la mujer que se reinventa, pero que está profundamente en contra del ministerio de la Mujer. Eso es lo que me parece atractivo del personaje, siento que es un personaje complejo porque no se sube al carro feminista. Es fuerte, qué sé yo, pero es una mujer que se define al principio de la película cuando le dicen: “Oye, ¿qué cambiarías de tu cuerpo?” y ella responde: “Todo, porque me habría gustado nacer hombre”. Y ella se comporta de alguna manera, como un hombre. Es el modelo Thatcher, digamos.

¿Había un interés tuyo con relevar esa figura o se dio de manera natural?

-Ella, para mi gusto, es la más clara. Es la más independiente y, justamente, en su claridad, Gerardo (Pedro Fontaine y Marcelo Alonso), es su debilidad. Pero ella tiene el camino claro: sabe que el documentalista alemán se los va a cagar. Para ella las palabras no son relevantes, siempre tiene claro lo que está sucediendo. Y me gusta porque se ve sobrepasada en el pasado y en el presente. Pero sabe reaccionar, sabe defenderse.

LA RABIA

Hace días se anunció una marcha contra los migrantes, casi como si fuera una promoción macabra de ‘Araña’ ¿Cómo lo viste?

-Yo de adrede no quise meterme a ver la cuestión, no quería sentirme parte de eso. Pero es divertido igual: llegaron 25 personas, tampoco es que llegaron 400. Pero hay gente que hace llamados para asistir y hay otro sector político que se alarma. Entonces, yo creo que hay terreno amable para, justamente, levantar un movimiento incoherente en sí mismo.

¿Qué te parece el rol que cumplen los medios en esa desinformación? ¿Qué crees tú? No sé, te digo que es una discusión que también tenemos en el Clinic. ¿Mostramos a Kast o no? ¿Podemos ignorar que esto está pasando?

No po y yo creo que es una discusión difícil. En general la prensa, y curiosamente para mi gusto -porque históricamente no hizo esta pega-, está siendo capaz de ser crítica. O sea, en un matinal se discute si es legítima o no esa marcha. Y eso me parece muy interesante. De verdad creo que se está cumpliendo el rol, el problema es que la gente no la está leyendo. La comunicación real va por otro lado. Yo la leo, pero yo soy de otra generación. Yo creo que se está cumpliendo un rol importante como lo es desnudar, justamente, a estos reyes, más allá de la izquierda-derecha. Pero tú ves que los movimientos, incluso las votaciones, están yendo por cualquier otro lado. Siento que incluso este exceso de información, que podría ser súper bueno, tampoco está funcionando con la gente. Porque uno diría: “ya, esta persona hizo eso, entonces nunca más va a ser elegido”. Y no, mentira. Ahí están, en el poder.

¿Y en el caso del cine? Porque es otra herramienta, está vinculada al arte.

-Yo no creo que el cine tenga la obligación de hacerlo, pero sí creo que es una herramienta interesante para la discusión, sobre todo porque, más allá de la cantidad de palabras que uno como director le pone antes de que salga la película, a mí me pasa que leo las entrevistas de mis colegas, después veo la película y digo: “Oye, no tienen nada que ver”. Pero eso es muy bonito, porque de alguna manera la obra misma sobrepasa lo que uno mismo pensó que está haciendo. Yo requiero cierta distancia para poder entender mi película porque aparte de ser un trabajo colectivo donde hay mucha fuerza, hay un espacio que no está representado claramente, que tiene que ver con capas sutiles o capas emocionales donde todas estas palabras no tienen sentido. Entonces, por eso no me gusta tanto deconstruir la película y hablar sobre ella. Yo creo que todas las películas que tienen cierta relevancia, más allá de la cantidad de público que lleven, están metidas no solo con la política, sino que con los temas que a todos nos importan.

El ascenso de este neofascismo a nivel global tiene que ver quizás con eso: con que todos son corruptos, con que no hay buenos ni malos, con que la historia que nos contaron tenía muchos más matices de los que creíamos.

