Entrevistas
25 de Agosto de 2019Ignacio Fritz: “La literatura chilena es una gran casa y yo estoy en el sótano, encadenado y convertido en hombre-lobo”
Ignacio Fritz reedita Eskizoides, su debut literario, retrato de una Transición “fascista” según él y escrito cuando era uno de los influencer en la narrativa joven nacional pre-Bolaño. Luego, todo se iría al carajo, explica en esta entrevista donde se reconoce como un “hijo bastardo de su época”, es decir, los 90.
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Hace dos décadas, Ignacio Fritz más que un escritor emergente era un personaje: el veinteañero temible, pop y excesivo que quería tomar la posta de Alberto Fuguet y Sergio Gómez, aprovechando que éstos estaban ocupados fundando –y luego olvidando — McOndo. Publicaba regularmente cuentos en la Zona de Contacto, tenía columna fija en The Clinic (“Nihilista al Acecho”) y estaba terminando Eskizoides (2002, Cuarto Propio), una colección de cuentos ultraviolentos, donde mezclaba horror, sexo y drogas duras. Este debut literario lo hizo acceder a todo ese submundo cultural noventero habitado por seres como Antonio Skármeta, Cristian Warnken, Gonzalo León y Pablo Azócar. Hasta Pedro Lemebel se quedaba tomando con él de madrugada.
A pesar de publicar regularmente —Nieve en las venas (2004), Hotel (2009), La hermandad Halloween (2012), El festín de los engendros (2016) y La indiferencia de Dios (2016)—, ser elogiado por críticos con fama de complicados como Patricia Espinosa, editar uno de los mejores libros de 2006 para El Mercurio (Tribu) y aparecer hasta en la TV hablando desde el Cementerio Generar, algo le pasó que lo alejó de sus colegas.
De hecho, se esparció el mito urbano de que era peligroso, que sabía boxeo, que era capaz de llamarte a las tres de la mañana para amenazarte o que si te aparecía cerca de Metales Pesados era mejor cambiar de vereda.
“No sé de donde salieron todos esos rumores”, reclama, desparramado en el sillón de su departamento con amplio ventanal hacia el Café Literario de Providencia. Tiene una biblioteca que llega hasta el techo y cuadros de Hugo Cárdenas, Sergio Amira y Paul Fuguet. Está tan ordenado que parece escenografía. “Tampoco sé que pasó después. En una entrevista se me ocurrió decir que consumía cocaína porque la gente que admiraba decía esas cosas en las entrevistas. Y eso me trajo problemas. Varios, en realidad”.
Pero Fritz, de todas formas, decidió reeditar su debut. Será en octubre bajo la flamante editorial PAN donde espera, una distribución a nivel nacional. También, dice, está dispuesto a salir a defenderla donde sea. “Eskizoides homenajea el género de pulp fiction y el noir. Mis ídolos literarios fueron Dashiell Hammett, Jim Thompson y Patricia Highsmith, que leía con obsesión en una época en la que estuve muy solo y sometido a desequilibrios personales”, explica.
“TENÍA 20 AÑOS Y ESTABA LOCO”
Lo único caótico en este departamento la pieza donde escribe, con libros, devedés y discos. Hay desde Tarantino a Guns N`Roses, desde Stephen King a la biopic de Basquiat. “Por pudor o por vergüenza nadie tiende a reeditar. En el gremio de los escritores el primer libro siempre es un tema delicado. Se cree que lo primerizo hace perder la calidad literaria de ese primer texto. Me hubiese encantado haber empezado mi carrera, que en rigor no es una carrera, con una novela como Coronación o como Manuel Rojas con Hombres del sur. Pero soy hijo bastardo de mi tiempo. Por eso escribí cuentos cortos, directos y con lenguaje coloquial, demasiado televisivos, muy visuales, rápidos”.
—¿Qué recuerdas de la época de Eskzoides?
—Que estaba bastante perdido: tenía 20 años, estaba loco y lo había dejado todo con el ánimo de escribir obsesivamente. Pesaba más de 120 kilos y me embriagaba cada vez que podía. Un error, obviamente. Porque apostar todo en un libro es algo suicida y ridículo. Aparte desde chico lo que me interesaba eran géneros mal vistos como el noir y el slasher. Por eso se publicó el libro: en el informe de lectura dijeron que eran temas que no se abordaban aun en Chile, por lo tanto, había que publicarlo.
—Pero parece que no estás conforme con cómo quedó. Por algo lo reeditas.
