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Entrevistas

30 de Agosto de 2019

Carmen Soria: “Mi batalla central es que no me quiten la alegría”

Emilia Rothen

Empezó pintando cuadros armados con ropa vieja, fierro, flores y otros cachivaches, pero hoy Carmen Soria alista su primera exposición, “Pan de vida”, una reconstrucción personal y sorpresivamente colorida que se cruza con su propia historia de vida, marcada por el asesinato de su padre a manos de la Dina.

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“Lo primero que te tengo que decir es que a mí me cuesta hablar de esto, porque yo estoy acostumbrada a hablar de política”, advierte de entrada Carmen Soria (59 años).

Ciertamente, la había visto hace unos meses indignada por la condena de la Corte Suprema a los cuatro exagentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina) que participaron en el homicidio de su padre, el diplomático español Carmelo Soria. “A mí me parece que es reírse de uno en la cara, es una vergüenza, el Poder Judicial es un asco”, dijo esa vez con firme convicción. Pero ahora titubea. No sabe bien cómo hablar de algo que simplemente le nace.

¿En qué momento partió todo esto?

– En un momento en que yo estaba muy mal, muy triste. Como deshabitada, buscándole un sentido a vivir en Chile. Partió con una cajita donde yo empecé a meter cosas de una casa que tuve que vender por culpa de la destrucción que hizo una inmobiliaria. Eso fue para mí un desarraigo muy grande, porque era la única casa que yo tenía, era mi hogar. Era un lugar de pertenencia muy grande. Empecé a armar la cajita y me gustó porque era como un silencio mío, me hacía bien.

¿Como una especie de vacío?

– Era conectarme conmigo y con lo que yo estaba viviendo en ese momento. Y empecé sin tener ningún conocimiento.

Yo me imaginé al principio que se trataba de pinturas, algo más clásico. Pero es una mezcla de técnicas.

– Mira, la primera caja que hice fue con restos de cosas de mi casa anterior, una casa familiar donde nació mi madre y donde yo vivía. Después empecé a hacer para amigos. Estaba alguien de cumpleaños, pensaba en él, hacía una caja y la regalaba. Después seguí con las calacas, este papel cortado mexicano. De repente, me planteé hacer algo que tuviera mayor vinculación a mi historia, porque la historia de uno siempre te acompaña, es una cuestión que tienes que ir reciclando para ir viviendo. Eso tiene que ver con el crimen de mi padre. 

¿En qué pensaste, exactamente?

-Pensé en los niños que no nacieron y murieron en el vientre de su madre, en los niños desaparecidos y también asesinados. Ahí empecé en el sentido de construir cajas con ese pensamiento, con esa emoción. Fui a la fundación PIDE, que significa Protección a la Infancia Dañada en Estados de Emergencia. Ellos fueron un oasis para los hijos de desaparecidos, y empecé a leer los libros que los niños escribían. Después fui a la biblioteca y empecé a ver la historia de Chile a partir del año ‘68 hasta el ‘77. Después fui al Museo de la Memoria y saqué las fotos de los niños. Las imprimí en grande. También saqué fotos de los periódicos de esa época. Pero nunca pude trabajar con eso. No sé… no pude. Yo recuerdo que tuve una nana que tenía un hijo, Pedro Godoy, que tenía mi edad. Él desapareció. Yo la acompañé a ella a reconocer el cadáver de su hijo, pero cuando ya era esqueleto. A mí me impresionó un gesto que hizo Juanita en el Servicio Médico Legal. En una camilla, tenían el cuerpo armado, la calavera y los huesos. Y en un piso, al lado, había un polerón y una zapatilla. Y ella se quedó acariciando la zapatilla. A mí esa cuestión hasta el día de hoy me emociona. Encontré que era súper fuerte, porque los pasos de su hijo estaban ahí. Entonces, comencé a hacer unas huellas con unas hormas de zapatos, esas que usaban los zapateros antiguamente. Lo que sí me sorprendió es que yo pensé que me iban a salir cosas muy tenebrosas.

¿Oscuras?