Sí, esa es la sensación. Es divertido, yo siempre fui un votante en contra. Estuve contra Pinochet. Nunca voy a poder votar por alguien que esté relacionado con Pinochet y eso me reduce a nunca votar por la derecha en los últimos 30 años. Pero ahora no puedo votar por alguien que fue financiado de manera ilegal por Soquimich. Y quizás no debiera votar tampoco por alguien que avale la situación en Venezuela, ¿te fijas?

Te convertiste en un anti.

-Amigos me dicen: “pero, oye, pero si pasaron 45 años”. Pero yo no puedo votar por alguien que estuvo a favor de Pinochet o que gobierne con ministros que son pinochetistas. Para mí la construcción ética de este país ha tenido costos. No es gratis que los buenos no ganen o que los malos no paguen, digamos. Todos sabemos quienes fueron los malos y ni siquiera hay una sanción moral de, al menos, no seguir eligiéndolos. Pero claro, para mucha gente la vida no fue lo más importante, pese a que, supuestamente, “la vida es lo más importante”. Esa es la contradicción ética que hay. Es ridículo que una persona de 53 años tenga ese conflicto, porque es la realidad del mundo: ¿Cuándo hemos sido tan buenos los humanos? ¿Cuándo hemos sido tan verdaderos? Ese conflicto es el que construye este país tan enrabiado.

También hay una cosa cultural: por un lado somos muy sumisos aceptando el tema de las AFP o cualquier otra injusticia. Siento que a veces la rabia sale de otras formas, como ocurre con la violencia de género, por ejemplo. No sé, me cuesta entender esa mezcla entre ser muy sumiso y muy enrabiado. Por otro lado este es un país que ha tenido un grado de desarrollo y la gente como que aprecia que hay cierta libertad.

Claro, la idea de que estamos mejor que el resto.

Hay un acceso al consumo que implica, por ejemplo, que más gente vaya a la universidad, que más gente se vaya de viaje, no sé. El consumo nos está igualando, esa es nuestra nueva manera de igualarnos, pero yo creo que en el fondo hay mucha rabia.

 Ser los más estables de la región también ha tenido costos para nosotros. Efectivamente hemos adquirido más cosas, pero a costa de nuestra salud física y mental.

Es un tema súper complicado. En el fondo sentimos que la salud está complicada en Chile, pero si la comparamos con el resto de Latinoamérica no está tan complicada. Entonces hay una contradicción permanente en el país que queremos ser o el que podemos ser, esa es la sensación que queda. Para mi gusto, la sensación se traduce en que podemos ser un país mucho más justo y con una mejor repartición. Y hay unos que pareciera que no quieren eso porque dicen que es ineficiente o es porque no quieren que los saquen. Esa es la ecuación.

Claro, que los saquen de su situación de poder.

-De todos modos siento que hay algo social que se rompió. Nos parece natural que los sindicatos tengan tan poca fuerza y que los espacios sociales de comunidad, ya sea juntas de vecinos, o qué sé yo, tengan tan poca importancia y que, finalmente, nosotros estemos tan nucleares en la familia. Nosotros construimos ese país. Me cuesta hacer un juicio, decir si es bueno o malo, pero ese es el país que tenemos: donde el sentido comunitario se ha ido perdiendo. Bueno, y esa es quizás la diferencia entre la izquierda y la derecha hoy día: el famoso tema del mérito. A mí me da un poquito de rabia ese concepto. O sea, el mérito está bien. Siempre hay una persona genial que logra cruzar todo el desierto y ese es el ejemplo que ocupan siempre.

Y es una excepción.

-Claro, porque en el fondo es exigir heroísmo, como dice Carlos Peña, a la gente. Entonces, yo sí pienso que emparejar la cancha debería ser una preocupación mucho más activa y más consciente, digamos. Yo creo que eso tiene que ver con mayor empatía, y quizás lo que más le ha faltado y le falta todavía a los gobernantes.

