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Actualidad

28 de Agosto de 2019

Crónica de una agencia extranjera: Plaza Italia, la frontera entre los flaites y los cuicos

EFE

Plaza Italia ejerce como "frontera simbólica" entre las clases altas y bajas de la ciudad, dos realidades socioeconómicas diametralmente opuestas que se acrecientan según uno se aleja de ese lugar hacia el norte o hacia el sur.

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Ubicada en un punto estratégico, la también conocida como Plaza Baquedano es escenario asiduo de protestas sociales y celebraciones deportivas, en las que se dan cita personas de todos los estratos de la sociedad, además de un importante nodo del transporte de la capital.

Sin embargo, en el día a día este espacio ocupa un papel simbólico repleto de matices históricos, económicos, culturales y raciales, siendo el epítome del renombrado “clasismo” santiaguino.

La frontera invisible de Plaza Italia marca que las personas que viven hacia el sur de ella son identificados popularmente como de clase baja, o “flaites” -vulgarismo chileno de carácter peyorativo que se utiliza para referirse a las personas de bajos ingresos-.

Ya pueden ser las que habitan la comuna de Santiago Centro, situada a pocos minutos de la plaza, o aquellas que lo hacen en otras más alejadas como Pudahuel o Maipú, aunque entre estas mismas localidades existan grandes diferencias de ingresos.

Al mismo tiempo las que habitan el lado norte son consideradas como de clase alta, o “cuicos” – chilenismo peyorativo que se asocia a personas de gran capacidad económica y que denota esnobismo-, y popularmente suele escucharse que muchos de ellos no van nunca más abajo de Plaza Italia.

En este caso, la diferencia se acentúa desde el barrio de Providencia, donde se sitúa Baquedano, pasando por el de Las Condes, donde se encuentra la zona conocida como Sanhattan -la parte empresarial de la ciudad-, hasta llegar a Vitacura, lugar de residencia exclusiva de las clases altas.

De esta manera se conforma una realidad presente en “muchas ciudades del mundo”, que en el caso chileno remite a los orígenes de Santiago, explicó la investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y profesora titular de sociología en la Universidad de Chile, Emmanuelle Barozet.

“En concreto a la época en que se separaba la circulación de las personas de un sector residencial más consolidado de Providencia hacia el norte, de otro más popular o político hacia el sur”, indicó Barozet.

Una cuestión, continuó, que también puede verse en otras regiones como Europa, pero que en Latinoamérica destaca aún más por la ausencia de “planificación urbana”, a diferencia del Viejo Continente que vio “intervenidas y reintervenidas sus ciudades a lo largo del siglo XIX”.

“Acá ha habido un crecimiento anárquico. Lo que produce sectores enclavados de determinados grupos sociales, con poca accesibilidad de un sector a otro por la falta de líneas de metro o conexiones de buses. A pesar de esto no significa que haya una única zona en la que esté concentrada toda la riqueza o toda la pobreza”, puntualizó la socióloga.

Otro de los factores que atraviesa transversalmente este fenómeno es la descentralización en la década de 1980 de la provisión de servicios sociales desde el Estado central a las comunas, especialmente la educación y la sanidad.

“Hay poca transferencia de recursos centrales y los municipios dependen en gran medida de los recursos que ellos mismos puedan generar. Por lo tanto aquellos que están habitados por la clase alta o que tienen ingresos adicionales por actividades específicas como un puerto (Iquique, en el norte de Chile) o un casino (Viña del Mar, en la costa) pueden ofrecer mayores prestaciones sociales”, detalló Barozet.

Una ordenanza que la socióloga indicó que tiene el efecto de “perpetuar las diferencias” e impedir el funcionamiento del conocido como “ascensor social”, un mecanismo de igualdad de oportunidades que facilita el salto de una clase socioeconómica a otra.

Debido a esto, prosiguió, es notable la diferencia “estética, arquitectónica y de relación con el espacio” que existe entre los “barrios altos y bajos”, a lo que se suma la cuestión de la conectividad, no solo en el transporte público sino también en la disposición de las “carreteras urbanas”, que hace que los “sectores más bajos tengan que dedicar muchas más horas para desplazarse por la capital”.

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