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Reportajes

25 de Noviembre de 2019

Precarizadas y expuestas: trabajadoras sexuales en el estallido

El ejercicio del trabajo sexual se ha visto perjudicado por la protesta y la represión. Un trabajo desregulado, que opera sobre un vacío legal: es delito ejercerlo en un espacio, pero no su desempeño. Las compañeras de la calle se han visto más afectadas para ejercer, mientras que las independientes sufren la baja de sus clientes. Así es como las trabajadoras sexuales han vivido el primer mes de protestas, entre el miedo y la rebeldía.

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Bajo el grito de más travestis menos pacos, el sindicato Amanda Jofré marchó el sábado 16 entre Universidad Católica y La Moneda junto a otras organizaciones de transexuales y personas no binarias. Megáfono en mano, Alejandra denunció la situación que viven sus compañeras, en particular, problemas de salud derivados de la inyección de silicona de máquinas de coser. 

“Nadie piensa en nosotras, tenemos una expectativa de vida de 35-45 años. Ellas se inyectan la silicona de máquina de coser y están todas decayendo, y no hay un doctor en Chile que sepa de la silicona inyectable”, dice. La marcha fue pequeña pero segura. Alejandra comenta que también han vivido discriminación al interior de las protestas masivas.

“Fuimos a la gran marcha y nos violentaron desde una barra por sacar nuestras banderas, nos trataron pésimo, discriminación total. Ellos están peleando su derecho a vivir y tener una mejor calidad de vida, igual como nosotras las trans, pero no respetan nuestra identidad”, denuncia.

Vesania vivió una situación similar por manifestarse desde la exhibición de su cuerpo y la denuncia al Estado de Chile como violento y opresor.

“Quisimos manifestarnos como putas, y de manera pornográfica para quitarle la connotación negativa al sexo y a la sexualidad”, cuenta. En Plaza Italia apareció con un cartel que decía que no le gustaba Chile, y mostró su cuerpo. Ante esto, dos hombres la interpelaron, “¿porque estai así, porque no te tapai? yo vine con mi hijo ¿te podis tapar por favor? …¿cómo, por qué? ¿Por qué yo estoy haciéndole más daño a los niños que un paco?”, se pregunta. Además, los sujetos le rompieron su cartel. 

“Quizá ellos aportan de una manera, pero yo también quiero aportar desde mi comunidad de MTS, y este hueón me consideró que era paca porque estaba contra Chile. Y la verdad tampoco me iba a poner a explicarle que yo no salgo con banderas, y que no me gusta la idea de esta especie de hinchada de fútbol en la que todos somos chilenos, estamos aquí, somos una sola voz, y eso es falso, somos múltiples voces y tenemos que convivir porque la Constitución nos apalea a todes”, dice Vesania. 

Ante la continuidad del conflicto, Pamela autogestionó un espacio con otras mujeres para poder trabajar. “Estamos empezando a unirnos por la contingencia, siempre tuvimos la idea de organizarnos entre mujeres, pero ahora urge más”, cuenta. Además, en su círculo ha tratado de quitarle “la culpa a pagar por sexo en esta época tan difícil”.

“Estuviste todo el día en la calle, leyendo noticias de mierda en Twitter, apedreaste a los pacos, llegaste a la casa, y compraste el pan… no está mal que te corrai una paja”, opina Pamela. Ella misma pasa diariamente por las calles rayadas del centro. Cuenta que le ha gustado ver rayados que dicen “siempre con las putas, nunca con la yuta”, porque interpretan su lucha.“Está bien, si al final es una lucha de clases. Me gusta que se reivindique el ser flayte, el ser puta, me gusta que hay un odio contra los ricos. Y también reivindicar lo flaite, lo puta, porque es una lucha contra la pobreza. ¿Qué tengo que hacer, trabajar en un call center? ¿Vender mi vida a un empresario, no estar nunca con mi familia, y que el flaite sea guardia de supermercado o paco? Esto es una rebelión contra la pobreza”, opina.

EL TRABAJO SEXUAL EN TIEMPOS DE CRISIS

Si mensualmente Jazmín, una dominatrix que atiende a sus clientes en el centro de Santiago, concretaba seis encuentros, entre citas iniciales y sesiones de BDSM, desde el 18 de octubre sólo ha tenido una salida, lo que afecta negativamente su economía.