BANCOESTADO

 Te quería preguntar también por la reducción de los fondos del BancoEstado para el cine chileno. ¿Cómo recibiste esa noticia?

-Tiene que ver con todo lo que estamos hablando. Son espacios que para mí gusto no fueron ganados, sino que son espacios que fueron consensuados, que se fueron construyendo. Porque al principio, piensa: vuelve la democracia, no existe ninguna escuela de cine y los que hicieron películas eran unos héroes. En ese momento todos piensan: “ahora sí que sí” y cuesta mucho, entonces se arma una cosa muy a la chilena, que es CineChile. Lo que te quiero decir es que pareciera que hay una voluntad política a hacer crecer una industria, pero al primer zamarrón se sacan todos los fondos y quedan los cineastas en verdad, en pelota, endeudados ¿Y por qué? Porque finalmente estos espacios se van construyendo, son industrias culturales que requieren construirse y que requieren incentivos. Los economistas saben que en el fondo hay externalidades que son difíciles de medir,  y que en este caso son positivas, y por eso como sociedad estamos dispuestos a hacer un subsidio o invertir en esa cultura.

¿Por qué cuesta tanto poner esto en la discusión?

-Es que es una discusión larga. Es como con los derechos de las mujeres: avanzamos y ahora vamos a retroceder cuatro pasos para atrás con el tema del aborto. Y oye, si hemos discutido esto, hubo una ley, qué se yo. Y es porque de alguna manera falta voluntad política y no se crea el espacio competente para eso. Tenemos que empezar a hacer malabares con plata de Obras Públicas, otra plata de no sé dónde. Entonces se arma esta cosa de que dependemos, finalmente, de la decisión de BancoEstado. Y que es solo la punta del iceberg. Porque con 200 millones una industria no se levanta, pero la de nosotros es tan precaria que con ese dinero, nosotros somos capaces de levantar mucho más. Y sin ese dinero, nos quedamos sin esa herramienta. Entonces, a qué voy yo: a que se gana un espacio y muy fácilmente, muy livianamente, se mueven tres pasos para atrás. Y ese ganar ese espacio fue consensuado, al menos en el BancoEstado fue consensuado.

¿En qué sentido fue consensuado?

-En que ellos me vinieron a buscar a mí, literalmente, porque fui con “Machuca” y le fue tan bien que dijeron: “oye, armemos de forma que sea permanente esta relación del cine chileno con el BancoEstado”. Y claro, es una asociación de marca interesante. La marca cine chileno lo único que ha hecho es crecer en estos 15 años. Entonces, es totalmente irracional bajo la perspectiva de que es una inversión que has hecho durante tanto tiempo, que deberías estar feliz de estar ahí: porque 200 millones de pesos para la industria no es tanto y para el BancoEstado, mucho menos. Me parece complejo que el Presidente de BancoEstado tenga que tomar esa decisión porque es una decisión más global.

Pero parece una decisión ideológica también.

-Eso es lo peligroso, o sea, así se destruyen medios. Un ejemplo es La Nación: se preguntaron qué sentido tenía que el Estado tuviera un diario. Y yo creo que tiene mucho sentido. TVN de alguna manera se está destruyendo así también. Creo que una buena televisión pública, aunque sea pequeña, cultural o que tenga cinco puntos de rating, es mejor que exista. Pero la vamos a hacer desaparecer si no cambiamos la estructura de una vez por todas.

Más allá de los líderes políticos a cargo tiene que ver como con una visión del mundo, la forma en que opera el sistema, la rentabilidad.

Para mí la visión tiene que ver con una falta de cultura y empatía. Pero de cultura profunda y que no tiene que ver con quién lee más, si no que con entender cuáles son los elementos que nos hacen ser una comunidad. Cuáles son los elementos que nos van a hacer construir un futuro. Más que preocupado por quién llega al poder, estoy más preocupado de cómo vamos a organizarlo para adelante. Y sí, es profundamente ideológico, es lo complejo. Es un tipo de educación, te inyectan ciertas cosas que son muy difíciles de sacarte. Conceptuales, de cómo la sociedad se organiza.

