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24 de Noviembre de 2019

Rafael Zambrano, sobreviviente al guanaco: “Me quieren ver triste. La felicidad es mi rebeldía. Es mi acto de resistencia”

El estudiante de electricidad industrial asistió a todas las marchas junto a su mamá desde que comenzó el estallido social. La tarde del 15 de noviembre, en la misma manifestación que murió Abel Acuña, Rafael fue azotado tres veces por el chorro del lanza aguas de Carabineros a metros de Plaza Italia. El joven se salvó por fortuna de un fatal desenlace, quedó con parte de su cráneo expuesto y una cicatriz de 20 centímetros que le cruza hasta la frente. Esta es su versión del momento en que pensó que iba a morir.

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El sábado 16 de noviembre la bailarina, instagramer y ex chica Yingo, Carla Cáceres, subió a sus redes sociales un post distinto a sus habituales selfies. Se trataba de la foto de un joven con una herida en la frente y 40 puntos. “No sé cómo comenzar a escribir sin que la rabia, mi pena y frustración se apoderen de mis palabras”, decía el posteo. Con casi seis mil likes y 300 comentarios, la foto muestra a su hermano, que la tarde del 15 fue azotado contra el suelo y contra una pared en tres oportunidades por el chorro del carro lanza aguas de Carabineros. Rafael quedó con un corte y parte de su cráneo expuesto, pero afortunadamente sobrevivió.  Sus seguidores se encargaron de difundirlo y la imagen de él acostado, con la herida en la parte superior de su cabeza y su cara, se convirtió en viral. 

Rafael Zambrano (23) está egresando de electricidad industrial en el Instituto Tecnológico de Chile (ITC) y cuando vio a la gente en la calle el 18 de octubre, evadiendo y manifestándose, se sintió feliz. La consigna popular “Chile despertó” le hizo sentido. Él había participado activamente de las revoluciones estudiantiles del 2011, pero esta vez sintió que no se trataba de liceanos o universitarios movilizados, sino  de algo que le dolía a todo el país. “En esa época los más grandes estaban en contra del movimiento, pero esos adultos envejecieron y los pingüinos son los que ahora salen otra vez a marchar, grandes. El 2011 fueron a la escuela de la resistencia y ahora parece que estamos egresando”, reflexiona sobre el estallido social que acaba de cumplir un mes. 

Él y su mamá, Jacqueline Muñoz, fueron a todas las marchas, todos los días, hasta el 15 de noviembre. Desde su casa en Batuco llegaban hasta la Estación Mapocho, cruzaban el Parque Forestal a pie y se instalaban en la Plaza Italia. Zambrano pertenece a una familia de clase media. Se crió en una casa en Conchalí, junto a sus papás y dos hermanas. Ellos son la primera generación que va a la universidad. Durante toda su vida vio a su mamá enferma: A los 27 años le declararon Lupus a Jacqueline. La veía sufrir no sólo de dolor, sino también por la economía doméstica. Muchas veces no tenían plata para llevarla al especialista o comprarle los analgésicos. Incluso inventaron una dirección para poder atenderse en un consultorio con más recursos de la zona oriente de Santiago y acceder a un mejor tratamiento. Recién en marzo de este año detectaron que la enfermedad de Jacqueline – quien hoy tiene 45 años- estuvo mal diagnosticada todos estos años. Los resultados de exámenes y observaciones clínicas arrojaron que tiene espondilitis anquilosante, una enfermedad autoinmune y crónica que produce rigidez y mucho dolor. Han pagado más de un millón de pesos en nuevos procedimientos médicos durante este semestre. Entonces los dos se manifestaban en el Centro de Santiago por lo que ellos mismos llaman “justicia social”.

La tarde del 15 de noviembre, la convocatoria del día después del “Acuerdo de paz”, había una mezcla diferente entre los asistentes a Plaza Italia. Una mezcla entre celebración y frustración. Algunos estaban felices por la idea de soñar con una nueva Constitución, pero  otros estaban incrédulos. Habían fuegos artificiales color rojo que volaban por el cielo y las banderas sobre el caballo de Baquedano flameaban como todos los días. 

Zambrano avanzó hasta la intersección de Vicuña Mackenna con la calle Almirante Simpson, mientras su mamá lo esperaba sentada en el Parque Forestal. Vio un tumulto de gente que corría en dirección opuesta a él. La mitad de su cara la cubría una máscara antigases que lleva a todas las marchas y que usa un rato él y otro rato su mamá para evitar las molestias de los gases. Entre el humo de las lacrimógenas y el movimiento entorpecido de las personas, apareció el carro lanza agua de Carabineros. Rafael no tuvo tiempo de reaccionar, de correr o de hacerle señas al guanaco cuando recibió el primer chorro que lo tiró contra el piso. Aturdido se levantó. Él calcula que voló tres metros desde donde estaba. Pensó en correr y otra vez sintió el chorro contra él. De nuevo cayó al piso. Sintió el pavimento en la cabeza, en la mandíbula y en las rodillas. Trató de levantarse de nuevo, veía borroso, estaba mareado, no alcanzó a asustarse, ni sentir miedo, dice. Un último chorro lo tiró, esta vez, contra una de las paredes. Según Rafael después del último impacto pudo caminar unos metros, sin embargo, los testigos que se pusieron en contacto con su hermana a través de Instagram, le cuentan que su cuerpo se desplomó en el suelo inmediatamente, sin conciencia. 

