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Opinión

28 de Noviembre de 2019

Columna de Marcela Puentes: La dignidad que nos queda en salud

"No pueden soñar que los pabellones se usen a tiempo completo si no hay quienes los ponga en movimiento, ni horas profesionales para esta labor. Hasta cuando se sobrecarga de metas, indicadores, planes de mejora a las unidades asistencias sin trabajadores necesario para las múltiples y agotadoras tareas", escribe Marcela Puentes.

Marcela Puentes
Marcela Puentes
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Marcela Puentes

Directora Escuela de Obstetricia y Neonatología UDP

A casi un mes y medio del estallido social, pareciese que no existen salidas. Como sociedad despertamos a la conciencia de realidades que hace unas semanas atrás, estaban recluidas en el patio trasero de Chile, en la periferia, lo más lejos de la belleza que se ve desde el exterior. Vivimos en un país en que cohabitan altos niveles de vida y riqueza; y también los invisibles, los “nadie”, que hacen que la maquinaria neoliberal se mueva.

Chile requiere de decisiones reales y no cosméticas que den respuestas plausibles al clamor de la gente. Ya no se puede esperar más. El Estado se debe hacer cargo de una vez por todas de las problemáticas que dejaron a nuestro país, inmerso en la sensación constante de insatisfacción, desdicha, desesperanza y rabia que no tiene límite.

Algunos dirán que los cambios son lentos y tendremos que esperar treinta años más para que los avances lleguen, que la salud chilena tiene tasas de países desarrollados, a pesar que los recursos invertidos en el sistema público son escasísimos, que trabajen y se dejen de protestar, que el equipo de salud son puros flojos, que hagan su parte del esfuerzo para que la paz vuelva, una paz artificial que se ha sostenido en los hombros de muchos para el beneficio de muy pocos.

La salud pública, sus trabajadores y los usuarios requieren de dignidad, cuyo significado implica respeto, valoración y equidad. No basta con seguir aumentando las patologías auge sin contar con más personas que trabajen para cumplirlas y sus recursos asociados. No pueden pretender que con trescientos pesos que se sumaron al per cápita de los CESFAM, las personas dejen de esperar de madrugada para que las vean, cuando las horas para los profesionales se copan en minutos, para meses de espera. No se puede esperar que las urgencias no terminen rebalsadas si no hay espacios disponibles, personal necesario, ni camas para hacer los traslados hacia el hospital. No pueden soñar que los pabellones se usen a tiempo completo si no hay quienes los ponga en movimiento, ni horas profesionales para esta labor. Hasta cuando se sobrecarga de metas, indicadores, planes de mejora a las unidades asistencias sin trabajadores necesario para las múltiples y agotadoras tareas.

En qué momento mirarán al personal de salud, que puede estar haciendo turnos de noche por 40 años para que su sueldo les alcance, temiendo jubilar porque la pobreza será su realidad implacable y depresiva. Hasta cuando se desvían recursos públicos a clínicas privadas por falta de prestaciones, desconociendo que es una práctica nefasta, que desvía los recursos ya escasos y solo hace que se precarice más la salud pública.  El sistema está en crisis. La autogestión traducida en “arréglatelas como puedas” tiene hoy a la salud pública en niveles críticos de abastecimiento, insumos, personal, medicamentos e instrumental.

Nos queda tan poco para seguir… sólo las buenas voluntades… Esas que lloran junto a las usuarias que están muriendo, recordando toda su lucha; las que corren con el examen que se necesita para que operen de urgencia al accidentado; en las chiquillas que bañan a la persona en situación de calle que llega por alguna patología, regalándole la dignidad que le robaron; las que ayudan a levantar al caballero que quiere ir al baño, pero no puede solo; los que se encabritan con los que dejaron la humildad y empatía en la casa, exigiendo que hagan su trabajo oportunamente; las que están 8 horas paradas en una cirugía tras otra para sacar la lista de espera, los que acompañan y cuidan, tratando que lo doloroso tenga una dosis de alivio; los que trabajan para que Chile esté protegido las 24 horas del día, los 365 días del año. Son esas las voluntades que tienen en pie un sistema de salud pública, que es el “orgullo” de los que no conocen nada de los costos y sacrificios asociados.

Las esperanzas siguen en pie. Están las personas TENS, nutricionistas, enfermeras/os, kinesiólogas/os, matronas/os, asistentes sociales, auxiliares, administrativos y médicas/os que se levantan cada día intentando, contra toda la adversidad, seguir empujando la salud pública como un bastión de resistencia, cuidado y respeto; conscientes que hay prácticas gratuitas, que sólo necesitan del reconocimiento de que al frente hay una ser humano igual que uno, con el mismo valor, sólo que enfermo, con miedo, apenado, enojado a veces, que necesita que le miren a la cara, lo llamen por su nombre, escuchen sus historias, respeten sus decisiones, que busquen sin descanso aliviar su dolor y la angustia de su dolencia… Esta es la única dignidad que nos queda.

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