-Muy oscuras, por la impotencia que siento, por la injusticia que se vive en este país y por todo el dolor que uno lleva. Resulta que no me salieron oscuras, sino coloridas. Yo creo que a los muertos hay que traerlos en vida. Tengo la sensación que siempre estamos recordando a los asesinados, desaparecidos y torturados en el dolor. Ahora, lo que yo hice fue una cuestión totalmente inconsciente. Me salió así nomás. Después vino Morgana Rodríguez, que tiene una galería, el antiguo taller de Camilo Mori, y ella me ofreció hacer una exposición, ante lo cual yo me asombré. Porque a mí me gustan, pero también está la élite de los artistas, es otro mundo al que yo no he pertenecido nunca. Y así partí.

¿Hubo un salto en ese momento? ¿Ya te considerabas una artista, necesitabas tu taller?

-Yo ya tenía mi taller. La Morgana llegó acá porque yo era matutera. No empresaria, matutera. Viajaba y traía cosas. Hice una venta de todo lo que me quedaba y llegó la Morgana, vio los cuadros y le gustaron. Ahí enganchamos.

¿El taller en qué momento lo construiste?

-El taller es una pieza. Lo empecé a hacer hace tres años. Empecé a juntar cachivaches, porque recojo muchas cosas de la calle y aparte compro. La basura es un gran aliciente. Voy por la calle y siempre voy mirando cosas que me pueden servir y las recojo. Desde los rollos del confort hasta madera. O voy al Persa y compro fierros. Cosas así. Como que recolecto hartas cosas, voy juntando, teniendo cajitas y así armé el taller.

¿Y el desarrollo de la técnica? ¿Lo has estudiado?

-No, no, no, no. Yo no he estudiado nunca. Incluso, en el colegio consideraban que era pésima. Yo no sé dibujar. Tengo un amigo, el Rodrigo Cociña, un pintor que tiene un taller en Emilio Vaisse y yo le decía “Rodrigo, quiero pintar, ¿cómo lo hago?”. “Pinta, poh”, me decía. “Ya, pero quiero que quede como aguado”. “Échale agua”, me respondía. Entonces, he ido aprendiendo así. Por instinto. Ahora estoy comenzando una cuestión de pegar retazos de tela con pintura. Pero no tengo ninguna técnica. Lo hago súper instintivamente.                

Hablemos de algunas de las obras que vas a presentar.

-La que más me llamó la atención, porque también salieron cosas que tienen que ver con la muerte, es un cuadro que tengo que tiene puros círculos. A mí me dio risa, porque como no sé pintar, hice círculos con un compás. Después los empecé a pintar, uno por uno. Y había encontrado un vestido de niña, chiquitito, y lo colgué. Eso me impresionó y me gustó la luminosidad de los colores. Ese es un cuadro que me gustó harto. Hay otro que es circular, pintado con pintura con agua, bien licuado, y le puse un fierro entremedio. Lo llené, le puse clavos y lo cocí. Para mí es la Tierra, pero cada uno piensa lo que quiera frente a un cuadro.

Además de la muerte, ¿qué otros temas te motivan?

-No, no es la muerte. Es la vida. Lo que yo quiero es traer en vida a los que asesinaron. Yo pienso en la vida. Uno lo que tiene que defender es la vida y el humor. Ese es mi centro. Creo que por lo mismo no quise trabajar con las fotos, porque siempre son las caras, en blanco y negro. Es muy brutal, muy crudo. Para mí eran los colores, la vida, los juegos.

¿Esto se entronca de algún modo con tu historia de vida? ¿Hay algo de sanación?

-Yo creo que cualquier cosa que se haga con las manos es terapéutico. Yo tengo huerto, me gusta plantar. Tejo también. No sé si sanación, porque yo me considero sana. Después de todo lo vivido, me considero una mujer súper alegre, súper optimista. Cuesta mucho vivir acá, pero esa es mi batalla central: que no me quiten la alegría. Esto es nuevo para mí, yo no tengo idea. Yo lo hago nomás. No pienso mucho. Sé que a mí me hace bien pensar en estos chicos y ver los colores. Si lo quieres llamar sanación, puede ser. O puede ser una defensa mía para estar en la vida. Tampoco he elucubrado mucho sobre el significado.

Pero me decías que cuando partiste te sentías desarraigada, deshabitada. ¿Hay un cambio una vez que lo plasmas en una obra?

-Hay un cambio en mi vida. Siento que estoy más en paz. Con todo lo que he vivido en Chile y todo lo que he peregrinado en diferentes áreas… Yo estudié fotografía, fui locutora, tuve una editorial, fui matutera, tuve un bar, he sido cocinera, he sido mesera, he sido muchas cosas. Pero siento que esto es lo que me ha otorgado mayor paz conmigo. Independiente de lo que pase afuera, yo tengo un rincón en mi casa donde yo me meto, hago cosas y estoy en paz. Si eso es sanación, es sanación.