“Como trabajadora sexual, desde el estallido, solo he tenido una salida, no he tenido más clientes. Fuera de eso, creo que a todes los trabajadores independientes nos ha afectado el estallido social, pero estamos completamente de acuerdo con lo que está pasando. Por suerte hago malabares, otras pegas, que algo me ayudan, pero así, económicamente, mal, mal, mal” cuenta.

Pamela, actriz porno amateur, también ha visto la baja de su negocio. Lo suyo es “80% virtual y 20% presencial”, según cuenta, una “putopía” –elegir dónde, cuándo y con quién- que se quebró tras el 18 de octubre. 

“Soy independiente. Empecé con el tema virtual hace mucho tiempo, y ya tengo mi cartera de clientes. Por lo mismo me he podido salvar, porque tengo clientes que me apañan. Creo que ya estoy sólida en mi pega y he tratado de combatir este castigo que hay a la noche por la crisis que hay”, comenta.

“Tengo clientes que muy honestamente me dijeron tengo la cabeza en otro lado”, aporta Vesania, trabajadora sexual y performer porno, “no tengo ánimo ni de pajearme, y es algo que a todos nos pasa, he sentido también que hay otras prioridades más allá del placer”, opina.

Fundación Margen, sindicato que encabeza la lucha por los derechos de las Mujeres Trabajadoras Sexuales (MTS), ha mantenido el contacto con sus compañeras vía whatsapp. Bailarinas de night clubs, topless, trabajadoras de saunas, escorts, y principalmente, las mujeres que buscan clientes en la calle, que han visto afectado su trabajo por las medidas represivas. Hoy, en su mayoría, están “guardadas”.

“Las chicas tienen miedo de salir a la calle, sobre todo las migrantes, que son las más violentadas. Hay mucho temor de las compañeras, bajó el ingreso en sus hogares, y las compañeras tienen que pagar el alquiler como todo ciudadano, la alimentación, colegio, furgón, y no están estos ingresos”, dice Herminda, vocera de Margen.

“Nosotros generalmente hacemos terreno. Hemos visitado a nuestras compañeras y vemos que ha disminuido la cantidad de chicas que está trabajando. Si en un día visitamos entre 140, 150 mujeres en distintos lugares, ahora vamos y vemos que hay 50”, explica Nancy Gutiérrez, presidenta de la Fundación. “Las chicas se están turnando, han sido bien solidarias entre sí. Si una hace un pinche, se retira del lugar o el espacio donde trabaja y deja que la otra también haga”, explica. 

“Que se sepa que las trans caímos en depresión. El trabajo se puso pésimo. Ni en el día podíai pinchar, los clientes ya no iban a los deptos”, cuenta Alejandra Soto, Presidenta del sindicato de trabajadoras sexuales transexuales Amanda Jofré. Alejandra lidera una comunidad que está en situación de pobreza, con una expectativa de vida de 40 años, y problemas de salud que van desde el VIH sida hasta la silicona inyectable de máquina de coser, que les contamina la sangre.

“Muchas compañeras más decayeron de salud, porque no tenían para comer, tú sabes que una está en situación de pobreza, muchas son inmigrantes entonces viven el día a día. De lo que van ganando van comiendo, van pagando el arriendo. Nosotras las trans somos dejadas, vamos a pagar el arriendo justo cuando va a vencer, y justo cuando pasó esto era una semana antes, todas empezaron con que no tenían plata para pagar nada”, explica a The Clinic.

Nancy comenta que también han tenido problemas para hacer el trabajo de prevención de ETS y VIH entre sus compañeras. Margen realiza visitas a lugares clandestinos del casco histórico de Santiago donde se ejerce la prostitución para hacer entrega de condones masculinos, femeninos y lubricantes.

“Ellas ya tiene internalizado que el condón femenino, el condón masculino, y los lubricantes son herramientas de trabajo, pero se ha limitado la entrega de materiales. Sentimos que le estamos fallando a nuestras compañeras”, comenta la presidenta de Margen.  

Jazmín opina que “cuando vienen estos estallidos sociales, el hedonismo queda completamente atrás… No es que yo tenga clientes todos los días… Algunos clientes son fijos, pero yo trabajo para un nicho más pequeño. Y las personas de ese nicho tampoco están gastando”, explica. Le preocupan sus compañeras que trabajan en la calle, porque están más expuestas. “Llevamos años con toque de queda, estamos expuestas constantemente a los abusos” dice.

PASAR GRATIS

A comienzos de los ’90, las MTS eran víctimas de redadas arbitrarias en sus lugares de trabajo. El VIH sida llevaba seis años en Chile y, como una medida de prevención, Carabineros solicitaba a las MTS un carnet sanitario que daba cuenta que estaban “sanas”.