Mientras tanto en el parque su mamá se comía un sánguche que compró en un carrito ambulante. Pasaron unos minutos cuando vio una humareda de gases y jóvenes saliendo entre medio, con la cara irritada, huyendo de carabineros. La banda sonora en ese momento la componían los cañonazos de las lacrimógenas, las explosiones de las pistolas y los gritos de los manifestantes que corrían en todas las direcciones mientras desalojaban Plaza Italia. Ella también corrió hacia la calle Santa María, al otro lado del río Mapocho. Se angustió. Le pidió a la gente de los autos que se bajaran. “Están matando a los niños, tenemos que hacer algo”, decía la mujer. Por primera vez, de todas las manifestaciones a las que asistió, esa tarde sintió miedo. Una desconocida salió de uno de los autos y la contuvo. Jacqueline la abrazaba mientras lloraba.

Rafael despertó al otro lado de la calle donde fue atacado, en un puesto improvisado de primeros auxilios. Vio gente con cascos blancos, delantales y mascarillas. Le preguntaron su nombre y si estaba bien. Él sentía la cabeza tibia, el cuerpo mojado, la sangre le corría por el rostro y le entraba al oído izquierdo, por eso escuchaba con dificultad. Apenas podía hablar porque ya tenía la mandíbula hinchada. Una doctora de la Cruz Roja le tomó la mano, le dijo que estaría bien, que se relajara, que todo iba a pasar. Él empezó a recordar el ataque del guanaco y reconoció el lugar en el que estaba. Lo único que quería era salir corriendo, porque según él, Carabineros podía llegar y volver a mojarlos. Él entró en una especie de paranoia, sentía que tenía que huir, cruzar Plaza Italia y llegar a un lugar lejos de las manifestaciones para salvar su vida. La doctora se acercó a él otra vez, le pidió que se calmara, que si no lo hacía sangraría más. Así que cerró los ojos y empezó a respirar. Los voluntarios lo trasladaron en una camilla móvil hasta el Cine Arte Alameda, donde lo esperaba una ambulancia que lo llevaría a la ex Posta Central. 

En el camino una mujer, desesperada, se acercó a él: “Bryan”, le gritó. Lo tomó por el brazo y los siguió llorando. “Es mi hijo, es el Bryan”, repetía. La desconocida no se separó de la caravana hasta que llegaron al cine. Rafael no podía abrir la boca y miraba a la mujer con el ojo derecho, intentando decirle que él no era la persona que ella buscaba. Lo subieron a la ambulancia, lo acomodaron y cerraron la puerta. Él no vio más a la mujer. 

Jacqueline recibió una llamada telefónica desde la ex Posta Central. Le avisaron que su hijo había tenido un accidente. Los minutos entre los que ella se movió desde Santa María hasta Urgencias fueron difusos. Se movió por las calles desesperada, rápido, a veces en contra de la corriente de manifestantes que seguían dando vueltas por el centro.  La mamá de Rafael cuenta que la estaba esperando un funcionario del INDH en la posta, quien le explicó lo que pasó con su hijo y le contó que estaba bien, para su tranquilidad. Pero cuando ella vio a Rafael en la camilla, irreconocible, con la cara inflamada, el ojo ensangrentado y parte de su cabeza comprometida, sintió un sinfín de cosas que ella describe así: “Por primera vez vi la muerte cerca. Metida en mi casa. Lo pude haber perdido en un segundo. Ya no sentía alegría o la esperanza que sentí el 18 de octubre. Perdí la fe, sentí rabia, pena y hasta odio”, cuenta Jacqueline, “le tomé la mano y le juré que íbamos a llegar hasta las últimas consecuencias. Que esto no se iba a quedar así”. 

Su informe médico dice que se trató de un golpe en el cráneo con herida frontal extensa de 20 cms. Esa misma noche, mientras Rafael escuchaba a otros heridos y parientes que buscaban con desesperación a los suyos, le suturaron la herida. Jacqueline dice que las filas de heridos que llegaron esa tarde eran interminables, incluso escuchó a la familia del joven fallecido en plaza Italia Abel Acuña que llegó a buscarlo.

Un documento reservado y acuñado por The Clinic en 2015 tras el ataque que recibió Rodrigo Avilés, un estudiante que después de ser apuntado por el chorro de agua quedó inconsciente y en coma inducido, dice que el guanaco puede lanzar hasta 600 litros por minuto, tiene como misión solo despejar o disolver masas de manifestantes y apagar fogatas. 

Esa misma noche Rafael fue dado de alta y pudo volver a su casa. Todavía no tiene sensibilidad en la cara, bajó cinco kilos en dos días, pero su diagnóstico es positivo, quedará con una cicatriz de por vida, sin embargo, no están comprometidos sus sentidos, ni su sangre coaguló interiormente. 

“Es difícil despertarse en las mañanas. Estos días me ha costado mucho: Me digo a mí mismo lo que voy a hacer, qué voy a comer, trato de pensar en otras cosas, ordeno mi día, me doy energía así”, dice Zambrano. “No me permito estar triste.  Así nos quieren tener. La felicidad es mi rebeldía. Voy a estar feliz por mi familia, por mis seres queridos, por los que siguen marchando. Ese es mi acto de resistencia”, reflexiona. 

La familia pide a través de redes sociales videos de esa tarde que demuestren que Rafael estaba en una actitud pacífica, que fue golpeado directamente por el chorro lanza aguas y su mamá quiere juntarse con otras madres, impulsar un colectivo de víctimas de la represión y visiblizar estos casos en Chile y el mundo. 

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