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15 de Octubre de 2019

Columna de Cristián Arcos: Goles y autogoles

"El miedo de un arquero ante un penal no es un libro de fútbol, como no lo son la mayoría de los textos dedicados al balompié. El protagonista, efectivamente fue un arquero, pero el juego aparece apenas como un telón de fondo".

Cristián Arcos
Cristián Arcos
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El pasado 9 de octubre una vez más los agoreros del Premio Nobel de Literatura fallaron en sus pronósticos, porque el nombre del austríaco Peter Handke no figuraba entre los candidatos a quedarse con el galardón más prestigioso de las letras mundiales. Su nombramiento despertó una serie de polémicas que están lejos de extinguirse. No se critica su aporte a la novela, el teatro, la poesía, el ensayo y sus guiones en el cine. Nada de eso. El nombre de Handke quedó en medio de la tormenta por su antiguo apoyo al líder serbio Slobodan Milosevic, un criminal de guerra. Handke lleva años tratando de relativizar su respaldo al mandatario, diciendo y escribiendo una serie de justificaciones, pero su encendido discurso en el funeral de Milosevic lo instaló en ese lado de la vereda.

Para 1970, este autor austríaco había escrito solo un par de novelas de relativo éxito, hasta que ese año apareció la primera de sus obras que traspasó las fronteras de su país: El miedo del arquero ante un penal.

Handke escribe sobre un exarquero, Josef Bloch. El antiguo cuidavallas está retirado hace un par de años. Fue un portero de cierto reconocimiento en la década del 50 y 60, cuando todo era menos comercial y los grandes jugadores no eran millonarios. Bloch ahora es mecánico y la novela arranca el día en que es despedido de su trabajo. Comienza a deambular sin sentido. Una desorientación geográfica pero también espiritual. No sabe dónde ir y menos qué hacer. Las dos únicas cosas que aprendió en su vida, atajar y reparar automóviles, ya no las puede ejecutar. De a poco nos vamos enterando que este ex arquero tiene una familia lejos, hijos con los que apenas tiene relación, amigos a los que no visita. Más que la soledad del arquero, esta novela habla del aislamiento. Una analogía permanente entre este hombre ya entrado en años, cesante, sin compañía, que huye tras cometer un acto aborrecible y la soledad del guardameta frente al lanzador de un penal, parado a doce metros, dispuesto a vulnerar todo su empeño en atajar una pelota. 

El miedo de un arquero ante un penal no es un libro de fútbol, como no lo son la mayoría de los textos dedicados al balompié. El protagonista, efectivamente fue un arquero, pero el juego aparece apenas como un telón de fondo.

La historia de amor – odio entre la literatura y el fútbol tiene capítulos para ambos carriles. Quienes lo odiaban, como Jorge Luis Borges, quien citó a una conferencia de prensa el mismo día y a la misma hora de la inauguración del Mundial organizado por su país, Argentina, en 1978. Tal era el desprecio de Borges por la pelota que alguna vez definió al fútbol como “una estupidez creada por los ingleses. Y no hay nada más popular que la estupidez humana”. Rudyard Kipling, el autor inglés nacido en Bombay, creador del Libro de la Selva, dijo que fútbol era un deporte “para entretener almas pequeñas practicado por idiotas”. 

En la vereda contraria hay cientos de ejemplos, varios de ellos provenientes de este lado del mundo, donde el correr de una pelota es casi una religión. “La única prueba tangible de la existencia de Dios es el gol de Maradona a los ingleses”, escribió el uruguayo Mario Benedetti. Su compatriota Eduardo Galeano, a propósito de la existencia de un ser superior, señaló que “Dios y el fútbol se parecen en los millones de devotos que tienen a lo largo del mundo y la desconfianza de los intelectuales”. Albert Camus agregó una dimensión social y ética a su amor por el juego, reconociendo que fue arquero en su juventud en Argelia porque “no tenía dinero para comprar zapatos, así que tuve que aprender a usar las manos” o su conocida frase respecto a que “todo lo que sé de moral se lo debo al fútbol”. Pier Paolo Pasolini, el cineasta italiano agregó que asistir al estadio era “el último rito de libertad que nos queda”.

Eduardo Sacheri construyó buena parte de su prestigio literario con su pasión irrenunciable por el fútbol. En sus cuentos y novelas encontramos protagonistas que tienen un amor por la pelota y que construyen sus relaciones cercanas alrededor del balón. En Papeles en el viento, por citar solamente un ejemplo, un grupo de amigos de toda la vida deciden ayudar a la familia de uno de ellos, recientemente fallecido, quien gastó todo su dinero en comprar el pase de una promesa de crack, Mario Juan Bautista Pittilanga, quien nunca pudo dar el salto al fútbol grande. ¿Un libro de fútbol? Es una historia sobre el amor, la amistad, el fracaso, el éxito, la madurez. Un libro sobre el infinito, Sacheri expone con maestría lo que muchos intuimos: el fútbol, como juego y como rito, reúne todos sentimientos que cruzan nuestra vida. Al fútbol lo queremos porque mantiene viva nuestra propia biografía. En Una sonrisa exactamente así, un protagonista gris queda embelesado por la belleza de una mujer que desde la ventana de un café parece mirar hacia la nada. Absorto, sin saber cómo abordarla, el tipo le habla del Maracanazo, la hazaña de los uruguayos en 1950, una extraña estrategia de seducción. En La pregunta de sus ojos, conocida en el cine como El secreto de sus ojos, Sacheri encuentra en el personaje de Sandoval el futbolero que todos llevamos dentro: “un hombre puede cambiar de religión, de Dios, pero hay algo que no se puede cambiar. Un hombre no puede cambiar de pasión”, refiriéndose al fanatismo por Racing que demuestra un sospechoso a través de antiguas cartas a su madre. 

Peter Handke recibirá su medalla y una cantidad apreciable de dinero, muchos años después de escribir sobre Josef Bloch, aquel taciturno arquero quien al ver a un portero frente a la pena máxima, reflexiona sobre sus propios fantasmas y la soledad de un puesto muy diferente a todos los demás. 

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