—Al libro lo considero bastante fascista y políticamente incorrecto. Tuvo mala suerte desde un inicio. Lo vi muy poco en librerías y por lo visto casi no se vendió. Es decir, mi apuesta para escribir la perdí. Exponerlo luego de tantos años es una forma de reivindicar los subgéneros en los cuales creo, adoro y defiendo. Ahora, cuando estaba revisándolo me di cuenta que tenía una obsesión con los sicarios, narcotraficantes, boxeadores, la mafia, el sexo por placer y la violencia sin motivo. Reeditarlo es un ajuste de cuentas conmigo mismo.
—Dices que este es “un libro propio de la Transición”.
–Te decía que Eskizoides es fascista, políticamente incorrecto en la medida en que puedes encontrar elementos trasnochados propios de eso. Porque mi generación, los que ahora tenemos 40 recién cumplidos vieje de ahí, de la cultura pop y el neoliberalismo gringo. De Stallone y MTV, pero también de un Chile que crecía privatizando y ya daba posibilidad de tener sicarios y cocainómanos en bares de moda. Es un libro de cuentos de género pulp, noir y policial que refleja lo que fueron los años noventa y que es ágil, cinematográfico y fácil de leer, pero no por ello menos profundo. Me interesa enganchar al lector y hacerlo pasar un rato en el que rememorará lo que han sido buenas series, algo muy emparentado con Tarantino, el cineasta. De hecho, en esa época, un escritor de la Nueva Narrativa me decía que me sacara a Tarantino de la cabeza. Tal vez fui ingenuo no escribiendo algo que más serio, cosa que hice después en La Hermandad Halloween. Hay una caricaturización de ciertos arquetipos y me lo dijeron en su momento. Me hueviaron harto por eso. Y claro, han confundido lo que escribo con mi vida personal.
–¿Sientes que confundieron tus personajes contigo?
–Si. Es algo apestoso. Que escriba de un sicópata no significa que yo lo sea. Mi escritura es el reflejo de la basura del mundo. De que la sociedad está enferma. No pretendo llegar al limbo de lo correcto ni ganarme el Nobel de Literatura. No. Lo único que aspiro es a escribir con decencia y jugármela por lo que creo. Y todo me lo tomo a nivel personal, como El padrino de Mario Puzo. Aunque yo no tengo nada de mafioso. En su momento, cuando era más pendejo, creía que estar traducido a treinta idiomas era cool. Idioteces. Lamento que haya gente que se quedó con una imagen negativa de mi persona, sobre todo los que estuvieron relacionados conmigo hace dos décadas, en 1998.
“A WARNKEN NO LO LLAMÉ EN LA MADRUGADA BORRACHO. FUE EN LA TARDE. A DIEGO MAQUEIRA. Y ME RETÓ”
—Cuando apareció el libro eras una especie de influencer de fines de los noventa.
—No sé si habrá sido tanto como lo que planteas. Era otra época, otro yo y otros intereses. Otro contexto. Siempre estuve enojado conmigo mismo; en realidad, siempre me odié. Tal vez temas como el hecho de haber sido un niño con problemas de sobrepeso y el bullying medio gay del colegio hayan formado una personalidad que era como un sol que deseaba tener planetas a su órbita: pura y simple megalomanía. Complejo de florero de mesa. Esto igual no se debe confundir con baja autoestima. Todo lo contrario. Soy un megalómano que no le ha ganado nada a nadie, pero solo dentro de mi cabeza y con lo que escribo. De ahí que consumiera alcohol o marihuana como vía de escape, no recreacionalmente, y me fuera al chancho con borrarme. Algo no cuajaba conmigo mismo. Como que no me conocía.
—Pero tenías columna en The Clinic, te codeabas con Warnken y Gonzalo Contreras; Lemebel y Skármeta, te invitaban a fiestas hasta tenías romances con escritoras. Antisocial no eras.
—Hacía vida nocturna. Incluso escribía en la madrugada y tuve la oportunidad de entablar diálogo con gente como Warnken o Skármeta, este último un señor muy positivo y entusiasta que me regaló un Moleskine para escribir mis ideas y poemas. En 2015, incluso, me encontré por casualidad a Warnken en el hotel Habana Libre en La Habana, y hablamos cinco minutos. Pero no me acuerdo mucho de esa época. Es probable que si realizara más vida social ahora estaría en el catálogo de alguna editorial famosa. Quién sabe. El tema es que no me gusta que me conozcan para nada, al igual que Mike Tyson, y los carretes me aburren, la gente me latea. También encuentro penca el amiguismo en la literatura chilena de pendejos. Y en lo personal, yo me encuentro insuficiente. Me falta aprender muchas cosas más, pero eso no vendrá relacionándome con otros narradores. Sobre los romances, solo digo que un caballero no tiene memoria, aunque más de una groupie he conseguido. Y solo soy escritor. Eso antes de casarme, claro.
