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Cultura

20 de Noviembre de 2019

Crítica literaria: La doctrina del silencio

"Afuera (2019) es una obra de alta sensibilidad, de escritura sinuosa y donde, una vez más, los afectos están determinados en formas de relaciones políticas que están inscritas en marcos claroscuros y generales que se vinculan con marcos histórico-temporales", escribe Gonzalo Schwenke.

Por

Afuera. Sara Bertrand. Emecé ediciones, 2019, 193 páginas.

La novela anterior, Álbum familiar (2016) de Sara Bertrand (1970), se relata la infancia de niños privilegiados que crecen bajo la dictadura. Mientras los adultos buscan olvidar, silenciar y sobrevivir, los niños reaccionan contra la normativa de la dictadura: la formación inicial, el cantar el himno nacional o la vigilancia militar. Así la protagonista Elena, ahonda en los recuerdos buscando respuestas sobre ese ambiente de dolores y miedos en el que fue creciendo.

Siguiendo la temática del marco familiar, Afuera (2019), la narradora construye la voz de Lili, quien aparece a dos voces: como el recuerdo de la infancia y la voz de adulta. El primero en su proceso de infancia y que observa a la parentela relacionarse en un espacio que está llena de inocencia y lúdico, y el segundo, es recorrer estos procesos de crecimiento, pero desde una perspectiva mayormente crítica o dolorosa, comprendiendo las formas de relaciones de los padres en un contexto histórico determinante. Los capítulos desarrollan la memoria histórica familiar y que aparecen confrontados en tiempos de lo vivido por la protagonista, por lo que dicha temática aparece con múltiples costumbres, por un lado, con fervor y altas energías, y por el otro con silencios y fracturas. Así, para sobrellevar el quiebre familiar debe concebir una realidad autovalidada: “Me fabriqué una versión. Cuando me preguntaban sobre mi madre, mentía. Sobre mi padre, mentía. Mentía tanto que en poco tiempo recreé nuestra historia entera” (42).

Entonces, existe una memoria donde la protagonista, basada en su propia vivencia, esa infancia desde la adultez, para emerger como posmemoria el cuestionamiento a sus padres de cómo enfrentaron los años de la dictadura y la forma en cómo educaron a sus hijas. Así, estas enunciaciones están dadas bajo rasgos transversales como lo son el cariño y los afectos a sus padres, subjetivizando estas historias íntimas y personales.


Tempranamente la narradora va dando pistas de este recorrido que hace sobre su experiencia parental: “Mi papá era un buen hombre, pero estaba roto o, quizás, su estructura mental se dañó antes porque quería ser artista y terminó transformándose en un hombre de dinero. Mi madre lo trataba como a una plaga” (13). Frente a esta situación compleja, la doctora en literatura Alicia Salomone en su texto Ecos antiguos en voces nuevas (2011) comprende que “estas personas con frecuencia crecieron dominadas por relatos sobre hechos que precedieron a sus nacimientos, y que tienden a desplazar a los propios impactando sus subjetividades con discursos relativos a situaciones que no pueden comprender ni recrear cabalmente” (122).

En aquellos capítulos de la niñez, se desarrollan ampliamente con momentos emotivos como cuando el padre llevó un chancho y un pollito a la casa: “Mi papá trajo a Salvat el mismo fin de semana que llegó Rocky (…) Rocky y Salvar hacían todo juntos, menos dormir, porque Salvar prefería meterse entre los balones de gas y Rocky, detrás de la lavadora” (21). La convivencia con su mejor amigo Lucas hasta que tuvo que cambiarse de casa debido al suicidio del hermano de este: “Luc era, sin duda, mi mejor amigo, mi igual. Nos ayudábamos en las tareas y molestábamos a mis hermanos” (35). Asimismo, aquellos capítulos donde habla de las relaciones de sus padres con sus padres, donde era igual de conflictiva problemática: “Mi padre no habla de su padre, igual que mi abuelo N°1 no habla del suyo. Porfiadamente sostuvieron una cadena de resentimientos” (39). De igual forma, los conflictos entre Lili y su madre: “Me inquietaban los secretos de mi madre, como si fuera la única que soñara una salida al infierno de ollas, ropa sucia y calcetines perdidos. La odiaba por eso. Su vida privada, sus retrasos, sus olvidos” (51). O la difícil educación sexual en la que debía lidiar con resquemores de los vecinos, porque era la única mujer entre tanto niño donde solían verla como andar en bicicleta, al ring-ring raja o jugar a la pelota, juegos mayormente masculinos: “Ellos se sacaban sus camisetas después década partido, a mí me avergonzaba sacarme el polerón. Mi cuerpo se había vuelto un recipiente movedizo de forma incierta” (77).

En los casos anteriormente, mencionados, la escritora se refiere a la separación familiar como dominador común porque será este acontecimiento que marque de por vida a Lili y que convergerá en dolores y quebrantos, tal como lo expresa la siguiente cita: “Siente que pertenece a la vereda, a la calle, movimiento constante, cortante. Peatones, micros, los que se van, los que quedan. Carga la ausencia sobre su espalda” (23). Estos segmentos breves de no más de una carilla, son expresadas con un tipo de narración con mayor densidad en los ambientes, diálogos directos, despolitizada y llena de huellas.

De modo que, que la narrativa de Bertrand se desarrolla en la adultez que se desenvuelve en una realidad ficcional grisácea y de poco convencimiento en el presente. Afuera (2019) es una obra de alta sensibilidad, de escritura sinuosa y donde, una vez más, los afectos están determinados en formas de relaciones políticas que están inscritas en marcos claroscuros y generales que se vinculan con marcos histórico-temporales.

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