Justo me topé con una columna que apuntaba a que el BancoEstado había asumido una posición con el cine chileno por sobre otras experiencias artísticas, y el Estado, a través de eso, también se había desligado de su responsabilidad con el cine local. Y que con esta decisión, se vuelve a pensar en la distribución a través de los ministerios como la forma más eficiente ¿Qué te parece esa visión?

-Es que no es así. Si correspondiera a un plan maestro, perfecto, pero no corresponde. La ministra está en contra de que el BancoEstado saque estos fondos. ¿Por qué? Porque todo es muy precario. Te doy un ejemplo: Colombia ha logrado activar su mercado con incentivos para que vayan a filmar a ese país y que funcionan directamente. Y olvídate el desarrollo que tienen hoy día. Y la única ventaja que tienen, por sobre nosotros, es que están un poquito más cerca del primer mundo. Pero a nivel de paisaje tenemos mucha variedad. Y a nivel de capacitación, tenemos alumnos y alumnos que salen de estas escuelas de cine, que no sé qué van a hacer. Y tercero, nuestro orden político es, entre comillas, un activo, pues da seguridad. Entonces, ¿a qué voy yo? Es que efectivamente, si hubiera un plan maestro, yo estaría de acuerdo con que se centralizaran y eso es lo que estamos pidiendo nosotros: que se cree un Instituto de Cine. Pero imagínate lo complejo que es, si recién se creó el ministerio de las Artes, la Cultura y el Patrimonio. Hoy día nuestra industria está muy precaria, pese a que está Pablo Larraín y Sebastián Lelio jugando en las grandes ligas; no ha cambiado tanto la forma en que se mueve la industria.

Igual “Araña” es coproducida por Fox.

Sí, claro, pero es una película de corte nacional. O sea, igual es una película grande, de todas maneras, pero lo que se está haciendo, esencialmente, en el cine chileno son películas garage, que cuesta que tengan una permeabilidad social y que sean algo relevante. Entonces, yo digo que mantengamos eso, pero construyamos industria y con 200 millones de pesos no vamos a construir esa industria. O con el concurso de construcción de largometrajes de ficción donde el fondo total son 700 millones de pesos, con eso no se paga una película, apenas pagas la mitad del año. Con esos presupuestos no vas a mover una industria. E insisto, yo creo que ese argumento que me planteas se queda corto porque no existe ese plan maestro.

Por ahí también escuchaba que tú decías que asociarte con Fox también tenía que ver con esto: dar cuenta de que existe esta posibilidad para el resto de la industria del cine chileno.

-Claro, es desafiante. ¿Por qué? Porque por un lado está el prejuicio y la duda si me van a coartar mi libertad creativa. Finalmente no sucedió y eso lo digo fehacientemente. Efectivamente, yo tengo la presión de creer que la manera de poder competir en esta industria es existir y eso tiene que ver con la promoción. Y por eso me siento muy responsable de que ojalá esto funcione, porque ojalá que se hagan más películas. A mí me parece fantástico que exista la película de Kramer, pero también que existan otras películas, de otras esferas, que generen otra conexión de público, eso sería el mundo ideal. Por eso me siento muy responsable de que ojalá “Araña” también funcione en términos de audiencia y por eso también estoy sentado acá hablando contigo.

PARTE DE LA ÉLITE

Como que tengo la sensación de que dentro de todo, tú y tus posibilidades te convierten en un privilegiado dentro del mundo del cine. ¿Qué conciencia tienes de esos privilegios y cómo, a la larga, te haces cargo de esos mismos privilegios en tu cine?