—Despejemos mitos: ¿Es cierto que en una época llamabas a Warnken a las 4 de la mañana?
– Son mitos. Leyendas. A Cristián Warnken lo llamé una tarde, borracho. No fue en la madrugada. Y fue solo una vez. Al que sí una vez llamé en la madrugada fue al poeta Diego Maquieira, que me retó, desde luego.
—¿Y que dijiste que jalabas sin haber probado la cocaína?
— Decir que consumía fue una estupidez de marca mayor. Fuguet decía que la consumía en los noventa para escribir Mala Onda, pero a él no lo huevean. En mi caso fue una mentira para dármelas de cool. Harto huevón fui. Cabro chico. Nunca consumí tanta cocaína. Fue un par de veces. Sí conocí de pasada a gente que la consumía a cada rato, como Enrique Symns. A él lo vi una vez en una fiesta y me llamó la atención que no mirara a los ojos, que mirara al suelo cuando uno le hablaba. Alcohol sí. Hará quince años atrás me embriagaba cada vez que podía. Incluso estuve un tiempo en una Clínica de Rehabilitación.
—¿Con quién te peleaste realmente
—Uf, perdí la cuenta.
“SIEMPRE ME HAN TIRADO MIERDA LOS ESCRITORES”
—¿Por qué desapareciste de la vida social después de tu debut?
—Simplemente porque no me gusta. Ya tengo cuarenta años y supongo que fracasé como escritor. Perdí la apuesta aunque tengo mucho material inédito. Desde hace doce años he estado escribiendo y leyendo, viendo cine y series de Netflix, alimentándome con arte de todo tipo. En esos años de outsider, el outsider de los outsider, he sacado cuatro libros y fundé una editorial y ahora habrá otra editorial y me quiero dedicar a escribir lo que me gusta. ¿Y qué me gusta? Lo típico. Una vez le dije a una editora de Alfaguara que conmigo ganarían mucho, pero no me hizo caso. Me vendí mal. Soy pésimo para venderme.
—En alguna época estuviste activo en Redes Sociales, pero pasaba algo: el tono de tus colegas, generalmente muy medido y diplomático, contigo era bastante agresivo.
—La literatura chilena es una gran casa y yo estoy en el sótano, encadenado y convertido en hombre-lobo, mientras en el living hay un banquete. Y sí, hay ciertos sujetos que deben creer que soy un perro chico que puede recibir patadas, pero creo que es por ignorancia y estupidez, o tal vez no ven bien quién soy realmente. Para mí, los escritores chilenos son lo que son y si ellos están pringados, como decía Roberto Bolaño, que sigan con sus asaditos, cenitas y lo que sea para que puedan sentirse como lo que no son. En fin. Siempre me han atacado, y no solo escritores, sino gente de afuera, que no tiene nada que ver con esta huevada. Curioso, desde luego. Siempre me han tirado mierda.
—¿Qué te parece la actual literatura joven?
— Hay un facilismo colosal en la literatura joven de hoy. Hasta los doctores en literatura que han ganado el Biblioteca Breve rechazan lo literatoso; por tanto, ¿qué queda para los que empiezan? Libros que no tienen capítulos o que el capítulo es una línea, o lateríos descriptivos con títulos atractivos, qué sé yo. Mira, no hubiese ningún problema si la obra fuera analizada en sí misma. Tampoco he leído a Zambra, ni me interesa. Aunque debería hacerlo. Tal vez me lo devore en quince minutos, porque sus libros son de tiro corto. Las corrientes de moda me parecen fomes, salvo las distopías, conspiraciones y las novelas de aeropuerto estilo Harold Robbins. Quiero hacer mi proyecto literario desligado de cualquier cenáculo y universidad y moda. Aunque, puedo cambiar de parecer. Ya estoy viejo y la vida es muy corta.
—¿Qué fue lo peor y lo mejor de los años noventa?
—Que lo mejor y peor fuera lo mismo.
—¿Qué es lo que siempre has querido que te pregunten y que responderías?
—Eres heterosexual? Sí, en efecto. Me gustan las chicas.
—¿Cuál es el mayor malentendido con respecto a ti y tu trabajo?
—Que digan que escribo mal cuando sabemos que no es así.