¿Qué te dice tu círculo más cercano?

-(Se ríe) Ayer me pasó que llamé a un amigo y me preguntó “oye, ¿en qué estai?”. “Estoy afinando la exposición”. (pone voz de sorpresa) “¿¡Exposición!?”. “Sí, poh, si hago cuadros”. Hay amigos que no tienen idea. No saben, porque tampoco ando diciendo que estoy haciendo esto. Nunca he sido así. A algunos les gusta y a otros no…

¿Qué te dicen los que no les gusta?

-Me dicen por ejemplo “uhmm… pero esto está chueco”. Porque yo para cortar soy un desastre, todas las cuestiones son desproporcionadas. Pero uno es así. Yo tampoco busco la perfección en el hacer. Lo otro son los colores o lo sombrío. Hay un cuadro que está hecho con rosas de un funeral al que yo asistí, que las recogí y las dejé secar. Eso es como súper tenebroso. Tampoco a la gente le gusta lo tenebroso, pero la muerte es también la certeza de la vida.

¿Qué sensación le da a los que miran tus cuadros?

-La verdad es que no sé. Gusta mucho el inconsciente de no saber, de no tener la técnica. Me lo han dicho. También, la gente que ha estudiado tiene ciertas reglas de lo que hay que hacer. Yo no he estudiado nada de arte, yo hago lo que me sale. A lo mejor ese desorden, inexperiencia o falta de técnica a algunas personas les gusta.

¿Y qué sensación tienes tú cuando estás haciendo una obra?

-Estoy tranquila. Pongo música y me pongo a hacer. 

¿Pero hay una especie de trance?

-No, no entro en trance (se ríe). Entro en trance bailando, en otras cosas. Tampoco es una cuestión tan mística ni nada. Es como cocinar. Haces un pollo a la cacerola y estás picando la cebolla. Estás entretenida. Súper concentrada, en un estado de querer hacerlo. Me despierto a veces. Estoy en la cama y pienso “esa cuestión no tiene que ser así”. Me levanto, voy y lo hago. Igual tengo el ruido adentro. Yo te diría que es bien inconsciente.

¿Cuánto tiempo le dedicas a la obra que estés haciendo?

-En general, todos los días hago algo. Puedo estar tres o cuatro horas. Al menos una hora.

Te ocupa harto tiempo…

-Sí, es que me gusta. Además, voy por la calle y voy mirando. Por ejemplo, salgo a la calle y digo “ya, hoy día me voy a fijar en el verde”. Y voy buscando todas las cosas verdes. Esa es mi autoeducación. Me fijo en la basura también. 

¿Hay algún tipo de frustración cuando algo no te sale?

-Sí, poh. Pero eso el Cociña me lo arregló al tiro. Un día yo lo llamo y le digo “oye hueón, no me sale esta cuestión, me quedó todo mal”. “Del error se aprende”, me dijo. Entonces el error lo transformo. De todas las cosas que he hecho, he botado una sola cosa.     

Ah, eres de las que insisten si algo no le sale.

-Sí, yo soy perseverante. No me lo gana.

Eso se plasma en la vida y en la obra.

-Sí, poh. Yo soy cabeza dura.

¿Te gustaría hacer una carrera?

-No sé. Yo voy a seguir haciéndolo porque me gusta. Ahora, que eso signifique que me vaya bien, que logre vender y empiece a circular en galerías, no sé. Mi interés es hacer y que yo me sienta feliz. Ahora, para mí la exposición… me parece algo insólito.

¿Qué es lo mejor de ser artista?

-¿Es que sabí qué? Esa palabra “artista” la busqué en la RAE. Porque varios van a decir “esta hueona ahora se las da de artista”. Artista es cualquier persona que se dedica a algún arte, o sea, que la academia no sirve. 

¿Tiene algo de malo ser artista? ¿alguna desventaja?

-No, nada malo. Para mí es bálsamo absoluto. No soy existencialista, no tengo el vacío. Lo único que me produce vacío es la pena.  


La inauguración de “Pan de Vida” será el 29 de agosto en la galería Aquí, antiguo taller de Camilo Mori (Antonia López de Bello 0112, Providencia).

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