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Opinión

16 de Septiembre de 2019

Esto no fue amor: Sobre Araña de Andrés Wood y las recientes marchas contra la inmigración en Chile

La escasa convocatoria de las manifestaciones de agosto y septiembre dan cuenta de que la ultraderecha no tiene una dimensión colectiva fuerte. Pero esto es precisamente la paradoja de todo nacionalismo de ultraderecha: se impone de manera violenta porque no tiene un anclaje colectivo e histórico, se vuelve odioso o xenófobo porque nace de pasiones frustradas, busca reiniciar la historia en la medida misma en que es una pasión sin historia: sin finitud ni alteridad – sin el deseo de una transformación que implica a sus propios actores.

Aïcha Liviana Messina
Aïcha Liviana Messina
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El sábado 7 de septiembre de 2019 se reunieron, según podemos leer en la prensa, alrededor de 50 personas para manifestar contra la nueva Ley migratoria votada el 13 de agosto por el Senado, que recibió 41 votos a favor (es decir la unanimidad). Tal como la marcha que se realizó el 10 de agosto (no autorizada, al menos no en un principio) no contra la Ley migratoria sino contra la inmigración, se constata en la prensa y en redes sociales que la marcha tuvo poca convocatoria. Así leemos en twitter: “yo hago un asado, y convoco más gente que tú”, o bien “hay más pacos que manifestantes”. En virtud de estas escasa convocatoria, lo más inmediato es pensar que no debiéramos preocuparnos de estas veleidades nacionalistas – o por lo menos anti-inmigración – en Chile. Al contrario, según Oscar Rementería, vocero de Movilh (Movimiento de Integración y Liberación Homosexual), “la ciudadanía decente no cayó en sus discursos xenófobos que solo buscan el odio”.

Sin embargo, ¿es el número la fuerza política del nacionalismo de ultraderecha? Y por otro lado, ¿a qué fenómeno político remiten estas mini-marchas? ¿A un nacionalismo arraigado? ¿A una xenofobia de contingencia? ¿O a otra cosa?

La película de Andrés Wood, Araña, casualmente estrenada pocos días antes de la marcha anti-inmigración del mes de agosto, y cuyo tema es el movimiento político Patria y Libertad en dos épocas distintas (la época que precede el Golpe de Estado y la dictadura militar de Pinochet y la época actual) es sin duda sorprendente pues, además de su guion a veces un poco torpe (o algo antiguo, jugando así no solo entre dos representaciones del tiempo sino entre dos tiempos de la representación), centra el tema político del nacionalismo de ultraderecha alrededor de una intriga de amor en donde, de hecho, se ve más atracción sexual que intriga amorosa. Asimismo, más que una visión del nacionalismo chileno, de lo que lo caracteriza y de lo que lo vuelve actual, la película de Andrés Wood se parece más bien a una “policiaca con tensión sexual”.

La escasa convocatoria de las manifestaciones de agosto y septiembre dan cuenta, por cierto, de que la ultraderecha no tiene una dimensión colectiva fuerte

Es cierto. Araña tiene una tensión sexual, poco (o nada) de historia y tal vez poco (o nada) de visión social. Sin embargo, tiene el interés de situarnos en un plano político que no es el de la xenofobia (con la que no nos identificaremos fácilmente) sino, justamente, el de la intriga de amor (“quiero vivir una vida enamorada” repite en distintas ocasiones la protagonista, Inés) y de la tensión sexual, en su vertiente política. En Araña, estamos claramente en un plano más psicológico que histórico, y en un plano más sexual que social. Lo que consigue atraer individuos solitarios (como Gerardo) hacia un movimiento político que aspira más bien a una forma de fusión social, como es el caso de Patria y libertad, no son grandes ideas ni tampoco odios arraigados, sino el poder de fascinación que ejerce un joven matrimonio atractivo y abierto (como el que constituyen Justo e Inés). En efecto, cuando Inés y Justo, seductora pareja que parece gozar de la imagen que proyecta, invitan a Gerardo (ex militar
de la fuerza aérea que pierde su trabajo por su mal carácter) a subirse al coche con ellos y a integrar un movimiento “en contra de los políticos tradicionales”, entendemos que la intriga de la película no será ni el mero trio amoroso, a la Veaudeville, ni el nacionalismo de ultraderecha en su especificidad chilena, sino la relación – trivial, pero universal – entre amor y política. En Araña, además de ser símbolo del modo en el que se ramifica la ultraderecha, la araña da cuenta también de esta pasión sexual que se convierte, según distintas intensidades, en pasión política: Justo e Inés atraen a Gerardo hacia una pasión política que es, antes de todo – y quizás nada más que – sexual – trivialmente sexual.

