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Opinión

24 de Diciembre de 2019

María Teresa Ruiz: Compartir la vivencia del eclipse

Agencia UNO
Maria Teresa Ruiz
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Por María Teresa Ruiz

Para mí, el eclipse fue un regalo inesperado porque me invitaron a ser parte del grupo que iba en un avión de NatGeo. En él iban prácticamente puros medios de comunicación y era un ambiente muy divertido, muchos de ellos se conocían. Era como ir en un paseo de un grupo de amigos. Yo tenía un asiento privilegiado, estaba sentada al lado de la ventana, adelante de los motores del avión, de tal manera que no había nada que interrumpiera la vista.

Subimos al avión y éste se internó como 200 millas hacia el océano Pacífico y luego tomó rumbo hacia el Norte para ir a interceptar la umbra del eclipse.  Las nubes abajo cubrían el océano con formas especiales que cambiaban de color a medida que nos acercábamos. Las nubes blancas se empezaban a pintar de tonos ocre hasta el rojo. Fue para mí un espectáculo hermoso e inesperado.

En el momento de la totalidad, posicioné mi celular en la ventana y grabó solo, mientras yo disfrutaba el eclipse con mis propios ojos. La sensación que tuve en el momento del eclipse – y que se la he comentado a gente que sabe sobre los fenómenos de la mente humana y los sentidos –, es que se produjo un silencio. Son dos minutos, no es poco el tiempo, y la sensación que tuve es que reinó un silencio total. Lo comenté con el científico Gabriel León que estaba sentado al lado mío, ambos decíamos que era impresionante el silencio.  Cuando llegué a la casa y vi los videos, me di cuenta de que no había nada de silencio. Todos estábamos emitiendo expresiones de emoción como “¡oooh!” “¡woow!”. Pero de alguna manera el cerebro no las grababa. Estábamos enfocados en lo que podíamos ver con nuestros ojos y no tanto en lo demás.

Es sorprendente el interés que hubo de mucha gente por el eclipse. Conversando con mis colegas y gente de todo tipo, supe de muchas personas que hicieron esfuerzos increíbles para poder verlo. Tenía conocidos que tomaron el auto y se fueron al Norte al encuentro de la umbra.  Querían ver el eclipse. No he escuchado a nadie que diga: “oh, qué aburrido, mira todo lo que hicimos y fue una gran desilusión”. Todo el mundo sintió que había vivido una experiencia única, una experiencia difícil de explicar.

Yo me quedé impactada. Si lo comparas con otros hitos, como el cometa Halley en el 86, en este caso ha habido mucho más interés, claro está, que la gran diferencia es la existencia hoy de las redes sociales y eso creo cambia todo, cómo nos comunicamos, cómo hablamos, cómo nos interesamos en las cosas.

Pareja viendo el eclipse en Vicuña. Foto: Agencia UNO

Esa puede haber sido la clave del tremendo interés que generó: las ganas de la gente de vivir juntos ciertas experiencias; porque en el momento de eclipse todos somos iguales. A lo mejor muchos de ellos, por primera vez se dieron cuenta que somos parte de algo grande, que somos habitantes de un planeta, y navegamos todos en el mismo barco.

Eso da una sensación al mismo tiempo de pequeñez y de darnos cuenta de que en realidad no hay nada qué hacer cuando vemos que nuestra estrella de repente desaparece por un pequeño lapso. Me imagino el terror que deben de haber sentido los antiguos de que el Sol se les fuera a desaparecer y de que no volviera nunca más. De alguna manera pienso que esa emoción, ese miedo ancestral que es cada vez menor porque ya sabemos que el eclipse es un fenómeno físico y conocemos todos sus detalles, yo creo que se tradujo en otras emociones. Eran las emociones de compartir la experiencia, de vivirla junto a otros. Eso es algo que estamos viendo cada vez más gracias a esta nueva herramienta de comunicación que tenemos, de que podemos ponernos de acuerdo y vivir cosas juntos, como colectivo.

Vista del eclipse desde el centro de sky El Colorado. Foto: Agencia UNO

Los eclipses por muchos años fueron la forma de ver la corona solar, esta especie de cabellera dorada que tiene el sol, que es lo que uno logra ver cuando la Luna lo tapa totalmente. También se estudiaban los eclipses para comprobar la teoría de relatividad general de Einstein. Pero hoy el eclipse no está proporcionando datos tan novedosos. Ciertamente el interés de ahora no fue tanto desde el punto de vista científico, está más ligado a la emoción. Incluso hay muchos científicos que son fanáticos de los eclipses y los persiguen por el mundo.

Hay algo que tiene que ver con el ser humano, de estar parado ahí y tener una experiencia en primera persona, de sentir que uno es parte de una cosa mucho más grande. Tiene que ver con la vivencia. Uno lo puede leer en un libro, verlo en una película, pero nunca es lo mismo que vivirlo.

Otro punto que favoreció la popularidad de este eclipse fue el fácil acceso al lugar, donde uno podía llegar en avión o en auto. Además, es un lugar que es conocido mundialmente como la capital del mundo de la astronomía, con las mejores condiciones para observar el universo. Que ahí justo ocurriera el eclipse fue una conjunción de hechos que lo hicieron particularmente atractivo. Llegó muchísima gente del extranjero a experimentar el eclipse. También fue una tremenda suerte que el día haya estado espectacular porque fue en la mitad del invierno. Yo estuve averiguando y había 66% de probabilidad de que estuviera nublado. Sin embargo, no lo estuvo y no solo eso, sino que fue un día espectacular. Eso ayudó a la experiencia.

El eclipse de julio del 2019, fue una oportunidad de que mucha gente, en particular los niños en las escuelas, se motivaron por entender. Yo hablo con niños pequeños y ya muchos saben qué es un eclipse. A estos, nuestros niños, nadie les va a venir con cuentos de que un eclipse es una maldición ni nada. Eso es un gran paso en la evolución humana.

*María Teresa Ruiz es astrónoma y Premio Nacional de Ciencias Exactas 1997.

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