“Era un carnet de salud sexual que exigían los cafés, donde decía que no tenías ETS ni VIH. Era pa decirle a tus clientes que la chica era sana. Que tuviera más confianza en ese sentido. Pero había chicas que no querían no más ir al centro de salud”, cuenta Nancy quien se capacitó como monitora en prevención de VIH en esos años.

Tras las redadas, muchas iban a parar a una oficina sanitaria en calle Artesanos, donde se les inyectaba penicilina. Era parte de incipientes políticas de control de ETS y VIH, que se prestaban para todo tipo de abusos por parte de las policías.

“Nos tiraban arriba de las micros, las chicas con familia que no sabían que ejercían el trabajo sexual, o hacían topless, tenían miedo. Y ellos le decían a las chicas si me dai la pasá, te tiro pa abajo, y las chicas accedían”, denuncia Nancy. “después no se atreven a denunciar, ¿quién va a creer que un Carabinero fuera a abusar de una mujer?”, agrega.

“Para nosotras siempre ha sido brutal”, aporta Alejandra Soto. “No hay respeto, ahora con la Ley de Identidad de Género están cambiando las cosas, pero si tú ves en la tele cómo le pegan a las personas, a nosotras nos hacen lo mismo pero a escondidas, nos hacen callejón oscuro, y muchas cosas más, nos cuelgan, nos tiran al calabozo y nos tiran una bolsa de polvo lacrimógeno, y ahí nos dejan. Por eso si vamos pal centro no nos molesta la bomba lacrimógena”, comenta.

Otra de las formas en que se expresa el abuso policial es cuando piden servicios sexuales y después se niegan a pagar, y chantajean a la MTS. “Policías de civil se juntan en el motel donde se presta el servicio, la chica cobra y ahí ellos se niegan, porque son uniformados, y si me sapeai yo sé donde vivís, los hijos que tenís, y así las intimidan”, cuenta Nancy.

“Hay carabineros que abusan de su poder y te piden tener relaciones con ellos”, agrega Alejandra, “No son todos, pero sí pasa… te dicen después yo te cuido, no te llevo presa, y es así”, cuenta.

Vesania dice que meses antes del estallido conocía de casos de “compañeras golpeadas y maltratadas y encerradas arbitrariamente por carabineras”. 

“Son los mismos carabineros que ahora tienen licencia para hacer lo que quieran, siempre lo han hecho, pero no con la población diurna. Sí lo hacían con la gente que trabaja de noche, con personas trans, porque siempre se han dado la licencia para castigar a los que se portan mal, y como nosotras siempre nos hemos portado mal, se dan la licencia para reprimirnos”, dice.

Por eso Pamela, que vive en la zona del conflicto, está pensando cambiarse de casa. El exceso de carabineros en la calle la tienen alterada. “No sólo son uniformados, son machos con armas, y yo soy puta, lo he dicho públicamente y, fuera de hueveo, me he sentido vigilada”, confiesa. Uno de sus resguardos es no tener citas presenciales con clientes nuevos, por lo menos por este tiempo.

Margen ha trabajado en sensibilizaciones en comisarías de Carabineros y PDI, para exigirles un trato digno. “Ellos se aprovechan, no hay que hacerles nada ni tocarlos, ni decirles una mala palabra, porque la perjudicada siempre vai a ser tú, por ser trabajadora sexual. Somos personas, ¿ellos quieren respeto? Nosotras exigimos respeto también”, dice Nancy.

NO SER CIUDADANA PARA CHILE

Fundación Margen nace en 1998 recogiendo el trabajo que desde 1992 hizo la Asociación Pro Derechos de la Mujer, y luego el Sindicato de trabajadoras Ángela Lina, nombrado así en honor a una compañera MTS asesinada. 

En este espacio, las mujeres comienzan a hablar de sus derechos laborales vulnerados. “Trabajar sin horario fijo, pactos de palabra que no se cumplían, abusos de parte de locatarios, el trato con vocabulario despectivo”, enumera Herminda. “No tienen vacaciones, no tienen derecho a la vivienda, no tienen cómo justificar renta para tener una casa propia, no tienen jubilación, Fonasa, nada. Ellas trabajan el día a día y se les cancela al final”, agrega. 

Dentro de las exigencias que Margen lleva a la discusión de la ley, piden que se mejoren las condiciones de vida de las trabajadoras, que los lugares sean sanitizados, que las compañeras tengan jubilación, que puedan optar a casa propia, y que se dé la opción de abrir cooperativas, donde las MTS puedan organizarse sin tener un proxeneta de por medio.