¿Por qué esta dimensión sexual de una pasión política podría dar cuenta de la ultraderecha ayer y hoy? ¿Sería acaso porque el sexo trasciende el tiempo?

Lo que caracteriza a Araña es que ni los personajes ni la secuencia histórica y política representadas tienen una historia. Del mismo modo que el encuentro entre Inés y Gerardo termina en traición (tras pedirle a Gerardo matar a Justo, Inés se quedará finalmente con este último, quien supo desarmar física y psicológicamente a Gerardo), Inés y Justo se asoman a una vida cómoda y poderosa, pero desprendida de su relación con sus ideales pasados y donde rigen más las apariencias (la de ser una familia conforme a los estándares sociales) que los sentimientos. Y, del mismo modo que el “amor” entre Inés y Justo termina en una relación de mera conveniencia social, la “revolución” de ultraderecha termina apagada por el Golpe de Estado. En Araña, las pasiones políticas y sexuales se limitan a su carácter de pasión. No tienen historia. No tienen ni inicio ni fin. No se viven bajo una modalidad colectiva. Permanecen como algo privado e interrumpido. Algo que se apaga casi en el momento en el que prende, que perdura bajo la forma del mero ejercicio cínico del poder y que, lejos de cambiar el mundo, mantiene el status quo social.

En Araña entonces, más que trascender el tiempo, el sexo – a falta de amor: de historia – lo detiene. Impide las transformaciones (personales y colectivas) que posibilita.

Ahora bien, ¿no es justamente este carácter privado de la pasión sexual y política el que da cuenta del modo en el que permanece viva la ultraderecha nacionalista hoy?

La escasa convocatoria de las manifestaciones de agosto y septiembre dan cuenta, por cierto, de que la ultraderecha no tiene una dimensión colectiva fuerte. Pero esto es precisamente la paradoja de todo nacionalismo de ultraderecha: se impone de manera violenta porque no tiene un anclaje colectivo e histórico, se vuelve odioso o xenófobo porque nace de pasiones frustradas, busca reiniciar la historia en la medida misma en que es una pasión sin historia: sin finitud ni alteridad – sin el deseo de una transformación que implica a sus propios actores.

El nacionalismo de ultraderecha no reúne individuos con un fuerte sentimiento nacional

¿Hemos entonces de preocuparnos por estas marchas que convocaron “más pacos que manifestantes”?

El twitter del senado que informa de la aprobación de la nueva Ley migración y extranjería (Ley que fue una iniciativa del gobierno anterior y en la que, no es inútil recordarlo, se busca proteger los derechos de los inmigrantes) da cuenta por cierto de que dentro de los que votaron este gobierno, hay un cierto numero de arrepentidos: “todos los que votaron a favor, sepan que nunca más tendrán nuestro voto” leemos en Twitter. Aquí son los electores de este gobierno (de centro derecha) que se desolidarizan o se sienten desarraigados.

Pero esto es precisamente lo que genera inquietud, pues el nacionalismo de ultraderecha no reúne individuos con un fuerte sentimiento nacional (este es siempre una construcción), sino individuos desarraigados no tanto de una tierra sino de un mundo de acción posible y entonces de lo que hace posible la ciudadanía. Es el deseo de fuerza y no una fuerza adquirida en la historia lo que caracteriza la ultraderecha y asimismo el tipo de colectividad que constituye. Por lo mismo, siempre es la precariedad de la ultraderecha y no lo que la haría impactante (como la fuerza numérica) lo que debiera preocuparnos.

Aïcha Liviana Messina.

Profesora titular, Universidad Diego Portales.

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