Sí, piensa que no hacía una película hace siete años. O sea, no existo en verdad. Pero claro, sí me tiene orgulloso que lo que existe, que en el fondo es un imaginario sobre el cine que hago, hace que tenga posibilidades de financiar una película. Y la construcción de ese imaginario fue hecha a base de las películas que nosotros queríamos hacer también, como esta. Entonces me siento más orgulloso y más privilegiado, porque finalmente, uno lo que busca es tener un grado de libertad, más allá de si la película que viste es buena o mala, es profunda o no, es entretenida o no. Con eso, la responsabilidad es de nosotros, de nadie más. Evidentemente tenemos una aspiración de conectar con el público, pero entendemos claramente que no hay caminos cortos para eso, no hay claves. Por un lado me siento un privilegiado por hacer cine en un país como este, donde no están las bases culturales para hacer cine realmente y parece que cada vez menos. Me siento privilegiado y sé que eso tiene que ver con algo social también, absolutamente.

Claro porque, al menos los directores exitosos en Chile y el mundo, provienen de un lugar, una élite.

Totalmente y además es una situación que se replica a nivel mundial. Además de ser un universo muy masculino, también tiene que ver con una élite. Y sí, son pendientes. ¿Qué hago yo por eso? Te diría que poco, combato con poder hacer las películas cada siete años, imagínate. Pero sí, hay mucho camino por recorrer. Yo creo que justamente hay que consolidar una industria que permita el desarrollo más igualitario de la expresión artística y del acceso a eso. Me siento un privilegiado y también me siento orgulloso. Creo que hemos construido ese privilegio no totalmente por una cosa de clases, sino porque nos hemos podido conectar con una audiencia y haciendo las películas que queríamos hacer. Me siento un privilegiado y creo que hay mucho por hacer para que hacer cine sea un espacio no solo de privilegiados.

Al terminar la entrevista, el director, refiriéndose a las plataformas de streaming, dice: “a veces pienso que puede ser mi última película”. Antes de que parta a otra parada dentro de la promoción de “Araña”, pido que explique su última frase.

¿Por qué tienes la idea de que puede ser tu última película?

Porque, la verdad, yo personalmente siento que me estoy quedando fuera del movimiento. Primera vez en mi vida que no sé mucho cómo se mueve todo. O sea, son tan rápido los cambios. Estoy un poquito fuera del mundo digital, yo no tengo redes sociales por decisión, porque pierdo mucho el tiempo y además soy muy copuchento. Entonces a veces pienso que esto va a cambiar fundamentalmente y que quizás esta pelea por estar en las salas puede ser una batalla perdida.

¿Sientes que tienes que combatir en otros lugares?

-Claro. Quizás en el medio audiovisual supongo que voy a poder hacer muchas más cosas, pero esta idea de hacer una película para el cine, tal y cómo yo lo entiendo, quizás es la última.

¿Qué te parece llegar a esos lugares? Que el cine pase a pantallas más chicas, que la experiencia cine cambie.

-Me gusta la experiencia cine. Para mí por lo menos, es una experiencia absolutamente distinta. Me encanta poder tener acceso al computador y ver imágenes, pero eso lo relaciono más con el trabajo, con ver referencias. Pero con gozar una película no lo comparo. Yo soy malo para ver series y películas en el computador. Parece que soy desconcentrado y se me va la atención, y necesito ese espacio. Además me gusta mucho esta idea de que otra gente esté interactuando con la película en conjunto.

Y quizás es eso lo que le gana a la experiencia Netflix, HBO GO, etcétera…

-Absolutamente. Yo creo que ojalá puedan convivir. Y creo que eventualmente van a tener que convivir, o sea, hay que hacer algo para que existan ambas vitrinas. Porque evidentemente los números del cine están subiendo por el tema de las franquicias que llevan y llevan gente, pero las películas que son distintas a esas están sucumbiendo. Y creo que eso tiene que ver con la costumbre, la cultura. Pero claro, me encantaría que nuestras películas fueran un objeto de deseo en el cine.

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