Alejandra Soto también apoya la tramitación de una ley de trabajo sexual, “para poder imponer, tener algún tipo de seguro, algo en lo que afirmarnos cuando seamos mayores. Hay compañeras que ya han trabajado toda su vida en esto, llevan 20, 30 años en la calle, y no van a cambiar de rubro”, comenta. 

Por lo mismo, Amanda Jofré pelea la inclusión de un cupo laboral trans- travesti que le permita a la comunidad diversificar su fuente de ingresos, de manera que el trabajo sexual deje de ser una obligación para ellas. “Las trans no tienen cupo laboral o alguien que les dé trabajo, entonces casi todas las adultas ejercen el trabajo sexual, y las cabras también”, explica. 

“La gente cis tiene que tomar conciencia”, dice Alejandra, “pero va a tomar tiempo. Estamos haciendo esta ley para las compañeras que ya están esperando la muerte puedan tener una pensión, una reparación por vivir toda esta violencia, y que seguimos pasando ahora”, comenta. 

“No podemos seguir en la nebulosa de la desigualdad”, piensa Herminda, por eso creen en la reivindicación laboral de las MTS, y en la necesidad de formar sindicatos. “Desde el momento en que forman un sindicato, la compañera pasa a ser una trabajadora más de la clase obrera”, dice Herminda.

LA MIRADA FEMINISTA

El trabajo sexual abre debates dentro del feminismo. En España hay una fuerte corriente abolicionista, que derechamente piensa que este tipo de trabajo no debería existir ya que piensa que el trabajo sexual es explotación. “La tensión aparece cuando las trabajadoras sexuales dicen este es un trabajo y yo decido ejercerlo”, comenta Verónica Matus, vicepresidenta de La Morada. 

Matus se define como una feminista de los ‘80. Trabajando en la comisión chilena de DDHH, conoció a Eliana Dentone, la presidenta del sindicato de trabajadoras sexuales Ángela Lina, conociendo desde los sus inicios las demandas de este sector. Su visión respecto al abolicionismo es que no tiene sentido cuando en la realidad tienes a mujeres desempeñando el trabajo sexual.

“En países como los nuestros, donde el trabajo sexual es una actividad económica para muchas mujeres que no tienen ingresos de otra manera, la discusión del abolicionismo me parece medio inoficiosa. Me acuerdo de la primera reunión que tuve con Eliana y hablamos de este punto. Entonces más allá de la discusión del abolicionismo, no abolicionismo, hay una realidad. Hay mujeres que están en el trabajo sexual”, dice. 

Desde ONG Amaranta, Loreto Gangas y Karen Vergara comparten esta visión. “Desde los feminismos hay visiones muy sesgadas sobre la existencia de las trabajadoras sexuales, y ello también viene del desconocimiento y a veces la condescendencia de no dejar a la sujeta hablar por sí misma, ni escuchar sus demandas”, dicen. “Las trabajadoras sexuales existen y resisten en un mundo que las niega. Por el solo hecho de existir, en Amaranta las reconocemos sin desconocer que el comercio sexual arrastra también violencia patriarcal y muerte”, comentan. 

Ven la clandestinidad del oficio como un problema “impuesto por la sociedad y eso hace que estén muchísimo más expuestas a agresiones, violencia y también represión por parte de las policías. Este ocultamiento hace que desconozcamos mucha de la violencia que enfrentan”, dicen.

Camila Maturana, dice que desde Fundación Humanas tienen “una relación de alianza feminista” con las organizaciones de trabajadoras sexuales, y apoyan sus demandas públicamente.

“Nosotras como Humanas hemos apoyado públicamente la reivindicación de sus derechos laborales, y reconocemos el protagonismo de las trabajadoras sexuales para plantearlas”  explica Maturana. Desde ahí, tienen el cuidado de distinguir el trabajo sexual de la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes, “que claramente es un delito”, explica la abogada.

“En Chile el trabajo sexual no está regulado, y es mayoritariamente realizado por mujeres cis género y trans género. En estas condiciones es un trabajo altamente estigmatizado, invisibilizado y precarizado. Las MTS carecen de protección laboral, la misma que tienen todos los trabajadores del país, que son una remuneración justa, licencias médicas, vacaciones, una jubilación, la posibilidad de optar a un crédito, cosas cotidianas a las que el resto del país sí tiene derecho”, concluye.



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